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¿Cambiará la pandemia la relación de los seres humanos con la naturaleza y los animales?

Bryan Carter

Foto: La activista vegana argentina Melisa Lobo tiene acogidos a más de 300 animales en su granja de La Plata, que ha transformado en un “santuario” donde todos los terneros, vacas y cerdos tienen nombre propio. Defiende la causa animal en un país cuya industria cárnica, sobre todo la ganadería extensiva, tiene un peso considerable en la economía.(AP/Natacha Pisarenko)

“Epidemia mundial por la masacre animal”, “la ganadería, cuna de las pandemias” o “el virus es el especismo”, son algunas de las pintadas realizadas por activistas anónimos en diversas granjas francesas a lo largo del mes de agosto de 2020.

Los autores de estas pancartas también divulgaron sus reivindicaciones a través de las plataformas digitales especializadas, en las que puede leerse: “los medios de comunicación siguen ocultando el vínculo entre la zoofagia y la pandemia […] Tenemos el deber de obligarlos a establecer ese vínculo y actuar en consecuencia. Porque más allá de las víctimas humanas de la covid-19, las víctimas del especismo se cuentan por miles de millones cada año”. Acaban advirtiendo que tienen en el punto de mira a otras granjas y nos animan a todos a unirnos a su movimiento porque “no se puede ganar una guerra con flores como única arma”.

Este tipo de militancia en defensa del bienestar animal no es nuevo. Apareció por primera vez en los años setenta, una época en la que algunos activistas recurrieron a métodos más radicales para abolir el “especismo”, es decir, la creencia según la cual el ser humano es superior al resto de los animales, y por ello puede utilizarlos en beneficio propio.

Bajo el estandarte de la “liberación animal”, los antiespecistas –como se denominan a sí mismos– libran desde hace medio siglo una lucha basada en la acción directa, cuyas armas incluyen la destrucción de puestos de caza, el robo de ganado, el bloqueo de mataderos, el saqueo de carnicerías, la denuncia de laboratorios donde se realizan pruebas y experimentos con animales y la filmación de reportajes clandestinos para denunciar la crueldad que padecen los animales.

Las imágenes de cerdos, vacas, pollos o visones moribundos sometidos a un trato degradante que los medios de comunicación publican regularmente y las prácticas ilegales que han sacado a la luz pública han obligado a las autoridades a intervenir. Sus vídeos son también una herramienta efectiva para concienciar y promover un estilo de vida vegetariano o vegano, remedio último que aseguraría un trato igualitario a todos los seres vivos del planeta. Aunque resulta difícil saber el número exacto de antiespecistas que hay en Europa es innegable que vienen aumentando desde hace varios años y que sus redes se extienden ahora a todos los rincones del continente.

“Lo que ha cambiado es la forma en la que interactuamos con los animales”

Esta evolución resulta en parte del discurso antiespecista, que ha sabido adaptarse al siglo XXI y converger con otros activismos militantes. De hecho, aunque el rechazo del sufrimiento animal sigue siendo su convicción más arraigada y determinante, el antiespecismo tiene ahora también en cuenta el calentamiento global causado por la ganadería industrial, así como las enfermedades infecciosas de origen animal, las zoonosis, de las cuales la pandemia de covid-19 sería la demostración más implacable. La liberación de gases de efecto invernadero y los virus mortales se consideran dos facetas de la problemática relación entre los seres humanos, la naturaleza y los animales.

“Hay un vínculo claro”, afirma un portavoz de la organización belga Animal Rights, quien recuerda que la covid-19 se originó probablemente en un mercado de animales vivos de Wuhan, después de ser transmitido el virus a un ser humano por un murciélago y un pangolín.

“Hace un siglo que la humanidad sufre olas de epidemias cada vez más graves relacionadas con el consumo de productos de origen animal”, afirma el activista antiespecista Yves Bonnardel. “Hemos llegado a un nivel en el que quienes comen carne ponen en peligro a los demás ciudadanos”, añade. Se trata de una afirmación dura, pero compartida por parte del movimiento antiespecista, para quienes la abolición del consumo de carne evitaría millones de muertes.

Peste, rabia, ébola, enfermedad de las vacas locas, SARS, MERS, gripe porcina, gripe aviar… El 75 % de las epidemias son de origen animal y colocan a la humanidad frente a un hercúleo desafío sanitario, especialmente desde la aparición de la covid-19.

Según el Eurogrupo para los Animales, el principal grupo de presión animalista europeo, “la pandemia de covid-19 demuestra de manera dramática que la forma en la que tratamos a los animales con los que compartimos nuestro planeta tiene consecuencias que ya no podemos ignorar”.

Sin apelar a una revolución vegetariana, esta agrupación de más de 70 organizaciones de defensa de los animales pone en evidencia factores como la caza furtiva y el tráfico de especies salvajes, como el pangolín, que con demasiada frecuencia están orquestadas al amparo de los controles sanitarios. Pero el principal culpable sigue siendo la ganadería intensiva. Su producción en cadena y la promiscuidad de miles de millones de animales, constituye un caldo de cultivo ideal para los virus y alimenta la deforestación y la pérdida de biodiversidad, lo cual da lugar a una disminución del espacio vital para la vida salvaje y, en consecuencia, a una mayor proximidad a las zonas donde viven los humanos.

“Los animales salvajes y domésticos son portadores de virus y bacterias desde hace milenios. Lo que ha cambiado es la forma en la que interactuamos con ellos”, dice el Eurogrupo para los Animales, antes de concluir: “Sólo podemos culparnos a nosotros mismos”.

Por otra parte, hay investigadores que matizan el argumento anticarnívoro. El epidemiólogo suizo Didier Pittet cree que “no existe un vínculo científico claro entre el coronavirus y el consumo de carne en general”. Para este especialista, la culpa no estriba necesariamente en el consumo sino en la promiscuidad con los animales y sus microorganismos. Una interrelación que, según él, no desaparecería si todos nos convirtiéramos en vegetarianos o veganos, porque los animales siempre existirán y con ellos, sus excrementos.

Muchos miembros del movimiento animalista coinciden con este análisis. La ONG belga Gaia, por ejemplo, no aboga necesariamente por abandonar el consumo de carne, sino por una cría que garantice el bienestar del animal y su entorno. Los promotores de este movimiento también creen en un tipo de activismo basado en el cabildeo político y la concienciación pública, que consideran más eficaz que el que propugnan las organizaciones antiespecistas más radicales. Argumentos rechazados por estos últimos, para quienes la cría respetuosa de animales para satisfacer las necesidades de más de 7.000 millones de seres humanos es una ilusión, así como la perpetuación del sacrificio de animales por mor de una alimentación carnívora no indispensable. Según estos activistas, sólo la acción directa resulta efectiva, incluso si sobrepasa el marco de la legalidad y la no violencia.

La lucha contra el agribashing y la relación con los poderes políticos

Si bien nunca ha habido que lamentar víctimas humanas por sus tácticas, países como los Estados Unidos han incluido a algunos de estos grupos, como el famoso Frente de Liberación Animal, (Animal Libération Front, ALF), en la lista de las amenazas terroristas. Más moderada en su enfoque, Europa compara a los antiespecistas, en su último informe sobre el terrorismo, con otros movimientos centrados en un única problemática, como los antiabortistas y los ecologistas. Europol también afirma que la mayoría de sus acciones no son violentas y suponen un “riesgo limitado para el orden público”.

No obstante, muchos Gobiernos europeos han reforzado su arsenal judicial y legislativo contra los antiespecistas en nombre de la lucha contra el agribashing (la crítica a la agricultura intensiva). Si bien Bélgica no se ve afectada en gran medida por este tipo de medidas, Francia ha establecido desde hace un año una dependencia especial de la gendarmería nacional para localizar y castigar a los activistas de la liberación animal. Llamada DEMETER, en honor a la diosa griega de las cosechas, esta unidad cuenta con el apoyo activo de la Federación Nacional de Sindicatos de Agricultores, la FNSEA, cuya presidenta Christina Lambert denuncia la “creciente denigración” a la que es sometida la industria cárnica y los “métodos inaceptables” de los activistas antiespecistas que, según su organización, han llevado a cabo más de 40 intrusiones en explotaciones agrícolas francesas durante el año 2019.

En el lanzamiento de DEMETER, el exministro del Interior Christophe Castaner no dudó en adoptar una línea dura contra los antiespecistas, culpables, según él, de proferir“intimidaciones, degradaciones e insultos” contra los agricultores, o incluso de filmar “reportajes con comentarios groseros, antes de convertir a los agricultores en pasto de las redes sociales”. Por lo tanto, Castaner precisó que el antiespecismo se convertiría en “uno de los ejes prioritarios de los servicios de inteligencia”.

Frente a este aumento de la represión, la asociación antiespecista L214, especializada en reportajes de investigación en vídeo, denunció un intento de “intimidación” por parte del Gobierno e inició un procedimiento judicial contra DEMETER, con el apoyo de la Liga de Derechos Humanos. Anclando sus objetivos en torno al eje de la crisis sanitaria actual, L214 recalca:

“Han puesto bajo vigilancia a las asociaciones de protección animal y, con carácter más general, a las ecologistas a pesar de que la necesidad y la demanda de la ciudadanía de transparencia sobre estos temas es mayor que nunca”.

La ONG pone como prueba su último logro, que revela el trato abyecto infligido a los cerdos criados para producir jamones para la marca Herta. Ante el clamor causado por sus imágenes, la cadena de supermercados británica Waitrose decidió retirar estos productos de sus estantes.

Una pequeña victoria para una causa más amplia, que algunos siguen considerando una utopía y otros una evidencia sanitaria que el mundo ya no puede permitirse ignorar.

Este artículo ha sido traducido del francés.

Publicado originalmente en Equal Times

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