Dicen que el necio gigantón ya no está para charlarnos por horas de lo humano y lo divino, haciendo del discurso interminable la revolución permanente, la pedagogía del decir y del hacer. Dicen que sus palabras no quedaron atrapadas en los libros, sino en los corazones apasionados, y en las manos creadoras de los pueblos.
Dicen que no quiso llegar al 2017, después de vivir casi un siglo.
Dicen que antes de irse, dio gracias a la vida a la que ha revolucionado tanto.
Dicen que en el momento de partir, Fidel miró hacia atrás, y vio a Cuba de pie.
Dicen que se volvió una vez más, y mirando al pueblo cubano, con su voz finita de intimidad, le dijo que no afloje, que siga el camino. Que volverían a encontrarse en cada esquina de la historia, cantando juntas y juntos, en clave de sol.
Dicen que Fidel tenía una sonrisa en los labios, porque sentía que en el viaje se encontraría con Chávez, con Camilo, con Celia, con Haydée, con el Che… a quienes extrañaba tanto siempre, como a la victoria.
Dicen que Fidel se fue soñando nuevas revoluciones en distintos pueblos y galaxias.
Dicen que dijo, antes de marcharse, que ahora nos tocará a nosotras, a nosotros, seguir abriendo a machete los surcos de la vida nueva.
Dicen que dijo que lo había dado todo, pero todito todo, en el esfuerzo de sembrar y cosechar dignidad en los territorios arrasados.
Dicen que Fidel quedó grabado en la zafra millonaria, en playa
Girón, en ese pueblo sin analfabetos, en los centros de salud, en los campos de Angola, en las misiones internacionalistas de médicos, médicas, alfabetizadores/as y guerrilleros/as generosamente desparramados por el mundo.
Dicen que antes de partir se rió en las narices de Trump, se burló de su recién estrenado despotismo, y cumplió su última misión, desbloqueando -a codazos con el poder mundial- los bordes de la historia.
Dicen que el necio gigantón ya no está para charlarnos por horas de lo humano y lo divino, haciendo del discurso interminable la revolución permanente, la pedagogía del decir y del hacer. Dicen que sus palabras no quedaron atrapadas en los libros, sino en los corazones apasionados, y en las manos creadoras de los pueblos.
Dicen que el necio se murió como vivió, acunado por el amor de su gente, que hace de Fidel ladrillos y semillas; que hace de
Fidel fuego y rebeldía; que hace de Fidel un rincón de la utopía colectiva que encendemos cotidianamente las mujeres y los hombres del pueblo.
Dicen que entró caminando en la historia, con su barba larga y su chaqueta verde oliva.
Dicen que el silencio retumbó en los continentes olvidados.
Dicen que de muchos silencios se hizo el grito que nos desgarró el alma.
Dicen que Fidel se fue, y dicen que ya está llegando.
Dicen que nuestros corazones se agrandan para recibirlo entero.
Dicen que nuestras emociones no gritan, sino susurran, como un gesto profundo, necesario, y como un compromiso: Gracias Fidel. Hasta la victoria siempre.