Crear la memoria de mañana

Débora Cerutti

Víctor Casaus es cubano, escritor y cineasta. Desde hace más de 20 años, sostiene, junto a María Santucho, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. En esta primera parte de la entrevista, recorremos la historia de un lugar donde se resguarda la memoria y la batalla cultural tras el triunfo de la Revolución Cubana.

Quizás lo más hermoso de conocer a Víctor y a María haya sido verles reír esa noche que volví a La Habana, después de un largo recorrido por la isla. Abrimos unos vinos y cenamos una yuca con mojo, preparada por María. Ajo y limón se mezclaron con conversaciones y las voces nuestras que allí estaban, en esa casa en Habana del Este, cerquita del mar. Desbordada de historias y de gestos de amor, María abrió generosamente su memoria para ponerle palabras a su exilio en Cuba durante la última dictadura cívico militar y contarnos su llegada a la isla, cuando tenía 15 años.

Compartirnos parte de las emociones que la atraviesan, en lo que ella nombró como el síndrome de la madre cubana, esa cuyos hijos se quieren ir de Cuba en búsqueda de otros horizontes.

Esa noche, leímos entre carcajadas varias definiciones de un diccionario de usos y modismos cubanos, y la bella Majo contó decenas de anécdotas en guaguas, en la calle, en el mercado, reconstruyendo diálogos y condimentándolos con una imitación de la contagiosa cadencia caribeña. Después de la velada de esa última noche en Cuba, antes de volver a Argentina, regresé por la mañana a esa casa para escuchar las palabras que Víctor tenía para compartir.

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Imagen: Débora Cerutti

La batalla cultural

Víctor ha transitado la poesía, el testimonio, el ensayo y la narrativa. En el cine, ha realizado dos decenas de documentales y dos películas de ficción, producidas en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).Hoy, dirige junto a María un espacio que ha albergado diversas actividades culturales desde 1996. Con el fin de incentivar el rescate de la memoria colectiva cubana, han producido una gran cantidad de trabajos de historia oral y de testimonio, y generaron cientos de actividades para potenciar las creaciones artísticas de jóvenes en la actualidad.

El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau es un territorio en permanente movimiento y transformación, habitado por distintas generaciones que fueron parte de las políticas culturales cubanas a lo largo de las seis décadas desde el triunfo de la Revolución.


Para llegar a comprender la presencia del Centro Pablo en la cultura sociopolítica habanera, Víctor comenzó historizando los hechos que dieron pie y posibilidad a lo que, después, fueron las políticas culturales del proceso revolucionario. Destacó los procesos de educación gratuita y de calidad que la Revolución inició junto con su triunfo, en enero de 1959: la batalla cultural que tuvo como eje central la campaña de alfabetización que se desarrolló durante todo 1961.


Esto provocó que más de 100 mil jóvenes y niñxs fueran a distintos puntos del país, organizados -en palabras de Víctor- en “un ejército de alfabetizadores”, siguiendo la tradición del Ejército Rebelde. Se logró reducir de un 23 a un 3 por ciento el analfabetismo, que es lo que se ha mantenido desde entonces. Casaus se refirió a estos hechos como “un acto de justicia con el pueblo cubano” y la base para la creación del sistema nacional de educación, “que se iba a fortalecer a partir de ese momento en sus distintos niveles, como la creación de una red de universidades que antes no existía”. “Fue la revolución la que desató todo eso”, afirmó.

La educación se hizo gratuita, libre y obligatoria, y se nacionalizaron las escuelas privadas que existían. “Había un sistema público muy modesto, muy pobre, que no llegaba a muchos lugares del país, porque los gobiernos anteriores no les daban suficientes recursos. Y esa nueva política educativa fue la base para que la literatura, el cine, las artes se desarrollaran en los años siguientes”, sostuvo Víctor.

Esa batalla cultural tuvo su primer antecedente en los procesos de alfabetización. Luego, se produjo la creación de instituciones culturales básicas para el desarrollo de esas políticas y se crearon, en primer lugar, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, y Casa de las Américas, institución que fundó y dirigió hasta su muerte Haydeé Santamaría, heroína de la Sierra Maestra, una de las mujeres icónicas en las luchas del pueblo cubano por alcanzar su libertad.

Al respecto, Víctor remarcó que “la creación de esas dos instituciones fue decisiva. El ICAIC se propuso construir un sistema alrededor del cine, que incluía tanto la producción como la distribución, ya que esta última estaba en manos privadas, que exhibían un 90 por ciento de películas del cine norteamericano”. La labor del ICAIC en ese terreno permitió que el cine llegase a cada rincón de la isla de manera descentralizada, multiplicando su red de exhibición, contribuyendo a crear un espectador crítico y activo con procesos de fuerte concientización a nivel histórico, político y social.

