Por: Francisco R. Pastoriza
Imagen: Xulio Formoso
La literatura y la fotografía fueron las dos grandes pasiones del escritor mexicano
No fue premiado con el Nobel de Literatura ni le concedieron el Cervantes pero, sin proponérselo, Juan Rulfo consiguió el sueño de todo escritor: alcanzar la inmortalidad literaria con una sola obra.
En su caso fueron dos, la novela “Pedro Páramo” y el libro de relatos “El Llano en llamas”, pero no es difícil pensar que Rulfo lo hubiera conseguido con cualquiera de ellas, teniendo en cuenta además que las dos son realmente una sola y única obra. De hecho casi siempre se han editado en un mismo volumen. Pero el éxito no le llegó de inmediato, ya que los 2000 ejemplares de la primea edición de “Pedro Páramo” tardaron cuatro años en venderse.
Un narrador para un pueblo
Se cumplen ahora (el 16 de mayo de 2017) cien años del nacimiento de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, Juan Rulfo, escritor mexicano autor de una obra de unos valores literarios y humanos pocas veces alcanzados en la narrativa contemporánea. Su literatura se cita como referente de los orígenes del realismo mágico que aupó a los autores del boom latinoamericano a la fama internacional, pero es mucho más que eso, es un fascinante laberinto de espejos en el que se combinan lo cotidiano y lo ilusorio, la verdad y la mentira, lo esencial y lo secundario.
Rulfo escribió sus primeros textos, “La vida no es muy seria en sus cosas”, “Macario” y “Nos han dado la tierra”, para la revista literaria Pan, de Guadalajara, entre 1942 y 1945. Más tarde, en América, revista de Ciudad de México, iría publicando otros que finalmente se recopilaron en 1953 bajo el título de “El Llano en llamas y otros cuentos”. En sucesivas ediciones se fueron quitando algunas narraciones y añadiendo otras nuevas hasta que en 1970 se publicó la edición definitiva.
Comala como México
En estos cuentos Rulfo sitúa a sus personajes arrojados a un mundo hostil, a un páramo de pobreza y desprotección, durante un periodo convulso de la historia del México de los primeros años del siglo XX, en los que sucedieron dos episodios que marcaron el futuro del país: la revolución mexicana y la guerra de los cristeros. También recoge los primeros movimientos migratorios de los años cuarenta hacia los Estados Unidos, el reparto de tierras a los revolucionarios a cambio de la devolución de las armas, y la reforma agraria del gobierno de Lázaro Cárdenas. Unos años de la infancia del escritor en los que la violencia y el bandolerismo provocaron cientos de muertos, entre ellos sus propios padres.
Entre 1910 y 1917 la revolución que había alimentado las esperanzas de los mexicanos más humildes se malogró por la deriva del país hacia un sistema seudodemocrático que terminó con los asesinatos de los principales revolucionarios, Emiliano Zapata, Pancho Villa y Venustiano Carranza, y la frustración del pueblo de México. Y Entre 1926 y 1930 la oposición de la Iglesia católica a la aplicación de las políticas que restringían su influencia en la sociedad mexicana provocó la primera guerra de los cristeros. En Jalisco, donde vivía Juan Rulfo, terminó con una gran masacre y con episodios violentos contra los maestros y los partidarios de la reforma agraria.
Rulfo muestra en sus cuentos el resentimiento por la derrota de aquellos que no se beneficiaron ni de las conquistas sociales ni de la secularización. Lo hace a través de unos personajes marcados por el odio y la venganza en medio de una tristeza inconsolable, de una angustia y de una frustración que justifican en alguna medida la inmoralidad de sus actos, demasiado ocupados en sobrevivir para poder sentir piedad o remordimiento. Para ellos la revolución, la violencia y la muerte han sido en vano, sus vidas se han visto privadas de la esperanza, condenadas a ver cómo se suceden los días y las noches, cómo van amontonándose los años sin esperanza hasta el día de la muerte. A través de la escritura de Rulfo el lector los comprende mejor de lo que ellos se comprenden a sí mismos. Como una consecuencia más, el sexo está presente en estos relatos a través de relaciones de prostitución, incesto y adulterio, que transgreden al mismo tiempo las leyes religiosas y los tabúes sociales en un territorio en ruinas en el que el progreso se ha detenido y la religión está proscrita.
