Foto: Telam
Análisis a dos años de iniciada la pandemia: sobran vacunas, aumentan los casos, disminuyen las muertes y siguen los barbijos. Profundización de la crisis socioambiental, vieja y nueva normalidad. Momentos para reflexionar, como exclama Donna Haraway. Ensayo de un pensamiento colectivo con voces que cuestionan el modelo y proponen salidas.
Ya transitamos casi dos años en la pandemia de Covid-19 y la salida no se vislumbra. Es más, los gobiernos y sus “equipos de expertos” zigzaguean entre la ya utópica “la vacuna es la salida de la pandemia” y la escéptica “hay que acostumbrarse a convivir con el virus”, como desarrollan especialistas de diversos continentes ante la pregunta qué ha pasado con la inmunidad de rebaño.
Pandemia, nueva normalidad o mantener lo viejo
En el transporte público, comercios y muchas calles siguen las caras tapadas con barbijos y hay que hacer un esfuerzo para no acostumbrarse. Saludos con beso, mates compartidos ¿viejas costumbres? Europa recibió el invierno en estado de alarma frente a los aumentos de casos y muertes. El comunicado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Europa del 23 de noviembre expresó que esperan salas de cuidados intensivos tensionadas y 2,2 millones de muertes acumuladas al llegar a la primavera.
En Argentina, diciembre arrancó con la tercera ola de contagios de Covid-19 que hasta el momento no se refleja en cantidad de muertes e internaciones. ¿Es un panorama alentador? Mucho más alentador que las dos olas anteriores pero peor de lo esperado. ¿Comienzo de la salida, continuidad, nueva etapa?
El temor vuelve, aumentan las dosis de vacunas, se instala el pase sanitario y la respon-culpabilidad individual “a no relajarse: barbijo y distanciamiento social” de los epidemiólogos mediáticos.
Mientras avanza la tercera ola de pandemia, se suceden olas de calor, incendios y sequías. Se intenta instalar la aceptación de “nueva normalidad” que significa “profundización de la vieja normalidad” de extractivismo y cambio climático. Desmonte, incendios forestales, inundaciones, sequía, hacinamiento en las grandes urbes y vidas precarias, trabajos insalubres con jornadas extenuantes y desocupación, megaminería contaminante, factorías de animales y agronegocio que cultivan dólares, enfermedades y muerte; y una industria de comestibles que enriquece incesantemente sus ganancias y empobrece nuestra salud. Un escenario que explica el desarrollo de la pandemia.
De Plaza de Mayo a Mendoza, Chubut y Mar del Plata
Pero también se convierten en “normalidad” el rechazo y las resistencias a este modelo de vida. A 20 años de las jornadas de diciembre del 2001 que derrocaron a un Presidente, pero sobre todo a un ciclo de hambre y ajuste, Chubut celebró un nuevo triunfo contra el intento de avance megaminero y refuerza las convicciones que dejó Mendoza hace dos años.
Durante el 2021 también ganó la defensa del mar, con la prohibición en Tierra del Fuego de la cría industrial de salmones, y el 2022 comenzó con un rechazó masivo a la exploración (y posterior explotación) hidrocarburífera marítima en las costas de Buenos Aires.
Siguen en el aire los ecos de las movilizaciones de la última década en Ecuador, Bolivia y Chile (por nombrar los más masivos y mediáticos) diciendo “basta de ajuste y saqueo” junto a la defensa de las formas de vida campesinas e indígenas.
Las resistencias al extractivismo, saqueo y pobreza crecen en terrenos, tierras y territorios recuperados para vivir, alimentar y cuidar los bienes naturoculturales; al mismo tiempo que crece la violencia estatal como respuesta.
Un concepto nuevo para explicar lo viejo (y pensar salidas)
Son tiempos para el imperativo de la bióloga Donna Haraway en su libro Seguir con el problema: “Pensar debemos, debemos pensar. ¡Tenemos que pensar!”. Y para sus historias de recuperación, aún posible, pero en otro lugar y otro tiempo que fue, aún es (y podría llegar a ser) lo que Haraway escogió llamar “chthuluceno”, un espacio-tiempo en el que la sanación es posible. El “chthuluceno” no es desesperación ni esperanza, no es reconciliación ni restauración; se trata más bien de recuperación.
