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Conflicto en Nagorno Karabaj: un alto el fuego que no significa nada

Laura L. Ruiz

Foto: Una niña junto a su padre en Nagorno Karabaj, el ‘país fantasma’. (Tatev Hakobyan)

Estamos acostumbrados a que un alto el fuego signifique un punto y aparte en un conflicto bélico. El problema llega cuando las conversaciones de paz se mantienen bajo bombardeos, el anuncio del acuerdo no hace parar las alertas por ataques y ese alto el fuego viene precedido de otros tantos en los últimos 30 años que han sido papel mojado. La clave es encontrar una solución y eso no ha ocurrido de momento en la República de Artsaj (también conocida como la región de Nagorno Karabaj en ruso). La independencia de facto de esta población pero sin el reconocimiento de la comunidad internacional no hace más que dejar en el aire las exigencias de Azerbaiyán por hacerse con la región, el reclamo de Armenia por la autodeterminación de una zona que considera propia y las presiones de agentes externos como Turquía por avivar el polvorín. La historia de un ‘país fantasma’ en medio de intereses estratégicos, gasoductos, oleoductos y el sueño otomano.

“Seguimos igual en Artsaj. El alto el fuego concierne solo a las ciudades de la retaguardia, en el frente siguen los combates. Las dos partes están lejos de cumplir sus objetivos militares, por ello unos quieren recuperar terreno y los otros tomar más para parar”. Así explicaba la situación en la zona el periodista Pablo González, poco después de que se firmara el penúltimo alto al fuego en la zona, el 10 de octubre, cuando las sirenas por amenaza de bombardeo no paraban de sonar en la capital de la región independiente, Stepanakert. Igual que los ecos de los disparos de artillería.

El último alto el fuego se acabó firmando un mes después, el 11 de noviembre, y ha supuesto, de momento, el fin de hostilidades. Un punto y seguido en un enfrentamiento que se inició a finales de septiembre —cuando Azerbaiyán exigió que Armenia se retirara de la franja de tierra que une este país último con Artsaj—, que tuvieron su escalada de agresividad a principio de verano —cuando armenia denunció maniobras conjuntas y violación de su espacio aéreo por parte de Turquía y Azerbaiyán— pero cuyo inicio se remonta a más de 30 años.

“En las últimas décadas no han parado de prenderse fuegos como el que actualmente ya ha dejado al menos 300 muertos y decenas de miles de desplazados”

Para entender qué se han disputado en el último mes y medio debemos retroceder a la URSS. “Luego de pertenecer al Imperio Ruso, Nagorno Karabaj fue independiente hasta que con la sovietización, una arbitrariedad de Josef Stalin, la transformó en Región Autónoma pero dentro de la jurisdicción del Azerbaiyán Soviético. En 1988, esta región —con mayoría de población armenia— pide la transferencia de su jurisdicción a la Armenia Soviética, pero las autoridades soviéticas de Azerbaiyán responden con persecuciones, pogromos y masacres”, comenta Mariam Gevorgyan, responsable de asuntos políticos de la embajada armenia en Madrid, que hace referencia a la guerra de 1988-1994. Desde entonces, se ha exigido la autodeterminación, llegando a declararse República independiente en 1991. Primero con una aprobación parlamentaria y, en segundo lugar, con un plebiscito a la población. Eso no solucionó nada, ya que en las últimas décadas no ha parado de prenderse fuegos como el que actualmente ya ha dejado al menos 300 muertos y decenas de miles de desplazados.

“Azerbaiyán justifica su agresión diciendo que quiere recuperar su territorio ocupado por los armenios, pero esto no es exactamente así. Desde 180 a.C. hasta 1921, Artsakh ha pertenecido a Armenia. Prueba de ello son, entre otras cosas, las 370 iglesias armenias que se encuentran en la República de Artsakh, que datan del siglo IV al XVIII: Dadivank, Gandzasar, Amaras, etc”, comenta la periodista armenia asentada en España, Luiza Grigoryan Ghimoyan, que insiste en que el gobierno autónomo de Artsaj debería tener voz a nivel internacional al buscar una solución para este vetusto conflicto.

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Voluntarios armenios movilizados TATEV HAKOBYAN

Al poco de profundizar en las causas y alianzas de un bando y otro, el genocidio armenio de 1915 aparece casi al momento. “Turquía —insiste Gevorgyan—, que hace un siglo exterminó al pueblo armenio cuando vivía en su patria histórica y que hasta el día de hoy justifica ese crimen atroz, actualmente apoya a Azerbaiyán, empleando todos los medios posibles, para llevar a cabo las mismas actividades genocidas en el Cáucaso Sur”.

Por su parte, el embajador de Azerbaiyán en Madrid, Anar Maharramov, mantiene una actitud muy diferente, negando el apoyo turco en la guerra calificandolo de “mito” y justificandolo con que la capacidad militar de su país es similar a la población entera de Armenia, de tres millones frente a los diez de la nación azerí. “Armenia debería dar gracias a Dios por el territorio que posee”, aseguró Maharramov en una reciente entrevista.

¿Conflicto nacionalista, étnico, estratégico?

Mientras las palabras gruesas siguen sin dejar espacio a la diplomacia conciliadoras, miles de civiles padecen las consecuencias. Los más afectados, los que se encuentran en el frente del conflicto, que apenas notan ahora los intentos de alto el fuego. Desplazados, heridos, fallecidos, comunicaciones que se caen, suministros intermitentes.

En la periferia del frente, algo mejor aunque el estado de alerta que han vivido durante las últimas semanas les obligaron a suspender las clases en todos los niveles educativos, a intentar tomar medidas excepcionales dentro del caos ente la amenaza del Covid-19 —la OMS advierte de que los casos aumentaron hasta en un 80% en Azerbaiyán y se han duplicado en Armenia debido a la movilización de tropas— y a reconfigurar por completo su día a día ante la llegada imparable de voluntarios armenios desde todos los puntos del planeta para defender lo que consideran su tierra. Incluidas las mujeres, algo que resalta la excepcionalidad del momento, en una sociedad tradicional cristiana como la armenia.

“En este momento, cualquier persona que se considere armenia, independientemente de su edad o género, está lista para apoyar a nuestros soldados, oficiales y hacer todo lo que se le pida, ignorando incluso el miedo a la muerte”. Con esta contundencia responde Heghine Aleksanyan, una joven armenia inscrita como voluntaria para combatir y que días antes del alto el fuego aseguraba que su mayor temor era “que la guerra termine con nuestra victoria antes de que me llamen a filas, por lo que no podré cumplir con mi deber”.

“Artsakh tiene una gran importancia estratégica para nosotros. Pero antes que nada, es una parte de nosotros, por la que tantos jóvenes murieron en el pasado”

“Imagina tu casa: tiene una cocina, un dormitorio y una sala de estar. Todos los días, limpias cuidadosamente todas tus habitaciones. ¿Alguna vez piensas que la cocina se puede limpiar y el dormitorio dejarlo desordenado? Después de todo, todo ello es tu casa. Artsakh es una de las habitaciones de nuestra casa armenia. Si Artsakh no existe, ¿cómo podemos hablar de la existencia de una casa completa?”. Esta es la reflexión que hace Linda Hekimyan, una joven armenia de Ereván formadora militar de otras mujeres que han ido al frente y parte de la organización ‘El Arte de sobrevivir’ [en armenio ‘VoMA’, Voxj Mnalu Arvest]. “Artsakh tiene una gran importancia estratégica para nosotros. Pero antes que nada, es una parte de nosotros, por la que tantos jóvenes murieron en el pasado”, explica emocionada.

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Un hombre se asoma a la ventana de su casa, acribillada por los disparos. TATEV HAKOBYAN

Es con un símil que comienza igual que, la periodista Virginia Mendoza Benavente, desde España y después de haber vivido allí, intenta explicar lo que sucede. “Imagina que vives en Siria porque gracias a Siria tu familia sobrevivió a un genocidio. Huyes de Siria en plena guerra, vuelves a la que hace un siglo era la tierra de tus abuelos, te quedas a vivir allí (pongamos en Stepanakert) y te llaman colono. Colono. Pues está pasando”. Con esta contundencia denuncia la violencia que se vive en un conflicto aparentemente ajeno a las españolas y españoles. Pero la diáspora armenia (se calcula que la comunidad armenia en España son más de 50.000 personas y millones en países como Francia, Alemania, Líbano o la propia Siria) y la posición estrategica del país hace que este sea un conflicto con muchos: nacionalista, territorial, étnico pero también con un componente estratégico en el Cáucaso, con gaseoductos y oleoductos que cruzan la región y con el sueño otomano que parece que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no está dispuesto a renunciar a él.

Precisamente a Erdogan el líder ruso, Vladimir Putin, le pidió que ayudara en la desescalada de violencia en los enfrentamiento en Artsaj, apelando a su condición de miembro de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa). Una organización bajo la cual ya se apaciguaron las aguas en momentos como 1994, pero que ha tenido un escaso papel en este brote de violencia. Desde Ereván, capital armenia, ya denunciaban que el gobierno de Bakú no deja que se investigue las violaciones sobre los alto el fuego, por lo que no tenían esperanzas de que funcionara la intervención de este organismo internacional en ningún momento. “La evidencia más reciente de esto —explican desde la embajada madrileña de Armenia— se basa en el hecho de que el pasado 25 de septiembre Azerbaiyán rechazó el pedido del representante personal del presidente de la OSCE en funciones de llevar a cabo una supervisión en la frontera, lo que demuestra que Azerbaiyán tenía la intención de ocultar sus planes de iniciar una guerra”.

Francia y Rusia piden al gobierno de Bakú el final de los ataques en la región y mientras que el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, recientemente se ha pronunciado a favor de la “defensa” de Ereván de esta tierra

La comunidad internacional, por su parte, parece divida. Francia y Rusia han pedido a Bakú desde el inicio que frenara sus ataques militares, mientras que EEUU —que hasta las últimas semanas del conflicto se había mantenido como mediador— se acabó pronunciando a favor de la “defensa” de Ereván de esta tierra. El gran aliado de Azerbaiyán, Turquía, pese a haberse comprometido a no alimentar militarmente el conflicto, no ha parado de tensar la cuerda. Incluso con la firma del último tratado de paz, en el que mantiene como buenas las posiciones logradas por los azeríes y que ponen en duda que se respete el corredor entre Artsaj y Armenia. Sus decisiones le preceden. No solo su arenga nacionalista o las acusaciones sobre que Ankara haya movilizado mercenarios y terroristas islámicos a la región en disputa —como ya hizo en los ataques al Kurdistán sirio y Rojava—, si no que la Unión Europea cada vez es más crítica con los movimientos militares de Erdogan frente a Grecia y Chipre, que califica de “provocaciones”.

Al margen de este tablero de juego de la diplomacia, lo cierto es que la República de Artsaj sigue estando sin reconocer por ningún país. Esto lo convierte en un país fantasma, que no ha tenido voz en las conversaciones de paz, quedando las 150.000 personas que conforman esta república en meros espectadores (y víctimas) de la guerra y de la incertidumbre. ¿Cuánto durará esta vez el alto el fuego? Es la pregunta que la población armenia no deja de hacerse.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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