Camina la lucha feminista

Beatriz Zalce

Fotos: Consuelo Pagaza y Beatriz Zalce

Ciudad de México | Desinformémonos. El grito fue constante, eco, clamor, exigencia: “¡Señor, señora, no sea indiferente: se matan a las mujeres en la cara de la gente!” Sonó y resonó del Monumento de la Revolución al Zócalo pasando por la Esquina de la Información, frente el Hemiciclo a Juárez y la Librería Gandhi y a todo lo largo de Avenida 5 de Mayo hasta desembocar en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México.

Qué distinta la marcha del 8 de Marzo del 2020 a la de años anteriores. Las cifras oscilan. Van de los 80 mil que “contó” la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México a los 200 mil según los cálculos de David Roura, integrante del Comité 68. Ciertamente era una multitud, una inmensidad. Digamos para no errarle: un chingo y medio.

Los motivos para salir este domingo fueron muchos. En México se cometen once feminicidios al día. A ello se suma la indignación, la rebeldía las ganas de hacer algo entre todas, entre todos.

Tres generaciones se vistieron de morado, el color asociado históricamente a las reivindicaciones feministas pues simboliza la libertad y la dignidad. El verde de la esperanza se hizo presente en paliacates como sinónimo de la demanda de “Aborto seguro y legal”. Pero el negro del luto estaba en el contingente de familiares de víctimas de feminicidios, bien visible, en la Descubierta.

El “Calladitas no nos vemos más bonitas” de hace unos años cedió su lugar al nuevo sueño bolivariano: “¡Alerta, alerta que camina la lucha feminista por América Latina”. Por su parte el “Aplaudan, aplaudan no dejen de aplaudir que el pinche gobierno se tiene que morir” volvió a ser vigente, a ser gritado a voz en cuello, con una rabia nueva, aderazada con mucha decepción.

Ahí estaban Martha Lamas y Ana Luisa Liguori, fundadoras en la década de los 70’s de la legendaria revista Fem donde también colaboraron Martha Acevedo, Elena Poniatowska y la desaparecida poeta guatemalteca Alaide Foppa y de Debate Feminista, publicación de los años 90’s. Ahí estaban, felices viendo pasar ríos de gente, mareas humanas, pero también dolidas, horrorizadas, por el contexto de muerte en que florece la semilla que contribuyeron a sembrar.

Sonriente, la bailarina Tania Álvarez, digna hija de sus padres, Manuela y Raúl, digna hermana de su hermano Raúl, el indiscutible líder sesentayochero, digna bailarina que lucha porque la cultura no sea un bien suntuario, parecía flotar.

Blanche Petrich, diminuta giganta, periodista que cubrió conflictos en Guatemala, Nicaragua y El Salvador, apuraba el paso, entre vendedores de mangos cortados que parecían flores y carritos de aguas frescas donde la de sandía, la de horchata y la de limón con chía semejaban una bandera distinta, pero mexicana al fin y al cabo.

De nueva cuenta el grito, repetido, multiplicado como un eco: “Señor, señora, no sea indiferente: se mata a las mujeres en la cara de la gente” antecedido por un “Vivas las llevaron, vivas las queremos” que recuerda la consigna que lanzaran Doña Rosario Ibarra y las madres de desaparecidos políticos cuando se plantaron en huelga de hambre frente a Catedral en 1978. Pero las jóvenes del 8M 2020 dejan muy claros ciertos puntos: “Vivas nos queremos”, “Aborto: Sí. Aborto: No. Eso lo decido yo”, “Mujeres en la calle. Asesinos en prisión”. Saben que ellas son el grito de las que ya no están.

Por si las moscas una de ellas se escribió un nombre y un número de celular en un antebrazo. Otra, con un plumón negro, como si fuera la rayita de las medias, se anotó la palabra Justicia. Sus cuerpos son lienzos. Poca ropa y muchos tatuajes. Y si alguien tuviera dudas, ellas afirman: “Mi cuerpo es mío, yo decido” y son contundentes: “Con falda o pantalón, respétame, cabrón”.

Pero esta marcha es un poco como el vagón de Metro exclusivo para mujeres: hay niños, adultos de la tercera edad y algún colado, algún polisón que camina con cara de “soy consciente, por eso voy en este contingente”. Camina junto a su mujer, junto a sus hijas. Va mansito. Bien comportado. Escucha lo que le espera a futuro al patriarcado: se va a caer, se va a caer y el feminismo va a vencer. Camina calladito.

“Sin putas no hay feminismos”, “Trabajo sexual es trabajo”, “Van a volver, van a volver, las mujeres que mataste van a volver y las putas que asesinaste no morirán”. Pasa el contingente de trabajadoras sexuales y si en ciertas zonas de la ciudad las devoran con las miradas, aquí pasa y no hay quien se pase ni propase con ellas.

El coraje se ve, se siente, se grita, se escupe: “Somos malas y podemos ser peores y al que no le guste: se jode”. Suenan cristalazos y voces casi infantiles. “Fuimos todas, fuimos todas”. Sobre Avenida Juárez las vallas de contención se convierten en muros para las pintas.

-¡No violencia! ¡No violencia! –se grita cuando unas chavitas muy chavitas vestidas de negro lanzan proyectiles contra agentes de Policía, Policía Auxiliar y P.B.I., “¿Y dónde están, dónde están las policías que nos iban a cuidar? “

-¡No violencia! ¡No violencia! –se grita cuando logran derrumbar las láminas que protegen monumentos y los pintan, los grafitean. Los de la Brigada Humanitaria por la Paz Marabunta contienen, abrazan, desarticulan la violencia. Sus cascos rojos acabaron casi blancos de polvo, casi rosas o azules por los gases lanzados.

El monumento a Francisco Madero quedó muy colorido. El símbolo del Anarquismo en un anca del caballo parece marca de propiedad. Mujeres policías que lo rodean sudan la gota gorda entre las botas, el chaleco, el casco. Su maquillaje se derrite. Tratan de permanecer ecuánimes.

-Perdone, ¿cómo se llama esta escultura?

-No sabemos.

Se repite la pregunta. Se repite la respuesta. Una dice que no es de la Ciudad, no hay modo de saber más. Por fin una de ellas contesta: es un monumento a la Revolución.

Contrasta la fuente a la que se le echó colorante rojo con la dulzura de los pañuelos bordados que forman un tapiz. Contrasta la alegría con la rabia.

Al clamor, a la exigencia: “Señor, señora no sea indiferente…” se suman el “Ni una más” o lo que es lo mismo: “Ni una menos”. “Ni muertas, ni violadas, ni calladas”. “Soy Vanessa. Soy Ingrid. Soy Abril. Soy Fabiola. Soy Teresa. Soy Valeria”.

Al retrato de Sor Juana que aparece en los ahora viejos billetes de $200 pesos lo ampliaron, lo ampliaron y le pusieron pestañas postizas. La mirada se le vuelve pizpireta. Junto a esa pancarta hay otra: “Hombres necios –Sor Juana tenía razón- No es no”. Pero la poesía se hace presente a través de Rosario Castellanos: “Debe haber otro modo de ser humano y libre…”.

Drones y helicópteros sobrevuelan. ¿Alcanzarán a ver la cartulina donde se lee: “Antes de que nos borren, haremos historia” o el “Ni la tierra ni las mujeres somos territorios de conquista”.

Al Zócalo se entró para gritar frente a Palacio Nacional: “El Estado opresor es un macho violador”, para pedir “Renuncia, Cacas, renuncia” y con un dejo de esperanza irreverente: Ojalá tu gobierno te defienda como tú nos defiendes”, para lanzar botellas de agua, tablas, percutir una charola de hornear con un cucharón y señalar el camino: “No queremos rifa, queremos justicia”.

Nada más, pero nada menos: ¡justicia!

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de méxico  

Dejar una Respuesta