Hace una década, los hermanos Benjamín y Uriel Pérez Reyes regresaron a su tierra: San Juan Evangelista Analco, una pequeña comunidad indígena de Oaxaca en donde las montañas y bosques dominan el paisaje, un lugar muy diferente a Las Vegas, Estados Unidos, donde vivieron como migrantes.
“Aquí no hay tantas comodidades pero se vive sin preocupación. Si no tienes trabajo, el monte te da de comer, hay tranquilidad”, cuenta Benjamín, de 30 años, mientras observa el área de aprovechamiento forestal que forma parte del territorio de San Juan Evangelista Analco, población zapoteca, ubicada en la Sierra Norte de Oaxaca, al sur de México.
Los hermanos Pérez Reyes rondaban los 20 años cuando dejaron Estados Unidos; sus padres se quedaron sin trabajo ante la recesión económica que se vivió en aquel país. Cuando regresaron a la tierra donde nacieron, encontraron que el bosque era una opción de vida para ellos, pero también para la comunidad.
Durante décadas, los habitantes de San Juan Evangelista Analco hicieron de la migración algo así como una tradición. Francisco Javier Manzano Jacinto, actual presidente municipal, recuerda que cada enero se iban unos 10 o 15 jóvenes hacia Estados Unidos: “Cada año era igual, algunos regresaban en diciembre para ver a sus familias y disfrutar de la fiesta patronal, pero se volvían a ir”.
En la tierra de Benjamín y de Uriel —como sucede en muchas poblaciones rurales del país— no había fuentes de trabajo. La gente de Analco quiso cambiar esa historia. Para ello decidieron seguir el ejemplo de sus vecinos: Ixtlán de Juárez y Capulálpam, comunidades que en la Sierra Norte de Oaxaca son pioneras en hacer del aprovechamiento sostenible del bosque un motor de la economía local.
Trazar un nuevo camino
Filemón Manzano Méndez tiene 50 años y es comunero de San Juan Evangelista Analco. Cuando tenía 20 años, se fue a estudiar el bachillerato al pueblo vecino, Capulálpam. Ahí conoció el trabajo de la Unión de Comunidades Productoras Forestales Zapotecos-Chinantecos de la Sierra Juárez (UZACHI), una de las organizaciones de manejo forestal comunitario más reconocidas en el país.
Con la UZACHI, Filemón aprendió que si se conoce bien al bosque, si se hace un plan de manejo del territorio, si la comunidad se organiza, si se hace una tala de árboles adecuada, si se tienen trabajos de prevención de plagas y de incendios, si se reforesta y ayuda a la regeneración natural del bosque es posible tener opciones de trabajo y conservar el ecosistema.
El tiempo pasó. Filemón, como muchos de los jóvenes de su comunidad, también migró. Después del bachillerato, viajó a Durango para estudiar en el Instituto Tecnológico Forestal.
Cuando retornó, Filemón ya era ingeniero forestal. Puso en práctica sus conocimientos profesionales, así como lo aprendido en la UZACHI, para elaborar —junto con el entonces presidente de bienes comunales, Francisco Javier Manzano— un ordenamiento territorial para Analco.
Una plaga de gusano descortezador que, en 2005, invadió parte de sus bosques fue la que llevó a la comunidad a realizar un programa de ordenamiento territorial. Para sanear las zonas afectadas, se tumbaron los árboles dañados y eso provocó conflictos con algunos miembros de la comunidad que se oponían a la tala. Filemón recuerda que estuvieron a punto de llevarlo la cárcel; “por fortuna, no pasó”.
Cuatro años después, en 2009 se logró contar con un estatuto comunal, donde se establecen las reglas para la protección de los recursos naturales que custodian 254 comuneros. Este documento se elaboró con el apoyo de profesionales del pueblo, el proyecto de Conservación de la Biodiversidad en Comunidades Indígenas —de la Comisión Nacional Forestal (Conafor)— y de la organización Estudios Rurales y Asesoría Campesina (ERA A.C.).
Ese estatuto colocó los cimientos para que, en 2012, la comunidad lograra tener un programa de manejo forestal para la producción, conservación y restauración de sus recursos maderables, el cual fue elaborado por Francisco Javier Rosas, bajo la asesoría de su maestro Filemón Manzano Méndez.
Los zapotecas de Analco tuvieron que pasar por el conflicto y la reflexión sobre el significado, el uso y la conservación de su bosque antes de llegar a ser lo que ahora son: una comunidad forestal que ha logrado crear alrededor de 40 empleos para contener la migración.
Quince años después de comenzar su apuesta por el manejo forestal, San Juan Evangelista Analco es una comunidad que basa sus principios de desarrollo en un aprovechamiento ordenado y racional de sus recursos. Y por realizar ese trabajo, en 2016 recibió el Premio Nacional al Mérito Forestal, en la categoría de Silvicultura Comunitaria. Un año después obtuvo la certificación del Forest Stewardship Council (FSC).
Sostener el desarrollo comunitario
Si se le compara con otras poblaciones de la región, como Ixtlán de Juárez que tiene hasta 19 000 hectáreas de bosques, San Juan Evangelista Analco es una comunidad pequeña: cuenta con 1 630 hectáreas de bosques templados y de niebla. Del total de su territorio, solo 430 hectáreas las dedican al aprovechamiento forestal.
