En 1968, Gustavo Ontiveros Amador tenía apenas 17 años, estudiaba en la Vocacional 5 ubicada en Balderas, por cuestiones escolares tenía que trabajar con otros cinco compañeros durante el semestre, llevarían una relación cercana entre cada actividad académica.
Gustavo estaba involucrado en el movimiento estudiantil del 68, y una de las actividades que tenia encomendada erabotear en los alrededores del Centro Histórico para seguir con la impresión de volantes.
“Entregábamos volantes a la gente, algunos no los recibían de buena gana, sin embargo, otros sí eran solidarios con el movimiento, incluso nos daban ánimos para seguir”.
Las manifestaciones seguían y él y sus compañeros de equipos asistían a todas, ya que las clases seguían suspendidas en la Vocacional. Creían que era el momento para demostrar su inconformidad ante la represión.
Un día que estaba boteando con sus compañeros, cansados del camino y el clima, se detuvieron en la reja de la Vocacional 3, “teníamos la costumbre de que cuando veíamos a la policía cantar una cancioncita que descompusimos, me voy pal´pueblo, hoy es mi día, que chingue a su madre la policía.
Ellos pasaron como si nada, de repente, uno de ellos regresó hacia nosotros y nos encañonaron con una metralleta y nos dijo “quiero que me mientes la madre ahorita”, recuerda Gustavo.
Para el 2 de octubre fueron convocados a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Gustavo se levantó y alistó para ir al mitin, él y sus compañeros tenían planes, después de la marcha irían al cine. Al comentarle a su madre, ella no le dio permiso de salir, sintió que no era coherente con lo que hacía y decía, sintió que le daba la espalda a sus compañeros. “Creo que falté a una cita muy importante en mi vida”, confiesa y sus ojos se llenan de lágrimas.
“Regresar a la escuela fue muy difícil, ir con la esperanza de encontrar a tus amigos, a tus compañeros, incluso, maestros que desgraciadamente estuvieron ahí, todo fue muy difícil. A dos de los cinco compañeros de equipo, jamás los volví a ver”, dice Gustavo con voz entrecortada. Una prohibición que si bien le salvo la vida, se convirtió en una consternación que ha cargado en su corazón y en su conciencia toda su vida.
El relato de Gustavo es desgarrador y no es el único, los protagonistas —cuyas edades oscilan entre los 65 y 80 años— los cuales, algunos, ya no están con nosotros. Libros y películas nos cuentan la historia, algunos de los protagonistas del movimiento nos dejaron sus testimonios, pero nada de esto es suficiente para acercarnos a la verdad, la angustia que experimentaron, la frustración y el miedo que vivieron.
Gustavo se lamenta y se siente responsable de no haber asistido al mitin. Siente haber traicionado sus principios, aquellos por los que luchaba, sin embargo, es una voz más que no permite que perezca el recuerdo de aquellos que persiguieron la libertad y fueron víctimas de la intolerancia.
Hoy tiene tres hijos, dos nietos, pero el dolor no lo abandona cada vez que cuenta su experiencia. Cada vez que se para en la Plaza de las Tres Culturas, revive esa cadena de eventos que determinaron la ruta que tomó su vida.
Hay heridas que jamás se curan, la que lleva Gustavo es una de esas. Su voz resuena entre muchas otras y son testimonio necesario para los que no conocían esta historia.
Al terminar la entrevista, su pareja Laura lo abraza fuertemente. Gustavo rompe en llanto una vez más al recordar aquel fatídico 1968.
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