Aclara Haraway: “Mi narración multiespecies trata sobre la recuperación en historias complejas tan llenas de muerte como de vida, tan llenas de finales, y hasta de genocidios, como de principios (…) Estas son historias en las que jugadores multiespecies, enredados en traducciones parciales y fallidas a lo largo y ancho de la diferencia, rehacen maneras de vivir y morir en sintonía con un florecimiento finito aún posible, una recuperación aún posible”.
Explica que los actores principales no están restringidos al par único de jugadores de las historias demasiado grandes del capitaloceno o el antropoceno (como se denomina al período de cambios que venimos atravesando a causa del sistema capitalista o bien al surgimiento del ser humano), que nos invitan a extraños pánicos apocalípticos y denuncias desconectadas aún más extrañas, en lugar de prácticas amables de pensamiento, amor, rabia y cuidados.
Haraway juega con sus historias en un pensamiento colectivo en el que se pasan historias, conocimientos, conceptos, relaciones y mundos al ritmo del tradicional juego de figuras de cuerdas (manos e hilos que hacen y deshacen figuras). El juego de figuras de cuerdas propone un pensar abierto, generativo, complejo, colectivo, alegre, alborotado, amable, multiespecies, simpoiético (crear y producir con otres; concepto que Haraway usa en contraposición a autopoyesis -producirse a sí mismos- tan común en biología).
“Jugar a figuras de cuerdas implica dar y recibir patrones; dejar caer hilos, fracasar y a veces encontrar algo que funciona, algo consecuente y quizás hasta bello, algo que antes no estaba allí; va sobre transmitir conexiones que importan, sobre contar historias con manos sobre manos, dedos sobre dedos, puntos de anclaje sobre puntos de anclaje; sobre elaborar condiciones para el florecer finito en la tierra. Las figuras de cuerdas requieren detenerse para recibir y pasar el relevo. La erudición y la política también son así: ir pasando algo en torsiones y madejas que requieren pasión y acción, deteniéndose y moviéndose, anclando y zarpando”, explica la investigadora.
Miradas para analizar la pandemia, vacunas y el rol de la ciencia
Frente a la ciencia “autorizada”, de las corporaciones y expertos, que se hace pocas y estrechas preguntas, sin salirse de los márgenes ni sumergirse un poco más profundo; con respuesta única, homogénea, sin tamices y vendible. El imperativo de Haraway (“¡Debemos pensar!”) invita a disputar las ciencias, sus discursos y tecnologías.
Frente a los intentos de normalizar la vida en pandemia y la crisis socioambiental, las historias de Haraway y sus juegos de figuras de cuerdas vitalizan. Así es que se puede pensar la pandemia y la crisis socioambiental como un juego de figuras de cuerdas con personas con compromiso, pensamiento colectivo y abierto.
Alicia Massarini, bióloga, investigadora del Conicet (recientemente jubilada) e integrantes de la Unión de Científicxs Comprometidxs con la Sociedad y el Ambiente (Uccsnal), toma la cuerda de “las vacunas son la salida” y pregunta: “¿Por qué todos los ‘expertos’ repiten sin cesar en los medios el mantra ‘todas las vacunas son buenas, todas las vacunas son seguras’ cuando es imposible sustentar estas afirmaciones en datos científicos, dado que no ha transcurrido el tiempo necesario y suficiente para evaluar la eficacia y la seguridad de cada una de las vacunas en el mediano y en el largo plazo?”
Frente a las diferentes plataformas de vacunas, algunas tradicionales (Sinopharm y Soberana) y otras novedosas como vectores virales (Sputnik y AstraZeneca) y de RNA (Pfizer y Moderna), Massarini piensa y entrelaza las cuerdas: “¿No resulta sugestivo que estas diferencias sólo han comenzado a mencionarse en la comunicación pública a la hora de promover la vacunación masiva en niños y niñas, haciendo referencia a Sinopharm como una vacuna muy segura porque está elaborada con una plataforma convencional? ¿Acaso esta información no era relevante para adultos mayores, embarazadas, grupos de riesgo? ¿Es aceptable que se afirme que es seguro vacunar a personas con conmorbilidades, niños y embarazadas cuando estos grupos no formaron parte de los ensayos clínicos de ninguna de las vacunas?”.
Se pregunta a qué se debe que las razonables dudas e incertidumbres que involucra esta problemática no sean parte de un amplio debate social que no se encuadre en la falsa dicotomía vacunas-antivacunas. Y vuelve a preguntarse: ¿Cuál es la responsabilidad de la comunidad científica en la ausencia de esta necesaria reflexión crítica colectiva?
Matías Blaustein es biólogo, filósofo, investigador del Conicet y Coordinador del Grupo de Biología de Sistemas y Filosofía del Cáncer. Enlaza a las corporaciones y también pregunta: ¿Cómo pueden suponerse nuestros “salvadores” aquellos empresarios que se enriquecen con la venta de vacunas cuando son los mismos que se enriquecen con la profundización del agronegocio, los negocios ganaderos y mineros que siembran y auguran las próximas epidemias y pandemias? ¿Qué responsabilidad le cabe a un sistema tecno-científico que genera las condiciones de posibilidad para el surgimiento de epidemias y pandemias, para la profundización de sequías, inundaciones, incendios y contaminaciones o que realiza promesas prometeicas en relación a una inmunidad de grupo que no ocurre o un fin de la pandemia que no llega? ¿Podrá resultar la genómica, la biotecnología y la industria farmacéutica una solución real al problema de la pandemia, de las epidemias, del hambre o de las sequías sin un abordaje inter, trans o indisciplinario que vaya más allá del reduccionismo de expertos y que pueda dialogar con los saberes populares y comunitarios?
Preguntas para construir otros caminos
Leonardo Rossi es doctorando en Ciencias Políticas e integrante del Colectivo Colectivo Ecología Política del Sur(IRES/Conicet). Se suma a este juego en red de pensar en colectivo y apunta al agronegocio y su vínculo con las farmacéuticas para pensar verdaderos ciclos vitales: “Las des-conexiones entre agricultura, ecosistemas, alimento y salud tan brutales en los imaginarios políticos están más que claras para ciertos empresarios. Nueva vieja normalidad. Necesitamos alimentos nutricionalmente ricos, con suelos vivos, biodiversos, para mejorar la salud colectiva. Necesitamos alimentos provenientes de sistemas que tiendan a ser autónomos en sus ciclos de nutrientes y tiendan a reducir el uso de la cadena petro-química. Es una necesidad ecológica y una imposición inminente por la escasez de los propios recursos de la cadena hidro-carburífera al que está atado el modelo alimentario industrial (maquinaria, agrotóxicos, fertilizantes). Necesitamos procesos agroalimentarios que cooperen a restaurar y vivificar ecosistemas de los que depende nuestro bienestar inmunológico”.
Rossi repudia el asesinato del referente mapuche Elías Garay en Cuesta del Ternero (Río Negro) y lo vincula al presente pandémico: “En un mundo en colapso quienes re-habitan la tierra con profunda dimensión de lo que es un territorio marcan horizontes de salida a esta crisis civilizatoria. No sin dificultades, abren caminos de otras formas de organización política, perspectivas de uso de la tierra y bienes comunes, y debieran ser dimensionados como tal: cultivos políticos para las transiciones”.
Adriana Schnek, bióloga e integrante del colectivo Ciencia entre Todxs, toma la cuerda de la vida y la muerte, piensa en los discursos de los funcionarios públicos y pregunta: “¿Cuánto importan las vidas humanas? ¿Cuánto afectan tantas muertes? ¿Qué significado tomó la vida? ¿Y la muerte? ¿Qué preguntas no me estoy haciendo?”.
Cecilia Reina, profesora de ciencias naturales, piensa en las prescripciones de la OMS frente a la pandemia e intenta reconocer otras formas de vida, saberes, personas, relaciones y, en definitiva, otros mundos: “¿Qué saberes (y concepciones) sobre la salud y la enfermedad han sido desestimados, como un jugador ‘tapado’ que permanece en el banco porque nadie hace el cambio aunque los resultados no sean los esperados? ¿Qué implica ‘recuperar’ en términos de saberes? ¿Qué puntos de anclaje reconocemos (en aquellas preguntas que habilitan la complejidad) para construir otras narrativas que enmarquen prácticas amables de pensamiento, amor, rabia y cuidados?”
Ciencia y capitalismo, el “progreso” y horizontes posibles
Carla Poth, politóloga, investigadora y docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento, piensa en el después de la pandemia. Viene problematizando la cuestión de la “posnormalidad”. Esa palabra la llena de dudas. En primer lugar, la idea de un momento posterior a la normalidad, una secuencia temporal lineal de antes y después que supone cosas diferentes le hace ruidos. Sobre todo, explica, porque es muy difícil pensar en un antes y un después completamente diferente. Surge la necesidad de pensar como proceso, e identificar cuáles son las continuidades y las rupturas que la pandemia establece con esa “normalidad” anterior. En segundo lugar, señala que una cuestión que le genera escozor es la noción de “normalidad”, la aceptación de un mundo normativizado es algo que no puede dejar de reflexionar. “Aceptar ese concepto, que implica una existencia absolutamente regulada (en las formas de vida, de identificarnos y relacionarnos) nos exige pensar qué es esa norma, cuál es esa normalidad, cómo se construyó”, explica.
La cuerda de la “normalidad” se cruza varias veces en este pensar colectivo, Poth la agarra: “La normalidad de la que venimos se sustenta sobre las formas más denigrantes de descalificación de la vida: el capitalismo negando/anulando, de una multiplicidad de maneras, la humanidad y la naturaleza. La pandemia es un resultado de esa anulación”. Y trenza esta cuerda con las cuerdas de lo que segrega la norma y también lo que escapa y resiste: las diferencias identitarias, los adultos mayores, migrantes, pobres, pueblos fumigados. Y denuncia: “Son plausibles de ser sacrificados en pos de la supervivencia del capital. En esta ‘normalidad’ de la que venimos, la producción de ganancia es la condición sine qua non para cualquier actividad humana y natural: lo que no genera capital, es digno de desaparecer”.
También surge una crítica contra “esa normalidad que se muestra como normal”. Una nueva comprensión de las relaciones propone pensar que la salud no es un tema de “expertos”.
La explicación de lo vivido hoy no sale de la ciencia hegemónica que sigue pensando la salud sólo como enfermedad, que observa la realidad fragmentada, deshistorizada, descontextualizada de lo social y lo natural.
La solución a este problema (al de la pandemia, primero, al del capitalismo después) no puede salir de una producción de conocimiento que propone, a partir de un diagnóstico irreflexivo (y que naturaliza que la propia ciencia está al servicio del capitalismo que propone la muerte), “nuevas tecnologías para la enfermedad” (vacunas, medicamentos) que acrecientan las ganancias de quienes alimentan los modelos productivos que nos enferman.
Si la historia ha sido vista como el “progreso de la humanidad” y se ha llegado a este estadio, quizás sea el momento de pensar la historia a contrapelo.
Antes de compartir y pasar la red construida, Poth toma la cuerda de las resistencias que es fuerte y se enlazó muchas veces: “Son nuestras resistencias propositivas las que nos permiten pensar diagnósticos complejos, reconociendo la multiplicidad de problemas que construyen y destruyen nuestra salud y las que nos obligan a problematizarla desde una construcción colectiva. Las luchas contra el extractivismo, el feminismo, han sido las redes de supervivencia que mantienen nuestra dignidad en pie, nos abrazan a la vida, y mantienen la luz encendida que nos guía hacia otros horizontes posibles.”
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva