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Cataluña: el proceso existe y el independentismo es un movimiento de masas pero… ¿y ahora qué?

Roger Palà / Diagonal

El Procés catalán o proceso,  si hablamos en términos de opinión pública, ha tenido un éxito innegable. La independencia era hace sólo diez años una opción minoritaria compartida por el 15 por ciento de la población. Hoy en día es la opción que genera más consenso, superando el 40 por ciento. Y el tablero político también se ha movilizado sustancialmente, en gran parte gracias a la pulsión soberanista. El 2011, en Cataluña gobernaba CiU con un programa partidario del pacto fiscal con el Estado, en alianza con el PP, con una sólida mayoría de 63 diputados al Parlamento y con Artur Mas como líder indiscutible.

Hoy en día la antigua Convergència ha entrado en convulsión interna: dividida en siete sectores diferentes, tiene treinta diputados en el Parlamento, en el marco de una coalición nítidamente independentista con ERC. En la cámara hay una mayoría absoluta de 72 diputados que quieren la independencia. Y los convergentes han tenido que sacrificar a su gran líder por la exigencia impertinente de una asamblea de anticapitalistas. Además, los diputados catalanes son minoría de bloqueo en España. ¿O alguien duda que si Convergència fuera la CiU del 2010 Rajoy lo tendría mucho más fácil para ser investido presidente?

Está claro que en todo ello han influido más factores: la crisis económica, la deslegitimación general de la política, la emergencia del 15M y del mundo de los Comunes… Pero algo –¡aunque sea poco!– tendrá que ver con todo ello este proceso inexistente e inocuo.

¿Ya somos independientes? ¿Y ahora? ¿y ahora?

¿Quiere decir esto que estamos a las puertas de la independencia, que ya lo tenemos todo hecho? No, ¡en absoluto! El sociólogo Manuel Castells describe dos tipologías de movimiento social: los movimientos reactivos o con identidad de resistencia, y los movimientos proactivos o con identidad de proyecto. Durante los últimos años, el independentismo ha dejado de ser un movimiento de resistencia para pasar a ser un movimiento de proyecto. Y aquí llegamos al quid de la cuestión, al que tarde o temprano se enfrentan todas las estrategias de los movimientos: la concreción política de este proyecto. Pasa con todos los movimientos sociales: el ecologismo, el feminismo, el antimilitarismo… Una vez han generado relato e impactado en la agenda tienen el reto de la concreción política de sus demandas.

El ciclo político que apenas comenzamos este septiembre tendrá en esta cuestión uno de los puntos centrales, junto con la crisis económica (¿recuperación? ¿sí?) y la carencia de legitimidad política producto de la corrupción. Hace falta no olvidar este triángulo, sin el cual no se explica la situación de la Cataluña actual: Procés – crisis económica – corrupción y deslegitimación del sistema surgido de los pactos del 78. La gran manifestación de la Diada no interpela tanto al Estado español como en el gobierno catalán y los partidos proreferèndum. Ante el veto, ¿qué hacemos?

La correlación de debilidades en la Cataluña del Pocés

Manolo Vázquez Montalbán dejó escrito que el resultado de la Transición española había sido producto no de una correlación de fuerzas, sino de una correlación de debilidades: ni la oposición al régimen tuvo bastante empuje para imponer la ruptura, ni el franquismo fue tan monolítico para resistir el embate de las movilizaciones populares. El producto de todo fue esta democracia imperfecta, precaria y anémica en que vivimos hoy.

Hoy tenemos una nueva correlación de debilidades: los independentistas y los Comunes, los dos actores políticos más dinámicos de la Cataluña actual, se han quedado a medio camino, bloqueados. El independentismo no logró una victoria rotunda en votos el 27-S que le permitiera legitimar pasos unilaterales hacia la independencia. Y los Comunes, pese a su gran resultado el 20-D y el 26-J, se quedaron muy lejos de lograr una mayoría en el Estado español que permita la realización de un referéndum pactado. Correlación de debilidades.

Pero también hay debilidades en el Estado español, con un tablero político bloqueado en gran parte por la pulsión soberanista catalana y la incapacidad de adaptarse a un nuevo escenario en el cual el bipartidismo parece definitivamente enterrado. ¿Es posible superar este bloqueo? Si la actual partida se desarrolla entre estos tres espacios –el independentismo, los Comunes y sus aliados en España, y el Estado y los partidarios del statu quo– una opción lógica sería que los dos actores que cuestionan el actual estado de las cosas –es decir, indepes y Comunes– llegaran a consensos sobre qué hacer.

¿Es posible el bloque histórico entre comunes e indepes?

¿Es posible la configuración de un bloque histórico entre ‘indepes’ y Comunes del que habla Jaume Asens? Para que esto pase, los dos sectores tendrían que hacer autocrítica interna importante. El independentismo tendría que dejar atrás la hiperventilación, el “tenemos prisa” y la épica cargada de los días históricos: menos estelada y más barrio. Asumir que la Cataluña ‘indepe’ no es la única Cataluña. Que determinadas palabras –por ejemplo, el uso naturalizado del término “unionistas”– restan más que suman. Vivir como una riqueza la diversidad lingüística y de orígenes del país. En este sentido, es especialmente interesante releer las palabras de Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, en esta entrevista de Critic. Cuixart es un animal político de primer orden, y ayer hizo uno de los discursos más relevantes de la Diada. Sin duda el discurso con más carga de profundidad.

Pero también los Comunes tendrán que hacer una reflexión interna. Asumir que esto del proceso no es una anécdota de cuatro barretinaires. Que la Convergencia de hoy tiene ciertas diferencias con la Convergencia del pasado. Que Cataluña y el Estado español viven procesos políticos paralelos pero con ritmos diferentes, y que en Cataluña hay margen para poner en marcha procesos que en el Estado a estas alturas son difícilmente planteables. Que si la desobediencia es una herramienta legítima para luchar contra los abusos de la banca o el gran capital, también lo tiene que ser para luchar contra los abusos de un Estado español que no reconoce el derecho a la autodeterminación.

En Cataluña, los grandes cambios políticos suelen venir precedidos de una acción de fuerza que a menudo desborda la orden establecido. Fue así durante la proclamación de la República en 31. También fue así, en cierta forma, durante la Transición, con el regreso de Tarradellas –muy criticado como maniobra de desactivación de la izquierda, pero único punto real de ruptura con la orden franquista–. ¿Puede ser un referéndum impulsado por el gobierno catalán esta acción de fuerza? ¿Pueden serlo unas elecciones de carácter constituyente posteriores a la aprobación de las denominadas ‘leyes de desconexión’? El ciclo político que empieza este septiembre estará especialmente marcado por la dinámica de la tortilla: para hacerla, se sabe que primero hay que romper los huevos. ¿Quién se atreverá?

Texto de Roger Palà publicado originalmente en Critic y retomado por el Periódico Diagonal

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