La mirada que conecta la violencia hacia las mujeres y las disidencias con los despojos territoriales y los conflictos ambientales, parece no tener suficiente eco en el periodismo de género. Algunas pistas para pensar la paradoja de las empresas contaminantes dirigidas por mujeres. El progreso personal de algunas, en detrimento de los derechos de muchas.
Mientras en algunos medios de Buenos Aires se celebra como una victoria colectiva del feminismo que haya mujeres ocupando cargos directivos en empresas petroleras o mineras, en los barrios populosos de los conglomerados industriales, miles de mujeres y disidencias sexuales que viven en condiciones poco dignas, sobrellevan la contaminación en sus cuerpos todos los días. Otras, son víctimas de desalojos y amenazas, porque habitan los territorios en donde se encontraron yacimientos de “oro negro” o de “oro blanco”, como le llaman ahora al litio. Algunas viven con plomo en sangre. Otras con cadmio. Otras toman agua con cianuro. Muchas se organizan y denuncian, reclaman su derecho a vivir en un ambiente sano. ¿Cuántas vidas de mujeres se cobra el progreso petrolero y minero? ¿Qué aporta la perspectiva de género en las corporaciones extractivistas?
Hay una tendencia del periodismo feminista a celebrar como triunfo indiscutible la “llegada” de mujeres a jefaturas y direcciones de empresas relacionadas a la producción y la energía. Se trata de rubros masculinizados, en donde los cargos jerárquicos fueron hasta hace poco tiempo ejercidos exclusivamente por varones cis, es decir, hombres que se identifican con el sexo que les fue asignado al nacer.
Si bien uno de los reclamos históricos del movimiento de mujeres es la brecha salarial y el famoso “techo de cristal” —una especie de barrera invisible que limita las carreras profesionales de las mujeres y las ubica en condiciones de desigualdad con respecto a los varones—, el debate en estos casos se complejiza. Cabe preguntarse, entonces, qué rol ocupamos las comunicadoras que trabajamos con perspectiva de género, pero que también nos preocupan las condiciones de desigualdad en otros aspectos, entendiendo que el actual modelo de producción extractivista es el gran aliado del patriarcado en el avasallamiento de los cuerpos y los territorios.
Está claro que la posibilidad de que en cualquier empresa haya programas de igualdad de género, ayudará a mejorar la calidad de trabajo de las personas que forman parte de esa planta. Pero, si la actividad a la que se dedica la compañía tiene responsabilidad sobre la pésima calidad de vida y de salud de mujeres y disidencias sexuales en otros puntos del país ¿hay sororidad posible? ¿ganamos derechos mientras vulneramos otros?
Periodistas feministas que admiro, y que abrieron camino hace décadas en el mundo hostil de los medios de comunicación hegemónicos —que se caracterizan por ser misóginos y revictimizadores—, son hoy la cara de las campañas de visibilización sobre mujeres líderes en el ámbito productivo. Y esto, en algún punto, nos genera cierta contradicción a quienes las admiramos por las agallas que tuvieron para plantarse en un diario o un canal de televisión a decir lo que muchas no pudimos.
La comunicación desde los feminismos nos interpela a posicionamos en contra de todas las injusticias y a hacer de este oficio una herramienta más de lucha.
Desde una mirada antipatriarcal, sería valioso poder conectar y denunciar todas las desigualdades que históricamente vivimos, por ser parte de este modelo que nos mata todos los días: con los femicidios y también con el avance extractivista, porque no hay extractivismo sin violencia ni despojo, como dicen las activistas ecofeministas.
Ni sumisa, ni devota: petrolera
Plano americano de una mujer con casco amarillo y mameluco. Sol resplandeciente al amanecer. La industria pujante. El progreso. Y ella, una de las primeras líderes de la operación de perforación de pozos petroleros en el Complejo Loma Campana (Neuquén). Música estremecedora y una locución que dice: “Cada año, generamos más acciones que impulsan la equidad de género en la industria”. La epopeya de la trabajadora de YPF que llegó a ser lo que siempre soñó.
“Imparables”, es el nombre del ciclo de entrevistas de mujeres líderes de YPF conducido por la reconocida periodista de género Luciana Peker. En conversaciones mano a mano, las entrevistadas hablan de tareas de cuidado y trabajo y sobre la importancia de que, en todos los ámbitos, las mujeres lleguen a ocupar cargos jerárquicos. Habla la primera gerenta de geociencias y reservorios no convencionales. Cuenta con orgullo que “está a cargo de equipos de perforación de pozos para extraer gas y petróleo”. Habla, además, la primera conductora de camiones de cargas peligrosas. También, la gerenta de excelencia operacional y sustentabilidad.
El objetivo de este ciclo es inspirar a más mujeres a ser parte de la industria y proponen como lema: “Una transformación por una industria que incluya a todas”.
¿Estamos todas?
Cristina Linkopan, mujer mapuche de la comunidad Gelay Ko (Neuquén), fue una de las primeras voces en denunciar el accionar de las empresas petroleras, cuando todxs celebraban el descubrimiento de Vaca Muerta y las promesas de autoabastecimiento y soberanía energética.
En el territorio de la comunidad, ubicada a pocos kilómetros de la localidad de Zapala, se perforó el primer pozo de Latinoamérica para la extracción de hidrocarburos no convencionales a través de fractura hidráulica o fracking.
Cristina murió en 2013, a los treinta años, por hipertensión pulmonar. Hacía tiempo que denunciaba enfermedades respiratorias y abortos espontáneos en las regiones en donde se instalaron las petroleras. Cuando YPF compró junto a Chevron las acciones de la petrolera Apache, la amplia cobertura periodística, no tuvo mención a la contaminación ni a las consecuencias en las comunidades indígenas. Cristina Linkopan no tuvo acceso a los medios masivos, por mujer, mapuche y pobre.
No es no
“Los pueblos quieren vivir de forma digna, para eso necesitan recursos”. La voz proviene de un integrante de la Comunidad Aborigen de Olaroz Chico, del Pueblo Atacama, en Jujuy. Cuenta cómo las multinacionales se quieren llevar el litio que hay en los salares con el énfasis en que son empresas privadas. Es un capítulo del programa “SIC. Periodismo Textual”, que se emite por la Televisión Pública y lo conducen Florencia Alcaraz, codirectora del portal de periodismo feminista LATFEM y Luciano Galende, periodista y conductor televisivo.
Titulado “La triple frontera del litio”, se presenta como un viaje a conocer el boom del “oro blanco” o el “oro del siglo XXI”, que “promete ser la alternativa para el reemplazo de los combustibles contaminantes”. En las distintas entrevistas que realizan, el debate central es sobre en la soberanía y estatalización del litio como recurso estratégico. Hablan de regalías y de la potencialidad de este mineral asociada al desarrollo. Se menciona a comunidades indígenas, pero el análisis es en clave económica: cómo fue tener que dar el consentimiento para la inspección de litio o cómo es plantearles a las mineras trasnacionales los derechos de las regalías indígenas.
Nada se dice sobre los efectos negativos en los ecosistemas de los salares, sobre la falta de acceso al agua de la población en una región que atraviesa estrés hídrico, sobre las divisiones que se generan en las comunidades, por las necesidades básicas insatisfechas y las promesas de las empresas. Tampoco se menciona el despojo territorial y la persecución hacia quienes alzan la voz.
¿Qué pensarán de esto las mujeres de la puna jujeña que no tienen agua para sus hijxs? ¿Las mujeres mapuche de la meseta rionegrina en donde desde hace 20 años resisten a la avanzada de las mineras, que ya saben, solo deja contaminación y sequía? ¿Las mujeres de Catamarca, algunas de ellas judicializadas por enfrentarse a la empresa que gestiona el yacimiento de cobre Bajo de la Alumbrera? ¿Las mujeres de San Juan, que vivieron ya cinco derrames de cianuro de la mina de oro Veladero (de Barrick Gold)?
Los discursos macroeconómicos invisibilizan el impacto humano de decisiones tomadas en oficinas lujosas y despachos del poder. Pero ¿cambia algo si ahora esas oficinas también las ocupan mujeres?
