Catamarca minera: un modelo para desarmar

Camila Parodi

Foto: Susi Maresca

Mientras el discurso de la transición energética se consolida como una posible respuesta a la crisis climática, las nuevas inversiones en litio, su forma de explotación y el saqueo de los bienes comunes encienden una alarma en la provincia de Catamarca. ¿Para quiénes se sacrifican los territorios?

Durante las últimas décadas, la provincia de Catamarca fue configurada por los diferentes gobiernos, en complicidad con las corporaciones, como un territorio de sacrificio por excelencia. “Catamarca es minera” es un slogan que se repite en las propagandas y festividades locales, incluso en los carteles que acompañan a la virgencita en cada institución. Símbolos que condensan formas de habitar el cotidiano, de hacer política y de reconfigurar los territorios. 

A pesar de la inmensidad de sus cordones montañosos y del silencio de la puna, el territorio que abarca Catamarca expresa, como una fractura expuesta, todos los años de saqueo y deterioro, una continuidad entre la conquista europea y el modelo extractivista transnacional. Particularmente, durante los últimos 15 años, la provincia ocupa un lugar clave en el mapa minero global. Por su gran concentración de diversos minerales como oro, plata, rodocrosita, cobre y litio, fue laboratorio para la explotación minera de la Argentina. Incluso, allí se encuentra el primer proyecto de explotación de litio del país, a cargo de la empresa Livent (ex FMC-Minera del Altiplano). 

Pero no sólo se trata de la concentración de recursos naturales ni del ensayo de una industria minera local. Uno de los principales problemas radica en cómo esos bienes, que son comunes, fueron otorgados en modo de concesión a las corporaciones trasnacionales y cuáles son los intereses de éstas, como nos preguntamos en la primera nota de este especial. Un proceso complejo de desmenuzar, en una provincia que es permanentemente abrumada con el slogan que legitima todo tipo de exploración y explotación minera en pos del “progreso”.

Así lo reafirmó recientemente su gobernador, Raúl Jalil, tras anunciar la adquisición de la totalidad del proyecto Laguna de Caro por la empresa china Jin Yuan: “Los inversores muestran cada vez más su interés por las reservas disponibles en Catamarca, por las condiciones excepcionales de las mismas y, sobre todo, por el ambiente favorable para las inversiones que ofrece el territorio provincial”.

Hoy Catamarca cuenta con 30 proyectos mineros, de los cuales 14 son de explotación de litio, según lo declarado por el Ministerio de Minería de la provincia. El litio es un mineral liviano que se extrae de yacimientos de vetas o por la evaporación de los depósitos de salmueras. Está presente en los salares altoandinos ubicados en una zona que abarca Argentina, Chile y Bolivia, conocida como “el triángulo de litio”, que concentra el 68% del litio mundial.

En la actualidad, es un mineral estratégico para el mercado internacional ya que es utilizado, mayormente, para las baterías de las computadoras portátiles, celulares y de gran parte de los artefactos tecnológicos. Se lo presenta, también, como una de las posibles soluciones a la crisis energética, ya que podría reemplazar la quema de combustible de los automóviles, uno de los principales responsables de la crisis climática, por baterías de litio.

Foto: Susi Maresca
Corporaciones y Estado, asuntos separados

Para la historiadora, educadora popular e integrante de la asociación civil Bienaventurados los Pobres (Be. Pe.), Patricia Agosto, en la provincia de Catamarca “la minería es política de Estado, y sobre esa decisión se construye la alianza estratégica entre empresas y Estado”. Agrega, además, que el beneficio es mutuo para ambos actores: “Las empresas cuentan con enormes beneficios para desarrollar los proyectos de extracción y explotación y el Estado relega las políticas sociales, para las que no cuentan con fondos, a las empresas, que las disfrazan de responsabilidad social corporativa”.

Al respecto, explica la integrante de Be. Pe. que “las evidencias cada vez más concretas del colapso del capitalismo global han llevado a las economías centrales a buscar urgentes soluciones para superar el final de la energía abundante, es decir, de los combustibles fósiles, presentes cada vez en menor cantidad,de peor calidad y de más difícil extracción”. 

Frente a la actual crisis climática ese accionar no es menor. Se replica con los mismos procedimientos de explotación de territorios, contaminación y uso desmedido de agua y desplazamiento de comunidades, a la par que reproduce discursos de transición energética y descarbonización. Sin embargo, el cambio de matriz energética no implica únicamente el cese de un tipo de explotación, en este caso de energías convencionales como gas, petróleo y carbón, y el reemplazo por aquellas que se entienden como renovables (energía eólica, solar, biomasa, hidrógeno verde, etc.), sino que también implica, necesariamente, el cambio en las relaciones sociales y en el tipo de consumo. 

Entonces, si bien “los caminos conducen a la necesidad de desfosilizar la economía”, como afirma Agosto, “frente a esta perspectiva innegable, el poder global ha propuesto el capitalismo verde como salida”. Esta propuesta, sostiene, “es una falsa solución al cambio climático”. De esta manera, para la investigadora el capitalismo verde “es una propuesta de transición energética corporativa, o sea mercantilizada, concentrada y con distribución desigual, que propone un cambio de las fuentes de energía, pero no del sistema energético”. 

Entre esas fuentes de energía se encuentra el litio, en cuya  explotación se “reproduce la lógica extractivista” según la cual los países del Norte Global inician una “transición energética” para descarbonizar su consumo a la vez que contaminan y explotan los territorios del Sur Global, explica Agosto.

En ese contexto, para la educadora popular los proyectos de explotación de litio, que se enmarcan en los discursos de transición energética, implican “una recreación permanente de la disputa territorial entre los pueblos y el gran capital”. Y también “una disputa respecto a las posibilidades de reproducción del modo de vida campesino-indígena, ya que este tipo de minería requiere enormes cantidades de agua que compiten en forma desigual con la que necesitan la producción y la sobrevivencia de esas comunidades”, sostiene.

Por ese motivo, para la investigadora es necesario hacerse una pregunta frente este tipo de proyectos extractivos: “¿Para qué y para quién se sacrifican territorios y se entregan a las corporaciones los bienes comunes que allí se encuentran?”. Las respuestas, explica, ya son conocidas desde esas geografías: “Se extraen del Sur Global para sostener las economías centrales y sus transiciones energéticas”.

Foto: Susi Maresca
Cosmovisiones opuestas: la vida o el capital

Rosa Aráoz es educadora popular y también integra Bienaventurados los Pobres. Frente a este contexto, para ella “salta a la vista que estamos en una nueva fase de extractivismo: un nuevo modo de explotación capitalista, colonial y patriarcal”. Y explica que, detrás del slogan publicitario “Catamarca minera”, “se esconden los procesos geopolíticos que se configuraron en los últimos cinco siglos de historia; se desconocen realidades territoriales teñidas de conflictos, de violencia, de muerte lenta; se pretende ocultar la corrupción política-empresarial que implican las alianzas estratégicas para el despojo”.

La minería de litio, como gran parte de la explotación de la mayoría de los minerales, utiliza cantidades desproporcionadas de agua. A su vez, lo hace en los salares altoandinos, humedales de la puna catamarqueña, que conservan mayormente de manera subterránea el agua de la zona. Este no es un dato menor: allí, las comunidades humanas y no humanas que habitan esos territorios son entendidas como entramados hidro-sociales porque, como advierten en sus relatos, sin agua no hay vida.

Al respecto, explica Aráoz que “la destrucción de montañas y la contaminación y secado de ríos no son simples datos ‘ambientales’”. También, y principalmente, “tocan nuestras vidas, porque las montañas, ríos y paisajes son parte de la vida, de nuestra identidad cultural”. Contra la hostilidad cotidiana, Rosa Aráoz explica con paciencia que existe una importante resistencia en el territorio catamarqueño: “La violencia injertada en el ‘Catamarca minera’ no podrá corromper esta esencia heredada que se multiplica en prácticas agroecológicas, el cuidado de las semillas nativas, las formas cooperativas de comercialización y las maneras asamblearias de tomar decisiones colectivas”.

Aráoz lleva muchos años trabajando con comunidades organizadas contra el avance del modelo extractivista en la provincia de Catamarca. Para ella, la configuración del territorio depende “de la visión que se tiene de la vida”. Y explica: “Cuando logramos adquirir una cosmovisión del Mundo y de la Vida donde la Tierra es la Madre, todo lo que sentimos, pensamos y hacemos se entreteje comunitariamente, en relación amorosa de reciprocidad, cooperación y cuidado, de modo tal que aseguramos el fluir de las energías vitales”. Y son esas mismas territorialidades, hoy modernas, las que “muestran huellas de rupturas, de devastación, de violencia, de muerte”, asegura.

En ese marco, para la educadora popular, “las comunidades humanas, en co-labor con las otras comunidades cósmicas, forjan territorialidades donde van plasmando sus emociones, sus rasgos culturales, sus proyectos de vida”. De esta manera, para Aráoz, podemos observar que, en la geografía catamarqueña historizada, existe una pugna: “Es una contradicción radical entre territorialidades antagónicamente concebidas a partir de cosmovisiones opuestas”.

Este artículo fue realizado con el apoyo de la Fundación Heks

camilaparodi04@gmail.com

Publicado originalmente en Biodiversidad América Latina

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