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Imagen: Débora Cerutti

“Los valores, la funcionalidad, la ventaja, o como se lo quiera llamar a esa existencia de un pueblo alfabetizado, fue base también para la comprensión del mundo en que se vive”, señaló Víctor, que, además, puso ímpetu en el espíritu “mostrador de cosas” en el mundo, que siempre tuvo la Revolución.


También habló de un proceso de aceleración, que ha comenzado vinculado a las nuevas políticas de Estado y de la necesidad de poner en manos del pueblo las “riquezas del mundo digital”. Esta afirmación parte de postular la necesidad que visualiza Víctor en cuanto al alcance de las nuevas tecnologías para lxs cubanxs: “Es una de las bases de los lenguajes de comprensión del mundo de hoy, además de formación y de que sirve para que las personas estén presentes en los debates sobre la realidad mundial y de Cuba”.


En ese sentido es que, desde el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, se vienen desarrollando una serie de estrategias para poner sobre el tapete la complejidad de este proceso actual de apertura de la isla a las tecnologías de la información y la comunicación. Pero, para ello, conozcamos un poco de este territorio de resistencia y lucha cultural.

El Centro Pablo

El Centro fue creado en 1996. La idea de fundar un espacio de ese tipo surgió, inicialmente, por una relación muy estrecha que Víctor tuvo, antes de que el Centro existiera, con la familia de Pablo, con sus hermanas, como admirador de su obra y su personalidad. “Comencé a leerlo desde muy joven –recordó-, en el año 1959, y eso me produjo sentimientos de admiración y simpatía extraordinarios que todavía perduran. Tuve la posibilidad de hacer un largometraje documental que se llama Pablo y el libro Pablo: con el filo de la hoja, una especie de biografía testimonial. En 1996, yo trabajaba en el ICAIC, era un momento en que, por el Período Especial y otras razones, la producción cinematográfica empezó a tener problemas de financiamiento. Yo decidí hacer el proyecto del Centro junto a María Santucho. En principio, de nuestra parte, con la idea de conservar la obra de Pablo y de diversas maneras difundirla, sobre todo, publicando sus libros”.

La obra de Pablo se había publicado parcialmente en Cuba, de manera dispersa e inconexa, hasta que Víctor y María inauguraron una editorial propia: Ediciones La Memoria, con la publicación de los primeros textos de Pablo, editados y prologados en una colección que se llama Palabras de Pablo.

“No teníamos un lugar dónde empezar a trabajar y esa parte del problema nos ayudó a resolverla Eusebio Leal Spengler, amigo querido e Historiador de la Ciudad de La Habana. Él nos ofreció este espacio que tenemos en La Habana Vieja y ahí comenzamos a trabajar en 1997. Antes, vivimos un año de nómadas. Cuando llegamos allí, a Muralla 63, nos dimos cuenta de que, con ese lugar y con las inquietudes previas que teníamos, había cosas que sería muy bueno intentar y fueron apareciendo los proyectos que formaron, o ahora forman, parte del programa del Centro”. Además de la editorial, el espacio lleva adelante, entre varios otros, el proyecto A guitarra limpia, un espacio para difundir el trabajo de “todas las generaciones y tendencias de la nueva trova cubana”, que han realizado más de 150 conciertos en estos 20 años de labor.

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Imagen: Débora Cerutti

También existe Palabra viva, un archivo de voces reunidas a partir de las grabaciones de un excelente programa radiofónico que realizó durante 30 años el periodista Orlando Castellanos, en la emisora Radio Habana Cuba. Cientos de casettes fueron digitalizados y conservados para resguardar la memoria. Otro de los proyectos, amplio y novedoso, es el de Arte Digital. “Con estos salones, descubrimos y ayudamos a descubrir la existencia de esa forma de creación, de la cual no había noticias en Cuba en esos tiempos tan remotos de hace 15 o 20 años –rememoró Víctor-. Dimos apoyo a artistas jóvenes, que empezaron a trabajar la creación digital a partir de estos eventos, en los que se ofrecían como premios equipos de computación”.

El Centro es un espacio para la conservación y la difusión de la memoria de Pablo y de sus contemporáneos, aseguró Víctor, a la vez que “crea la memoria de mañana”. No se trata de esa concepción de la memoria como algo fijo, muerto en una vitrina, quietecita -como diría Eduardo Galeano-, sino algo vivo, que atraviesa todo. “El Centro ha tratado de no empobrecer las cosas colocándolas en compartimentos estancos. Uno no es por la mañana escritor; por la tarde, amante; por la noche, crítico literario, no. Uno es uno y la riqueza de la existencia humana está, precisamente, en su propia autodiversidad”, destacó.

Para Víctor, un pensamiento revolucionario tiene que incluir la visión de la complejidad y la de la diversidad: “La complejidad es lo que lleva al encuentro de una zona de la verdad. A partir de la segmentación, de la burocratización del pensamiento, de la simplificación, no se llega a ningún lado”.

Publicado originalmente en La tinta

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