a Lourdes Villafaña, a los recuerdos, a Gloria Muñoz, a Rubén Ortiz, también a René Villanueva y, por supuesto a Daniel
Desde que David Roura te compartió su dolor por la muerte de Daniel Viglietti “esta muerte que pega en lo más hondo del corazón”, no te calienta ni el sol. Piensas en Lourdes que inicia el recorrido por una viudez que no se anunció pues en Daniel todo era vida, vitalidad, compromiso con la vida; tres días antes de entrar a quirófano dio un concierto para recordar al Che, al Hombre Nuevo. Brotan los recuerdos y apenas escribes la palabra “Recuerdos” surge la sonrisa de Eduardo Galeano: “Recordar: del latín re-cordis. Volver a pasar por el corazón”.
Los recuerdos son pedacitos de canción, fotografías de los momentos felices, de los encuentros, de las reuniones, del abrazo fraterno. Estamos hechos de recuerdos. Brotan como agua del manantial, brotan por salir nomás, porque necesitan ser vueltos a vivir, brotan sin orden cronológico. También brotan las lágrimas.
Primero conociste su voz, su canto. Te atraparon la belleza de la guitarra, la voz profunda, el contenido de las letras. El locutor de Radio Educación lo llamó “Mario Viglietti”. Te lo repetiste varias veces. Memorizaste el nombre. Lo fuiste repitiendo rumbo a la Gandhi en busca de sus discos. “Sólo tenemos de Daniel Viglietti: Trópicos y En Vivo. También hay un libro, pero es de Mario Benedetti sobre Daniel Viglietti”. Así los conociste a ambos, acababas de cumplir 18 años.
A Daniel te lo presentó Carlos Fazio, el buen Carlos Fazio. Era un concierto en el auditorio Che Guevara en el que habría una intervención del líder tupamaro Raúl Sendic. No cabías de la emoción. Te sabías casi todas las canciones: Dale tu mano al indio, A desalambrar, Gurisito… Queríamos romper los mapas: “formar el mapa de todos, mestizos, negros y blancos, trazarlo codo con codo”.
René, René Villanueva, tu René te hablaba de Daniel. Te contaba de ese Uruguay en que creció Viglietti, “la Suiza Latinoamérica” en la que todo era bonanza hasta que la verdad de las cosas salió a relucir, como si estos amigos hermanados por la vida hubieran crecido juntos. Te hablaba de Cédar Viglietti que tocaba la guitarra y amaba el “Folklore” y de Lyda, la mamá de Daniel, “Lyda, no Lydia”, Indart que era pianista. Te hablaba de los papás de Daniel, como si los hubiera conocido, como si fueran sus tíos. Pero también te decía de la tremenda tensión que generó el encarcelamiento de Daniel en 1972: “Cuando la censura ya no fue suficiente vino la represión”. René tenía un programa en Radio Unam, Letra y música en América Latina, musicalizó unos fragmentos de El cumpleaños de Juan Ángel de Mario Benedetti con canciones de Daniel Viglietti. Era su manera de apoyar, de exigir la liberación del cantante, del músico. De la misma manera y de muchas más se manifestaban los jóvenes uruguayos, los “orientales”, pero también gente como el filósofo existencialista Jean Paul Sartre, el premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el querido cronopio Julio Cortázar y Francois Mitterand, quien estaba lejos aún de la presidencia de Francia.
De entonces viene el Cielito del calabozo: “Cielito, cielo que sí, cielito del calabozo, a dónde nos han metido pa’ sacarnos el antojo. Cielito, cielo que sí, el antojo me lo guardo, porque me sobran razones y porque soy uruguayo…”.
En 1973, Viglietti es liberado y se exila en Argentina y se re-exilia en Francia. Pero en 1974 vino a México. Cantó en la Casa del Lago, donde platicó largamente con David Roura quien estaba ensayando una obra de teatro, cantó en La Peña de Los Folkloristas y también dio un recital en Xalapa. Desde entonces los caminos de Daniel y René se hicieron paralelos. Tenían en común el gusto por los libros, el amor por la poesía, las mismas inquietudes políticas y una imperiosa necesidad de hacer un registro sonoro de músicas y conversaciones. Ambos andaban siempre con una grabadora en mano. Las grabaciones de Daniel se han transmitido por radio a través de su programa Tímpano y en televisión a través de Párpados. Las de René constituyen un tesoro sonoro que se ha convertido en repertorio de Los Folkloristas y en discos con sus grabaciones de campo.
Recuerdas como si fuera ayer una noche en que Daniel llegó a La Casa del Color y de la Música con Trilce, su hija, muy hermosa, muy jovencita, y muy agotada por el cambio de horario de su natal Francia a un México que era una patria para su papá. Después de tomar un vaso de agua de toronja, una de las especialidades culinarias de René, Trilce quedó envuelta en un rebozo y se durmió sobre el pecho de Daniel quien ya no se atrevió a hablar ni a moverse para no despertarla. Estuvimos en silencio, velando su sueño. Mirándola dormir.
En otra ocasión, René y Daniel se morían de risa porque Rubén Ortiz relataba una tragedia doméstica: la inundación de la casa de su compañera. Pero lo contaba con grandes gestos y acabaron los tres tarareando y actuando el tema del Aprendiz de brujo como si estuvieran en la película Fantasía de Walt Disney, barriendo ríos de agua.
Entre los grandes cariños de Daniel está Rosario Ibarra de Piedra, Doña Rosario, mamá Rosario, la Jefa de muchos, muchos desaparecidos que gracias a la tenacidad de Rosario y las Doñas del Comité Eureka! salieron de un limbo peor que cualquier infierno. Para ella, Daniel tocaba De noche en casa juntos de Raimon y Otra voz canta, el poema de Circe Maia. Rosario escuchaba atenta, las manos unidas en una plegaria, los ojos cerrados para que no escurrieran las lágrimas. Se volvía diminuta entre las fotos de su hijo Jesús, de aquellos tiempos en que todos eran pura sonrisa, entre los carteles que agigantan la foto de una credencial para convertirla en un motivo de lucha y una razón para seguir viviendo. Fotos tomadas durante su campaña a la presidencia, fotos encarando a militares, fotos gritando: ¡Vivos se los llevaron, Vivos los queremos! Fotos pero también vitrinas llenas de objetos queridos, una colección de gatos de todas formas y colores. Cortinas de encaje aislaban su departamento del mundanal ruido, de las miradas indiscretas; a lo largo de los pasillos había alteros y alteros de cajas repletas de papeles. Bien documentada la guerra sucia de nuestro país.
Rosario servía sus mejores platillos. Con su acento norteño contaba que un guiso de carne de cerdo es uno de los predilectos del Subcomandante Insurgente Marcos y que una vez ella tenía que ir a Chiapas a verlo, que preparó el platillo y se lo llevó en un tóper. Tomó el avión, llegó allá, se encaminó a algún lugar de las montañas del sureste mexicano y que cuando puso el tóper con el guiso en manos del Sup estaba aún calientito, sazonado por los miles de kilómetros recorridos. Entonces Daniel lo probaba casi con solemnidad.
Fue en casa de Rosario que Daniel hizo el estreno mundial de Chiapaneca: “Esos rasgos que asoman del pasamontañas son lo aparecido, son lo aparecido de lo que se ha ido”. La empezó a componer desde antes del Primer Encuentro por la Humanidad y contra el neoliberalismo celebrado en 1996. Daniel era uno de los invitados especiales y su presencia era la más respetuosa, la más discreta; de lo más comprometido. Estaba sentado en la plenaria, bajo el rayo de un sol más trafoguero que el de su canción La llamarada. Sus botas habían andado los caminos de lodo, de ese barro germinal chiapaneco. Estaba ahí, atento. Grabadora en mano.
Pero en este recordar a Daniel Viglietti, en este tratar de unir los pedazos dispersos en la memoria, aparece siempre la solidaridad de Daniel. Siempre del lado de las mejores causas. Siempre buscando comprender. Siempre compartiendo una canción, una reflexión, una anécdota. Conversando. Escuchando. Muy lejos de la imagen que algún roquero cronicó de un recital donde Viglietti, muy serio, le dijo al público que correaba los nombres de sus canciones más emblemáticas, que él venía a mostrar su trabajo más reciente, que lo dejaran cantar sus nuevas composiciones, dicho en tono de reproche.
Supiste que Daniel y Lourdes se habían casado el mismo día que René y tú, y que hubo mariachis y fue una fiesta de música y de amor. Cuando nos volvimos a ver, ellos venían con un ramo de flores amarillas, alegres, sencillas como ellos mismos. Daniel se preocupaba por René. Sabía de su cáncer terminal y no quería que se agitara, lo trataba con la misma delicadeza que si fuera de cristal. Cuando René habló de brindar por el reencuentro y las bodas, a Daniel casi le da un infarto. René quería hacerle un retrato. Pero había poco tiempo y Daniel no traía su guitarra. La opción fue una serie de fotos de Daniel, muy en pose, tocando una guitarra imaginaria.
Ves ahora una foto de Daniel con su sueter azul de cashmire, su gorra, sonriente tras un concierto en pro del Comité 68. Ves otra foto de Daniel en el Zócalo capitalino abrazando a Pepe Ávila en el maratón musical por los 40 años del exilio argentino en México. Ves en Desinformémonos una serie de fotos que duelen y curan a un mismo tiempo. Un ataúd. Muchas flores. Mucha, muchísima gente. Una bandera que encontró en el canto y en la lucha de Daniel una patria: “Las nueve franjas son libres, no son rejas de prisión, son como ríos llevando libertad al corazón”.
Ves a Lourdes, hermosa como siempre, dolida como nunca. Pide que recordemos a Daniel como un luchador social. Sí, como un Gurisito que se volvió un Hombre Nuevo, Un Hombre que se Levanta, como el Elegido. El que nos desalambró. ** ** **
Haciendo un ejercicio de memoria más exacto fue en 1974 cuando conocí a Viglietti en la Casa del Lago. bueno, luego la memoria no es tan exacta.
Siempre recordare la primera vez que lo vi en persona hace muchisimos años. Un recital en la Plaza de los Olimpicos. Eramos muy jovenes