Filemón Manzano, ahora doctor en Ciencias Forestales y quien fue el asesor técnico de la comunidad hasta 2019, explica que la comunidad produce alrededor de 780 metros cúbicos de madera de pino y 1 540 metros cúbicos de encino al año. A pesar del bajo volumen, señala, el aprovechamiento forestal ha permitido contar con ingresos para la comunidad.
“Pocas veces —explica— ha habido reparto de utilidades (por la venta de madera); la mayor parte se invierte en obra pública o infraestructura. Por ejemplo, en la compra de vehículos, una grúa y en inversiones al proyecto de ecoturismo o la empresa de los hornos de carbón lidereada por mujeres. Todo se ha hecho con dinero del bosque”.
Hasta el momento, el aprovechamiento forestal ha permitido generar 30 empleos durante la temporada de corta; además, las utilidades que obtienen de la venta de madera las han invertido en un proyecto ecoturístico, que emplea alrededor de nueve personas, y en una empresa de carbón, en donde trabajan siete mujeres.
En la parte baja del territorio comunal están las instalaciones de Laatzi Duu, centro de ecoturismo que comenzó a construirse en 2007 con el apoyo de la entonces llamada Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), ahora Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI). Primero establecieron un comedor, luego dos cabañas y poco a poco fue creciendo con las utilidades que generaba el manejo del bosque y el apoyo de la CDI. En 2015 finalmente quedó legalmente constituida como empresa de producción rural.
Conservación desde la comunidad
Caminar por los bosques de Analco revitaliza, sobre todo en estos tiempos de pandemia. Los comuneros guían el recorrido de los visitantes desde la parte alta del bosque, donde han colocado una mojonera llamada Rú’a inda gualuppa, palabra en zapoteco que significa “donde siempre hay humedad”. En el lugar hay una cerca —construida con alambre de púas— que marca los límites de las tierras de Analco y evidencia que esta población, como otras de Oaxaca, ha tenido conflictos por límites territoriales con la comunidad vecina.
El actual presidente de los bienes comunales, Cenovio Juan Vásquez, explica que a ese lugar también le llaman “mojonera trino”, porque ahí confluyen tres comunidades: Santa María Jaltianguis, San Juan Atepec y San Juan Evangelista Analco. Aunque es un signo de confrontación, Vázquez aclara que el paraje fue renovado en 2004 en acuerdo con las otras comunidades para delimitar sus espacios municipales.
En la parte alta del bosque, a 2 900 metros sobre el nivel del mar, prevalece el clima frío; en esa zona están las 12 hectáreas de bosque mesófilo de montaña o bosque de niebla que conserva Analco y que, de acuerdo con la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), es un ecosistema prioritario.
Los bosques de niebla se distribuyen en zonas muy húmedas, ocupan el 1% del territorio nacional, en pequeñas proporciones ubicadas en 20 estados, entre ellos Oaxaca, de acuerdo con datos de la Conabio. Los habitantes de Analco tienen muy claro la vulnerabilidad de este ecosistema: “aquí hay madera de buena calidad, pero no se toca, porque es área de conservación comunitaria, declarada por la misma población”, comenta Saúl Santiago Alavés, quien se encarga de clasificar y dar seguimiento a las especies de árboles, junto con el asesor técnico actual, Francisco Javier Rosas.
Saúl Santiago explica lo importante que es reconocer los ecosistemas que hay en el territorio de la comunidad: el bosque de niebla que se encuentra en la parte alta del territorio provee de importantes servicios ecosistémicos, entre ellos la regulación del ciclo del agua, vital para la población.
En la zona media-alta, entre los 2 200 y 2 600 metros sobre el nivel del mar, está la parte del bosque templado, donde predominan los pinos y encinos; es ahí donde se realiza el aprovechamiento forestal.
Bosque escuela, comunidad instructora
En la zona alta, el cuerpo siente la humedad que predomina en el ambiente; al andar por el lugar se escucha el sonido sutil que producen las hojas húmedas que tapizan la tierra y las voces de los integrantes del Comisariado que recuerdan anécdotas de cuando eran niños; también cuentan cómo han integrado a las nuevas generaciones al cuidado del bosque.
Hablan de la germinación, de los hongos comestibles y los alucinógenos; van señalando las plantas medicinales y recuerdan cómo las usaban. El chichicastle es para la circulación de la sangre y también “¡no la aplicaban para los berrinches!”, dicen entre risas, refiriéndose a esa planta cubierta con pelos urticantes o pequeños ahuates, espinitas muy delgadas, casi transparentes.
Cuentan que antes era diferente su relación con el “monte” (bosque): “No teníamos tanta cercanía, sacábamos madera, colectábamos hongos, no le poníamos la misma atención a los laureles, que aquí hay en abundancia. Por eso, cuando supimos que están en riesgo no lo podíamos creer. Pero cuando nos hicimos conscientes de lo que hay, tomamos otra postura. Ahora los senderos están habilitados para enseñarles a los niños a reconocer el territorio, adecuándolo a las clases que están llevando en la escuela”, comenta Saúl.
