Complicidad colonial: el racismo estructural y la feminidad blanca

Waquel Javier Drullard Marquez

Foto: Matthew Roth (cc.2.0)

El racismo estructural es un elemento fundante y constitutivo de la colonialidad, que se traduce en una forma de organización del mundo en términos económicos, sociocultuarales, epistémicos y ontológicos, que jerarquiza a poblaciones a partir del prejuicio racial, naturalizando la desigualdad y legitimando la opresión de ciertas personas que por su constitución racializada, no occidentalizada y no blanca, son concebidas como sujetos no centrales, y, por tanto, como menos humanos.

En otras palabras, el racismo es la categorización histórica de personas, que a través del aparato de la ciencia occidental, utiliza el discurso de la “biología” para definir de manera arbitraria el valor de ciertos sujetos, a partir de características físicas, geográficas y epistémicas. Biologizando que sujetos blancos, con privilegio estético, sin diversidad funcional, heterosexuales y adultos, se entiendan en lógica de superioridad, como los únicos válidos y representativos del ideal civilizatorio de humanidad y progreso, en contraposición a los demás, que son personas negras, indias, racializadas y socialmente no occidentales, situadas en las periferias del mundo, dominadas por el peso de la pobreza y la precarización histórica atribuida a su subjetividad de otredad.

Lo que quiere decir, que el racismo no es un hecho fortuito, sino que ha sido pensado en términos geopolíticos y de universalidad, inscrito en un razonamiento epistémico y económico desde el colonialismo. Donde a partir de la invasión y saqueo de la nombrada América en 1492, y la irrupción colonial de Europa en África en el s. XIX. Europa es comprendida como centro hegemónico e imperial del desarrollo global, merecedora de ser expandida por su avance civilizatorio y su autolegitimidad histórica de progreso, frente a los territorios del sur global, propios de gente racializada, poco avanzada y destinada a la dominación por el dispositivo de la “raza”.

Europa es artífice de la construcción del racismo estructural, como forma de relación obligatoria sociocultural, que se piensa como referente y a sus sujetos hegemónicos, como los únicos herederos legítimos de todos los recursos y vidas del mundo

En este sentido, Europa, no en su sentido geográfico, es entonces el artífice de la construcción del racismo estructural, como forma de relación obligatoria sociocultural, que se piensa como referente y a sus sujetos hegemónicos, como los únicos herederos legítimos de todos los recursos y vidas del mundo, desde una mirada de unicidad-universalidad, donde el racismo no es un comportamiento, una expresión o un gesto de desigualdad social, sino una experiencia que jerarquiza vidas, siendo un engranaje y al mismo tiempo una matriz, que permite la unión e intersección funcional en términos sistémicos de un conjunto de componentes (estéticos, filosóficos, religiosos, fronterizos, sociales, históricos, económicos, geográficos…) que se recrean y reproducen como un todo, colocando a las vidas blancas como dueñas de la humanidad y a las vidas pobres, racializadas, periféricas y desbordadas en las orillas del mundo, como vidas no válidas e impensables para ser consideradas humanas.

SOBRE EL CONCEPTO DE “RAZA”

Empecemos diciendo que la “raza” no es un hecho biológico, sino una ficción social que funciona como instrumento de opresión a través del marcaje de la diferencia y la clasificación de personas en términos colonialidad, siendo estratégicamente funcional para la forma de organización política-económica del mundo actual.

Anibal Quijano, profesor, filósofo y sociólogo peruano, quien impulsó el Grupo Modernidad- Colonialidad, acuñó el término colonialidad del poder, refiriéndose al conjunto de poder globalmente hegemónico, que funciona bajo la invención de la idea de la “raza” como precondición indispensable para comprender el orden mundial moderno (Segato, 2018). Es decir, dentro de un mundo aún colonial, donde existen potencias y países empobrecidos, dónde el poder se transfigura en el capital transnacional privado y saqueo de pueblos y territorios, y donde la desigualdad es la pieza central de todas estás dinámicas de relacionamiento; la “raza” es entonces ese elemento clasificatorio universal de estas relaciones sociales de explotación, que permite el establecimiento de criterios de superioridad y marginalidad, a través de un ejercicio de poder-sobre los cuerpos marcados como “racializados”, ejerciendo miradas de opresión sobre cuerpos negros, indios y prietos, dentro de esta colonialidad y también dentro de lo que Quijano llama: el “Patrón de Poder Capitalista Eurocentrado y Global”, refiriéndose a esta articulación estructural de todas las formas de explotación que producen dominación y relaciones de desigualdad.

