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Carta a Gabriel, asesinado en México por defender la naturaleza

Vanessa Álvarez

Foto: Gabriel Ramos Olivera en el Parque Nacional Lagunas de Chacahua

Querido Gabriel:

Escribirte estas líneas ha sido difícil, muy difícil. Las emociones se agolpan y me atraviesan el cuerpo mientras tecleo las letras en el ordenador. Reconecto con el dolor, con la rabia, con el miedo, con la ira, con la negación, con la profunda tristeza, con la depresión… Emociones que se fueron alternando mientras concentraba toda mi energía en la negociación, oponiéndome con todo mi ser a aceptar que ya no estabas. Han pasado poco más de dos años y la falta de justicia ha sido uno de los grandes obstáculos en este proceso de duelo. Sin embargo, decido conscientemente continuar escribiendo por los que ya no están, por las que nos quedamos aquí, por quienes conviven cada día en silencio con la pérdida. Pero sobre todo escribo porque siento la necesidad imperiosa de reivindicar la memoria colectiva, la memoria de nuestras muertas, la memoria de las defensoras y defensores asesinados.

El pasado mes de julio Global Witness publicaba el informe¿Enemigos del Estado? De cómo los gobiernos y las empresas silencian a las personas defensoras. Durante agosto, algunos medios se han hecho eco del mismo, focalizando la información en una cifra: el año pasado se registraron en el mundo 164 asesinatos de defensoras y defensores del medio ambiente. Por regla general se ha abordado esta información desgranando dichos asesinatos geográficamente en una especie de ranking macabro de la muerte, una competición de los lugares más peligrosos para defender la vida, la tierra y la naturaleza. En algunos casos, los menos, se ha escrito sobre la relación entre los asesinatos y otros ataques con la “imposición de proyectos perjudiciales para las comunidades” y cómo nuestro sistema político, económico y sociocultural es cómplice de ellos. Una complicidad que se nutre no sólo de la colaboración sino también de la indiferencia, de nuestra indiferencia. Estadísticas que nos distancian de una realidad que se nos antoja en gran medida lejana (en Europa fueron tres las personas asesinadas, todas ellas en Ucrania). Una realidad con la que no empatizamos, que no sentimos como propia, que no comprendemos. Porque la muerte continúa siendo un gran tabú en nuestra sociedad y más aún cuando es consecuencia de la violencia.

Son 164 personas asesinadas, aunque como señala el informe, probablemente esta cifra esté muy por debajo de la real ya que muchas veces se intentan vincular estos asesinatos a la violencia estructural de un país concreto, al crimen organizado o directamente ni tan siquiera se investigan. Personas con nombres, sueños, esperanzas, miedos, etc., que se convierten en muchos casos en un número despojado de su propia identidad y existencia.

Y por eso, te escribo hoy, para hablarte de los que no mencionan los informes ni las organizaciones no gubernamentales, de la invisibilidad de las invisibles, de la criminalización de la lucha, de la desesperanza ante la injusticia, de la rabia que se agolpa en las entrañas, de la culpa, de la soledad. Pero también de la sororidad, la compasión, la ternura, el amor, el apoyo mutuo, la subversión, la toma de consciencia colectiva, la desobediencia no violenta, la resistencia, la lucha.

El 17 de agosto de 2017, mientras el mundo lloraba por Barcelona y las redes sociales se inundaban de mensajes de apoyo, de ánimo, de indignación, de condolencias, etc., te asesinaron en la costa chica oaxaqueña. Te estaban esperando a la salida del centro educativo donde impartías clases desde hacía tan sólo unos días. Ibas con el uniforme de trabajo e identificado como trabajador de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP). Te acribillaron a balazos al lado del jeep propiedad del Parque Nacional Lagunas de Chacahua, donde trabajabas. Ese mismo día, tan sólo unas horas antes, habíamos estado hablando, concretando los planes para mi regreso a México en un par de semanas. No podía creer lo que me contaban, no podía asimilar que te hubieran arrancado la vida en el lugar donde yo la recuperé.

En estos dos años la impunidad ha seguido campando a sus anchas, a la justicia apenas se la espera y la criminalización y el descrédito del activismo han ido ganando terreno entre la opinión pública, gracias a la colaboración criminal entre los Estados y los medios de comunicación. Pero también hemos comenzado a despertar del letargo al que nos tenía sometidas este sistema patriarcal, capitalista y depredador. Las luchas se replican, las jóvenes toman las calles, las protestas no violentas recorren todos los rincones del mundo, las voces se alzan para exigir que detengamos ya la destrucción de la casa común de todos los seres que co-habitamos el planeta.

Gabriel, tú ya no estás aquí, ni muchas otras personas que dieron la vida por defender lo que no nos pertenece pero somos, la Naturaleza. Tú ya no estás pero hoy somos muchas más las que creemos en otro mundo posible y estamos construyendo alternativas colectivas, justas, equitativas, inclusivas y que no dejen a nadie atrás. Alternativas contrahegemónicas esperanzadoras, que desde la sencillez, el respeto, la solidaridad y la ternura nos reconectan con la tierra, con nosotras mismas. Porque sí, es posible vivir bien con menos, con mucho menos, si estamos juntas. Y el ecofeminismo nos muestra el camino.

Hoy, la lucha sigue, y aunque haya días en los que las fuerzas flaqueen, la tristeza me invada o la ansiedad me paralice, sé que no estoy sola porque vosotras, compañeras, estáis ahí, y juntas todo es posible.

Gabriel, gracias por enseñarme a amarme y amar el mundo, por no juzgarme nunca e inspirarme tantas veces. Tu alegría y amor por la vida me acompañan siempre.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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