La novela de México
En la novela “Pedro Páramo” (versión moderna y existencial del Purgatorio dantesco) Juan Preciado busca a su padre Pedro Páramo. Poco a poco va descubriendo que en realidad su padre ha muerto y que él mismo también está muerto.
En un principio la novela iba a titularse “Los murmullos”, pero finalmente Juan Rulfo decidió hacerlo con el nombre del señor de vidas y haciendas de Comala, un cacique rural de poder omnímodo, violento y rencoroso, al que sitúa, durante los años del gobierno de Porfirio Díaz, en un lugar (San Gabriel, en el estado de Jalisco, el de la infancia del propio Rulfo) que un día fue próspero y que en la novela es un territorio desolado (Rulfo aborda así el mito del paraíso perdido, presente también en algunos de sus cuentos). Pedro Páramo está investido de una ideología patriarcal, autoritaria y dominante, basada en antiguos códigos de propiedad y en una legitimidad que hunde sus raíces en la de los encomenderos del siglo XVI, a través de la que llega a obligar a Susana San Juan a convertirse en su esposa, en cuyo amor forzado encuentra su propia condena y su muerte, que le llega mientras contempla en el horizonte el camino recorrido por el cadáver de su mujer hacia el cementerio.
Utilizando una estructura de fragmentos relatados por narradores diferentes, Rulfo sitúa a sus personajes al otro lado de la muerte. Ante la imposibilidad de diálogo entre los vivos, la comunicación ha de canalizarse a través de los muertos. Es únicamente de esta manera cómo Juan Preciado puede contar a Dorotea, desde la vecindad de su tumba, el propósito y los avatares de su visita a ese territorio.
Fragmentos de un libro futuro
Sorprende la escasa producción literaria del autor de una obra de tan altos niveles de excelencia. Rulfo lo justificaba diciendo que además de escribir él trabajaba (como inspector del servicio de inmigración, como viajante de comercio, como director de publicaciones de antropología) y por tanto no tenía tiempo para dedicarlo a la escritura. En 1980 se publicó “El gallo de oro y otros textos para cine” con un relato, el que da título a la obra, que fuera adaptado a la pantalla por Roberto Gavaldón en 1964 con guión de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
En realidad este personaje tímido y reservado, defensor a ultranza de su vida privada, invertía un tiempo interminable en corregir, cuidar, limar, perfilar, ajustar sus escritos, incluso después de publicados. En 1959 había dado a conocer “Un pedazo de noche”, fragmento de una novela que iba a titularse “El hijo del desconsuelo”, donde iba a contar las relaciones entre una prostituta y un sepulturero. En varias ocasiones habló también de otros proyectos en los que estaría trabajando, como las novelas “Días sin floresta”, de la que nunca se supo, y “La cordillera”, que él mismo dijo haber destruido.
Esta fue la causa por la que su familia fue acosada durante años por editores en busca de una obra póstuma que, al parecer, es inexistente. Tal vez fruto de esa insistencia fue la publicación en 1994 de “Los cuadernos de Juan Rulfo” donde desvela el proceso de creación de “Pedro Páramo”, y de “Cartas a Clara” (2000), que recoge la correspondencia entre el escritor y su esposa Clara Aparicio. El menor de sus hijos, Juan Francisco, cineasta, recrea en el documental “El hoyo” la memoria y la personalidad de su padre.