“No toleraremos ni avalaremos violaciones de derechos, cuerpos y territorios en nombre del feminismo. No perseguirán, ni criminalizarán defensorxs del agua en nombre de nuestras luchas”, dicen desde el Colectivo Feministas Antiextractivistas del Sur.
De la ecoansiedad al terricidio
Como dice la antropóloga feminista Astrid Ulloa, hay dos maneras de pensar las desigualdades de género en relación a la extracción minera y la mercantilización del acceso al agua: “La primera propone abordar los procesos históricos de construcción de las desigualdades de género y sus expresiones en los procesos extractivistas. La segunda tiene como implícito que hay desigualdades entre hombres y mujeres, pero que estas se resuelven con procesos de integración, o generando espacios para la inclusión de mujeres, sin cuestionar las causas mismas de las desigualdades”.
Ulloa plantea que, a través de protestas y acciones de mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas en contra de los procesos extractivos, se plantean críticas y propuestas alternativas a la relación con los territorios, y se posicionan tanto otras visiones de desarrollo, como construcciones culturales de género en contextos de los extractivismos, tales como la ética del cuidado y la justicia ambiental.
Algo de esto resuena en los reclamos del Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir, que denuncia el “terricidio”, es decir, el exterminio sistemático de toda forma de vida tangible y espiritual. Desde este movimiento, integrado por mujeres de más de 30 pueblos originarios, numerosas veces han interpelado al “feminismo blanco y urbano” por no contemplar y acompañar las luchas de mujeres en los vastos territorios de las provincias, cuyos cuerpos cotidianamente llevan las secuelas del extractivismo.
Sin embargo, un gran paso en esas articulaciones entre mujeres indígenas y el movimiento feminista en Argentina se viene dando en los Encuentros de Mujeres, que en 2019 pasaron a llamarse Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries. Esta masiva asamblea feminista, que se realiza desde hace 34 años, está experimentando un cambio de nombre que habla de las insistencias y presiones de los sectores de pueblos indígenas y de disidencias sexuales para sentirse parte y reconocidxs dentro del movimiento. Este proceso, que va en camino de ser inclusivo e intercultural, lejos de ser lineal, está lleno de tensiones, ya que algunos sectores se resisten a que estas transformaciones se consoliden.
La inclusión de la plurinacionalidad abrió aún más la discusión sobre el extractivismo y las luchas territoriales, porque este año, la sede del Encuentro será Bariloche, ciudad atravesada por múltiples conflictos y desalojos a comunidades mapuche. Esta elección tuvo que ver con la visibilización de la situación de las presas políticas mapuche, integrantes de la comunidad Lafken Winkul Mapu, encarceladas en octubre de 2022 en el marco de un desmesurado operativo de desalojo por parte de un comando unificado de fuerzas federales. En ese territorio, cinco años atrás, efectivos de la Prefectura Naval asesinaron a Rafael Nahuel. Esta vez, el objetivo fueron las mujeres. Una embarazada. Una machi (autoridad en salud). Una puérpera. Y sus hiijxs. El 4 de abril cumplieron seis meses detenidas, en una causa por delitos excarcelables.
Retomando la cuestión del periodismo feminista, algunas comunicadoras de los medios masivos comienzan a incorporar en sus artículos y columnas algunos temas ambientales, como parte de sus agendas. De todos modos, en líneas generales, no cuestionan las causas estructurales de estos conflictos. En los cursos, foros y ámbitos de debate sobre las prácticas periodísticas en relación a lo ambiental, circula la idea de que no debemos ser “apocalípticxs” en nuestras notas, porque a la gente, le da “ecoansiedad”.
Como contrapunto, muchxs pensamos que no denunciar las consecuencias de este modelo extractivista sobre los cuerpos de las mujeres y de las disidencias, termina promoviendo un periodismo funcional y un feminismo y ecologismo polite, suave, que no cuestiona. En ciertas ocasiones, tener “los anteojos violetas” no alcanza, y la responsabilidad periodística en la toma de conciencia de los asuntos colectivos nos implica involucrarnos y profundizar. El periodismo feminista tiene que molestar y si no molesta, algo estamos haciendo mal. O como dicen las compañeras desde los territorios: “el feminismo será antiextractivista o maquillaje de nuestra sequía”.
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva