La corrupción es una conducta social, es decir, aprendida, por lo que nadie trae “de fábrica” la inclinación a tomar ventaja: académico de la IBERO
Lamentablemente, en nuestro país ya es cosa de todos los días enterarse del caso de otro funcionario público que, tras abusar de su puesto, escapó a otra parte del mundo con cantidades de dinero que están más allá de nuestra imaginación. Tampoco es raro que escuchemos de líderes sindicales que viven en la opulencia, de bombas de gasolina que despachan litros de 900 mililitros o de un amigo que tuvo que dar “mordida” para librarse de una inmerecida (o merecida) multa. Sin ir más lejos, prácticamente todos en algún momento hemos realizado acciones “inofensivas” como copiar o dejarnos copiar en un examen, meternos en una fila o utilizar alguna app para evitar el alcoholímetro, pasando por alto las consecuencias de todo ello.
Yo, mí, me, conmigo
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2015, realizada por INEGI, los problemas más importantes de perciben los mexicanos son, en estricto orden: la inseguridad, la corrupción, el desempleo y la pobreza.
Y aunque casi 80 por ciento de los mexicanos cree que la corrupción es un problema realmente serio, de acuerdo con un estudio realizado por María Amparo Casar y la organización Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, el grueso de la sociedad mexicana se sentiría capaz de realizar algún tipo de práctica de corrupción si esto le permitiera obtener un beneficio personal.
Así, la corrupción, lejos de mostrar la astucia de quien la realiza, es un acto de egoísmo, pues deja a un lado el bienestar de muchos y antepone el personal. En la corrupción no hay espacio para Robin Hood.
Al respecto, el maestro Guillermo Alfaro Telpalo, académico del Programa de Reflexión Universitaria de la IBERO, asegura que la corrupción es una conducta social, es decir, aprendida, por lo que nadie trae “de fábrica” la inclinación a transgredir los derechos de los demás o tomar ventaja de los otros.
Lo peor de la corrupción, de esa búsqueda del beneficio personal con efectos inmediatos, es que en México se ha normalizado, de modo que quien tiene la oportunidad de sacar provecho de la situación de forma ilegal y no lo hace, es tachado de tonto: ¿Quién en su sano juicio deperdiciaría la ocasión de mejorar su nivel de vida (o de transformarlo por completo) si nadie, o apenas algunos cómplices, se enteraran?
A’i pa’l chesco…
La corrupción viene de la mano de la impunidad, subraya el maestro Alfaro. La casi total seguridad de que no existe una ley que obligue a restituir el daño realizado, o que de existir, hay pocas probabilidades de que se aplique en tiempo y forma, es el combustible que echa a andar la maquinaria interna de toda persona a la que se le presente la oportunidad de corromperse.
“Si existe la certeza de que habrá una sanción equivalente al daño, aprendes que no puedes hacer ciertas cosas. Y vicecersa, si no existe dicho castigo, también puedes aprender que no pasa nada al cometer un acto de corrupción”, comparte el experto de la IBERO.
Considerando la laxitud de las leyes mexicanas, al momento, la única condena segura para quien actúa de forma corrupta es el desprestigio acarreado por la exhibición pública en redes sociales, lo que en cierta forma ayuda a visibilizar y magnificar el problema. Pero esto no sirve de mucho, pues la mayoría de las veces, las personas corruptas se salen con la suya, fomentando a su vez que otras personas los imiten, ante las bajísimas probabilidades de recibir un castigo justo.
El país de ‘no pasa nada’
Pero la corrupción no sólo existe en el nivel interpersonal, sino también entre los individuos y las organizaciones. Así, casi 8 de cada 10 empresas que operan en México han sido víctimas de fraudes internos, siendo los dos más frecuentes en la contratación de proveedores y a nivel contable.
De acuerdo con una encuesta sobre fraude y corrupción de la consultoría KPMG, 14.44 por ciento de las empresas en México realizan pagos extraoficiales a funcionarios públicos. ¿Las principales razones? Agilizar trámites, obtener licencias y permisos, impedir abusos de autoridad, ganar contratos y participar en licitaciones.
Dicho lo anterior, no es raro que la percepción sobre la corrupción crezca año con año, dado que el porcentaje de delitos relacionados con actos de corrupción que no reciben castigo ronda un alarmante 95 por ciento.
“Es tan grave el problema en México, que en vez de limitarnos al cumplimiento de la ley, como en otros países, hemos necesitado de la existencia de un Sistema Nacional Anticorrupción”, añade el profesor Alfaro.
La mancha que conlleva ser señalado como alguien corrupto es muy difícil de lavar y es algo que además de causar desprestigio y descrédito, persigue a las personas e instituciones toda la vida.
“Claramente la corrupción es la carga de los partidos políticos, como en el caso del PRI. Los beneficios que obtuvieron sus representantes en décadas pasadas ha terminado afectando la credibilidad de sus candidatos recientes”, indica el maestro, quien subraya la importancia de que México logre contar con un marco jurídico que se cumpla, y que siga fomentando mecanismos que generen contrapesos de transparencia, obliguen a rendir cuentas y nos mantengan más informados.
“La impunidad también genera enojo social. Saber que no pasa nada. En este momento, gracias a Dios, la consecuencia es política, porque también podría darse por medio de manifestaciones violentas. Qué bueno que el voto de castigo sea la opción, porque justamente la impunidad genera deseos de venganza, más que de justicia”, señala.
¿Y qué se puede hacer?
Aunque puede escucharse reiterativo la primera medida para prevenir la corrupción, señala el maestro Alfaro, viene de una buena formación familiar. Es en casa donde, a fin de cuentas, todos aprendemos las normas básicas de comportamiento (saludar, compartir, no tomar lo que no nos pertenece, etcétera) y las consecuencias de no respetarlas. La segunda inyección anticorrupción debería provenir de la educación básica, la cual necesita reforzar en el alumnado los valores humanos.
“Es importantísimo, porque a fin de cuentas, combatir la corrupción es un acto de ciudadanía. Es vital que todos nos interesemos por los bienes públicos, que todos pidamos cuentas, que haya transparencia. Si vivimos en una caja de cristal es más difícil que alguien se comporte de forma corrupta, al encontrarse a la vista de todos”, dice el académico, quien asegura que cuando nos oponemos sin razón a la contención de nuestros actos, terminamos perjudicando a los demás.
Datos
En 1996 se registraron 518 notas periodísticas y 27 titulares de diarios mexicanos que mencionaban la palabra corrupción. Para 2015, la cifra pasó a casi 39 mil notas y cerca de 3 mil 600 encabezados (Fuente: Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad).
Mientras que 77 por ciento de los mexicanos piensa que sus familiares y amigos jamás participarían en actos de corrupción, 68 por ciento cree que sus vecinos también son incorruptibles. ¿Será? (Fuente: Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad)
Aunque entre 2004 y 2016, el presupuesto para combatir la corrupción casi se duplicó, la calificación de México en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (IPC) permaneció casi igual. México ocupa el lugar 95 de 168 países. Hace siete años se situaba en el lugar 72.
Más de 95 por ciento de los habitantes de la Ciudad de México considera que las prácticas de corrupción en la capital son muy frecuentes (Fuente: Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad.
Según datos de la Corporación Financiera Internacional y de la Organización de los Estados Americanos, la corrupción en México equivale a cerca de 10 por ciento del Producto Interno Bruto.