En este entendimiento del desprecio a ciertas vidas a través de la invención de la “raza” como categoría colonial de clasificación humana, el racismo hay que entenderlo en términos sistémicos, lo que no significa que no veamos sus afecciones individuales, sino que para entender el racismo en su complejidad, hay que leerlo desde una perspectiva de colonialidad, donde racismo adquiere desde su nacimiento un carácter estructural, porque el mundo es organizado por el sujeto hegemónico, en lógicas de centro y periferia – sistema – mundo, en el sentido de Wallerstein. Dónde la gente blanca es propia del centro y la gente racializada propia de la periferia, definida como lo “otro” y por lo tanto sujeta a ser explotada por su condición de inferioridad subjetiva.

EL RACISMO COMO DEFINICIÓN DEL SER Y DEL NO SER

Según Franz Fanon, filósofo, escritor caribeño y activista revolucionario, quien abordó la cuestión de la descolonización y formó parte de los movimientos emancipadores de los años 60 y 70, existen dos zonas: la del ser, habitada por sujetos propios de la blanquitud y del privilegio imperial, gente blanca y con ventajas de clase junto todas sus implicaciones económicas, culturales, epistémicas y estetéticas, y la del no ser, propia de la subalternidad, de territorios expropiables, de gente precarizada y racializada.

Esta conceptualización de Fanon, nos permite entender que el racismo no es un tema solo de efectos y atropellos, sino que responde directamente a una lógica sistémica de vivir o sufrir el mundo, dependiendo la zona donde fuiste colocada, lo que provoca que el sufrimiento causado por el racismo no sea una cuestión de afecciones al margen que surgen sin intencionalidad y sin consecuencias esperadas, sino todo lo contrario, la violencia estructural inherente al racismo es el producto más pensado y directo de la matriz de dominación colonial – moderna, ya que resulta esencial para hacer el mundo desde la “dueñidad” (Segato, 2016). Es decir, viene siendo una forma de organización económica que categoriza relaciones sociales entre sujetos de la zona del ser y del no ser, generando procesos de desigualdad y explotación en todos los niveles, haciendo que unos sean los dueños de los “otros”.

Estas relaciones de desigualdad provocadas por la colonialidad, cobra vidas, empobrece, genera muerte y se encarna en los cuerpos de los sujetos situados en la marginalidad en variadas formas

Estas relaciones de desigualdad provocadas por la colonialidad, cobra vidas, empobrece, genera muerte y se encarna en los cuerpos de los sujetos situados en la marginalidad en variadas formas, a través de la configuración del racismo por medio del campo de la subjetividad y de los saberes. Donde gracias a un proceso de racialización el mundo se diseña y opera produciendo poder no distribuido, naturalizando la desigualdad y la opresión que experimentan personas negras, prietas, indigenizadas y no blancas.

En otras palabras, usando el concepto de “colonialidad del ser” de Nelson Maldonado, en este mundo de subjetividades jerarquizadas racialmente, se coloca geopolíticamente la totalidad del poder en cuerpos blancamente privilegiados y humanos, impregnándole su capacidad de ser humano, a costo de la negación de otros. Y en lógicas de “colonialidad del saber”, pensando en Edgardo Lander, se consolida una única forma de conocimiento verdadero y científico, que responde a una razón geopolítica y a una filosofía ilustrada epistémicamente centrada que define como neutral la idea del sujeto civilizado, no bárbaro, avanzado y moderno; operando como universalización del sujeto hegemónico, representante esencial del eurocentrismo y la supremacía blanca, como estadío más avanzado, en detrimento de aquellos que han sido marcados por la raza.

