Los cambios imprevistos y acelerados que ha supuesto la necesidad de impartir y tomar clases a distancia por la propagación en el mundo del coronavirus SARS-CoV-2 está teniendo consecuencias en el ánimo, tiempos de descanso y sobrecarga de trabajo en estudiantes y profesores.
Desde el 17 de marzo en que se decidió suspender las actividades en instituciones educativas, la Universidad Iberoamericana cerró sus puertas para evitar que sus estudiantes, personal académico, administrativo y de servicio se vieran expuestos al contagio y propagación de la enfermedad.
Esto se tradujo en acciones de emergencia con el objetivo de suplir las clases y la atención presencial. En este punto, hubo que poner en práctica los conocimientos tecnológicos que ya se tenían y capacitarse rápidamente en todos aquellos que podían no sólo facilitar las clases usando las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, sino suplir, hasta donde fuera posible, el contacto directo con las y los estudiantes.
La adaptación fue veloz, como se afirma en el artículo Pandemia por COVID-19 acelera 10 veces la digitalización en centros educativos en LATAM, publicado el 23 de septiembre en Business Empresarial, pues “en seis meses se implementaron medidas que se tenían planeadas en cinco años”, a decir de Juan Manuel Triana, director ejecutivo de la Asociación Universitaria de Alta Velocidad del Valle de Cauca, Colombia (RUAV).
Lo anterior ha llevado también a la necesidad de evaluar de manera acelerada y continua los impactos que tanto a nivel académico, como laboral, familiar y emocional están generando no sólo las clases vía Internet sino el encierro obligado, el cambio drástico en las rutinas diarias, el distanciamiento social, el miedo al contagio, la pérdida de algún familiar o amistad y, en muchas ocasiones, la soledad frente a múltiples pantallas.
En este contexto de transformaciones repentinas, la educación a distancia enfrenta una serie de nuevos retos que no comienzan o terminan con la impartición de videoclases de calidad, sino que además incluyen elementos emocionales.
En este punto, la preocupación por el desempeño y el bienestar personal cobra mayor relevancia. La Mtra. Sylvia Schmelkes del Valle, vicerrectora académica de la IBERO, durante la inauguración del Taller Internacional de Proyectos de Cooperación SJ, llevada a cabo el 12 de octubre de 2020, afirmó: “Ahora estamos en la séptima semana del otoño y las cosas marchan sin problemas académicamente hablando. Pero nuestros estudiantes están presentando problemas emocionales, económicos y de salud (propios o familiares).”
Por supuesto, no alcanza con la voluntad de las autoridades para atender todas las necesidades ni todas las urgencias de sus estudiantes, dado el carácter multifactorial de los trastornos emocionales que un ser humano puede presentar.
Sin embargo, no se puede dejar de lado el hecho de que, en este caso, la planta docente tiene la posibilidad de captar dichos trastornos y de incidir de alguna manera en la salud emocional de sus educandos y educandas.
Partiendo, en primer lugar, de que sólo un pequeño porcentaje de quienes se dedican a impartir clases cuenta con los conocimientos psicológicos necesarios para el diagnóstico y atención de problemas emocionales; y, en segundo lugar, que no es labor del o la docente convertir su clase en consultorio de atención psicológica, se puede sostener que existen tareas que si pueden ser desempeñadas por la gran mayoría de docentes.
Entre ellas: observar con atención los cambios de humor y actitud en sus estudiantes y compartirlos en los espacios abiertos con ese fin; ser sensibles con las emociones de sus estudiantes y ofrecer un tiempo de su clase para escucharles; permitir que compartan entre ellos y ellas la forma en que se sienten y cómo eso incide en su desempeño académico, ya sea a través de un foro en la plataforma de Brightspace o durante unos minutos de la clase; compartiéndoles la propia experiencia, en particular la que se relaciona con la labor docente, para darles la confianza de hablar sobre sus propias vivencias.
Lo anterior debe hacerse cuidando de no violentar su intimidad ni abrir la propia de manera inadecuada, y sin eliminar la distancia que debe existir entre docente y discente, y que hace posible el trabajo de enseñanza-aprendizaje. Al respecto, son de gran apoyo las herramientas que el Mtro. Alberto Segrera compartió en la charla café Atención adecuada a las emociones de nuestros estudiantes, llevada a cabo el jueves 1 de octubre.
En esta plática, el Mtro. Segrera propuso darle a nuestros y nuestras estudiantes espacio para pensar, discutir y nutrirse, haciendo del ‘acompañamiento’ el centro de la atención. Siendo vital ubicar aquellas emociones que requieren mayor acompañamiento y regulación. Todo con respeto y cariño cuidando de no incomodarles, ni atosigarles.
Al mismo tiempo, enfatizó la importancia que conlleva que las y los docentes observen y manejen sus propias emociones, antes de atender las de sus estudiantes, pues, evidentemente, quien conduce una clase también se enfrenta a emociones similares.
Por supuesto, esta situación se está replicando en todos los niveles educativos y en las diversas instituciones dedicadas a la enseñanza, como afirman expertos entrevistados por Jaime Zambrano del periódico Milenio, en el reportaje titulado Genera educación a distancia cansancio, del 14 de octubre. Para dichos expertos: “Los estudiantes, docentes y tutores registran un alto cansancio ante la educación a distancia y con más de siete horas continúas sentados frente a los dispositivos digitales, fenómeno que debe ser revisado por las autoridades educativas”.
En lo que respecta a mis estudiantes, disculparán que personalice, me fue posible captar algunas de sus opiniones y emociones, tanto el semestre pasado como en el que corre. En el semestre de primavera solicité, para la evaluación final, un ensayo en el que analizaran, a partir de cinco materiales (videos, memes, parodias, cartones políticos, chistes, etc.), la respuesta positiva que la gente estaba dando a la pandemia y al confinamiento.
En general, el resultado del ejercicio fue positivo y les ayudó a salirse del punto de vista trágico para ver otra cara de la presente situación. Sin embargo, gran parte de los ensayos contenían una idea: “nunca pensé vivir esto”. En algunos de los trabajos se podía incluso encontrar un pesar más profundo como el expresado por un alumno convencido de que “el mundo había colapsado por completo”, o el de otro que afirmó que “se inició el aislamiento y cuarentena como si los países fueran fichas de dominó que caen una a una”.
Una alumna se abrió más para comentar: “Han sido días difíciles. Hace un par de semanas mi papá fue diagnosticado con Covid y hasta la fecha sigue infectado”. Afortunadamente, dos semanas después de entregado el ensayo su papá comenzó a recuperarse.
En este semestre, al inicio de una clase, les pedí que compartieran, en equipos primero y, con el grupo, después, una reflexión de media cuartilla sobre cómo se sentían respecto de las clases y la pandemia. El resultado confirmó, en parte, lo que se podía leer ya como un cambio gradual de actitud a lo largo de los meses en que dejaron de compartir sus pantallas y en sus caras que reflejaban el sueño y la fatiga cuando se les animaba a hacerlo. Una estudiante comentó que sentía que todo el tiempo estaba siendo observada a través de una pantalla.
En conjunto, refirieron tener ansiedad, cansancio, fatiga, estrés, altibajos, tristeza, nostalgia, monotonía, incertidumbre, hartazgo provocados por múltiples causas: mucho trabajo, conflictos familiares, no poder hacer un balance ni una división entre las actividades escolares, el trabajo profesional (en algunos casos), el descanso y la convivencia familiar; falta de tiempo para relajarse y hacer lo que les gusta.
Adelantando una hipótesis podría concluir diciendo que, como docentes, cargamos de actividades a nuestras y nuestros estudiantes, y a nosotros mismos, mismas, tratando de suplir las clases presenciales y con la noble intención de no sacrificar la calidad brindada ante el miedo de no hacer lo suficiente.
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