Casa Corason. Mujeres en la música

Mary Farquharson

Chavela Vargas: Momentos y palomas en cadena

Chavela tras foto. Foto: Alicia Arangoiz

Cuando Chavela Vargas llegó a México, harta del maltrato que recibió en Costa Rica, trajo, entre sus pocas pertenencias, una fotografía del poeta español Federico García Lorca. Su poesía la acompañaba siempre. Cuando su carrera musical se reactivó en su vejez y Chavela viajaba cada año a España, se alojaba en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en la misma habitación en donde había vivido Federico cuando escribía el “Romancero gitano”. A veces Chavela hablaba con él.

Después de retirarse de las giras, Chavela decidió vivir en Tepoztlán, cómoda pero sola. Una entrañable amiga suya, María Cortina, se preocupaba por la soledad de Chavela y por la lejanía del que fuera su mundo, la farándula. En una de sus visitas a la casa de Chavela, sugirió que saliera de la soledad con la grabación de un nuevo disco. Propuso que lo produjera Discos Corasón y así tuvimos el gusto de conocer facetas de la gran dama de la canción ranchera, diferentes a las que obsesionaban a los muchos periodistas y productores de radio y televisión que llegaban a platicar con ella.

Chavela respondía con dignidad a las preguntas que, vestidas de diferentes maneras, hacían pequeños círculos alrededor del mismo tema que fue, casi siempre, su alcoholismo y los coloridos enfados que lo acompañaron. También lo fueron sus preferencias sexuales y la manera en que ella enfrentó las burlas y el rechazo de un México intolerante que quería, y fallaba en el intento, que la cantante se presentara con lentejuelas y tacones.

Chavela se presentó siempre como le dio la gana, segura de sí misma y con toda su fortaleza. Su estilo propio, un digno androginismo, anticipó a otros tiempos.

Ya en silla de ruedas, Chavela veía a su gente de frente y contaba lo que vio, con una franqueza a veces dolorosa. Sus opiniones fueron tajantes, aunque su cariño a las que la cuidaban, incondicional. Cuando tenía ganas de participar en un concierto o evento, todo salía perfecto. Si no quería, capaz que los micrófonos no funcionaran y que todo se volviera un caos. Los conciertos de Chavela fueron inolvidables, siempre.

Foto: Daniel Alarcón

En 2011 nos dijo que quería grabar otro disco. El previo había sido difícil por achaques en su salud en esos meses, pero, en vez de rajarse, recuperó su fuerza (inspirada en el Chalchi, el cierro frente a su casa con el que entabló una relación mística) y me llamó por teléfono:

“Estoy harta de que me hagan tantos homenajes. Quiero hacer yo mi propio homenaje a otra persona,”

“A quién?”

“A Federico.”

Convocó a su casa a María, a su amigo Mario Ávila, cómplice en su amor profundo por Lorca, a sus músicos Miguel Peña y Juan Carlos Allende, “Los Macorinos”, a Eduardo y a mí. Las dos enfermeras, Lorena Barrera y Lilian Achuy Fan, que siempre la trataban como la Gloria Nacional que era, le acomodaron los libros y ella empezó a decir uno a uno, los poemas que había elegido grabar, tanto del Romancero gitano y Canciones de Lorca, como de varias de las obras de teatro. Ensayamos con ella en casa y cuando Laura García Lorca, sobrina del poeta y guardiana de su memoria, escuchó los avances, nos dijo: “No es la voz de una cantante, ni la de una actriz. Aquí no hay interpretación. Las palabras brotan de la propia fuente. Está solo la voz de la poesía”.

Durante la grabación, Chavela entró con profesionalismo y exigencia. “¿Quieres descansar?”, le preguntamos, entre poema y poema. “¿Quieres agua?”, “¿Terminamos ya?”. Se quitaba sus lentes de sol y nos decía: “Mira, vengo aquí a trabajar”. Así que las enfermeras empujaron su silla de ruedas de regreso al micrófono y, con el cerro de la Mujer Mariposa atrás de sus espaldas, ella declamó los poemas que había escogido.

Desde otra habitación de nuestra casa convertida en estudio, Los Macorinos acompañaron a Chavela con la música que ellos mismos habían arreglado para acomodar bien la poesía de Lorca. No fue fácil, pero el resultado fue muy grato. “Cruz de olvido” cobró vida nueva con la poesía de “Amor, amor”, igualmente “Luz de luna” con “Canción de jinete 1860.” Entre la poesía de Lorca, Chavela declamó sus propios poemas dedicado al poeta: “¿Qué hicieron con tu muerte?” y “Angel que no vela” y pidió que fueran acompañados por los temas musicales, “Piensa en mí” y “Santa”.

De esta manera, poco a poco, se iba creando el CD, “La luna grande, Homenaje de Chavela Vargas a Federico García Lorca.”

Tardamos varios meses en terminar las grabaciones. La preparación de este disco, a diferencia del primero, fue un lujo, porque tuvimos tiempo y calma y un equipo de trabajo que incluía el conocimiento y pasión del ingeniero Salvador Tercero. Eduardo trabajó intensamente en tándem con Salvador y aseguró que cada grabación terminara en una fiesta de comida y conversación.

¿Cómo presentar al público un CD que salía del corazón de Chavela Vargas, pero en el cual no cantaba ella? El Palacio de Bellas Arte abrió sus puertas al reto y Chavela invitó a dos cantantes que, al lado de Laura García Lorca como presentadora, representarían su amor tanto por México (Eugenia León) como por España (Martirio). El evento fue original y maravilloso: participó en el escenario la joven fotógrafa, Alicia Arrangoiz, ‘La Fotita,’ que había captado la cara juvenil de Chavela para este disco. Cantó Martirio, cantó Eugenia y escuchamos a Chavela recitar la poesía de Lorca.

Chavela había jurado que ya no cantaría “La llorona” en vivo, pero para ese concierto– su despedida en México– sí lo cantó y el público lloró. Chavela, sin lentes de sol, agradeció a este público amado y dejó ver la profundidad de su mirada y lo mucho que había visto durante su larga vida. Días después, tomó el avión a Madrid. Esta segunda despedida no fue tan fácil, pero logró regresar a México después de ella, y murió, tal como quiso, en Morelos. Cuando esparcimos sus cenizas en las faldas del Chalchi, una pequeña brisa apareció de la nada, devolviendo las cenizas sobre nosotras, para asegurar que hiciéramos lo que hiciéramos, ella se quedaría en nuestra piel. Afortunadamente.

Mary Farquharson

Primero como periodista y más tarde como investigadora y promotora cultural, Mary Farquharson ha luchado por alumbrar el camino de mujeres en la música. Su lucha no es nada, sin embargo, al lado de las de las mismas artistas, quienes hablan con ella del auge actual de mujeres en los escenarios en México y el viaje nada fácil de realizar sus sueños. Mary es la co-autora, con Eduardo Llerenas, de la columna, ‘El vocho blanco’. Con la muerte de Eduardo el coche se paró, pero Casa Corason sigue hospedando a muchos músicos, especialmente a mujeres.

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