CAPITALISMO OTRA FORMA DE DECIR RACISMO

Esta división de seres y no seres, tiene una razón material, pensemos en la colonización o en la esclavitud, como procesos históricos que persiguieron la instauración de un orden económico global de explotación. En palabras más llanas, esta división racista entre seres y no seres, se traduce al día de hoy que el 1% más rico del mundo tiene más del doble de la riqueza que 6,900 millones personas, que desde el 2000 la mitad más pobre de la población mundial solo ha recibido el 1% del incremento total de la riqueza mundial, mientras que el 50% de esa “nueva riqueza” está en manos del 1% más rico, que los 22 hombres más ricos (hombres blancos) tienen más riqueza que todas las mujeres en África y que el número mundial de multimillonarios se ha duplicado en la última década, según la organización internacional Oxfam (2016).

Lo cual reitera esta lógica de dueñidad del mundo, enmarcada en la colonialidad, dónde literalmente hay sujetos blancos y con enormes privilegios capitalistas que son dueños de manera desproporcionada de recursos y medios. Lo que nos permite afirmar que hablar de racismo no es solo un tema de discriminación racial en el sentido estético, sino es un engranaje de violencias contra sujetos racializados en el patrón global del capital, siendo el capitalismo entonces un sistema socio-económicamente racista.

Así, el capitalismo es sinónimo de racismo, ya que este modelo social depredador que sostiene el fuero mundial de una supremacía blanca, solo puede existir a través de la explotación y el aprovechamiento de cuerpos periféricos y racializados, configurando así, en términos de Judith Butler, vidas más importantes que otras, las cuales son definidas como lo “otro” frente al sujeto hegemónico, el cual es blanco – humano (hombre o mujer), heterosexual, adulto, capacitado, sin diversidad funcional, ilustrado y propietario burgués.

Hasta que no comprendamos la funcionalidad del racismo dentro de la matriz del capital, nunca podremos entender su vigencia, su descarada presencia en instituciones como las cárceales y la policía, y su rol central en el sostenimiento de la pobreza que condena a cuerpos racializados a la muerte como tributo para el mantenimiento del orden global en términos de centro y perferia. El racismo no es un problema más, es la forma en la que existimos en el mundo.

FEMINIDAD BLANCA: PARTE DEL RACISMO ESTRUCTURAL

El racismo en cuanto es estructural, funciona de múltiples formas, unas de ellas, es a través del pacto de la blanquitud, el cual se puede definir como la complicidad colonial entre sujetos humanos, quienes solo pueden ser mujeres y hombres blancos, inscritos en la zona del ser (Fanon, 2009). Lo que quiere decir, que los sujetos blancos (no estrictamente de piel) gozan voluntaria o involuntariamente de privilegios históricos sobre sujetos racializados, privilegiando sus epistemes y filosofías eurocentradas sobre todas las demás del mundo, pudiendo desde ese lugar de privilegio dictar el orden del mundo.

En términos más secillos, el pacto de la blanquitud, es la hermandad colonial, y por tanto racista e histórica, que existe entre sujetos mujeres y hombres blancos, unidos por su preponderacia humana y su autoreferencialidad ontológica. Estos humanos blancos imponen su visión de mundo, y adecúan los medios sociales y económicos a beneficio de la razón occidental.

Partiendo de aquí, la feminidad blanca es parte del problema del racismo estructural. Empecemos aclarando que el género es una invención colonial y parte constitutiva de la humanidad. Lo “otro”, dígase lo negro, indígena y racializado, es contradictorio de la subjetividad de lo humano, la cual siempre es blanca y colonial. Es decir, el sistema racista que sostiene la desigualdad a expensas de la explotación, el genocidio y el “dejar morir”, es una estructura que está basada en el ideario humanitario, lo que se traduce en la existencia de un ideal civilizatorio ilustrado, que primero; solo reconoce la subjetividad binaria sexo-género a través de una matriz heterosexual (Butler, 1990), donde solo es posible existir en cuando se es hombre o mujer, negando existencias e identidades otras que se fugan de esa lógica, y segundo; porque solo a través de la existencia de esta dualidad – dicotómica “ mujer-hombre”, se materializa la heterosexualidad como régimen político (Wittig, 2005), sosteniendo la acumulación de capital, dotando de sentido al modelo económico global capitalista eurocentrado.

Es decir, quienes se apropian de esta lógica dueñista del mundo solo pueden ser los sujetos hegemónicos binarios heterosexuales blancos. Existiendo así, lo que ya he mencionado, un “pacto de blanquitud racial” entre mujeres y hombres a través del sostenimiento del racismo estructural.

