Unos días después del sismo, el rector Enrique Graue había asegurado que las instalaciones estaban en condiciones para regresar a clases el 25 de septiembre. Poco después se empezó a publicar en los grupos de estudiantes en Facebook el rechazo a la decisión del rector, pues muchos habían sufrido daños en sus casas, otros no confiaban en que las instalaciones fueran seguras y otros más, la mayoría, pertenecían a brigadas o querían seguir con el acopio de víveres. Se redactaron cartas dirigidas a las autoridades de la Facultad para suspender las clases hasta el 2 de octubre y así permitir que continuara el apoyo sin afectar a los que no podían asistir a la universidad por las afectaciones en sus casas, pero al final, tuvimos que ir a la escuela el lunes.
Algunos profesores dedicaron el tiempo de sus clases para reflexionar sobre el sismo, compartir las experiencias propias y de los alumnos y dar algunas indicaciones para cuando vuelva a temblar, esas que casi siempre se nos olvidan cuando las necesitamos. Pero hubo otros que no, que sólo se cercioraron de que los que estábamos presentes estuviéramos bien, pasaron lista y dieron su clase normal.
Unos días antes fueron convocadas varias asambleas en diferentes facultades y otros planteles de la UNAM. La de Filos fue a las 11 de ese lunes en Las Islas y estuvo repleta. Habíamos muchísimos bajo el sol y en los pasillos y salones de la escuela escuchando las propuestas tanto de los mismos de la Facultad como de otras, y al final se acordó irnos a un “paro activo” toda esa semana para coordinarnos por colegios (Filosofía, Clásicas, Historia, Modernas, etcétera) y dividirnos en brigadas. En concreto, las Facultad permanecería abierta, pero sin clases. Otras facultades también se fueron a paro y continuaron con su acopio y brigadas propias, mientras que otras rechazaron suspender las clases y siguieron su calendario normal.
Todo iba bien, los colegios se organizaron en brigadas de diferentes tipos y el centro de acopio de la Facultad permanecía abierto de ocho a ocho. Por Facebook se convocaba a voluntarios y brigadistas en los centros de acopio fuera de Ciudad Universitaria y se informaba dónde se necesitaban ciertos productos. Algunos reunieron a quienes pudieran ayudar en el centro de acopio en el Estadio. El martes de esa semana me fui con una maestra que juntó un grupo para ir para allá, pero cuando llegamos la fila de voluntarios era mucha para la ayuda que estaba llegando, que ya era realmente poca comparada con la que se recibió en los primeros días del sismo. Aún así, el centro de acopio funcionaba normal.
La noche de ese martes recibí un mensaje de que el Estadio había sido tomado por “chavos”. Lo busqué en Twitter, que es más inmediato, y no salían más que unos pocos tweets sobre eso, pero nada que pudiera ser información confiable. El miércoles yo no fui a la Facultad, pero un amigo de Medicina me dijo que en la asamblea de Ciencias habían dicho que mejor ya nadie fuera al Estadio, que porque estaba tomado por los de Filos y Polakas (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales) y que los «grupos anarcos» se habían llevado todo y que querían quemar no sé qué.
No me lo creí y volví a Twitter. La UNAM ya había publicado un comunicado diciendo que la noche del martes un grupo ajeno a la universidad había expulsado a sus autoridades y se deslindó del acopio. Sentí mucha impotencia, ansiedad. Mis amigos y yo sabíamos que era mentira. Otros pocos en Twitter decían que la toma del Estadio era un rumor y que se encontraba funcionando con normalidad, pero hasta los medios de comunicación difundieron que un grupito de personas que salieron quién sabe de dónde tenían el control del centro de acopio.
Muchos pensaron que la UNAM, como las facultades se habían organizado para no asistir a las clases como lo quería el rector, quiso sembrar el miedo y dividirnos como estudiantes. Y bien que lo lograron, porque casi todos se creyeron lo de la toma del Estadio y empezaron a acusar a los del Auditorio Che Guevara y otros, que nada tenían que ver.
Empezaron a surgir un montón de comunicados de los estudiantes en los que explicaban que sí hubo una expulsión de autoridades de la UNAM en el Estadio, pero porque no se sabía con seguridad a dónde llegaban los víveres y que en realidad se los estaban dando al ejército, y que por eso, luego de asambleas en el mismo Estadio, se decidió que sólo Protección Civil se quedara con los alumnos como organizadores del acopio. Y así estaba funcionando, algunos hasta grabaron videos diciendo que la toma era un rumor y que todavía se necesitaba la ayuda en ese centro.
Después salió la historia de Natalia Toledo, la hija del pintor oaxaqueño Francisco Toledo. Los estudiantes dijeron que uno de los camiones con víveres iba del Estadio para allá, a Juchitán, y que lo tenía que recibir ella, pero que en realidad nunca llegó y que la UNAM lo había desviado a las oficinas de la Sedesol en Oaxaca. Esa historia fue creíble hasta que Natalia dijo que ella no sabía nada y que no deberían meterla en el asunto ni a ella ni a su papá.