En el país —explica— son pocas las comunidades que aún conservan bosque mesófilo; “pero aquí, y en comunidades vecinas, se encargan de darle un buen manejo”. Sus palabras son interrumpidas por el fuerte sonido de un ave. Es la chara copetona (Cyanocitta stelleri ), una de las especies que habitan en la zona.
En estos bosques también es posible encontrar al mirlo azteca (Ridgwayia pinicola) o primavera, como le llaman en Analco, un ave poco común, sujeta a protección especial por la Norma Oficial Mexicana NOM-059. Los pobladores cuentan que también hay anidación del aguililla cola roja (Buteo jamaicensis); algunas veces pueden verla sobrevolando la zona de aprovechamiento forestal.
Para proteger a estas y a otras especies de flora y fauna, la comunidad estableció —con apoyo de la Conafor— estrategias de manejo para un bosque con Altos Valores de Conservación (AVC). También instalaron nueve sitios permanentes de monitoreo silvícola en áreas de conservación forestal.
Por ser un ejemplo en el manejo forestal comunitario, desde 2018 la Conafor considera a Analco como una comunidad instructora: “recibimos a gente que viene a ver lo que hacemos, a tomar talleres o seminarios”, explica Cenovio Juan Vásquez, presidente del comisariado. Saúl complementa: “Es como un bosque escuela, nos sugieren y les compartimos lo que está aquí; es un intercambio”.
A partir de esos intercambios de conocimientos entre comunidades, el programa forestal que tienen en Analco ha servido de modelo a localidades como San Francisco Coatlán, también ubicada en Oaxaca, la cual tuvo la iniciativa de certificar el proceso de aprovechamiento de sus bosques y logró el Premio Nacional al Mérito Forestal 2019, otorgado por la Conafor.
Saúl cuenta que pequeños ejidos en el estado de Chiapas también han considerado replicar el modelo forestal de Analco, con sus respectivos ajustes. Y aunque el trabajo de esta comunidad zapoteca ha inspirado a otros, Saúl resalta: “No conocemos todo, llevamos siete años pero nos falta mucho por aprender y recorrer”.
Seguir en tiempos de COVID-19
A pesar de los aciertos que ha tenido el programa forestal integral de Analco, el asesor técnico Francisco Javier Rosas señala que uno de los desafíos ha sido consolidar sus empresas comunitarias, “es complicado mantener una continuidad, sobre todo porque las estructuras comunitarias son diferentes a un organigrama empresarial”.
La empresa de carbón —fundada en 2017— empezó empleando a 45 mujeres; de ellas solo han continuado siete. Sara Sosa Pérez, quien continúa en el proyecto, señala que algunas de sus compañeras se desesperaron, porque las utilidades no se ven reflejadas en forma inmediata.
En los últimos meses, otro de los retos a los que se enfrenta San Juan Evangelista Analco es lograr que su empresas forestales resistan los impactos económicos provocados por la pandemia de COVID-19.
Desde marzo de 2020, los trabajos de aprovechamiento maderable están detenidos por la pandemia. La gente de la comunidad confía en que encontrarán estrategias para no dar pasos atrás en su andar por el manejo forestal y en su nueva relación con el bosque.
Todos los entrevistados coinciden en que la dinámica del pueblo cambió, dicen orgullosos que ahora pocos jóvenes migran a Estados Unidos, quizá uno o dos al año. La mayoría sale a estudiar a la capital del estado o a otro país, pero regresan al pueblo con la intención de asentarse como comuneros. Quienes deciden integrarse al proyecto forestal combinan su profesión con las actividades del bosque.
“Eso nos da más arraigo a la comunidad, uno siente las ganas de estar, de combinar la actividad comunitaria, con lo que elegimos como profesión”, comenta Filemón, quien por su experiencia en el bosque de Analco y otros de la región fue invitado a diseñar un plan de manejo forestal a nivel nacional.
Francisco Javier destaca uno de los mayores logros que se han dado en Analco: “antes pensaban que conservar significaba no tocar, ahora saben que con buen manejo las pequeñas comunidades también pueden ser exitosas”.
Analco pasó de una cultura de “conservar-no tocar” a “conservar-produciendo, produciendo conservando”.
Los hermanos Benjamín y Uriel comentan que, así como ahora están las cosas en el mundo, con pandemia y desempleos, es mejor estar acá, en su comunidad, Analco.
Cuando regresaron de Estados Unidos, “no fue difícil reintegrarnos, porque aquí teníamos parte de la vida, aquí en el bosque vivimos nuestra niñez, ahora solo le damos continuidad a través de los cargos”, comenta Benjamín, el menor de los hermanos, quienes ya tienen un lugar entre los integrantes del comisariado. Como comuneros saben que tienen derechos sobre sus tierras, pero también la gran responsabilidad de proteger sus bosques.
*Imagen principal: La comunidad de San Juan Evangelista Analco tiene 1630 hectáreas de bosques templados y de niebla. Foto: Carmen Pacheco.
Publicado originalmente en Mongabay Latam