Malinaltepec, Guerrero. El curandero Álvaro Anastacio, me’phaa de Moyotepec, comunidad de la Montaña de Guerrero, toma un montón de maíz y lo frota en la mesa diciendo: “hoy es día viernes, día de la enfermedad, de la amargura, de la gente mala, de cuando llegó la maldad al mundo en que vivimos”. Pregunta después por el bienestar de Juventino, ya que la “Marta” (mensajero) vio un aire malo. También le pregunta al maíz dónde está Lucía y pide ayuda para esta familia. Con el maíz diagnostica la enfermedad y le habla a los dioses y a las ánimas del purgatorio para que sane la persona.
Don Álvaro cuenta que “se saca la pregunta o la suerte para saber el lugar en el que se va recuperar la persona: rezando en el cruce del camino, en medio de la iglesia, en el centro del campo mortuorio (camposanto o el lugar de los muertos) o en la punta del cerro más alto. Si la enfermedad está fuerte se va al lugar de los muertos (mujíín), en el lado oscuro donde van las personas que mueren de una muerte repentina. En caso de que la persona no se recupere rezando en el campo mortuorio y en el cerro, levantando su sombra durante más de tres o cinco días, entonces se debe buscar otra alternativa, porque con cuatro puntos cardinales no se logró”. Para sanar a personas enfermas se ocupa agua bendita, copal, velas, hojas de toronja, hilo y cera.
La concepción de la enfermedad en los pueblos me’phaa no puede separarse de las potencias que dieron origen a su mundo y que sustentan su existencia. Akuun Mbasuun es la lumbre que cuece los alimentos para consumir. Akuun Júba (deidad del cerro o tierra) es la que sostiene la vida, considerando que ahí crece la milpa. El Begóó (rayo) es el abuelo que, con su voz estruendosa, abre las nubes para que llueva y la tierra pueda germinar.
Frente a la crisis sanitaria por la Covid-19, los me’phaa se organizaron para cerrar sus pueblos, buscar plantas curativas y hablarle a Begóóo o Mbasuun para que no se propague la enfermedad. La comunidad de Moyotepec, que tiene una población de mil 600 habitantes, entre los que destacan 50 abuelos y abuelas de más de 60 años de edad, también cerró sus accesos para evitar el contagio del coronavirus. Durante 15 días la gente no pudo salir de sus casas. El Ayuntamiento dio sólo un tinaco de agua y cubrebocas, mientras los rezanderos del pueblo oraban para que la pandemia no llegara. En esos días murieron dos personas de diabetes.
Mientras en el mundo se buscaba y probaba la vacuna contra el SARS-Cov-2, las comunidades me’phaa subían a pedir a Akúún Juba (deidad del cerro) y a Kuaya (ciénega) para que no llegara la pandemia. Las familias de Moyotepec elaboraron una infusión para prevenir la enfermedad a base de jengibre, canela, manzanilla y hoja de yerbasanta. También un atole xoco, elaborado con masa de maíz, frijol y picante, una bebida que acostumbran tomar las mujeres después del parto para que recuperar su fuerza.
Las abuelas y los abuelos de Moyotepec y del resto de las comunidades hablan con la tierra y con las potencias sagradas. Juntan plantas, flores, velas y una gallina para subir con Begóó (rayo) y pedirle “que las enfermedades se vayan a otras partes, que sucumban en las profundidades del mar o que se pierdan en el aire”, explica Álvaro.
Las familias de estas tierras sobreviven el día con apenas 100 pesos para no morir de hambre y los servicios de salud no llegan a las comunidades más remotas. Moyotepec tiene un centro de salud, pero sólo atiende unos días a la semana, “como si la enfermedad llegara de vez en cuando”, lamentan. En la región, de acuerdo a datos del 2019, existen 445 casas y centros salud, brigadas y unidades. Y en Tlapa se localiza el único Hospital General de segundo nivel.
En esta región está la comunidad de Chilixtlahuaca, que tiene mil 500 hablantes del Tu’un Savi (mixteco). Aquí dos personas murieron por Covid-19. Hay 13 personas con diabetes y cuatro con hipertensión. Mucho de estas enfermedades existen en las comunidades indígenas, pero no hay una atención especializada, menos con pertinencia cultural. La gente se queja de los malos tratos en los centros de salud y afirman que en el Hospital de Tlapa el personal médico es grosero.
Hasta el momento los centros de salud no son una opción para los pueblos, por lo que los tlapanecos siguen recurriendo a diálogo con Mbasuun, Kuaya, Begóó o Júba.
