San Miguel Chimalapas, Oaxaca. “¿Ves el agua cristalina correr por ese río? ¿Miras cómo está muy transparente? ¿O aquella otra montaña llena de arbustos secos que se observa en lo alto de la estepa?”. Keving Hernán era muy pequeño cuando su abuelos le hablaban a través de relatos sobre la importancia que para el pueblo zoque de Los Chimalapas tienen los ríos y las montañas, relatos ricos de una memoria histórica en el que, nos dice, se entremezclan lo natural con lo fantástico, como si uno pareciera estar en medio de esas novelas de Rosario Castellanos, García Marquez o José María Arguedas.
Los Chimalapas es un territorio angpøn (zoque) de amplia biodiversidad asentado en el estado de Oaxaca, al sureste de México, que por décadas ha enfrentado conflictos agrarios y socioambientales, y que desde el 2014 se defiende de la minería que amenaza 7 mil hectáreas de su territorio.
Esa memoria y oralidad de sus ancestros, asegura Keving, joven angpøn, es lo que motiva a continuar con la defensa de su territorio, pero ahora más organizados. Junto con otras y otros jóvenes de su comunidad, creó el Colectivo Matza, un grupo de investigación autónomo, que en lengua angpøn quiere decir “Primera estrella de la mañana”.
Escuchar a las aves cantar y admirar la naturaleza que cubre su territorio es una de sus mayores satisfacciones. “Lo que más me gusta y me llama la atención de los bosques y los ríos de mi pueblo es cómo parecieran cantar entre las hojas la música más sutil, cuando el viento posa sobre ellas”, explica el joven, delgado y de mirada vivaz, que con su voz de poeta escribe poesía para narrar su amor por su territorio.
Luchar por la vida, afirma el escritor angpøn y defensor de su lengua, no es solamente ser activista o dar declaraciones. Para él es organizar y escuchar, brindar acompañamiento a los comuneros, quienes desde siempre, y generación tras generación, han luchado por su territorio porque de ahí viven, porque sus padres les enseñaron el valor que tiene un río y una montaña, que para las empresas mineras, talamontes e invasores no tienen más que simple valor material.
«Desde que tengo memoria, los Chimalapas siempre ha sido una región en constante disputa”, explica, y asegura que es una región que se caracteriza, principalmente, por tres aspectos: por su vasta biodiversidad en términos de recursos naturales, por sus conflictos agrarios y socioambientales, y por su diversidad lingüística.
De acuerdo con el estudio “La defensa del territorio y de los bienes naturales como un factor de identidad indígena”, escrito por Miguel Angel García y editado por el Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (CECCAM), en 2015, unas 50 mil hectáreas de bosque de los Chimalapas están erosionadas por la tala ilegal, incendios forestales, creación de cuatro ejidos, un municipio en el año 2011, y una decena de propiedades privadas que ha dejado el conflicto limítrofe con los avecindados del estado de Chiapas.
El otoño es la estación favorita de Keving, porque es el tiempo en que las hojas abandonan sus ramas. Así cree que es la lucha que hoy se vive en la comunidad, donde las mujeres y hombres, especialmente los comuneros, abandonan su hogar para defender su territorio.
Quizá uno de los episodios más cercanos que tiene el pueblo de los Chimalapas y del que las abuelas y abuelos aún guardan memoria, explica Keving, es la revuelta interna de los 80, en la que grupos de campesinos zoques se disputaban con los avecindados el control político de la comunidad y que ya de alguna forma tenían que ver con los actuales conflictos socioambientales que se padecen en la región.
Por aquellos años no estaba en boga el discurso ambiental pese a los conflictos como la tala clandestina o el tráfico de maderas preciosas (caoba, cedro y granadillo). En cambio, hoy en día este discurso es la principal consigna tanto para el Estado y organizaciones no gubernamentales como grupos internos que intentan beneficiarse de ello y no para una lucha colectiva. Pero también es una forma de resistencia para los que defienden los Chimalapas.
Mientras narra admirando el paisaje verde del bosque y del río en su natal San Miguel Chimalapas, el joven asegura que en ese tiempo el control político y económico lo ostentaban principalmente los “avecindados”, es decir, los “yøkidøkay”, como les llaman en angpøn, quienes progresivamente se fueron asentando al interior de las comunidades trayendo consigo otras dinámicas de organización en la región, tanto económica, como social y política.
Aunado a esto, la ganadería desmedida ha devastado miles de hectáreas de selvas vírgenes, y la propiedad privada y los partidos políticos han debilitado la organización comunal. Otro episodio de la memoria de los ancestros de Keving es la expulsión de empresas aserraderas que, asegura, “durante mucho tiempo explotaron y erosionaron la tierra y las montañas en la Zona Oriente de nuestra región, allá por 1977″.
Keving regresó a su territorio tras concluir sus estudios universitarios y volvió porque hay peligro de que una empresa minera canadiense, la Minaurum Gold, explote su territorio en 7 mil hectáreas para extraer oro y cobre, afectando el bosque de Chimalapas y pueblos agrarios de la Zona Oriente en el Istmo de Tehuantepec.
Son más de siete años de lucha, precisa el activista al recordar que la empresa canadiense insiste en quedarse con su territorio, aun sabiendo que no hubo consulta ni permiso para explorar. “Estamos en alerta, esa controversia que según nos devuelve nuestro territorio no es más que tinta y papel, la realidad es esta lucha y memoria que tenemos. Si resistimos, entonces defenderemos”.
Resistir, la estrategia de defensa contra la minería
Con el título de concesión 231753 del proyecto minero “Santa Marta”, los comuneros de Chimalapas supieron que la minera “La Zalamera”, filial de la canadiense Minaurum Gold, tenía 7 mil hectáreas de su territorio para explotarla y extraer oro y plata.
La defensa del territorio chima no tiene edad, desde los comuneros hasta los jóvenes del Colectivo Matza resisten contra este voraz proyecto que, aseguran, organizados podrán derrotar.
Oaxaca es uno de los estados de México donde habitan 15 de los 69 pueblos indígenas del país, y el 80 por ciento de su territorio es propiedad social. Chimalapas cuenta con más del 80 por ciento de su territorio dividido en ejidos y comunidades agrarias. En este estado, la Secretaría de Economía (SE) ha emitido más de 300 concesiones mineras.
En el 2008, la Secretaría de Economía entregó tres concesiones mineras: “Aurena, Santa Martha y la Ventosa”, en el Istmo de Tehuantepec, que abarcan 19 mil hectáreas en terrenos colindantes de San Miguel Chimalapa y Zanatepec.
En el 2014, seis años después de cuando los habitantes supieron de la entrega de su territorio por parte del gobierno panista de Felipe Calderón, la lucha de los comuneros por la defensa de su territorio comenzó.
“Ninguna minera va entrar en el territorio”, dice el comunero Emiliano al recordar que en las asambleas comunitarias de San Antonio y Benito Juárez determinaron no permitir la explotación de su territorio.
El argumento de la Secretaría de Economía ante las protestas, el rechazo y las denuncias legales es que concesionó el subsuelo y no el territorio indígena, con base en que los minerales y el petróleo le corresponden a la nación, tal y como lo estipula el Artículo 27 de la Constitución.
Keving Hernán lamenta que hay persistencia en que continúe el proyecto en la región aun cuando existe la declaración de “municipio prohibido de minería” y que se realizó un recorrido de los comuneros y comuneras chimas para inspeccionar trabajos previos de exploración efectuados por la minera en la Cristalina, territorio Chimalapa, en los límites con el municipio de Zanatepec, Oaxaca, para clausurar simbólicamente los polígonos concesionados, así como para exigir a la Secretaría de Economía la cancelación inmediata de la concesión y a la Semarnat el rechazo total del permiso de exploración que la empresa minera Zalamera tramitó vía su Manifestación de Impacto Ambiental.
“No hubo consulta previa libre e informada”, explica el activista al recalcar que se ha violado el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de los marcos jurídicos internacionales con los cuales buscan cancelar la concesión minera.
Para la geógrafa zapoteca Fernanda Latani, un bosque o una selva no es un espacio inerte y tampoco está de adorno, sino que forma parte de la comunidad y tiene vida, por lo que es un integrante más del territorio y por eso se defiende.
Como investigadora en estudios de montaña y conocimiento de la defensa de la tierra y el territorio, Latani expone que en Chimalapas desafortunadamente no existe esa valorización del territorio de parte de los invasores o los que pretenden imponer megaproyectos. Para ellos, la magia en las montañas no existe, y se ciegan en reconocer la relación íntima entre territorio naturaleza y comunidad.
Por ser una selva media perennifolia y húmeda, la zona de los Chimalapas es una de las reservas más importantes de México, y quienes quieren imponer megaproyectos desconocen la cosmovisión, la memoria colectiva y lo que significa la biodiversidad de los territorios, asegura Latani.