Del electrohuapango al bolero, pasando por las rancheras, el flamenco, la cumbia, las norteñas y, por supuesto, la trova, pues no se trata de negar la cruz de su parroquia, sino de incorporarla y fusionarla con lo que hoy quiere decir y cantar. María Inés Ochoa se arriesga, pues es claro que “si no, desapareces”, y de El Barzón, de Miguel Muñiz, pasa tranquila al Sin Documentos de Andrés Calamaro. Son más de 15 años de carrera y la menuda y firme mujer que es hoy se presenta en el Teatro de La Ciudad Esperanza Iris, en el marco de los cien años del emblemático recinto.
María Inés es una mezcla de norteña y chilanga, con un poco de yucateca. La apuesta de su madre fue convertirla en bailarina de ballet, pero lo suyo desde pequeña fue la cantada, pues creció rodeada de música y cantores. Amparo Ochoa, la mujer que le dio la vida, ícono de la canción mexicana y de protesta de los años setentas, la imaginó en el Lago de los Cisnes pero no en las peñas. Murió antes de verla cantar. Y ella despegó sola.
Empezó emulando a su madre, es decir, cantando las canciones con las que creció: El Barzón, Gracias a la vida, La maldición de la Malinche y decenas de canciones que por su voz llegaron a nuevas generaciones de México, Cuba, Chile, España y Francia, entre muchos otros países que han recibido su canto. Una década después, de la mano de su productor Javier López, ofrece su interpretación de la nueva música mexicana, con madurez y con una identidad única: la suya.
Este jueves 31 de mayo en el Teatro de la Ciudad, María Inés ofrecerá un recorrido por su carrera musical y cerrará con mariachi, acercando al público a lo que será su nuevo disco.