Palabras finales
La enfermedad para los pueblos de la Montaña se debe, dicen los sabios de la región, a “la falta que una persona comete contra las abuelas y los abuelos; una transgresión a las reglas de la vida comunitaria”. Por ejemplo, si alguien va a cazar un venado, pero deja los huesos o le corta las costillas, es seguro que se enfermará porque al dueño (San Gesta) de los venados no le gusta que maltraten a los animales. En el caso de que sea regalada un poco de carne de venado a la amante, puede repercutir en una enfermedad que puede causar la muerte. Son enfermedades que muy probablemente no tengan cura en la medicina alópata.
Los rezanderos del pueblo de Moyotepec subieron al cerro para que el coronavirus no llegue
El 15 de agosto los pueblos me’phaa acuden al cerro para afianzar la petición de lluvia, en especial para que crezca bien la milpa. Algunos entregan borregos; hay quienes amarran las hojas y van a la cruz del cerro, otros a la iglesia para pedir por el pueblo, así como para que a la milpa no le caiga el granizo ni la tumben los fuertes aires. Esperan al abuelo Begóó con humo de copal para darle gracias y pedir agua. Con la enfermedad Covid-19 que está golpeando a las grandes ciudades, los rezanderos del pueblo de Moyotepec subieron al cerro para que el coronavirus no llegue.
Las personas deben respetar la vida comunitaria, la relación con la naturaleza y los animales, pues en caso contrario se piensa que serán reprendidos por las potencias con una enfermedad a un familiar. Así como los animales un tiempo fueron seres humanos, también los cerros, ríos y lagunas. No hay mundos fragmentados. Las potencias son las reguladoras de la vida. Así, el sistema de curación, incluso para Covid-19, no puede estar desligado de una forma de pensar muy propia de los pueblos originarios, en este caso de los me’phaa.
Kunite’, el espanto
Un mes llevaba tirado Isauro (Chayo). En las noches gritaba de dolor retorciéndose como un gusano, había gente que lo agarraban de los pies y de las manos hasta las 6 de la mañana. Sus familiares habían ido a Paraje Montero, San Miguel del Progreso y Colombia de Guadalupe, pero el mal seguía. No se sabía si era malaire o espanto. El señor Enrique hizo la lucha para que se ofrendara sangre de una marrana, de un guajolote y una gallina, pero no se pudo; y él estaba ya decidido a que su hijo se iba a morir. “En diciembre fui a visitar a mi hija, quien estaba casada con Jaime, hermano de Isauro. Llegué una tarde. Al siguiente día ni siquiera despuntaba el sol cuando rechinó la puerta al entrar mi hija. En seguida llegó una abuelita para que le hiciera una rifa o le sacara la suerte (con el maíz se saca la suerte, pregunta, rifa, lo que es lo mismo que un diagnóstico) a Isauro porque estaba durmiendo todo el día. Tocan la puerta, eran eso de las 10 a 11 de la noche. ¿Quién eres?, pregunté. Soy Enrique Galindo, me respondió. Me paré a saludarlo y le dije que pasara. Mire vine a verlo, sé que vino usted a visitar a su hija, pero aprovecho porque quiero que haga algo de rifa ya que tengo un muchacho que lleva un mes que todas las noches se revuelca y su corazón casi que revienta. Me dijo que se cayó cuando venía de Paraje Montero y que a ver si le encontraba una cura. Empecé a buscar si se cayó en el agua del río y ahí se espantó o se cayó en el mango o donde fue a cortar aguacate o guayaba, o lo espantaría una res, un caballo o se subió en el palo y se cayó. Busqué en el Oriente, Poniente, Sur y Norte, justo aquí daba la señal. Mira, le dije, este señor fue a Tlapa o a México. Entonces Enrique dijo, es cierto, se fue a trabajar a México, fue en un camión que llevaba 45 pasajeros. Isauro se durmió cuando pasó el carro y al querer alcanzarlo vio que estaba tirada una cosa con la que se tropezó, era el cuerpo de una persona que se había caído y se le enchinó su piel. Ese muerto lo trajo y ahora no puede salir, ahí está”, dice el curandero.
Don Álvaro saca nuevamente la suerte para saber qué lugar será bueno para hacer la curación. “Fui a donde se cruzan los caminos, al cerro alto, al norte, del otro lado del arroyo, en la iglesia, la Cruz Alta, pero no se pudo. Fue a mitad del camposanto (Naa nangualuu xabu) donde salió, justo en la Cruz Alta se llamaría al muerto para que regrese. Ahí es como una oficina donde se juntan todos los muertos, y ahí le vamos a hablar para que regrese. Muerte repentina (Nijañu mbeguu) sucede cuando súbitamente cae una persona”.
