Foto: La gran marcha del retorno, primer día
Hasta el 15 de mayo, el aniversario de la Nakba [«catástrofe» cuando más de 75.000 personas palestinas fueron obligadas a abandonar Palestina para crear Israel] estaremos acampando cada día a lo largo de la frontera para recordar al mundo que tenemos derecho a regresar a casa.
Me llevó 45 minutos llegar a la frontera oriental de la ciudad de Gaza. Pasamos por el barrio densamente poblado de al-Shijaea, donde tuvo lugar una terrible matanza durante la guerra israelí de 2014 contra Gaza. Las calles estaban congestionadas con los vendedores de la mañana del viernes, cuyas caras reflejaban las miserias y los problemas de la vida de Gaza. Carros tirados por mulas y caballos dominaban la calle al-Mansoura mientras iba en el auto, ¡me di cuenta de que nunca había estado en esa parte de la ciudad!
Con mi hija Huda
Cuando llegamos a la zona fronteriza de Israel, se colocaron a unos 700 metros de la valla que separa a Gaza del resto de la Palestina ocupada tiendas de campaña y zonas de asientos donde se iban a sentar las personas. Mis ojos contemplaron una escena celestial de una vasta área verde al otro lado de mi país. (¡El área ahora conocida como Israel tiene mucha agua, a diferencia de Gaza!) Mi corazón se aceleró y palpitó de la misma manera que cuando fui a Jerusalén en el año 2000 y visité la mezquita de al-Aqsa. Quería correr a ese oasis y tocar el área aislada y prohibida de mi tierra natal. Una repentina descarga de adrenalina llenó mi cuerpo.
Las familias se sentaron en el suelo con sus hijos, que vestían la vestimenta nacional palestina o los uniformes de camuflaje. Cuando les pedí que posasen para una foto, cada niño sostuvo el nombre del pueblo del que originalmente provenía su familia y un letrero que decía: «Volveremos». Por un momento imaginé que hoy en realidad era el día de regreso. Todas las personas allí reunidas se saludaron con «Inshallah, todos volveremos». Gaza pasó a ser mi patria natal, pero tuve envidia, así que les dije a mis amigos: «Yo también regresaré. Toda Palestina es mi país».
Señalé el área fronteriza cerrada, donde están ubicadas la valla de púas y las torres de vigilancia armadas, y dije a mis hijos con una voz entrecortada: «Mira, eso es Palestina. Mira qué hermosa es». Mientras las sirenas de las ambulancias se entremezclaban con los vociferantes discursos y las canciones nacionales, me di cuenta de que siempre habría mártires. Mientras Palestina no sea libre, estemos encerrados en la gran jaula que es Gaza y se nos niegue el derecho a vivir como otros seres humanos comunes en todo el mundo, siempre habrá jóvenes dispuestos a sacrificar sus vidas por la causa del suelo sagrado de Palestina.
En ese momento todos éramos uno. Todos estábamos unidos bajo una sola bandera y un lema: tenemos derecho a regresar a la patria histórica de los palestinos. Hace tiempo que falta este sentimiento abrumador de unidad, especialmente en Gaza. Mientras meditaba sobre las caras de mi gente que estaba conmigo, un hecho fue más claro que nunca para mí: ninguno de nosotros tiene nada más valioso que perder que lo que ya hemos perdido: nuestro hogar.
Los intrépidos, en su mayoría jóvenes, se aventuraron cerca de la frontera a pesar de que no estaban armados, no pudieron resistir la tentación de echar un vistazo más de cerca a su tierra ocupada. Eran tan vulnerables como nosotras las mujeres y no representaban ninguna amenaza. Sin embargo, tal como habían amenazado, los francotiradores israelíes estaban en posición de matar a estos soñadores. Las fuerzas de ocupación israelíes también arrojaron gases lacrimógenos a las multitudes.
El peaje al final del día fue de 16 mártires y más de 1.500 heridos. Pero ser palestino y defender nuestros derechos ha significado un sacrificio desde nuestro primer desplazamiento en 1948. Mi familia y yo no nos echaremos atrás.
Fuente: A day of protest in Gaza
Fuente: Rana Shubair, We Are Not Numbers / Rebelión (Traducido del inglés para Rebelión por J. M.)