«Los monstruos existen pero son
demasiado poco numerosos para ser
verdaderamente peligrosos; los que son
realmente peligrosos son los hombres comunes».
Primo Levi
Tristemente la historia política mexicana está signada por la sangre y la ignominia, que desde el siglo XIX ha sembrado una cultura criminal. En nuestro país, la criminalidad no puede considerarse sólo como una amenaza al Estado de derecho, sino como un factor que desarticula y rearticula las instituciones del Estado (Ruvalcaba, 2015).
Un saber complicado para la mirada extranjera es que, en nuestro país, las organizaciones criminales deben su efectividad al hecho de que son parte constitutiva de las fuerzas de control social
Estamos próximos a la conmemoración de los 50 años del genocidio del 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, en donde el ejército mexicano masacró a una multitud pacífica que se encontraba en un mitin. Conocemos algunos hechos, pero seguimos desconociendo la identidad de las personas ejecutadas, hubo genocidio pero no se pudo acreditar a los responsables.
Mientras el Consejo Nacional de Huelga (CNH) construyó la memoria de aquellos días y ha nombrado a 150 personas muertas, periodistas que fueron acallados hablaban de una cifra que oscilaba entre las 200 y las 1500 las personas ejecutadas. Han pasado 50 años y pronto habrá más libros, películas y mesas de reflexión, pero a estas alturas no tenemos la información precisa de las personas muertas o cuyos cuerpos fueron desaparecidos, no hubo y no hay ningún responsable en la cárcel.
El verbo acompañar se relaciona con la idea de estar o ir en compañía de y, para nuestro colectivo, el acompañamiento no persigue un objetivo estético sino ético y político. Partimos de preguntarnos: ¿Qué significa buscar y caminar para quienes desde hace décadas viven con la incertidumbre de todos los días? ¿Cómo traducen ese proceso en palabras? ¿Cómo se le habla a una persona desaparecida? ¿Cómo se nombra su ausencia? ¿Cómo se le dice la falta que hace? ¿Cómo se añora su voz, su sonrisa, sus abrazos? ¿Cómo aprendimos a vivir con tantas desapariciones forzadas?
Si bien la motivación de las y los integrantes del Colectivo Huellas de la Memoria no surge desde un objetivo meramente estético, el trabajo que venimos realizando está atravesado por las dinámicas de la representación, así hemos seleccionado para la impresión de las huellas: el color verde como símbolo de vida y esperanza para las personas desaparecidas; el negro para aquellas personas que han sido localizadas sin vida y su identificación ha sido plena; el rojo para los familiares que durante la búsqueda y en los procesos de verdad y justicia han sido asesinados y; el naranja para significar la alegría del reencuentro y el regreso a la vida de quienes sobrevivieron al horror de la desaparición forzada y que hoy caminan a nuestro lado.
Nuestra labor tiene dos dimensiones: una meramente técnica, que consiste en trazar con una gubia los recorridos y sentires de las personas que buscan. Y otra de reconstrucción de historias y tejido, aquí nos encontramos con las familias de personas desaparecidas y ubicamos con ellas el lugar, el momento de la desaparición y los sentires que envían a la persona que buscan.
En eso radica nuestra apuesta ética, no somos nosotros quienes producimos un objeto para representar la pérdida, la incertidumbre, la frustración o la furia que deja tras de sí la desaparición de un ser querido; lo que hacemos es recuperar un objeto que ha sido trabajado y es resultado del acto de buscar justicia y verdad: los zapatos de las y los buscadores. Al grabar los itinerario de búsqueda contribuimos a convertirlos en un objeto de memoria viva.
Como Colectivo, apostamos por el reconocimiento que puede realizarse en los múltiples diálogos que se desencadenan alrededor de las huellas, hablar con alguien y, sobre todo, hablar de él, implica que reconozcamos un parentesco con la persona (Todorov, 2010); así, apostamos porque las huellas acompañen los diálogos que las personas en búsqueda desarrollan a través de todos los espacios que recorren. Los zapatos de las y los buscadores, como objeto, materializan la práctica subversiva mediante la cual ellas y ellos reivindican su dignidad y la de las personas desaparecidas, a contracorriente de los medios de comunicación y el gobierno que insisten en criminalizar a las víctimas y a sus familias por buscarles, “si la sociedad te condena, la dignidad consiste en combatir a esa sociedad” (Todorov, 2010).