Juan rulfo, fotógrafo
Dice Carlos Fuentes de las fotografías de Juan Rulfo que son como asomarse fuera de las tumbas de Comala para descubrir la luminosidad de las sombras. En realidad las imágenes de Rulfo, de una gran belleza, son una exploración del silencio y la soledad de su literatura; son como otra lectura de sus textos, un nuevo viaje a la Comala de Pedro Páramo y El Llano. En Rulfo la fotografía es una extensión de su narrativa (o su narrativa una extensión de su fotografía), una iconografía poética de una calidad indiscutible. La fotografía de Rulfo no es la obra de un aficionado sino que su composición y sus imágenes tienen un asombroso nivel artístico y conceptual. Susan Sontag llegó a decir que era el mejor fotógrafo de Latinoamérica.
En la década de 1940, después de vivir ocho años en Ciudad de México, Juan Rulfo decidió recorrer el país a lo largo y ancho del territorio llevando en su equipaje una cámara fotográfica Rolleiflex.
En su periplo retrató los monumentos del pasado indígena y del español, dispersos por todo el territorio. Entre esas ruinas zapotecas y barrocas hay arquitectura colonial de iglesias y ermitas junto a tumbas, ídolos y templos precolombinos. Conventos y haciendas que un día fueron señoriales. Edificios decadentes, melancólicos, abandonados, ruinas de un antiguo esplendor. Playas desiertas sobre las que se ciernen nubes inquietantes. Ríos y lagos de aguas estancadas. Paisajes (cascadas de Tulantongo y Chimalhuacán Chalco), montañas y planicies bajo un cielo protector. Cactus de formas caprichosas, árboles desnudos y pueblos solitarios de calles vacías bajo el sol ardiente del mediodía.
Mercados con vendedoras refugiadas del calor bajo toldos exiguos que apenas las protegen. Campesinos entregados a sus labores bajo un sol implacable. Mujeres enlutadas o vestidas con trajes tradicionales. Ancianos que esperan sentados la muerte en días interminables. Danzantes y músicos con instrumentos gastados, llevando la fiesta a los pueblos. Niños harapientos de miradas tristes y perdidas.
No hay fotografías de paisajes urbanos ni de habitantes de las ciudades, aunque sí de trenes y de estaciones, que hizo por encargo. Por el objetivo de Juan Rulfo pasan pueblos abandonados, casas en ruinas con puertas desvencijadas, parajes calcinados, árboles solitarios, cementerios, sepulturas, cruces artesanas confeccionadas con los más variados materiales, murales de Orozco y de Diego Rivera… un México que sólo retrataron con esa atmósfera poética Juan Rulfo y su amigo y maestro, el gran fotógrafo Manuel Álvarez Bravo. Hay también retratos de amigos, artistas, escritores, gentes del teatro, que posaron para el objetivo de Rulfo manteniendo una secreta complicidad: Pedro Armendáriz, María Félix. Rodajes de películas (“La escondida”, “El despojo”).
La fotografía de Juan Rulfo combina luces y sombras en una estética que recuerda a la Nueva Objetividad alemana y remite a la obra paisajística de Ansel Adams y de Edward Weston y a los retratos de Stieglitz y Paul Strand, al tiempo que reescribe en imágenes la misma realidad de su literatura: la épica y la tragedia, el sufrimiento y el dolor, la desgracia que se ensaña con los débiles y provoca la pérdida de la fe y de la esperanza. La utilización del contrapicado en muchas de ellas enaltece el abandono y la miseria del mundo que retrata, introduciendo un cierto aire de nobleza.
Sólo seis meses antes de la muerte de Juan Rulfo en enero de 1986, Juan José Bremer, director general del Instituto Nacional de Bellas Artes de México, consiguió convencerlo para que expusiera algunas de las fotografías que había ido acumulando durante su vida (sólo se conocían unas pocas, expuestas en Guadalajara en 1960). Se seleccionaron cien de los más de 6000 negativos que hizo entre 1945 y 1955. Estos días, en el Museo Amparo de Puebla se puede ver la exposición “El fotógrafo Juan Rulfo”, como uno de los actos centrales de la celebración del centenario.
En España, coincidiendo con una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la editorial Lunwerg publicó en 2001 un volumen titulado “México. Juan Rulfo fotógrafo” con muchas de esas fotografías.