Un día miércoles empezaron los preparativos de la curación. “Mira, Enrique, me vas a conseguir una bola de hilo, cera, los hilos de la vela deben ser 4 de 6, 4 de 9, 2 de 13 y 2 de 14 para el ánima. El jueves, aún con el canto de los gallos, a eso de las 6 de la mañana, con el agua bendita, las velas, el humo de copal, las hojas de toronja que corté con tijera para hacer un rosario, ya que no había flor, echamos nuestros pasos a la tierra de los muertos. Empecé a rezarle, pedí perdón a la persona que murió por accidente. ‘No fue Chayo quien te tumbó, te cortó la cabeza o se disgustaron, sinceramente no sabemos si es un castigo que mandaron las potencias, alguna energía mala. Señor, discúlpeme, yo te hablo ya seas Na Savi, inglés o español, fuiste a trabajar y quedaste en medio de la carretera, pero Chayo también tenía hambre, tenía sed y por eso se fue a buscar su vida a la Ciudad de México, y usted lo está agarrando, no haga así, hermano, te pido de favor que dejes a este señor y por eso traemos tu vela, tu flor, déjalo’”.
La enfermedad del espanto, piensan las comunidades tlapanecas, puede llevar a una persona a las puertas del mundo de los muertos si no se atiende a tiempo. Severo, el hijo de don Álvaro, estaba en Nueva York trabajando en un restaurante y cada seis meses mandaba dinero, pero dejó de mandar porque los malestares en su cuerpo eran más fuertes. Después de que los doctores le dijeron que no tenía nada, don Álvaro sacó un diagnóstico con el maíz. En seguida supo que tenía que curarlo con cuatro huevos de guajolote: “empecé por el ombligo de uno, de dos, de tres huevos, así empezó a toser como si se estuviera burlando (en la enfermedad siempre hay alguien que está vivo, en sentido figurado la enfermedad es un ente con vida). Algo baboso salió a través de la orina de mi hijo, algo tenía que la ciencia no pudo explicar ni curar, pero se pudo curar con la palabra de nuestros antepasados”.
También, en otro momento, fue a curar a un joven que estaba a punto de morir, estaba como si le hubieran quitado el habla. “Eso es obra del mal aire de los muertos porque anduvo mucho en la noche, por eso quemé el copal. Al siguiente día al menos agua y tortilla pudo comer como signo de mejoría”.
El pueblo me’phaa (tlapaneco), de la estirpe de las y los guerreros fuego, habita la Montaña de Guerrero, con una población de aproximadamente 120 mil hablantes de la lengua materna. Se ubican principalmente en los municipios de Tlacoapa, Acatepec, Iliatenco, Malinaltepec, Zapotitlán Tablas, Tlapa de Comonfort, Atlamajalcingo del Monte, Metlatonoc, Copanatoyac, Atlixtac y Azoyú, la mayoría en la región Montaña, pero también los hay de la Costa Chica.
Estos pueblos siembran maíz, frijol, calabaza, durazno, manzana, mora y membrillo, principalmente. En el clima templado-cálido se dan cultivos como la guayaba, el mamey, el plátano, el zapote y, por supuesto, el maíz, frijol, calabaza, jamaica, entre otros. Su cultura tiene prácticas diversas, desde la danza de los Tlaminques, pasando por la elaboración de gabanes, morrales de estambre y prácticas curativas.
Mbasuun (fuego), braza que alumbra el pensamiento
Mbasuun (fuego o lumbre) es el abuelo de los pueblos me’phaa, es el que alumbra el mundo para que la oscuridad no abrace a sus hijas y sus hijos. Es el abuelo que cuece los alimentos para que las familias puedan comer y no llegue el hambre, es para calentarse del frío de las mañanas o de las noches, el que seca la ropa mojada por la lluvia derramada en el campo, el que los cuida y cura de las enfermedades.
Desde los tiempos de Mbasuun, la palabra y la sabiduría de las abuelas y los abuelos reúnen las energías para poder estar y pensar el mundo, para protegerse de los malos aires y de las enfermedades. Los xabó me’pháá (gente que habla el tlapaneco) han tenido que buscar alternativas para sobrevivir ante las calamidades o pestes que llegaron con la colonización. Lo mismo que hacen ahora con la pandemia de la Covid-19.
Se convirtieron en especialistas de la herbolaria y aprendieron a hablar con los vientos, con Begóó (el rayo) y otros seres anímicos, que serían los primeros curanderos (una persona sabia y que cura enfermedades). Por eso, después de que los colonizadores trajeron enfermedades como el sarampión o el grano de oro, se quedaron en estas montañas para siempre. Cuentan que en los años 80, en la comunidad de Yerba Santa, actual municipio de Acatepec, un día fueron sepultados seis niños y dos mujeres que murieron por el grano de oro, enfermedad altamente contagiosa, uno de cuyos síntomas es la fiebre. Los curanderos pueden diagnosticar la enfermedad con el maíz o a veces por el nahual (al animal de una persona). Se habla con el maíz para que se busque en qué lugar llamar al animal. Si es en un manantial, se tiene que acudir con una vela para que la palabra llegue a Kuaya (ciénaga u ojo de agua). La enfermedad no llega a todas partes porque el viento la arrastra con su corriente. Por eso el coronavirus, dicen en estas tierras, no ha llegado a Moyotepec.
La enfermedad que sí llegó fue la tosferina, por la que murieron muchos niños y niñas. Uno de los remedios comunitarios con la que la enfrentaron fue el caldo de iguana. También se buscó curar con el caparazón de armadillo, que se dora en la lumbre, se mueve y se cuela para tomarlo. La carne de ardilla en caldo, cuentan, también es curativa. Cuenta Álvaro Anastacio: “un 28 de agosto, día de San Miguel Arcángel, me mojé y empezó la tos. Tardó 20 días y no se me quitaba. Entonces fui con un señor para que me curara, pero él me dijo que yo me podía curar amarrando unas flores, hojas de hígado y palma de riñón. Con las flores amarradas le hablé a la enfermedad, le dije que se fuera para el sur, a donde nació, allá en el Monte de Olivo”.
Otra enfermedad que cobró muchas vidas me’phaa fue la disentería (diarrea con sangre). Al evacuar hay sangre y dolor en la espalda y, si no se controla, puede ser mortal. Para curarla, los pobladores cortan en cruz la planta de izote, la ponen a hervir, y el caldo corta la disentería. También está la enfermedad de la vergüenza que, explican los indígenas, da cuando en público se pasa una pena, lo que hace que el alma se sienta mal y se refleje en el cuerpo. También el mal de ojo, que provoca comezón en la piel y se cura hasta que se reza al nahual o animal de cada persona.
En la cultura me’phaa el Mbasuun es el que cura las enfermedades. La lumbre, dice el curandero Álvaro Anastacio, “es la memoria ardiente y fecundadora; la esperanza, el rayo de luz que toca la flor para que crezca el niño o la niña aún en tiempos difíciles. Es esa braza que alumbra el mundo, en todos los hogares para que la existencia humana continué habitándose”.
La palabra de fuego
Dicen los sabios me’phaa que “el mundo nos piensa y Akuu Jubaa (deidad de la tierra) nos cubre con su piel, dadora de vida. Somos las hijas y los hijos de los que llegaron antes. Nuestros abuelos y abuelas que pusieron el ejemplo, le hablaron a los ríos y a Kuaya’ (la deidad del agua), subieron al cerro para pedir que no lleguen las enfermedades, los malos aires, los granos negros, los granos de pus; pidieron a los cuatro vientos para que crezcan los niños y las niñas. Todo lo que dijeron nuestros abuelos retoña. Todavía se sigue la palabra de antes, su aire y su alma que nos dejaron. Fueron personas de pensamiento, ahora son santos y nuestros abogados para arreglar e interceder en nuestra buena salud, para que el niño crezca y tenga estudio”.
Don Álvaro, siempre en el uso de su lengua, explica: “A Kuaya’ se le ofrenda con un litro de aguardiente para que no llore el niño, que duerma calentito y en paz. También sirve para que se hagan a un lado las personas malas y que no haya enfermedad. Todo se pide al ojo de agua para que no se seque y que cuide el monte; si es animal con uñas que sea pegajoso para que suba al árbol, si es animal de plumas que sea fuerte”.
El curandero advierte que los cuatro vientos que cuidan al mundo son nuestros vigías y son quienes nos dan la palabra para pedirle a Kuaya’ la salud de nuestro cuerpo y alma. Explica que algunas potencias que rigen la vida de los pueblos me’phaa son Akuun Júba (deidad del cerro o tierra), Kuaya (deidad del agua), Begóó (rayo) y Akuun Mbasuun (deidad de la lumbre o fuego), y a este último se le depositan “24 hojas de fuego que alumbra la cabeza del mundo para que no exista la maldad”.
La muerte en cenizas
Las comunidades me’phaa han tratado de enfrentar la enfermedad del coronavirus con la herbolaria y la palabra a las abuelas y abuelos que las protegen. La covid-19 ha dejado panteones llenos y cenizas esparcidas. Aquí, en La Montaña de Guerrero, las cenizas rompieron los esquemas de la concepción de la muerte, donde el cuerpo de la persona fallecida debe ser devorado por la tierra.