La feminista decolonial María Lugones, quien apoyándose en La Invención de las Mujeres de Oyěwùmí, Oyèrónkẹ́, construye el concepto “sistema moderno-colonial de género” para explicar que el concepto “género” es parte constitutiva de la colonialidad y era inexistente antes de la irrupción colonial, considerándolo una imposición colonial al igual que la “raza”, y explicando el “género” como algo propio de la condición humana, y en consecuencia fugado de la condición no humana de la gente marcada por la racialización.

Solo los sujetos blancos son personas, y solo las personas son humanas y ciudadanas, y solo la humanidad ciudadana puede tener género

Dicho de otra forma, solo los sujetos blancos son personas, y solo las personas son humanas y ciudadanas, y solo la humanidad ciudadana puede tener género, ya que al igual que los animales, lo “otro” marcado por la ficción de la raza, es racializado y definido solo a través del dimorfismo sexual colonial: macho y hembra, escapando del marcaje humano -civilizatorio del género, lo que convierte al género en un atributo inminentemente colonial propio del sujeto hegemónico, el cual incluye también a mujeres blancas que no solo co-constituyen y reproducen el racismo estructural, sino también son partes del sostén de la blanquitud como matriz de opresión no solo en detrimento de las “otras” consideradas hembras – no mujeres, sino también contra los “otros” machos —no hombres negros— racializados, contribuyendo a la construcción subjetiva y simbólica de su sentido de animales salvajes hiper sexualizados, criminales y violadores en potencia (aptos de habitar las cárceles).

Sobre la no identidad mujer de las clasificadas como hembras racializadas recordemos a la activista abolicionista Sojourner Truth, quien en un territorio esclavista, donde las personas negras eran consideradas como no humanas, y en consecuencia no era posible devenir en “mujer”, ella se preguntó, en plena Convención de los Derechos de la Mujer de Ohio, EEUU (1848), “si acaso no era una mujer”, en un contexto mujerista blanco que solo reconocía la feminidad en un sujeto blanco burgués, y por tanto negaba la multiplicidad interseccional de lo que significa ser “mujer y hombre”, fuera de la blanquitud.

Esta negación de la humanidad de sujetos racializados es una expresión más de la colonialidad del ser, dónde solo mujeres a través de la configuración de su feminidad blanca, y muchas veces apoyadas en una colonialidad del saber y en una episteme liberal – colonial, niegan la matriz de dominación y el punto de vista, pensando en Patricia Hill Collins, de otras subjetividades racializadas, universalizando su mirada y lectura del mundo, clausurando las múltiples formas de ser y saber de estos sujetos. Y no solo contra las leídas como “hembras”, sino también contra los construidos por el ojo colonial de occidente como “machos”, aplicándoles sin diferenciación alguna, el concepto de “patriarcalidad” diseñado y aplicado desde la blanquitud, esta aplicación arbitraria, es lo que hoy entendemos por cierto feminismo hegemónico – imperial, que desde su concepción ilustrada y propietaria eurocentrada, sostuvo el mito del hombre negro violador, contribuyendo a la política genocida de linchamientos de hombres racializados, cobrando más 4.400 afroestadounidenses entre 1877 y 1950, según la Iniciativa para una Justicia Igualitaria (EJI). Y que hoy pugnan a favor del penalismo y el encarcelamiento masivo de hombres racializados, favoreciendo el complejo industrial penitenciario, lo que convierte a cierto feminismo blanco en esencialmente racista.

Lo que estoy diciendo aquí no es nuevo, ha sido extensamente explicado por Angela Davis en Mujeres, Raza y Clase (2016), quien expone la aguda intersección entre estas categorías, y evidencia el pacto de la blanquitud que sostiene el carácter histórico del racismo estructural de parte de mujeres blancas, desde una callada complicidad con el sistema esclavista en los Estados Unidos XIX. Para ejemplificar, están las palabras de Elizabeth Cady Staton, feminista sufragista en los EEUU, quien expresó:

“Cuando el señor Downingme plantea la pregunta de si estoy dispuesta a que el hombre de color tenga derecho a votar antes que las mujeres, mi respuesta es no. No le entregaría mis derechos a un hombre degradado y oprimido que sería más despótico con el poder de gobernar de lo que jamás han sido nuestros gobernantes anglosajones. Si las mujeres todavía han de ser representadas por hombres, entonces mi opinión es que dejemos llevar las riendas del Estado solo al modelo más elevado de masculinidad”. (Davis, 2016).

