Las estadísticas indican que de siete a diez mujeres son asesinadas cada día en nuestro país y, en los últimos días, hemos visto varias de estas historias espectacularizadas en los medios. El cambio de paradigma por el que estamos atravesando ha provocado que se visibilicen formas de violencia que hasta hace muy poco estaban normalizadas y eran parte de nuestra cotidianeidad.
Hoy sabemos la emergencia nacional que habitamos en materia de feminicidios, se ha visibilizado la numeralia y se ha puesto sobre la mesa la configuración sistémica y estructural de la violencia contra las mujeres que se sostiene desde un modelo de pensamiento patriarcal, pero ha surgido un nuevo debate, ¿cómo cubrir estos casos respetando la dignidad de la víctima, especialmente después de su muerte? ¿Es ético consumir con clics y hashtags un video tan espeluznante y desgarrador como el del estacionamiento que ha estado circulando en redes y noticieros? ¿Qué posición pueden asumir las familias de las víctimas ante estas representaciones?
El caso de Ingrid Escamilla fue fundamental para entender que el tratamiento de las imágenes y que la cobertura de los casos tienen que estar fundamentadas en la dignidad y el respeto. Los movimientos sociales exigieron nuevas formas de representación de las víctimas en los medios y se lograron avances jurídicos importantes.
Aun así, todavía queda mucho camino por andar, aunque se reconoce la importancia de la socialización de estos casos y la exigencia social que gracias a esa cobertura se genera, tenemos que ir más allá de la espectacularización y preguntarnos por la responsabilidad que debemos asumir al replicar narrativas que muchas veces culpan a quien fue objeto de violencia, revictimizándola incluso después de su muerte. La perspectiva de género se erige como una mirada crítica fundamental para seguir avanzando en la búsqueda de justicia, sin perpetuar estereotipos y fortaleciendo las búsquedas de nuevas formas de entender, prevenir y atender la emergencia que vivimos.
Un feminicida no es monstruo, no es una excepción, no es un villano perfecto. Las muertes violentas de estas mujeres se validan desde un sistema que nos divide, según nuestra diferencia sexo-genérica, en sujetos de deseo y en objetos de consumo. Los cuerpos de las mujeres, como indica Rita Segato, viven una violenta guerra, siendo el feminicidio la consecuencia más contundente, pero sin olvidar que el patriarcado también se manifiesta en un chiste sexista o en un “piropo” no solicitado.
En las relaciones de pareja, en los encuentros erótico- afectivos, en la calle, en el trabajo, en la propia casa, se dan situaciones de violencia constantemente. No es una exageración, no es una ideología, no es una moda. De siete a diez familias hoy recibirán la noticia de una muerte por feminicidio y no volverán a ser las mismas. Cambiar la forma en la que entendemos este tipo de violencia comienza por cuestionar nuestras formas de relación: discutirlas, repensarlas, reescribirlas.
Exigir justica desde la digna rabia, recordar la vida de las víctimas con respeto y entender que compartimos la responsabilidad, son formas de no mantenernos al margen, en silencio, solo como espectadores de estas tragedias.
*Dra. Michelle Gama Leyva es académica del Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana.
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