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«Continuaremos hasta la victoria», afirman los manifestantes turcos movilizados contra un gran proyecto minero canadiense

Nick Ashdown

Foto: Varios activistas hacen guardia en el campamento montado cerca del yacimiento minero cercano a Kirazlı, Turquía, el 7 de agosto de 2019 (Nick Ashdown)

En una tetería de Karaibrahimler, un pueblecito de la frondosa península de Biga, al noroeste de Turquía, jóvenes ecologistas venidos de Estambul y de la vecina ciudad de Çanakkale debaten con varios hombres de más edad, sentados a una mesa, sobre el proyecto minero aledaño para extraer oro y plata.

Siete de los lugareños trabajan en el yacimiento minero de la empresa canadiense Alamos Gold. Los hombres no ocultan su recelo y desconfianza al ser sermoneados sobre los peligros medioambientales y sanitarios de la mina. Uno de ellos da la espaldas a los activistas y les suplica que le dejen en paz.

Cerca de allí, una «zona recreativa» recien pintada de blanco brillante con un gigantesco cartel en letras doradas, añade una nota discordante al paisaje. Fue construida hace dos años por Doğu Biga, el subcontratista local de Alamos. El informe de impacto ambiental obligaba a la empresa a reunirse y a consultar a los residentes del pueblo.

Mehmet Sezgin, jefe del poblado, que luce una gorra conmemorativa del intento de golpe de Estado de 2016 en Turquía, explica que un representante de Doğu Biga va por los pueblos para informarse de sus necesidades.

«Han traído un poco de ayuda al pueblo. Cuando necesitamos algo, ellos echan una mano», dice Sezgin. «Quien quiere un empleo, consigue uno».

Otro hombre afirma que gana 3.000 liras (unos 480 euros) al mes, un buen salario para esta región, y que disfruta también de seguro médico. Los lugareños que no trabajan para Alamos como choferes o perforadores son todos agricultores. Los tiempos han sido muy duros últimamente, desde que la lira turca perdió más de un tercio de su valor y acarreó un encarecimiento de las importaciones agrícolas, entre ellas los fertilizantes.

Unas alarmantes imágenes tomadas por un dron y difundidas a finales de julio, mostrando la tala de 500 acres de bosque ecológicamente muy valioso para el proyecto minero, desencadenaron la indignación de las redes sociales turcas, donde los internautas se movilizaron a través de las etiquetas #KazdağınaDokunma (No toquen el monte Kaz) y #KazDağlarıHepimizin (El monte Kaz nos pertenecen a todos).

Activistas y ecologistas sostienen que Alamos ha talado alrededor de 200.000 árboles, muy por encima de los 45.000 permitidos por el informe de evaluación de impacto ambiental. Sin embargo, la empresa afirma que sólo ha talado 13.000 árboles, aparentemente sin contar los árboles jóvenes con un diámetro inferior a ocho centímetros. Alamos también afirma que ya ha plantado 14.000 nuevos árboles.

Protestas

El 5 de agosto, miles de personas se manifestaron en el lugar donde está ubicado el proyecto minero, en los aledaños de la pequeña ciudad de Kirazlı. Recibieron el apoyo de numerosos grupos, desde celebridades turcas o sindicatos locales hasta el gobierno municipal de Çanakkale, una ciudad a 30 kilómetros de distancia, gobernada por el principal partido de la oposición, el Partido Popular Republicano (Cumhuriyet Halk Fırkası o CHP). Cientos de manifestantes permanecen aún acampados cerca del yacimiento y se niegan a marcharse hasta que el proyecto sea definitivamente abandonado.

Como la mayoría de las minas de oro, el proyecto Kirazlı utilizará cianuro para separar el oro del mineral durante la fase de transformación y dejará atrás “residuos”, es decir, productos de desecho que contienen metales pesados cancerígenos.

Cuando uno de los activistas saca este tema, un hombre le responde que él ya tenía cáncer, al igual que su padre y su esposa. «¿Y si tus hijos acaban teniendo cáncer?», le pregunta uno de los activistas. El aldeano contesta: «Diría, eyvallah«, una palabra que expresa aceptación o resignación.

En el campamento cercano, cientos de manifestantes mantienen su vigilia. Algunos expresan su frustración con los vecinos.

«[Alamos] los engaña ofreciéndoles oportunidades de trabajo», dice una maestra de 38 años de Çanakkale, que no nos quiso revelar su nombre por miedo, ya que trabaja para el Estado. «También deberían pedirme permiso a mí [para construir la mina]. Yo también vivo aquí».

Pınar Bilir, una de las organizadoras de la campaña contra la mina y presidenta del Consejo Municipal de Medio Ambiente de la ciudad de Çanakkale, afirma que la empresa recurrió a «sobornos indirectos» para poner a los lugareños de su parte. «Trataron de convencerles ofreciendo empleos a un puñado de vecinos», explica.

Una fogosa manifestante de 61 años, residente de Çanakkale, que también se negó a dar su nombre (muchos temen al Partido de Justicia y Desarrollo gobernante, el AKP, que apoya el proyecto y no ha dudado en arrestar incluso a los más moderados críticos del partido), dice que no volverá a casa hasta que se sepulte el proyecto.

«Sólo queremos que esta compañía canadiense se marche de aquí. Continuaremos movilizados hasta la victoria».

De cero minas al primer productor de oro de Europa

Alrededor del 75% de las empresas mineras del mundo tienen su sede en Canadá y muchas de ellas se han visto envueltas en graves escándalos en el extranjero, sobre todo en América Latina. Sus actividades en el extranjero están reguladas por una única ley, contra el soborno de funcionarios extranjeros. «No hay leyes relativas a las finanzas, ni a los derechos humanos [o] al cumplimiento de las normas medioambientales», indica Jamie Kneen, de la ONG MiningWatch Canada.

De no tener ni una sola mina de oro en el año 2000, Turquía pasó a ser el principal productor de oro de Europa en 2015, gracias en parte a una serie de reformas legislativas que facilitan mucho las operaciones de las empresas extranjeras en el país. La introducción de una nueva ley de la minería en 2004, atrajo a numerosas compañías extranjeras a Turquía. La ley redujo los impuestos y autorizó las actividades en zonas hasta entonces protegidas. Paralelamente, según la Asociación Forestal de Turquía, la Dirección General de Bosques sufrió recortes.

Aunque Alamos, que no respondió a nuestras múltiples solicitudes de comentarios,insiste en que el uso del cianuro será totalmente seguro, los expertos coinciden en que el nivel de riesgo es muy elevado. «Casi siempre acaba habiendo filtraciones. No importa si hay un derrame o no, aún así [el cianuro] termina llegando a la capa freática», explica Jamie Kneen. «No se degrada de una forma tan fiable como nos quiere hacer creer la industria».

Una de las razones por las que el proyecto minero de Kirazlı ha recibido tanta atención se debe a la importancia de esta región, conocida como Kaz Dagi en turco y Monte Ida en español.

“El Monte Ida ocupa un lugar emblemático en el imaginario colectivo nacional. Encarna el Paraíso, el Edén en un mundo cada vez más amenazado ecológicamente», afirma Üstün Bilgen-Reinart, autor turco-canadiense de libros sobre las luchas ecologistas libradas en Turquía y Canadá. «Ver todo esto amenazado resulta profundamente alarmante. Sólo pensarlo, me desespera».

Los pinos, robles, abetos, alisos, castaños, entre otros tipos de árboles, de los bosques de Ida se consideran en Turquía el pulmón de la región de Mármara. Conocidos por su aire limpio y su gran biodiversidad, estos bosques albergan alrededor de 180 especies de animales y 280 especies de plantas, siete de las cuales son endémicas de Turquía.

El Monte Ida también está cerca de la antigua Troya y la montaña juega un papel importante en la Ilíada del poeta griego Homero, que narra la mítica guerra de Troya. Los dioses observan las batallas desde la cima del Monte Ida, y Zeus utiliza su égida para ocultar el monte tras una nube, desde donde lanza sus terribles rayos contra los enemigos de los troyanos.

«Un frenesí de proyectos extractivos»

Bilgen-Reinart escribió un libro en 2003 que narra la lucha librada por los lugareños en la década de los noventa, contra la primera mina de oro de Turquía, en Bergama. La mina está en pleno funcionamiento desde 2005, a pesar de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó que violaba el derecho a un medio ambiente saludable.

«[Bergama] era considerada un baluarte, porque muchas empresas tenían licencia de explotación, pero no se atrevían a iniciar sus operaciones debido a la firme resistencia. Sabíamos que si lograban derrotar la resistencia en Bergama, [las compañías mineras] se abatirían sobre resto del país. Y así lo hicieron», explica Bilgen-Reinart.

Hoy, la mina de Kirazlı es sólo uno de los numerosos proyectos ecológicamente destructivos que hay en Turquía. El Gobierno acaba de iniciar la construcción de una enorme presa en el río Tigris, al sudeste del país, que sumergirá bajo sus aguas la antigua ciudad de Hasankeyf, y con ella, 12.000 años de historia. El inmenso movimiento de protesta antigubernamental que se inició en Gezi en 2013 y se extendió a todo el país, se oponía también a la transformación de un parque histórico del centro de Estambul en un centro comercial.

«Turquía es presa de un frenesí de proyectos extractivos, de uso excesivo de combustibles fósiles, de construcción de centrales eléctricas, de transformación urbana [y] de deforestación desenfrenada», explica Bilgen-Reinart a Equal Times.

Hay 29 proyectos de extracción de oro autorizados, sólo en la región del Monte Ida. La propia Alamos tiene otros dos proyectos mineros en las cercanías de Çamyurt y Ağıdı.

Para los expertos, los desacuerdos sobre el número exacto de árboles talados pasan por alto que se han nivelado 500 acres de terreno y que los árboles no son el único componente importante de los bosques. «Un ecosistema es la relación entre los animales, las plantas y los elementos no vivos de una región», dice Güneşin Aydemir, un biólogo que vive en la cercana ciudad de Küçükkkuyu. «La deforestación es mucho más que el simple hecho de perder árboles. Estamos perdiendo suelo y, además, un importante [sumidero] de dióxido de carbono».

Los ecologistas afirman que los bosques juegan un papel incalculable en la reducción del dióxido de carbono, y que en el contexto de la crisis climática mundial, cada país debería debería plantar bosques, en lugar de talarlos.

Alamos insiste en que replantará los árboles que abatió, pero Aydemir dice que eso no bastará, ni de lejos, para reparar el daño causado. «Está abocado al fracaso. Los bosques primarios constituyen un ecosistema que la naturaleza tarda cientos de años en crear […] Si reforestan la zona, no será un bosque, sino un grupo de árboles. Habrá que esperar cientos, tal vez miles de años, para que se convierta en un bosque».

Este artículo ha sido traducido del inglés.

Publicado originalmente en Equal Times

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