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Cuando los sobrevivientes de desaparición hablan

Carolina Robledo Silvestre / CIESAS-GIASF*

Reyna Patricia Ambros Zapatero es una sobreviviente de desaparición forzada. El 23 de mayo de 2018 fue sustraída a la fuerza de su coche en Nuevo Laredo Tamaulipas por integrantes de la Marina Mexicana, que la retuvieron durante tres días, torturándola física y psicológicamente.  En la sesión de clausura del Comité contra las Desapariciones Forzadas de la ONU el pasado 7 de mayo,[1] Patricia contó que todo empezó el 4 de abril de 2018 cuando fue testigo presencial de la detención arbitraria y posterior desaparición forzada de Ángel Chigo Villegas. A partir de entonces Patricia se movilizó junto a su familia para encontrar a Ángel con vida, pero sólo logró que a ella también la desaparecieran. Antes de su liberación, los militares la amenazaron con matarla si ponía una demanda, asistía a manifestaciones o seguía participando de las búsquedas.

El testimonio de Reyna estremece, no sólo por el coraje de hablar a pesar del miedo que quisieron sembrarle, sino por la verdad que transmite, esa que generalmente se sepulta bajo el silencio de la desaparición, las voces de los que no pudieron hablar, y la impunidad de los perpetradores, que extiende la crueldad de la desaparición.  

En México hemos escuchado pocos testimonios de sobrevivientes de desaparición forzada quizá porque sigue siendo un método de terror eficaz para engullir vidas y encubrir verdades. Pese a ello, las pocas voces que hemos escuchado, han sido fundamentales para comprender los modos en que la desaparición ocurre, su sistematicidad y la clara participación de las autoridades en su ejecución: pensemos en los sobrevivientes de Ayotzinapa, las masacres contra migrantes en Tamaulipas, o la cantidad de casos documentados de detenciones arbitrarias y torturas que bien podrían haber terminado en desapariciones forzadas.[2] 

La desaparición se ejerce a partir del secreto, pues es su dimensión clandestina, oculta y negada, la que le provee efectividad. Es a partir del secreto que la desaparición fragmenta, paraliza y silencia. Entonces, cuando el sobreviviente es liberado, rescatado o logra huir, la secrecía  se interrumpe y abre la posibilidad de que un pedacito de verdad asome, en un país con más de 80 mil preguntas abiertas, una por cada persona desaparecida.

Por ello, la figura del sobreviviente es crucial cuando nos preocupamos por comprender los crímenes más atroces. Pero no podemos exigir a los sobrevivientes su testimonio y cargar en ellos la responsabilidad de la verdad. Sobrevivir es ya de por sí un trabajo arduo y costoso en un país en donde el Estado que debería protegerte, roba tu libertad y amenaza con acabar tu vida. Para que la voz del sobreviviente sea escuchada deben existir las condiciones que posibiliten su palabra, garanticen su seguridad y procuren hacerle justicia. ¿Será posible eso en un país en el que la mayoría de los familiares de personas desaparecidas señalan maltrato, desdén, hostigamiento y violencia por parte de las autoridades a las que se acercan a denunciar la desaparición?

Quienes, como Patricia, deciden hablar a pesar de todas las dificultades, no sólo son sobrevivientes, sino que se reconstruyen en ese ejercicio de denuncia. Al alejarse del papel de víctimas del terror  se convierten en actores políticos del movimiento de denuncia humanitaria, como ocurrió en la dictadura Argentina,[3] o un poco más atrás en la historia, durante el genocidio nazi.

Justamente la irrupción masiva de los testimonios de los sobrevivientes se produjo en el juicio contra el burócrata nazi Adolf Eichmann en Jerusalém, en abril de 1961. A diferencia de lo que había ocurrido durante el proceso de Nüremberg, donde el peso probatorio había recaído en los documentos escritos, el juicio al principal funcionario implicado en el exterminio masivo de la población judía en territorio europeo, se apoyó fundamentalmente en los relatos de sobrevivientes de diversos campos. Las audiencias, transmitidas por televisión llevaron los testimonios de la barbarie nazi a un primer plano de la escena pública mundial. El impacto de estos relatos sentó las bases para aquello que se ha llamado “la era del testigo” que se refiere a la circulación masiva de la palabra de los sobrevivientes del genocidio nazi.

Pero para que la palabra del sobreviviente ocupe ese lugar de testigo se requiere de un campo institucional y jurídico que la reconozca y le ofrezca un lugar de escucha ¿Qué están haciendo nuestras fiscalías y comisiones de búsqueda para procurar condiciones de escucha a la voz de los sobrevivientes de desaparición? ¿Se ha honrado acaso su valentía al hablar?

El testimonio de Patricia nos dice que no que no se ha hecho nada, que los responsables de su desaparición no han sido llamados a rendir cuentas, que para ella ya no es posible vivir sin miedo: “Espero que algún día reciba una reparación real por lo que he sufrido y que mi caso sea realmente investigado… es imposible recuperarse así. Necesito justicia y reparación. Todos necesitamos poder caminar por las calles de nuestras ciudades sin miedo”.

Escucho a Patricia y pienso en la necesidad de sostener la exigencia de búsqueda inmediata para detener la desaparición de personas en México, un país en el que siguen desapareciendo personas todos los días. Pienso también en la urgencia de que se abran los cuarteles de los estamentos militares para buscar a los desaparecidos que acumulamos desde hace medio siglo, y en la necesidad de una Fiscalía que quiera investigar y cumplir con su obligación de búsqueda. Nada de eso está pasando y me pregunto qué le podremos ofrecer a Patricia más allá de nuestra escucha e indignación.


[1] Puede ver el testimonio de Patricia a partir del minuto 23:00 en este link.

[2] Ver por ejemplo el caso de Óscar Kábata, detenido y torturado por integrantes del Ejército mexicano durante el Operativo Chihuahua

[3] La figura del sobreviviente en la Argentina es compleja. Si bien se trata de un actor político de gran relevancia en el campo de la militancia por los derechos humanos, también se trata de un sujeto marcado bajo sospecha y desconfianza por haber sobrevivido.


*El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador y estudiantes asociados a los proyectos del Grupo (Ver más: www.giasf.org)

La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición de adondevanlosdesaparecidos.org o de las personas que integran el GIASF.


Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos.

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