De la medicina a la clandestinidad y al trabajo migrante en Canadá

Testimonio recogido por Julio Martínez Rivera en El Salvador

Después de terminar mis estudios como profesor de secundaria, decidí ingresar a la universidad de El Salvador a estudiar la carrera de Medicina. Fui seleccionado como estudiante becario y viví dentro de la universidad, en la residencia estudiantil. Allí tuve la oportunidad de hacer muchos amigos entre los jóvenes que estudiaban la misma carrera.

Para entonces, el pueblo comenzaba a manifestarse en las calles debido a los fraudes electorales y marchas del magisterio para reivindicarse. Ante estos cambios sociales que se estaban dando, la universidad, como centro de estudio superior, también hacía su parte ante esta situación y había las organizaciones estudiantiles, como la Sociedad de Estudiantes de Medicina “Emilio Álvarez” (S.E.M.E.A), y yo pertenecía a esta sociedad.

Cinco años después, debido a la mayor represión del gobierno, el pueblo se organizó en movimientos de grupos armados y yo me incorporé en uno de ellos: el Bloque Popular Revolucionario (BPR). Fue en ese tiempo cuando comenzaron los hostigamientos a los cuarteles y puestos de defensa civil.

Me gradué como médico general ocho años más tarde, y comencé la especialidad de ginecología y obstetricia en el hospital de maternidad, pero seguía colaborando con organizaciones clandestinamente.

Los últimos años de la década de los años setenta se agudizaron las luchas armadas revolucionarias. Las organizaciones sociales se agruparon en un solo bloque llamado “Coordinadora de masas”.

Aumentó la represión por parte del gobierno, y se establecieron los grupos de exterminio “El Orden”. El objetivo era en las zonas rurales. Querían para eliminar a los campesinos que no tenían los mismos criterios que el gobierno en turno. Lo mismo sucedió en la ciudad con otro grupo de exterminio el “Escuadrón de la Muerte”, que eliminó a estudiantes, profesores y profesionales.

En 1980 terminé la especialidad de ginecología y obstetricia en el hospital de maternidad, y desempeñé el cargo como jefe de residentes en el mismo lugar. Sin embargo, por medio de un aviso secreto se me informó que estaba en una lista junto con mi familia para ser eliminado. Desde entonces abandoné el hospital y decidí irme a la clandestinidad a las montañas en la zona de Guazapa. Por seguridad envié a mi familia a Nicaragua. Sucedió que dentro de las mismas organizaciones había envidia y comenzaron a eliminarse entre ellos algunos dirigentes. Esto afectó a las organizaciones en Nicaragua y a todo el movimiento revolucionario. Mi familia resultó afectada estando en Nicaragua, y yo en el El Salvador.

En 1981 sucedió la primera ofensiva y se montó un pequeño hospital en las cuevas llamadas “tatús”, en la misma zona de Guazapa. Allí se atendía a los heridos por el combate y los partos de las compañeras que parián durante el conflicto.

Estuve cinco años en la clandestinidad. Durante ese tiempo visité a mis padres, que vivían en San Salvador en dos ocasiones, y me di cuenta de todo lo que estaba sucediendo. Entonces pedí permiso y, gracias a mensajeros que viajaban a Nicaragua, conseguí salir del país pasando por puntos ciegos. Llegamos a Honduras y después a Nicaragua, en donde se encontraba mi familia, y ya no regresé a Guazapa.

Contacté con una organización canadiense en ese país. Ellos brindaban ayuda a exiliados que se encontraban en ese país. Tramitaron mi aceptación en Canadá. Viajamos a México por vía terrestre y allí vivimos en una casa que la misma organización nos facilitó. Era un lugar que albergaba a inmigrantes y nos daban ayuda económica y todo lo que necesitábamos, así como asesoría para continuar con los trámites.

En 1985 viajamos a Canadá. Nos dieron un apartamento amueblado, una cuota mensual mientras encontrábamos trabajo. Cuando comenzabas a trabajar, ellos suspendían la ayuda.

Una vez que nos establecimos, nos dimos cuenta de la gran discriminación que hay para el inmigrante. Los trabajos que haces son aquellos que nadie quiere hacer, en especial los de casa. Yo comencé a trabajar en una fábrica, y allí sigo hasta hoy. Nunca me incorporé a un hospital. No quise hacerlo por razones personales.

El idioma es una gran barrera, pero con poco de esfuerzo se aprende y hay que incorporarse a la cultura del país receptor, aunque sin olvidar del todo las raíces de tu país.

Viajo a El Salvador a visitar a mi familia, pero no para regresar porque mi país no me ofrece las mismas condiciones económicas. Ahora mis hijos son profesionales y son casados, yo me encuentro bien y todavía vivo en Canadá.

Publicado el 9 de julio 2012

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