Cuando la prensa también blanqueaba a los nazis

Layla Martínez

Imagen: Página del ‘Daily Mail’ del 15 de enero de 1934 en la que está publicado el artículo de Lord Rothermere «Hurrah for the Blackshirts».

Aquella tarde de finales de enero las calles de Londres se llenaron de periódicos ardiendo. Militantes laboristas, comunistas y sindicalistas quemaron miles de ejemplares del Daily Mail en una acción espontánea que pronto se extendió por toda la ciudad. Por entonces, el periódico llevaba más de una década apoyando abiertamente los partidos fascistas que se extendían por Europa, pero aquel día su dueño había decidido dar un paso más. En un editorial que ocupaba toda una página, Harold Harsworth se deshacía en elogios con la Unión Británica de Fascistas (BUF por sus siglas en inglés) y llamaba a los jóvenes a ingresar en sus filas, proporcionando incluso la dirección a la que debían dirigirse para afiliarse. El titular, en grandes letras negras, no dejaba lugar a dudas: “Hurra por los camisas negras”.

Ese año, 1934, la Unión Británica de Fascistas alcanzaría los 50.000 militantes. El apoyo constante de las principales cabeceras del país consiguió que la organización creciese enormemente en un solo año, logrando cotas enormes de presencia pública y convirtiendo a su líder, Oswald Mosley, en uno de los actores políticos clave del momento. Mosley no era ningún recién llegado. Antes de la fundación de la BUF había formado parte del Partido Conservador y del Laborista, y había fundado una primera organización de ultraderecha, el Partido Nuevo. Sin embargo, el poco éxito en las urnas y los ataques constantes a sus actos por parte de militantes antifascistas habían dejado a Mosley sin presencia pública.

El apoyo de la prensa y la financiación de algunas de las grandes fortunas del país lograron que la BUF saliese de su posición marginal en el espectro político

En los primeros momentos, la recepción de la Unión Británica de Fascistas no fue mucho mejor. Sus mítines se encontraron con la oposición de militantes antifascistas de diferentes procedencias, incluida la comunidad judía, que saboteaban los actos e impedían su celebración mediante enfrentamientos físicos en las calles. Sin embargo, el apoyo de la prensa y la financiación de algunas de las grandes fortunas del país lograron que las cosas cambiasen y la BUF saliese de su posición marginal en el espectro político. Eso no impidió que los antifascistas siguieran oponiéndose a los camisas negras en las calles, pero ahora se enfrentaban a una organización mucho más grande y a una fuerte criminalización por parte de la prensa, además de a la persecución policial. 

EL APOYO MEDIÁTICO

El Daily Mail no era un periódico cualquiera. A principios de los años 30 tenía una tirada de casi un millón de ejemplares, lo que le convertía en el diario más leído del país. Sin embargo, su enorme influencia no se debía únicamente a su gran cantidad de lectores. Llevaba más de tres décadas liderando la prensa británica gracias también a su apuesta por un periodismo diferente, que había cambiado las reglas del juego. Antes de su aparición, la mayoría de los periódicos británicos estaban dirigidos a lectores de clase alta, con un nivel educativo elevado y que disponían de tiempo para interesarse por artículos largos, de letra apretada y sin apenas edición ni imágenes. Sin embargo, los hermanos Harmsworth pensaron en algo distinto, al estilo de lo que estaba empezando a hacerse en Estados Unidos: artículos cortos, prosa ágil y editoriales que marcasen la línea ideológica del periódico y diesen contexto a las noticias. Es decir, un periódico que pudiese leerse en el tranvía de camino al trabajo o en el pub después de la faena, que cualquiera pudiese entender. Un periódico dirigido a la clase trabajadora, aunque no al servicio de sus intereses.

Desde los años 20, el Daily Mailhabía difundido el ideario fascista y proporcionado un gran apoyo a Mussolini y Hitler

La posición de liderazgo del Daily Mail había hecho que su dueño, Harold Harmsworth, tuviese una enorme influencia política, y este no la había desaprovechado. Desde los años 20, su periódico había difundido el ideario fascista y proporcionado un gran apoyo a Mussolini y Hitler, que agradecían públicamente la implicación del periódico en su causa. Además, Harmsworth se había convertido en una importante fuente de financiación para el Partido Nazi y su dinero resultó crucial para la preparación de las elecciones de 1933, cuando se convirtieron en la segunda fuerza política del Parlamento alemán.

La aparición de la Unión de Fascistas Británicos ese mismo año había atraído la atención de Harmsworth, que veía en Mosley el líder que necesitaba. Los tiempos estaban cambiando y el fascismo debía convertirse en una fuerza importante también en Gran Bretaña. Harsworth puso toda la maquinaria mediática que poseía al servicio de la causa, además de una importante suma de dinero. Esta maquinaria no incluía solo al Mail, sino también otras cabeceras en las que Harsworth tenía intereses económicos, como el Daily Mirror o el Sunday Pictorial. Mientras el primero pedía en sus titulares ayudar a los camisas negras, el segundo publicaba con frecuencia reportajes donde se podía ver a los miembros de la BUF jugando al tenis y tocando el piano. Ese mismo año, además, las dos publicaciones organizaron un concurso para encontrar a la mujer fascista más guapa de Gran Bretaña.