Y esto no es un vestigio del siglo XIX, es una realidad que hoy pasa a través del activismo racista pro carcelario de algunos feminismos hegemónicos, que aún sabiendo que las prisiones tienen color y representan una forma de esclavitud contemporánea, que afectan de manera desproporcionada a los sujetos racializados, siguen pugnando por políticas penalistas – punitivistas, arraigando el racismo estructural, reflejado en la brutalidad policial y en la detención arbitraria de “hombres” negros/racializados en Estados Unidos, Europa y América Latina (Davis, 2019). Siendo las cárceles, tanto del norte como del sur, habitadas por cuerpos negros y periféricos, materializando la narrativa de la criminalidad, incrustada en la colonialidad, la cual es representada por el delincuente violador negro-latino-sudaka (y otros sujetos no blancos).

Sobre esto, quisiera recordar, que muchas mujeres en este entendido de complicidad blanco-racial, usan su llanto blanco, para meter a hombres negros a las cárceles, desde casos dellamados a la policía para denunciar a hombres que realizan barbacoas en las calles o al 911 para acusar a hombres negros de violencia cuando no le hacen absolutamente nada. La escenificación racista del acoso falso que criminaliza a hombres negros, también llega hasta el encarcelamiento injusto por más de 10 años de jóvenes negros bajo construcción racista de la perfilación racial, como pasó con el caso de “Los Cinco de Central Park” a finales de los 80s. Solo por mencionar algunos.

Hoy la colonialidad está más viva que nunca y se patenta por el crudo racismo estructural, apoyado por el pacto de la blanquitud, casos como el de George Floyd, demuestran que la brutalidad policial y el llenado masivo de las prisiones por cuerpos racializados es una forma de linchamiento contemporáneo en plena vigencia, no por parte de un sujeto fijo y determinado, sino por la colonialidad del poder en su complejidad amplia. Casi la totalidad de las prisiones del sur global están racializadas, pero en países como en EEUU, los hombres negros no solo reciben condenas más duras, sino que tienen tres veces más probabilidad de ser arrestados y 2,5 más posibilidades de morir a manos de la policía que los blancos y son las mujeres negras doblemente encarceladas que las blancas.

No quiero hacer aquí una genealogía, ni tampoco recurrir al típico universalismo generalista de occidente, y decir que todas las mujeres blancas son las culpables, las racistas y forman parte de este pacto, eso sería falso. Lo que quiero decir aquí, es que no todas las mujeres del mundo son oprimidas, y que existe una malvada complicidad blanca entre los sujetos humanos propios de la zona del ser que constituyen el racismo estructural en términos generales. Tampoco quiero santificar a los hombres – no humanos racializados y definirlos como víctimas, eso sería ingenuo y peligroso, negando sus responsabilidades y ocultar conductas sistémicas, heredadas de la colonialidad. Solo quiero invitarles a pensar en términos más complejos, plurales y multifactoriales, reconociendo que la supremacía blanca no es solo habitada por el varón humano y racializado, ya que solo ampliando nuestro mapeo de actores y sus relaciones constitutivas, podremos abordar en términos sistémicos el cáncer del racismo estructural que nos está matando, y que es sostenido de diversas formas.

Referencias:

2009. Frantz Fanon. Pieles negras, máscaras blancas. Akal. Madrid, España.

2014. A. Quijano. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina

2016. R. Segato. La guerra contra las mujeres. Traficantes de sueños.

2016. A. Davis. Mujeres, Raza y Clase. Akal. Tercera edición. Madrid, España.

2016. A. Davis. Democracia de la abolición: prisiones, tacismo y violencias. Editorial Trotta.

2016. Oxfam. Una economía al servicio del 1%: acabar con los privilegios y la concentración de poder para frenar la desigualdad extrema

2018. R. Segato. Crítica a la Colonialidad en 8 ensayos. Prometeo.

2019. A. Quijano. Anibal Quijano ensayos en torno a la colonialidad del poder. Ediciones el Signo. Duke University. 

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