CCATE: comunidad latina en Pennsylvania

Raúl Zibechi

Fotos: CCATE y Raúl Zibechi

“El zapatismo me enseñó el poder de la comunidad”, exhala con énfasis Obed Arango, periodista y fotógrafo, uno de los impulsores del Centro de Cultura, Arte, Trabajo y Educación (CCATE) en Norristown, un suburbio de Filadelfia. El Centro comenzó su andadura doce años atrás, cuando madres y padres migrantes d se organizaron para conseguir apoyo a las tareas domiciliarias de sus hijas e hijos.

“Una comunidad organizada puede hacer cambios, construir un mundo diferente”, sigue Obed quien asegura que “para entender CCATE hay que partir del zapatismo”. Esa influencia pretenden aplicarla en la comunidad migrante de la década de 1990. En esos años había apenas 1.500 latinos en Norristown, suburbio de la rica Montgomery, pero ya en 2000 habían llegado más de diez mil, un tercio de la población de la ciudad, casi todos mexicanos y centroamericanos.

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La Villa Inmigrante

“Aunque somos un tercio de la población de la ciudad, no tenemos representación en las instituciones porque los migrantes no existen para el sistema”, sigue Obed. Por no tener derechos rechazan participar en la fiesta nacional del país, como la marcha del 4 de Julio, día de la Independencia.

Quizá sea una razón más para volverse hacia adentro de la comunidad migrante, buscando fuerza y también identidad. “Desde la no-existencia creamos un contra-espacio para empezar a existir, al que nombramos como Villa Inmigrante”. A su lado asienten Holly, Caitilin y Nataly que comparten el trabajo de orientación en el CCATE.

Recuerda que empezaron en torno a una mesa en un espacio prestado, y doce años después tienen una enorme casa, que consiguieron en 2020, en la que “todos y todas somos maestras, desde las madres hasta las niñas y niños”. En el trabajo colectivo se apoyan en el pensamiento y la práctica de la educación popular de Paulo Freire, que dice “una mano lava otra mano”, en referencia al trabajo grupal y colaborativo.

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Ponen el lugar central las artes, en sus más diversas expresiones. “Queremos retar las narrativas criminalizadoras de los migrantes, porque esta comunidad tiene derecho a narrar su historia”, nos dicen al comenzar la ronda por la casona que empieza en una enorme y moderna cocina comunitaria. “Todo lo que ven lo han construido miembros de la comunidad de forma voluntaria”.

El consenso entre el equipo del CCATE, las familias y las niñas, niños y adolescentes, fue dando forma a las diversas actividades y talleres que realizan: inglés para adultos, cine, periodismo, música electrónica y bachata, fotografía, cocina, yoga, jardinería y diseño, y alguna otra actividad imposible de anotar en la recorrida.

Los talleres de cocina, por ejemplo, los imparten las madres y en otro realizan enmarcado de cuadros que luego pueden vender a beneficio del colectivo. “Durante un verano dos chicas de 10 y 14 años vendieron dulces y con lo recaudado donaron tres ukeleles a la comunidad”, destacan como señal del compromiso colectivo que no reconoce edades.

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Entre lunes y jueves asisten unos 40 niños y niñas por día al CCATE, más de cien cada semana, y los viernes funciona la secundaria (High School) en la que participan 27 más. Las clases las diseñan de forma colaborativa entre profesores y estudiantes, pero también pueden participar las familias. Aunque comenzaron con actividades culturales y artísticas, ahora abordan también salud, ciencia y tecnología, cuidado del medio ambiente e investigación participativa.

Funcionan en veinte círculos temáticos que definen sus actividades de forma autónoma. Imparten cinco talleres diarios, 30 semanales, y realizan una asamblea mensual de madres y padres.

Artivistas y una pregunta estúpida

Cuentan con un Círculo de Investigación con el que abordan los problemas y desafíos que enfrenta la comunidad latina para poder realizar intervenciones y recomendaciones de políticas. El grupo más “potente y rebelde”, según Obed, es de Las Artivistas, arte para que las mujeres expresen su creatividad, reflexionen sobre sus identidades y exploren cuestiones sociales.

