“Tenemos la idea de que los niños no saben nada, que los adultos somos los que sabemos, pero en esta etapa que estoy trabajando en el programa Busuréliame estamos tratando de tocar todos estos temas de derechos, de las violencias de género, de todos los derechos que los niños tienen y que pueden exigir con su familia como en algún momento yo lo hice con mi familia” nos cuenta Irma Chávez, una mujer rarámuri dedicada al fortalecimiento de su cultura.
Junto a su hijo y con una playera deportiva de uno de los tantos maratones que ha corrido en las barrancas de la Sierra Tarahumara, Irma nos explica cómo surgió Busuréliame, un programa educativo en que ella y su padre, el poeta y músico Martín Makawi, promueven las tradiciones y el idioma propios de su cultura con niños y niñas en una comunidad rarámuri urbana de la ciudad de Chihuahua y en comunidades rurales como Mogótavo, Choréachi y Rejogochi.
“Algo que queremos con estas actividades culturales, como los cantos, las danzas, las carreras o la lecto escritura en rarámuri, es dar a conocer a estas nuevas generaciones quiénes son, cómo son, quién debemos seguir siendo”, continúa Irma, “nosotras mismas, sin tener que esconder lo que somos, sino fortalecernos más”.
La palabra busuréliame significa “el despertar” e Irma lo interpreta como un despertar interior. Durante sus años como estudiante, experimentó personalmente un proceso de identificación con su herencia cultural y su identidad rarámuri, rodeada de otros pueblos indígenas. Cree que programas como Busuréliame, enfocados en la niñez de los pueblos, puede ayudar a las comunidades a conectarse con sus raíces, comprender quiénes son y tomar conciencia de la riqueza cultural que poseen.
Cuando comenzó a viajar con su padre a las comunidades donde estaba en marcha el programa, nos cuenta que preguntaba a la gente mayor y las autoridades comunitarias acerca del busuréliame, el despertar interno.
“Ellos me platicaban que uno puede estar aprendiendo interiormente desde caminando, corriendo, con el aguaje, con las mismas plantas, con las personas con las que tú te rodeas. Esos son los busuréliame que vas adquiriendo, me decían”.
Irma comenzó a trabajar con un grupo pequeño de niñas y niños en la comunidad indígena en la que vive en la ciudad de Chihuahua, llamada “Gabriel Tepórame”. Poco a poco se fueron sumando y dice que ahora llegan hasta cincuenta niños y niñas cada día.
“Lo hacía en mi casa, hicimos un árbol de la cultura, cada quien reflexionaba que en ese árbol nos representaba a nosotros mismos con nuestras tradiciones, y como lo íbamos desarrollando”, sigue Irma, “en ese entocnes eran 10 pequeños y se fue aumentando poco a poco y ya lo convertimos a nivel comunitario cuando ya se bajo lo de la pandemia”.
Como en las otras comunidades, Irma intenta tener clases con los niñas y las niñas todos los días entre semana. Durante estas sesiones, se enfoca en ayudarles a comprender su identidad y a reconocer lo que los distingue como rarámuri: “es conocernos, conocerme a mí mismo, primero es la primera etapa, ¿quien soy? ¿cómo soy? ¿qué quiero?”.
Los niños y las niñas aprenden sobre cosmovisión rarámuri, sobre sus festividades, cantos, danzas, cargos y organización comunitaria. También aprenden a leer y a escribir en rarámuri, ya que en las escuelas bilingües a las que asisten normalmente se da prioridad a aprender a leer y escribir en español.
Irma nos cuenta que el leer y escribir en rarámuri a veces es intimidante para sus estudiantes y le dicen “yo no sé leer, yo no sé escribir, es que a mí nunca me enseñaron en la escuela”. Ella sintió ese mismo miedo la primera vez que la invitaron a una lectura de poesía de Dolores Batista en rarámuri, porque aunque lee y escribe bien el español, nunca lo había hecho en su lengua materna.
“Yo les cuento esta anécdota mucho a estos niños para que se suelten, que no tengan miedo, aquí estamos para aprender, yo también soy aprendiz de ustedes, ustedes aprenden de mí”.
La comunidad en la que Irma vive está compuesta por familias que llegaron a la ciudad de Chihuahua desde diferentes comunidades y rincones de la Sierra Tarahumara, como Tewerichi, Urique, Batopilas, Guachochi, Carichí, Balleza y otros, por lo que tienen que buscar acuerdos y puntos medios en las formas en las que hablan y en la forma en la que celebran las fiestas y realizan sus danzas, pero también aprender cómo habla y celebra el otro.
“Hay que adaptarse, no pasa nada, no significa que es la única forma de decirlo sino que nuestro idioma es muy valioso y tienen sus variantes y es bien bonito”, relata Irma, “les digo. si tú aprendes, tú que eres de Urique aprendes del lado de Guachochi, de Guadalupe y Calvo, de acá de Carichí, eres una campeona, le digo, eres una campeona, puedes comunicarte con todo el mundo”.
Para fomentar este intercambio, Irma y su padre han realizado dos encuentros de niños y niñas, el primero en Rejogochi en 2021 y el segundo en Mogótavo en marzo de 2023, a los que asisten algunos de los estudiantes con los que trabajan en las diferentes comunidades, participan en carreras de bola y ariweta, leen poesía en rarámuri, juegan y realizan danzas de matachín, pascol y rutuguri.
Los niños y niñas de Choréachi, del municipio de Guadalupe y Calvo, lamentablemente no han podido participar en estos debido a la lejanía de su comunidad y a la situación de inseguridad que se vive en la región. Aún así, los maestros encargados de esa comunidad, Prudencio Ramos y Mariano Ontiveros, se han capacitado junto con Irma y Martín para llevar a cabo el programa.
Durante el encuentro realizado este año en la comunidad de Mogótavo, Martín pidió a los niños y las niñas que se comportaran con profundo respeto durante las danzas, pues en ese momento de ceremonia el campo en el que se encontraban se convirtió en un templo, “como las iglesias de los chabochis”, les dijo.
“La danza es un momento de oración”, nos cuenta Irma, “pienso que es importante para nosotras estar conectadas de manera espiritual, entre todos y el mundo de donde estamos en la naturaleza”.
Irma percibe que poco a poco los niños y las niñas con quienes trabaja han ganado confianza en sí mismos. Se ha dado cuenta de que ya platican más en rarámuri y sienten más orgullo de usar su vestimenta tradicional.
Además del fortalecimiento de la cultura, también ha hecho énfasis en que conozcan sus derechos, como niños y niñas, con perspectiva de género y pertinencia cultural.
En un día internacional de la mujer, reflexionaron en grupo acerca de las violencias que viven o pueden vivir en sus hogares o en su comunidad. Mientras preparaba una reunión con una mujer profesionista, cuenta Irma, el grupo de niñas salió a marchar alrededor de la comunidad mientras cantaban en coro “las niñas no se tocan”.
“Qué bueno que tengan esa iniciativa, porque de eso se trata, si uno no tiene iniciativa ahí se va a quedar, pero si traen esa iniciativa, adelante”.
Busuréliame tiene planes de seguir creciendo tanto en la Sierra Tarahumara como en la ciudad de Chihuahua. En un futuro, a Irma le gustaría abrir una universidad para jóvenes indígenas, donde pudieran dar continuidad a sus aprendizajes desde su perspectiva, preservar su herencia cultural y contribuir al desarrollo de las futuras generaciones, asegurando que puedan crecer en conexión con su comunidad y su historia.
“Puedes viajar en el mundo entero siendo tu mismo sin necesidad de querer pertenecer a una cultura a una cultura mayoritaria, sino que es algo que está dentro de ti, que está en tus venas, está en tu ADN también, de la cultura milenaria que viene resistiendo hace 500 años, honrarlo con respeto y dignidad en cualquier lugar donde estés, siempre sentirte orgullosa a pesar de que a lo mejor no te enseñaron la lengua, no te enseñaron a usar los trajes, no te enseñaron a coser, pero esta en ti, en tu interior y eso es lo que queremos rescatar nosotras en el programa Busuréliame, que el Busuréliame está en tu ser, en tu espiritual, en tus acciones”, concluye Irma.
Publicado originalmente en Raíchali