Foto: Madalena, esclavizada a los 8 años por acudir a pedir comida a la casa de sus verdugos. – Reprodução
El caso de Madalena Gordiano, una mujer que vivió 38 años en régimen de esclavitud en el estado de Minas Gerais y que fue rescatada a finales de 2020, debe ser analizado, no como un episodio sui generis de la realidad brasileña, sino como un exponente de la dura herencia esclavista que pervive en nuestra sociedad.
Brasil, el último país de América Latina en abolir la esclavitud después de más de 300 años de explotación racista, aún mantiene herramientas y mecanismos de discriminación que derivan en un verdadero régimen de apartheid con la evidente segregación racial, causa y consecuencia del genocidio de la juventud negra, de la trata y la explotación sexual de menores y adolescentes, del trabajo infantil, de la violencia policial, del encarcelamiento de cuerpos negros y no blancos, de la invasión de tierras quilombolas e indígenas y también de la actual política genocida del presidente de la República Jair Messias Bolsonaro, que intencionalmente deja de actuar (o actúa), para agravar la grave situación de calamidad pública y el colapso del sistema de salud por el coronavirus.
La atención que el caso de Madalena tuvo en los medios debe servir para concienciar a la sociedad brasileña de la existencia histórica de la explotación doméstica de niñas y mujeres negras, pero no solo para eso. También debe hacernos reflexionar sobre las formas de explotación de los cuerpos negros y no blancos, los métodos de disciplinar a esos mismos cuerpos y la política de matar y dejar morir que persiste en el Estado y en la sociedad brasileña, incluso después de 130 años de la abolición del trabajo esclavo en Brasil.
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Esclavizada por una familia blanca, que incluso contrajo deudas a su nombre, el caso de Madalena será, con un 80% de probabilidad, juzgado por un juez blanco, representado por un fiscal blanco y defendido por un abogado blanco. Además, resultado de la esclavitud y su viva herencia, el sistema judicial brasileño está formado por una élite blanca que, aunque se aprovecha de los beneficios de la explotación racial histórica y actual en Brasil, se niega a admitir, reconocer y conocer su propio pasado esclavista. Eso cuando no se muestra orgullosa de ese mismo pasado. Se trata de la producción y propagación de una necromemoria, es decir, la manipulación de la historia de las relaciones raciales que, por un lado, oculta y silencia la resistencia de los negros, esclavizados o no negros en el pasado, y, por otro lado, promueve la irresponsabilidad de los europeodescendientes blancos en el escenario actual de miseria, pobreza, desempleo, genocidio, muerte y explotación de los no blancos.
Madalena fue esclavizada a los 8 años cuando acudió a pedir comida a casa de sus verdugos. Como tantas otras chicas negras en Brasil, vivió en el infierno para no tener que vivir con hambre. Como tantas otras personas negras en Brasil, fue explotada y se le negó el derecho a la libertad, la dignidad y la vida. ¿Cuántas Madalenas mueren actualmente en la cola de los hospitales brasileños, sin oxígeno, por las políticas de muerte de Bolsonaro? ¿Cuántas ven morir a sus hijos como resultado de la violencia policial? ¿Cuántas se prostituyen y sus cuerpos son explotados e invadidos? El racismo es el rostro más cruel de la historia. Rechazarlo no es una cuestión de elección, es un deber cívico. Rechazarlo no es una simple elección personal, es una tarea que debemos realizar ahora.
*Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez
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