Por:
El 17 de abril de 2017 más de mil 500 presos políticos palestinos iniciaron una huelga de hambre para mejorar sus condiciones dentro de las cárceles israelíes. Sus reivindicaciones incluyen el acceso a la educación, la atención médica adecuada y el fin de la práctica del aislamiento. Hacen huelga para que la vida de sus familias sea más fácil; también para que se garantice el derecho a las visitas regulares y para que los funcionarios de prisiones traten a las familias respetuosamente. Y están en huelga para protestar contra una de las políticas israelíes más obviamente injustas: la detención administrativa, o el encarcelamiento indefinido sin cargos ni juicio.
Israel mantiene encarcelados a seis mil 300 prisioneros políticos palestinos, 300 de los cuales son menores de edad. Quinientos están bajo detención administrativa; 458 han sido sentenciados a cadena perpetua; 61 son mujeres; 13 son miembros del Consejo Legislativo Palestino (CLP); 70 son ciudadanos de Israel; 24 periodistas y un payaso de circo. Al menos 400 palestinos han sido detenidos en los últimos años por publicar en redes sociales posts considerados por los funcionarios israelíes como incitación a la violencia. Asimismo, se ha sabido que la policía israelí ha detenido a otras 400 personas que no habían cometido ningún delito ni escrito nada que la policía considerara amenazante. No obstante, se las detuvieron en base a un algoritmo que pretende predecir quién cometerá un crimen.
Una huelga de hambre es una experiencia desgarradora para quienes la llevan a cabo. Después de dos semanas, los cuerpos de los huelguistas comienzan a degradar su musculación para sobrevivir. Sienten frío, pierden la capacidad de mantenerse en pie, luego la de oír y en muchos casos la de ver. Además, los palestinos hacen huelga de hambre en cárceles administradas por un Estado que no solo los considera enemigos sino también “terroristas”. Los funcionarios penitenciarios han castigado a los huelguistas trasladándolos de cárcel en cárcel y confinando a muchos de ellos en celdas de aislamiento. Mientras tanto, un grupo de jóvenes israelíes organizaba una barbacoa en el exterior de una prisión en Cisjordania.
Al mismo tiempo, en el exterior continúa la batalla para deslegitimar a los presos palestinos. El 1 de mayo, el ministro de Seguridad Pública y Asuntos Estratégicos de Israel, Gilad Erdan, utilizó los términos “terrorismo” o “terrorista” no menos de 18 veces en un artículo de menos de 900 palabras publicado en The New York Times.
Los palestinos tienen claro que las cárceles israelíes son un elemento histórico dentro de un sistema de opresión. También en The New York Times, el preso y miembro del CLP Marwan Barguti, subrayaba el carácter colonial de las cárceles israelíes, y cómo las políticas de detención de Israel violan el derecho internacional. La ex prisionera y actual miembro del CLP, Jalida Jarrar, afirmaba en The Washington Post el derecho de los palestinos a resistir una ocupación ilegal.
El sumud o la firmeza colectiva
La resistencia es transformadora. La antropóloga Lena Meari escribe sobre la práctica de la firmeza o el sumud por parte de los presos palestinos. Ser firme da a los individuos la fuerza para soportar los interrogatorios israelíes; conecta a los menores encarcelados con sus padres en el exterior; refuerza el sentimiento de colectividad entre los presos de manera que la delación no sea una opción en los interrogatorios. Meari scribe, “Sumud… es un proceso creativo infinito, una cadena de ecos que refleja y crea la victoria… Al practicar el sumud el preso siente en su piel a todos los demás”.
Hasta tal punto es así que los presos dejan de comer en nombre del derecho a las visitas de los padres y madres, mientras que los padres en el exterior de la cárcel, alzan las fotografías de sus hijos presos en concentraciones que les traen desde sus pueblos y ciudades. Aunque estén libres de prisión, los padres y madres atraviesan las capas de violencia y ruinas que 50 años de ocupación militar israelí han dejado en el camino.
De hecho, la huelga moviliza a las familias y a las comunidades para reafirmar que lo dejan todo para que la calidad de vida de sus presos mejore. El 27 de abril una huelga general en Cisjordania cerró tiendas, bancos, fábricas, instituciones gubernamentales y universidades –todo menos las escuelas secundarias, los servicios médicos de urgencia y los hospitales. Se han instalado carpas de solidaridad en la mayoría de las ciudades. Comités populares han organizado manifestaciones y preparado exposiciones públicas de arte. La huelga es también un momento para movilizar el boicot local de los productos israelíes. Como dice la ex prisionera Ahlam al Wahsh, “vamos al muro de separación cada día y lanzamos al otro lado mercancías israelíes para enviar un mensaje a los ocupantes de que no son bienvenidos aquí. Nos esforzamos para que sus productos no estén en nuestras ciudades”. Su vida está marcada por su encarcelamiento de adolescente a finales de los 70: “Cuando salí de la cárcel no dejé una prisión israelí sino una escuela palestina donde me formé como la persona que soy ahora”.
Es doloroso saber que los seres queridos están en huelga de hambre. Isra ‘Abu Srur, sobrina de un huelguista, Naser Abu Srur, encarcelado durante un cuarto de siglo, dice: “ha sido especialmente difícil para mi abuela. Se pasa todo el día en la carpa solidaria. Vamos todos a las manifestaciones. Es lo menos que podemos hacer”. Y añade: “Esperemos que sus reivindicaciones sean satisfechas porque se trata de simples demandas humanitarias”.
La organización israelí de derechos humanos B’tselem coincide con esta evaluación. De hecho, como lo explica el ex prisionero Jaled al Azraq, casi todas las reivindicaciones son en realidad peticiones para que se restablezcan los derechos que los detenidos habían obtenido mediante huelgas anteriores, pero que se han eliminando a lo largo de los años. El propio al Azraq participó en huelgas de hambre en 1987, 1994, 1998, 2000 y 2004.
Al Azraq añade que la huelga está diseñada para movilizar la calle palestina y reavivar la estima por el movimiento de los encarcelados. “La huelga está organizada bajo el lema Una huelga por la dignidad y la libertad”, explica. “No hay libertad para los presos, pero tienen intacta su dignidad. Somos nosotros, los que estamos fuera, los que tenemos que restaurar nuestra propia libertad y dignidad”. Al Wahsh y al Azraq también pasan sus días en la carpa de solidaridad. “Lo que intento es estar con las madres para infundirles ánimo y levantar su espíritu”.
Huelga en las cárceles de EEUU
Apenas unos meses antes de que los prisioneros palestinos comenzaran a negarse a comer, se produjo otra huelga de presos en otro continente que denunciaba una historia de desposesión racista. El 9 de septiembre de 2016, en el 45 aniversario de la creación de la prisión de Attica de Nueva York, 24 mil presos de 20 prisiones de al menos 12 estados, incluyendo Alabama, Mississippi, Texas, Oregon y Georgia, se declararon en huelga para protestar por las condiciones laborales en el interior de las prisiones en EEUU. Como declararon los organizadores, “con una sola voz que surge de las celdas de aislamiento y que resuena en cada celda y en cada bloque de Virginia a Oregon, nosotros, los prisioneros de Estados Unidos juramos que acabaremos finalmente con la esclavitud en 2016”. La Enmienda Trece de la Constitución estadounidense con la que en otro tiempo se puso fin a la esclavitud contiene una excepción para el trabajo penitenciario .
Toda cárcel es política
Para quienes tengan dudas de que toda prisión es política vale la pena comparar las tasas de encarcelamiento de hombres negros en EEUU con las tasas de encarcelamiento de palestinos. Según la NAACP, uno de cada seis hombres afroamericanos ha sido encarcelado. Según el grupo palestino de derechos humanos Adamir, aproximadamente uno de cada cinco palestinos de los territorios ocupados ha sido encarcelado desde que comenzó la ocupación israelí de 1967.
En ambos casos el sistema de justicia queda gravemente comprometido aunque sea de manera diferente. Para los palestinos, las tasas de condena superan el 99% . En EEUU, el 97% de las acusaciones criminales que no son rechazadas se resuelven a través de acuerdos por el que el acusado admite ser culpable para reducir su sentencia en lugar de mediante juicios. Este hecho es preocupante porque aunque sean inocentes, hay muchas personas que tiene múltiples razones para declararse culpables antes que arriesgarse a un juicio.
En EEUU la prisión socava la democracia cuando aproximadamente uno de cada 13 afroamericanos en edad de votar no lo puede hacer debido a las leyes de privación de derecho al sufragio de los criminales. En tres estados, Florida, Virginia y Kentucky, más de uno de cada cinco afroamericanos está privado de sus derechos. Por supuesto, a todos los palestinos que viven bajo ocupación militar en Cisjordania y la Franja de Gaza se les niega el derecho a participar en las elecciones israelíes a pesar de que Israel ha mantenido la ocupación durante medio siglo.
El sistema carcelario alimenta un racismo que mata. En EEUU, la pena de muerte se ejecuta de manera desproporcionada contra personas de color . En la última semana de abril, las autoridades de Arkansas programaron un terrible desfile de ejecuciones –cuatro personas fueron ejecutadas– para evitar que vencieran las fechas de caducidad de los fármacos utilizados en las inyecciones letales. Este racismo alimenta la brutalidad policial. El 29 de abril, un oficial de policía disparó en la cabeza a un muchacho negro de 15 años , Jordan Edwards, mientras conducía un automóvil después de una fiesta en un barrio de Dallas. A principios de la primavera, un joven palestino, Mohammed Aamar Jalad, murió solo en una celda de un cuarto de hospital , tres meses después de que soldados israelíes le disparasen y lo detuvieran cuando cruzaba la calle de manera aparentemente sospechosa cuando se dirigía hacia su última sesión de quimioterapia. Los funcionarios del ejército israelí ni se molestaron en informar a su familia sobre su situación, ni siquiera cuando murió.
Las cárceles israelíes y estadounidenses son distintas entre sí. Pero cuando las comparamos podemos reconocer que la prisión como herramienta no sólo amenaza la vida de quienes viven en la cárcel sino que permite asimismo segregar de forma racista y mortal a una parte de la población del resto. Cuando nos posicionamos contra las cárceles lo hacemos por la dignidad de la gente negra y morena, de los desposeídos. Como dice Ahlam al Wahsh, hablando de la actual huelga de hambre palestina, “tenemos que ganar, porque la batalla de los presos y presas es la batalla de los palestinos”.
(Traducción de Loles Oliván Hijós para Rebelión/ Original en Merip)