Desde ahí, tenemos la esperanza de estar abonando a la construcción de la memoria, entendida como un sentido de vida, como el aprendizaje de lo ocurrido, el motor del presente y el futuro. Con las huellas buscamos recuperar las experiencias de lucha frente a un contexto de impunidad, negación y olvido. No hablamos de una memoria de hechos consumados o que son parte del pasado, sino de acontecimientos que siguen sucediendo a través de la imposición de un régimen de no verdad, impunidad y violencia. Consideramos que en este contexto la memoria cobra un papel relevante en la denuncia y documentación de la violencia y desde allí, de formas alternativas de verdad y justicia.
Por eso estamos acá, compartiendo la palabra e invitándonos a no olvidar, y hoy queremos recordar a las y los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, detenidos y desaparecidos por el terrorismo de Estado en los últimos 40 años, porque no queremos que sus nombres se pierdan, porque aunque es mucho el tiempo transcurrido no son del pasado, ni como decíamos líneas atrás, sus historias, sus vidas, sus sueños tampoco son hechos consumados, son del presente y hacen falta como desde el primer día que fueron detenidos y desaparecidos, faltan en sus familias y faltan aquí, en la UNAM que también fue su casa, pero como en otros espacios también llegó el silencio y la desmemoria. Y para que el círculo de la desaparición forzada no termine por cerrarse hoy nombramos a Rafael Ramírez Duarte, estudiante de la Facultad de Economía, que fue detenido y desaparecido el 9 de junio de 1977 en Naucalpan, Estado de México, tiene un hijo y una hija que crecieron añorando su reencuentro; a Patricia Leonor Lara Contreras, estudiante de la Facultad de Química, detenida y desaparecida el 17 de diciembre de 1977, en la esquina de la Calle Oriente 29 y Rojo Gómez en la colonia Agrícola Oriental de esta ciudad, la mayor de tres hermanos, a quien su madre sigue esperando en la vejez de la vida; a Benjamín Maldonado Santos, estudiante primero de la Prepa 5 y luego de la Facultad de Medicina, cursaba el décimo semestre cuando fue detenido en las oficinas de Correos No. 25 en donde también trabajaba, al momento de su detención, el 27 de febrero de 1978, le dijeron que solo iba a identificar unas fotografías, su padre murió exigiendo volverlo a ver; a Juan Chávez Hoyos, estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo, joven solidario en la primera huelga de hambre del Comité ¡Eureka!, detenido la mañana del 8 de septiembre de 1978 en la esquina de la Calle Ricarte y Avenida 100 Metros, tenía 20 años cuando se lo llevaron, ocho meses después fue visto con vida en los sótanos del Campo Militar Número Uno, desde entonces continúa desaparecido; a Mónica Alejandrina Ramírez Alvarado, estudiante de Psicología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala, tenía 21 años, vivía en Ecatepec y fue secuestrada el 14 de diciembre de 2004, sus padres no han dejado de buscarla.
Ellas, ellos son tan solo algunos de los tantos compañeros y compañeras estudiantes que nos han quitado, que les han truncado sus estudios y que nos han arrebatado su presencia y por los cuales, la Universidad ha guardado un silencio cómplice, que se ve en las desapariciones de los últimos meses, donde las autoridades universitarias poco o nada han hecho por saber de sus estudiantes; así como desde ciertos espacios de autoridad se ha promovido el porrismo desde hace décadas, también en las desapariciones forzadas hay una complicidad con el olvido, la desmemoria, la impunidad, la simulación y el sinsentido.
Nos corresponde, entonces, a nosotrxs seguir insistiendo y no permitir que la desaparición forzada logre su objetivo. Necesitamos exigir como sociedad nuestro derecho a la verdad, la justicia y la no repetición. Tenemos que parar este crimen de lesa humanidad que ha entristecido tantos corazones, nos lo merecemos, nos lo debemos, sino quién hablará por nosotros.
¡Compañeras estudiantes desaparecidas! ¡Presentes!
¡Compañeros estudiantes desaparecidos! ¡Presentes!
¡Ni perdón ni olvido!
¡Hasta encontrarles!