Sin embargo, esta campaña de promoción no se limitó únicamente a las publicaciones en las que Harmsworth tenía intereses económicos. El apoyo al fascismo se podía ver en toda la prensa británica, también en publicaciones como el Daily Express, otro de los periódicos más importantes del país en ventas. Ese año, elExpress había informado de la campaña de boicot a los productos alemanes con un titular que no dejaba lugar a dudas sobre su posicionamiento: “Judea le declara la guerra a Alemania: los judíos de todo el mundo se unen en la acción”. Por su parte, el resto de periódicos, como The Times, se movían en posiciones tibias que justificaban por la necesidad de evitar la guerra en Europa.

A pesar de que su ideario incluía la eliminación física de determinados grupos sociales, estas ideas nunca fueron cuestionadas y se presentaban como una opción ideológica más dentro del espectro político

LA ESTRATEGIA DE NORMALIZACIÓN

Los resultados del apoyo mediático a la causa fascista generaron un enorme incremento de la militancia y la visibilidad pública de la BUF, que en solo unos meses pasó a ser un actor político muy importante en la política británica. Este apoyo se realizó a través de varias estrategias que actuaron de forma combinada. La más frecuente fue la normalización de la ideología fascista. A pesar de que su ideario incluía la eliminación física de determinados grupos sociales en función de su raza o su orientación sexual, estas ideas nunca fueron cuestionadas y se presentaban como una opción ideológica más dentro del espectro político. Esta normalización se extendía incluso a los delitos y asesinatos cometidos por militantes de estas ideologías: después de la noche de los cuchillos largos, cuando miembros de las SS asesinaron a más de cien oponentes políticos, la noticia del Daily Mail sobre los hechos comenzaba afirmando que “Hitler había salvado a su país”.

Otra estrategia a la que recurría con frecuencia la prensa era la de presentar como atractiva la militancia fascista. Los miembros de la BUF eran retratados con uniformes impecables y participando en actividades divertidas, como fiestas y excursiones. Mientras la clase obrera británica se moría literalmente de hambre por los efectos de la Gran Depresión, los periódicos que iban dirigidos a ellos mostraban a jóvenes bien alimentados y bien vestidos que se divertían jugando al tenis y tocando el piano. Si querías todo aquello, bastaba con afiliarte en la dirección que el mismo diario te proporcionaba.

Los antifascistas que confrontaban físicamente a los miembros de la BUF en la calle eran presentados como sujetos violentos y peligrosos

Mientras, los antifascistas que confrontaban físicamente a los miembros de la BUF en la calle eran presentados como sujetos violentos y peligrosos que ni siquiera estaban motivados por razones ideológicas, sino simplemente por las ganas de bronca o el exceso de alcohol. A esto se añadían las noticias falsas protagonizadas por miembros de los grupos perseguidos por los fascistas, acusándoles de falsas conspiraciones o de actos violentos que en realidad nunca se produjeron. El objetivo de estas noticias falsas era presentar a los seguidores de Mosley como víctimas de la violencia y la intolerancia de los antifascistas, además de contribuir a crear una atmósfera de miedo en la población. Periódicos como elEvening Estándar afirmaban que “Los camisas negras del East End se enfrentan a un peligro muy real de violencia física. Hay algunas calles en Whitechapel por las que no pueden pasar por la noche sin llevarse una paliza”.

Aunque el contexto es diferente, resulta inquietante comprobar que varias de estas estrategias informativas pueden verse hoy también en la cobertura que hace una buena parte de la prensa a los actos de Vox. La normalización de sus propuestas se advierte en la invitación de sus miembros a tertulias y entrevistas en las que pueden presentar su ideología y programa político en igualdad de condiciones que otras formaciones políticas, como si el racismo o el machismo fuesen opciones debatibles. La estrategia de presentar la militancia fascista como atractiva también la hemos visto recientemente en la cobertura de los medios a la fiesta de Vox en el teatro Barceló. Un acto que no significa nada ni cualitativa ni cuantitativamente se convierte en un acto de propaganda, no por la gente que ha ido, que ya son convencidos, sino por la forma en que los medios utilizan ese acto para hacer atractivo el programa político del fascismo. Si en los años 30 los fascista aparecían retratados tocando el piano y paseando por el campo, ahora vemos a Santiago Abascal pinchando, montando a caballo y fotografiándose con jóvenes vestidos con náuticos y chaleco acolchado.

El resto de estrategias tampoco nos resultan desconocidas. Los militantes antifascistas han sido presentados siempre por la prensa como una tribu urbana que se enfrenta a los neonazis por un simple ejercicio de violencia, no porque defiendan con ello a grupos sociales vulnerables o por su compromiso con unos ideales de igualdad y justicia social. En los últimos meses hemos visto cómo las acciones que trataban de impedir mítines de Vox eran aprovechadas para victimizar a los fascistas, acusándolas de vulnerar la libertad de expresión. Esta misma acusación la recogieron los periódicos británicos después de la batalla de Cable Street, cuando más de 100.000 militantes antifascistas impidieron la celebración de un mitin de la BUF en octubre de 1936, al grito de “¡No pasarán!”. A pesar del apoyo mediático, aquel día Mosley no pasó, y su estrella ascendente comenzó a declinar. De nosotros depende que los paralelismos en esta historia lleguen también hasta ahí.

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