Para el jueves yo ya estaba completamente ansiosa por saber qué había pasado. Sentía una impotencia tremenda de sólo saber que entre los mismos estudiantes se estaban acusando, principalmente contra los de Filos y Polakas. Fui esa tarde a mi Facultad para donar algunos víveres y pregunté a algunos de ahí qué sabían de lo que pasó en el Estadio. Ninguno me supo responder, sólo decían cosas como “no estamos con los que lo tomaron, así que no sabemos” o “quién sabe, se armó un desmadre”.
Me fui al Estadio y estaba totalmente vacío, aunque adentro había una camioneta roja con gente cargando algunas bolsas que parecían de hielos. Vi a tres chicos en las astas y me acerqué a preguntarles qué había pasado. Dijeron que no sabían mucho, pero que el Estadio había sido entregado a la UNAM por un joven y que las autoridades habían decidido cerrar el centro de acopio. Esos tres chicos estaban recibiendo lo que algunos automóviles iban a dejar, pensando en que todavía funcionaba el Estadio, para canalizarlo al centro de acopio de Filos porque eran estudiantes de la Facultad. Ellos eran los únicos ahí.
En las redes sociales unos aplaudían que la UNAM había recuperado el Estadio y otros cuestionaban por qué no se había reabierto el centro de acopio, aunque en realidad nunca estuvo cerrado hasta ese jueves. De todas formas, las facultades siguieron en lo suyo. La brigada de difusión de Filos, igualmente de los estudiantes, publicaba las actividades de apoyo programadas en la Facultad y los alumnos compartían lo que se necesitaba en los centros de acopio e invitaban a unirse a las brigadas. No pararon, ni por el Estadio ni por las acusaciones en su contra.
Las otras facultades continuaron como desde que se acordaron los paros, a pesar de que algunas habían invitado a ya no meterse en lo del acopio por lo que supuestamente había pasado en el Estadio. Lo cierto es que nadie supo bien qué pasó, ni los de la misma Ciudad Universitaria. La cantidad de rumores y versiones distintas inundaban todas las redes sociales y no daban ninguna conclusión certera. Pero no pasaron de funcionar como eso, rumores, porque las actividades continuaban. El acopio siguió, las capacitaciones, los talleres, las salidas a albergues y otros estados. Todo seguía funcionando.
Se armó toda una campaña contra los estudiantes por parte de la UNAM, de eso muchos están seguros. Una campaña exitosa, dicen, porque logró confundir a la gente y poner a muchos del lado de las autoridades de la universidad, que desde el principio quisieron que regresáramos todos a las clases. Algunos opinaron que era un castigo de las autoridades tan bien planeado, que la confusión estaba dentro de la misma Ciudad Universitaria y logró fragmentar a las facultades. Pero eso no impidió nada y, la verdad, no creo que lo impida. Para ese viernes ya se había convocado a una nueva asamblea, por lo menos en Clásicas, y supongo también en otros colegios, para acordar cómo proseguirían las actividades una vez reiniciadas las clases o si se extendería el paro. Quiere decir que, a pesar de todo lo que se difundió, el miedo no entró en los estudiantes, y la organización continúa.
*Universitaria de la carrera en Letras Clásicas de la Facultad de Filosofía y Letras.
Foto: DGCS UNAM
Las autoridades, el gobierno, es un ente bien organizado donde las decisiones son tomadas por unos, muy pocos con todo el dinero y recursos humanos y tecnológicos. Los hemos visto actuar varias ocasiones: en la toma de poder de Peña Nieto, en las protestas contra el gasolinazo. Cuerpos de choque muy bien organizados, transportados descaradamente en autobuses que actúan de manera bien organizada con el fin de crear caos, confusión, dispersar a los verdaderos inconformes o grupos espontáneamente organizados con el fin de crear justificantes de la represión y q con la ayuda de medios de comunicación y grupos infiltrados en las redes sociales quienes de manera personal y con la ayuda de infinidad de bots difunden la confusión y justifican la acción de los medios represores en contra de unos ‘alborotadores’. Si realmente deseamos un cambio, tan necesario, en la vida de nuestro país debemos crear grupos bien organizados y comunicados que generen su propia voz interna y la trasciendan en la sociedad entre familiares y amigos que con el tiempo se vayan fortaleciendo y madurando, llegando a ser verdaderas fuentes dignas de confianza y fuera de cualquier duda.
Ese es el camino, recordemos el esfuerzo del movimiento #yosoy132, ahira prqcticamente en el olvido. Esfuerzos ciudadanos auténticos como este son no solo necesarios, sino URGENTES. Divide y vencerás es la consigna. El gobierno, los grupos de poder fáctico que representan al 1% de la población pero que son los dueños de TODO pero quieren aun MÁS.
El tiempo está de su lado, een tanto más tiempo tardemos en reaccionar en decir un YA BASTA, mejor para ellos.
Así las cosas. HASTA CUÁNDO DESPERTARÁS MÉXICO!!!!!