Detrás de nosotros estamos ustedes. Apuntes desde los zapatismos nuestros

Alejandra Jiménez y Mauricio González

Foto: Dario Ribelo

La gran revuelta indígena (2009) fue el nombre que dio Yvon Le Bot a la emergencia de potentes insurrecciones indianas y al protagonismo que ocuparon diversas organizaciones y luchas indígenas en numerosos países a finales del siglo XX, dentro de las que destaca la del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), quien ha celebrado el 25 aniversario de su levantamiento afirmando su compromiso con los pueblos frente a proyectos de despojo diseñados bajo una verticalidad que traiciona la retórica incluyente de la actual administración, generando malestar y afrentas con simpatizantes del partido en el gobierno contra el EZLN y quienes le acompañan en varias de sus apuestas organizativas, dejando por rastro lo que Mariana Mora y Pablo González identifican como la disputa por las narrativas de la historia (presente) que los zapatistas encarnan (La Jornada, 2 de febrero de 2019).

Esas narrativas se tejen alrededor del acontecimiento que hizo emerger un horizonte de justicia localizado en la lucha y construcción de autonomías que se constatan en diferentes proyectos productivos, educativos, de atención a la salud, radiales, de manejo y conservación de recursos naturales, periodísticos, artísticos, científicos, de acompañamiento a familiares y búsqueda de desaparecidos, de defensa territorial y en los innumerables esfuerzos donde una organización esgrime dignidad para quienes abajo, producen y reproducen su vida en radical ejercicio de autodeterminación.

En no pocas ocasiones el actual vocero del EZLN, Subcomandante Insurgente Moisés, ha llamado a la organización, clave en la que su experiencia calibra los alcances de cada iniciativa: “La organización es la que los une. Por eso es tan importante eso de decir organizarse. Pero a la hora de que estamos ya aquí pues empieza eso[,] empiezan los qué es lo que vamos a hacer, cómo lo vamos a hacer, y todos los montones de problemas, ahí lo van a ver, por eso se los estamos platicando namás…” (“Economía política II. Una mirada desde las comunidades zapatistas”, CIDECI-UniTierra, 2015). La soledad que denuncia el Subcomandante Moisés del EZLN en este 2019 nos parece que puede entenderse bajo esta clave, donde la organización antisistémica que impone la autonomía no ha logrado florecer o, peor aún, claudicó de diferentes maneras, incluso muchas de ellas hoy en franca colusión con el gobierno abigarrado que mezcla dentro de sus jerarquías a funcionarios que en su momento caminaron con los pueblos en algunas de sus trincheras, con personajes que no sólo les traicionaron, tal como sucedió con los Acuerdos de San Andrés, sino también con integrantes de las élites partidistas y empresariales que han vivido al resguardo de los beneficios del poder al que supuestamente hace frente la actual administración.

El río está revuelto y las aguas se ponen más turbias con los muchos enunciados que hablan dialecto de izquierda con voz reaccionaria. Después del 1º de enero hubo varias expresiones de simpatizantes del nuevo gobierno que reducían la lucha del EZLN a una pieza político-militar anacrónica que debía ceder su lugar al amanecer de la democracia que supuestamente está en curso. Lo preocupante no sólo es desconocer que uno de los principios por los cuales luchó el EZLN desde sus inicios fue la democracia, sino el disponerlo como mera expresión militar ignorando todo el esfuerzo organizativo de los municipios autónomos, mientras a nivel federal se debate la militarización del país por medio de la Guardia Nacional, a la que el Secretario de Marina no duda en enarbolar y a la que numerosos defensores de derechos humanos escandaliza, la experiencia en estados como Guerrero les asiste.

Algunos afirman que el EZLN no es el único zapatismo, y tienen razón, hay muchos que escapan al balance estadístico del que gozan algunas academias autocomplacientes, pues en la defensa por la vida que impone la actual fase de acumulación que se vale de violentos despojos, nos encontramos diversas, los muchos, en espacios que incluso agrupan a algunos simpatizantes del partido en el poder con delegadas y delegados del Congreso Nacional Indígena (CNI) y concejales del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), donde podemos reconocernos en la senda zapatista porque hubo un zapatismo que actualizó las demandas revolucionarias de principios de siglo XX con las rebeldías que configuran a los otros y a nuestros zapatismos, que permite reconocernos consecuentes o no con sus demandas, con su lucha. En la defensa y exigencia de las condiciones dignas de vida nos afirmamos con los pueblos, no hay dos bandos. Confrontarnos sólo sirve a quienes lucran con el dolor y la muerte que deambula por numerosas regiones del país.

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