Son unas doce mujeres, madres, mayores y rebeldes. Dos de ellas, Lourdes y Diana, se sientan formando un pequeño círculo con las coordinadoras para relatar parte de sus vidas. Lourdes cruzó la frontera a pie hace varias décadas y llegó hasta aquí por pura necesidad. Diana cruzó también caminando embarazada de siete meses. Las dos llegaron de la mano de coyotes, en el goteo permanente que caracterizaba las migraciones hasta que comenzaron las caravanas masivas.

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“Hace veinte años podías cruzar sola, pero ahora hay más miedo y más armas en el camino. Por eso hay que hacerlo en grupo, así te envalentonas”, relata Diana. Sienten que no vinieron a pasarla bien sino a escapar de situaciones penosas. Por eso son críticas: “Aquí la comodidad es el capitalismo, una esclavitud disfrazada”. Como todos los migrantes ilegales, las empuja el derecho a la vida.

Luego comienzan a relatar los primeros pasos en el CCATE, después de años de soledad en una sociedad que las rechaza. “Empezamos a ayudarnos porque teníamos necesidad de estar juntas”, dice Lourdes. No ocultan la necesidad de comunicarse entre ellas, de enseñarse unas a otras, algo que siguen haciendo en Las Artivistas. “Hicimos una manta que es parte de nuestra alma, que refleja lo que somos y hacemos”, sigue Lourdes.

Diana agrega que el 98% de los migrantes están indocumentados aún viviendo 20 años en el país, lo que les impide viajar y tener acceso a los servicios de salud.

El reportero pregunta: “¿Porqué no tienen documentos?”.

Silencio espeso.

Diana se pone muy seria: “En 20 años nadie me había hecho esa pregunta…”.

Una pregunta fuera de lugar, que desnuda la ignorancia de quien no vive en los Estados Unidos, ni en la piel de los migrantes.

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Entre la asimilación y la cultura mexicana

Luego del infortunado desliz, la conversa gira hacia las cuestiones de identidad y de asimilación. Lourdes destaca que en su familia celebran las fiestas mexicanas porque mantienen esa cultura viva.

“Yo sí he caído en la asimilación”, dice Diana. “Me vestía de estrella….pero volví. No me asimilo a la cultura blanca y ahora que participo de este espacio conozco los daños que nos hace el sistema. Mi familia era muy agradecida. La mitad de los migrantes agradecen a Estados Unidos y la otra mitad no”. En la ronda hay cierto acuerdo en que la migración mexicana es la menos agradecida, cuestión que afirman con inocultable orgullo.

“Desde que estoy en CCATE cambié, soy más mexicana”, agrega Diana. Al parecer existen algo así como tres estadios: la asimilación, el aferrarse a la cultura propia y algo intermedio parecido a la fusión de culturas.

Lourdes reflexiona su experiencia familiar: “Mi hijo no comía frijoles ni tortilla, y en la escuela le exigían hablar en inglés y no español. Pero llegó aquí y hubo un cambio, al punto que hoy come tortillas y frijoles. Giovanni, mi hijo, me dice que aquí en CCATE llenó un vacío y que descubrió que su corazón es mexicano”.

Diana tuvo una experiencia diferente aunque el final fue muy similar: “Cada domingo iba a misa en español, luego iba a la tienda de abarrotes, daba vueltas y vueltas demorando hasta tres horas, porque todo mi vínculo era con gente blanca y estaba buscando algo sin saberlo. CCATE fue la lucecita que me salvó y salvó a mis hijos”.

En este sentido, la creación de “contraespacios a través de multimedia comunitaria” les está permitiendo hacer escuchar la voz latinoamericana, ya que se sienten “cansados de ver cómo nuestras historias y narrativas son explotadas por medios que distorsionan la identidad de nuestras comunidades y que denigran nuestra historia”.

Hacia el final de la visita, Obed explica que el rechazo a participar en las celebraciones locales se debe a que “seguimos en el espacio de la no-existencia, por eso no nos alistamos en las fuerzas armadas, aunque por hacerlo le den los papeles a la familia”. Para ellas el CCATE es un “espacio de sanación”, porque la no-existencia enferma y han decidido convertirlo en una forma de “resistencia creativa y transformadora”.

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