Foto: Nicolas Pousthomis / Subcoop
El 22 de abril se conmemora el Día Internacional de la Tierra. Un análisis sobre los gobiernos, las políticas estatales y las propuestas de las organizaciones sociales. La relación entre el territorio, los modelos económicos, la soberanía y la vida. La democracia participativa y las referencias de Mendoza, Andalgalá, Famatina, Esquel y Malvinas Argentinas.
¿Cuál es el significado de la palabra soberanía? ¿Acaso sería tener los bienes comunes en manos del Estado y que el mismo Estado los explote (sin importar las consecuencias sobre el territorio)? ¿Sería «ser soberano» administrar un poco mejor los billetes que ese extractivismo genere? En definitiva: ¿Sería un país soberano que el saqueo lo haga el Estado y no una corporación transnacional?
¿Soberanía sería lograr que todo lo que salga por la Hidrovía del Paraná pague peaje o pague más que ahora, pero manteniendo el extractivismo intacto? ¿Que las terminales portuarias sean argentinas pero las corporaciones sigan saqueando al país? ¿Soberanía es que los organismos transgénicos sean ahora fabricados por científicos y científicas del Conicet?
Al buscar su significado se encuentran más dudas que certezas. Según Dios Google: «La soberanía es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente, sin interferencias externas. En teoría política, la soberanía es un término sustantivo que designa la autoridad suprema que posee el poder último e inapelable sobre algún sistema de gobernabilidad».
Poder político supremo. Autoridad suprema. Poder último e inapelable. No me gustan esas palabras. Habrá que seguir preguntando. ¿Qué es el concepto de soberanía? Otra respuesta: «Soberanía se refiere al ejercicio de la autoridad en un cierto territorio. Esta autoridad recae en el pueblo, aunque la gente no realiza un ejercicio directo de la misma sino que delega dicho poder en sus representantes. La soberanía significa independencia, es decir, un poder con competencia total».
Esta definición pareciera estar un poco mejor: autoridad en el territorio, esta autoridad recae en el pueblo (hasta ahí vamos bastante bien, aunque evitaría la palabra «autoridad» porque suena a autoritario), pero termina: aunque la gente no realiza un ejercicio directo de la misma sino que delega dicho poder en sus representantes.
Desde la vereda de enfrente, pienso que para que haya soberanía la decisión tiene que estar en las manos del pueblo. Y para que esto ocurra necesitamos cambios profundos en el sistema político meramente representativo y en las políticas de estado prioritarias.
En muchas decisiones que se toman desde el Estado, en sus distintos niveles, juegan intereses políticos y económicos que no representan a las mayorías populares. Y otras preguntas dan cuenta de eso: ¿Cómo logra un CEO de Syngenta llegar a Jefe de Asesores de un Gobierno que se autodefine como popular? ¿Por qué nunca pudieron votar una ley de humedales nuestros representantes? ¿Por qué votan una Ley de Bosques que después no se cumple (entre otras cuestiones porque los mismos gobiernos miran para otro lado?
Ante un Estado que alienta al agronegocio, implementa un dólar soja, permite que la población sea sometida a un baño de agrotóxicos, que reprime y no respeta ni valora la diversidad cultural y ancestral, existen otras opciones.
Los grandes hechos que representan la soberanía se construyeron desde abajo, en las calles, en el territorio, formando redes entre organizaciones territoriales: la lucha por el agua en Mendoza, Andalgalá, Choya, Famatina, Esquel, el «no» a la planta de Monsanto en Malvinas Argentinas (Córdoba), la lucha por el aborto legal, por el respeto a la diversidad de género, las distintas ordenanzas que pusieron en discusión el tema de las fumigaciones, las ordenanzas a favor de la agroecología, la lucha por la tierra y por la producción de alimentos sanos. Eso es soberanía.
Son las organizaciones territoriales, socioambientales, las que forman parte de los pueblos fumigados, la red de la ciencia digna, los docentes por la vida, aquellos y aquellas documentalistas y periodistas que difunden estas luchas, los médicos del sector de la salud socioambiental. Todos ellos y ellas, entre otros, ponen el cuerpo, se unen en red, inventan y piensan sistemas y nuevas formas de vida en medio de un mar de políticas tóxicas y transgénicas.
Para ir hacia la soberanía debemos abandonar el esquema de país colonia. Debemos ir hacia un sistema político participativo y donde las decisiones del pueblo se respeten. Y debemos asegurar para la población un territorio sano, vivienda, trabajo digno, salud y educación popular. Esas debieran ser las prioridades de una política de estado soberano.
Última pregunta, en un año de elecciones: ¿Alguno o alguna de los probables futuros representantes está hablando de todo esto?
*Ingeniero agrónomo. Integrante de Ecos de Saladillo.
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva