Foto: Huerquen – Comunicación en Colectivo
Militante, investigador popular y referente en el estudio del agro, Carlos Vicente fue un luchador por un mundo mejor. Siempre del lado de los movimientos campesinos, pueblos indígenas y organizaciones socioambientales, fue un constructor de espacios colectivos, activista por la soberanía alimentaria y referente en la defensa de las semillas como un bien común de los pueblos. Un imprescindible.
Año 2002. Las palabras «glifosato», «transgénico», «Monsanto» eran solo conocidas para sectores del agro y para un círculo pequeño de entendidos en la materia. En la casilla de correos se deja ver un mail de Carlos Vicente. Se presentaba, contaba muy breve de su militancia y compartía un riguroso informe de la organización internacional Grain, donde se aportaba datos del impacto global y negativo del agronegocio. No pedía ser citado periodísticamente, aclaraba que solo quería compartir la investigación y se ponía a disposición para cualquier otra información que necesitara sobre el tema. Es el Carlos Vicente que conocí en estas dos décadas: conocimiento, generosidad, perfil bajo y compromiso a tiempo completo.
Otro modelo agropecuario y semillas para los pueblos
Los correos y las llamados se hicieron más frecuentes. La presentación en persona fue en una marcha campesina en la ciudad de Buenos Aires y, luego, lo solía ver en charlas o talleres. En 2008, en el contexto de la Resolución 125, el contacto fue permanente. Había una gran coincidencia: el no estar con «el campo» (las entidades patronales) ni con el Gobierno. El fondo era discutir el modelo agropecuario de Argentina.
Las empresas del agronegocio intentaban (e intentan) imponer una nueva ley de semillas para limitar el uso propio (práctica ancestral de guardar de una cosecha para la próxima siembra). Se trataba de un avance hacia la privatización de las semillas. Carlos Vicente siempre estaba al otro lado del teléfono para explicar, muchas veces con extrema paciencia, de qué trataban los artículos de la posible ley, qué implicaba para campesinos e indígenas y cuestiones muy técnicas como qué era la UPOV o una «mejora fitogenética». Daba vergüenza llamarlo cada año para que vuelva a explicar lo mismo. Pero siempre lo hacía como si fuera la primera vez.
Siempre presente en los Congresos de Salud Socioambiental de Rosario. Eran dos o tres días de saldar charlas pendientes, debates y pensar estrategias colectivas.
De Andrés Carrasco a Cristian Ferreyra
En 2009, ante la denuncia pública del científico Andrés Carrasco sobre la toxicidad del glifosato, Carlos fue de los primeros en ponerse a su disposición y poner el cuerpo (y la voz) ante los ataques que recibía Carrasco, tanto del agronegocio como del sector científico hegemónico. Tejieron una fuerte amistad. Lloró como pocos la partida de Carrasco en 2014, pero transformó la ausencia en creación: fue miembro fundador del la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza (Uccsnal), espacio soñado por el mismo Carrasco.
En 2012, en un curso sobre extractivismo en San Luis fue invitado a brindar una charla, pero –con vergüenza– se le sinceró que no había fondos para viajes. «Será un gusto participar», fue su respuesta tajante. Pagó su pasaje, su hotel y ni siquiera aceptó que se le pague la cena. Para peor, el día de su charla hubo menos asistentes de los pensados, un puñado de personas. No se inmutó. Brindó su taller con la misma pasión y compromiso como si estuviera frente a mil personas. Lo mismo sucedió en Neuquén, invitado por la Cátedra de Soberanía Alimentaria del Comahue. Viajó a Chos Malal (norte neuquino), pagó todo de su bolsillo y no tuvo problemas en compartir habitación con otras cinco personas (mientras otros investigadores piden hoteles caros). Nunca un reclamo, siempre sumar.
En 2011, luego del asesinato de Cristian Ferreyra (integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero -Mocase-VC–), charlamos mucho sobre el accionar del Movimiento Evita respecto a las organizaciones campesinas y, al mismo tiempo, del acercamiento de organizaciones campesinas al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Veíamos distinto. Él tenía un gran conocimiento por su relacionamiento a nivel internacional de la Vía Campesina y aportó ejemplos en donde la alianza organización-gobiernos podía ser positiva.
En la calle y en la casa
Era común verlo en marchas y eventos. En las manifestaciones contra el G20 en Buenos Aires o en el Foro Agrario que reunió a miles de campesinos en 2019. Siempre estaba con una valija o mochila repleta de revistas Biodiversidad para obsequiar.
Tenía múltiples lugares donde destinada tiempo y militancia, siempre desde lo colectivo: Acción por la Biodiversidad, Alianza Biodiversidad, la Red Nacional de Acción Ecologista (Renace), Uccsnal y Plataforma Socioambiental.
En 2019 me convocó para realizar colectivamente el Atlas del Agronegocio Transgénico en el Cono Sur, con organizaciones y referentes de Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Coincidíamos en la necesidad de intentar mirar de forma regional, ya no solo encerrados en los límites impuestos de las fronteras nacionales. Fue un año de aprendizaje, debates y charlas de sobremesa en Marcos Paz. Así conocí más de él, de su familia, de su compañera Ingrid Kossmann (siempre con una sonrisa generosa) y de sus hijos Juan, Ailín y Lucía. Le brillaban los ojos al hablar de ellos.
Se hacía el duro al hablar de su hija Ailín, que se encontraba en un largo viaje por Europa, pero terminaba reconociendo lo mucho que la extrañaba y las ganas de verla sin pantallas mediante. Familiero, explicaba que la pileta en la casa era una gran excusa para los asados de domingo, cuando llegaban sus hijos e hijas, y muchas veces también amigos de ellos. Su otro orgullo, la huerta familiar, que cuidaba a diario, y la variedad de plantas y maíces multicolores de la quinta.
Política, agroecología y egos
En las elecciones de 2019 invitó a votar a Alberto Fernández. Siempre con dudas, pero tenía mayor temor a un nuevo gobierno de Macri que a las volteretas del peronismo. Volvimos a charlar, y no estar de acuerdo, sobre el rol de las organizaciones campesinas ante las elecciones y su rol ante los gobiernos. Su primera decepción fue la vuelta atrás con la expropiación de Vicentín. Nueva charla. Quedó pendiente una cerveza o un asado.
Estaba también preocupado por cómo el sector empresario se intentaba apropiar de la agroecología. En respuesta, comenzó a organizar encuentros y publicaciones para dar respuesta desde las organizaciones del campo. La bandera: la soberanía alimentaria, que incluía, claro, la reforma agraria integral y la agroecología. Por otro lado, le molestaba (aunque solía reírse del tema) el personalismo y el exceso de ego de algunos y algunas referentes de las luchas socioambientales. «Parece que primero están ellos y luego el territorio y la lucha», resumía, mientras giraba la cabeza de un lado a otro, en desaprobación.
Medicamentos, plantas medicinales y periodismo
Según su título universitario, era farmacéutico, pero su interés militante no iba por ahí. Al contrario, tenía una mirada contrahegemónica y cuestionadora de la industria de los medicamentos. Además de criticar, impulsó otras miradas: el libro «Sanarnos con plantas» (junto con su compañera Ingrid Kossmann) es una prueba de eso.
Le gustaba el periodismo, aunque le costaba reconocerse «comunicador». Era muy claro al explicar cualquier tema. No por casualidad solían llamarlo de numerosas radios comunitarias. Era común prender FM La Tribu y escucharlo. Como suscriptor de Página12 solía dejar sus comentarios críticos en las notas pro-extractivismo del diario. Le costaba entender la degradación de un medio que supo ser crítico. Por contraposición, fue de los primeros en apoyar (de forma anónima) a Tierra Viva. Cuando le agradecí, la respuesta fue reflejo de su vida: «Están sembrando. Hay que apoyar las siembras». Y quedamos en pensar qué podíamos hacer juntos.
En diciembre pasado le preguntamos quién podía escribir sobre la Campaña Global de Acción contra UPOV (Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales, organización que promueve legislaciones a a favor de las multinacionales del agro). «Si les sirve, yo puedo. ¿Para cuándo la necesitan?», respondió de inmediato. Y a los tres días estaba la nota para publicar.
Un mundo mejor
Cumplió sus 60 años antes de la pandemia. Lo festejó en su casa de Marcos Paz, rodeado de muchos amigos y amigas. Su hijo Juan le escribió una canción hermosa, que cantaron todos en ronda, entre sonrisas y emociones. Luego llegó el Covid, que lo recluyó en su hogar. Los intercambios se volvieron casi siempre con eje en el virus. Parecía muy temeroso (pero quizá sea una mía percepción equivocada). Incluso avisó cuando tuvo su vacunación completa. Mandó whatsapp con su primera salida, al Mercado Central. Una actividad de la Unión de Trabajadores de la Tierra, que fue el germen para conformar el colectivo Plataforma Socioambiental.
En una reunión virtual de la Uccsnal, en enero pasado, se mostró fastidiado, quizá por demás, con las discusiones respecto a las vacunas de Covid en niños y sus posibles impactos negativos. No le molestaba discutir el tema, pero entendía que se estaba volviendo un monotema y era preciso retomar la mirada global del extractivismo, las corporaciones y los territorios.
El 4 de marzo, ante el fallecimiento de Miguel Grinberg, Carlos escribió en su muro de Facebook: «Partió uno de los grandes maestros de mi vida. Jorge Pistocchi y Miguel Grinberg lograron rescatarme de la oscuridad de la dictadura para conectarme con la vida, el rock y sobre todo la posibilidad de construir un mundo diferente desde una perspectiva holística (…) El renacer democrático nos permitió sumarnos a la Multiversidad de Buenos Aires para ponerle el cuerpo a los sueños. Y con tropiezos, errores pero sobre todo crecimiento sigo ese camino marcado a fuego por las palabras, la ternura y el amor que compartimos. ¡Sos semilla Miguel! ¡Que ya ha germinado y echado raíces en todo el planeta!».
El 7 de marzo participó del seminario «Por la tierra», impulsado por la organización paraguaya Base-IS y en conmemoración de Tomás Palau, histórico referente, investigador, militantes de la lucha por la tierra en ese país. «Compartimos con compañeras y compañeros del país y de la región. Conmemoramos a Tomás Palau, recuperando sus aportes para analizar la actualidad y dar un nuevo impulso a las luchas campesinas», resumió Carlos.
El 14 de marzo a la mañana, en el medio de su trabajo cotidiano con llamadas y correos electrónicos, posteó en sus redes sociales una invitación al taller virtual titulado «Recuperar saberes sobre plantas medicinales». Almorzó y luego llegó el rito de la siesta. Fue cuando su corazón dijo basta.
Cientos de mensajes de toda América Latina, territorio que caminó como pocos, se acumulan en redes sociales. Conocimiento, generosidad y compromiso son, entre otras, sus características militantes. El mundo fue mejor gracias a él. Y, tomando prestada sus palabras, Carlos Vicente es semilla que ya ha germinado y echado raíces en todo el planeta.
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva