La carga violenta, y hasta donde se pudo observar unilateral, de la policía, que dejó un saldo de 49 heridos, fue seguida por el despliegue de las fuerzas armadas determinado a través de un decreto presidencial.
“Asesinos, asesinos”. Son las 15.50 del miércoles, estamos en el centro de Brasilia, a unos 150 metros del Congreso cuando surge espontáneo el insulto de la multitud dirigido a un helicóptero policial que vuela a baja altura con actitud intimidatoria. El estruendo de los rotores agrega adrenalina y algunos erigen sus dedos mayores en gesto de “fuck you”. La provocación aérea ocurre minutos después de haber sido disparadas varias bombas de gases lacrimógenos y balas de goma. El primer ataque fue lanzado por la Tropa de Choque policial, con uniformes camuflados en negro y gris contra un grupo de jóvenes arrodillados con los brazos en alto gritando consignas contra la violencia. Luego vinieron más explosiones causando la dispersión de unos mientras otros gritaban, desde grandes camiones con parlantes, como los que desfilan en carnaval, “no retrocedamos, vamos a quedarnos hasta que se caiga Temer”.
“Están tirando indiscriminadamente, nosotros estamos desarmados”, dijo a los gritos, para hacerse oír, la profesora Jandira Pinheiros, del sindicato de educadores de Minas Gerais a PáginaI12. “Me dicen que le tiraron con armas de fuego a un compañero , están mandando socorristas para verificar” se suma Claudio Silva del Sindicato de los Bancarios de Brasilia. “Por favor cuenten esto en todo el mundo porque acá la Globo lo va a esconder”. Horas más tarde se confirmaría que la policía utilizó armas de fuego en la represión que dejo 49 heridos.
Brasilia está en llamas. El gobierno post-democrático encabezado por Michel Temer parece degradarse hacia un régimen autoritario. La carga violenta, y hasta donde se pudo observar unilateral, de la policía, fue seguida por el despliegue de las Fuerzas Armadas determinado a través de un decreto presidencial.
Dentro del Congreso se replica la indignación de los millares de indignados reunidos en su entorno. Legisladores del Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) se insubordinan contra el presidente de la Cámara baja, el conservador Rodrigo Maia de Demócratas (DEM), que justifica el decreto, pero luego se contradice. El régimen tambalea.
“No reconocemos la legitimidad de esta sesión mientras dure el estado de excepción” lanza el jefe del bloque diputados del PT, Carlos Zarattini.
Afuera del Palacio el secretario general de la CUT, Marcos Nobre, se espanta: “esto me recuerda los peores momentos de la dictadura…ni bien comenzó a llegar la gente comenzó a ser reprimida”.
Hay decenas de miles de militantes que llegaron en columnas de varios estados como Marcos Gonzalves Vasallo, de 26 años, que viajó con su madre durante más de 16 horas en un ómnibus de la CUT de San Pablo. “Vinimos a protestar como trabajadores porque Temer me sacó la beca universitaria que me había dado Dilma, este tipo es un ladrón. Los pobres queremos que vuelva Lula”, le cuenta a este diario mientras muestra una cartulina donde reclama la beca perdida.
La índole autoritaria de Temer se percibió desde que ingresó por asalto al Palacio del Planalto el año pasado e instituyó el lema “Orden y Progreso”. Aquel 12 de mayo, mientras Temer carraspeaba al pronunciar su primer discurso – llegó a quedarse sin voz – la policía le propinaba una paliza sobreactuada a unos muchachos que intentaron subir por la rampa del palacio. Era una advertencia. Luego, a fines de junio del año pasado, vino un decreto sobre la nueva política de inteligencia que restableció el espionaje político.
Finalmente el miércoles de la semana pasada explotó el escándalo que posiblemente le costará el gobierno: el dueño del frigorífico JBS, Joesley Batista, lo grabó mientras avalaba el pago de un soborno a su aliado Eduardo Cunha, que purga una condena de 15 años por corrupción. Dos días después de esa revelación Temer convocó al ministro de Defensa, Raúl Jungmann, y a los jefes militares cuyo protagonismo político fue incrementándose junto con la desintegración del gobierno surgido tras la deposición de Rousseff.
Desde que tomó estado público su pacto con JBS Temer se tornó un mandatario nominal, sin autoridad sobre sus aliados a los que sólo les preocupa montar una sucesión que garantice el ajuste neoliberal e impida elecciones directas, porque de haberlas probablemente vencería Lula, que es la demanda de los que ayer fueron reprimidos en Brasilia.
La pequeñez política de Temer se hizo patente ayer cuando algunos de sus socios cuestionaron el llamado a los militares para actuar contra los manifestantes que exigen su renuncia y el llamado a elecciones “directas ya”.
Convocar a 1.500 hombres del Ejército y la Marina es “una insensatez” protestó el senador Renán Calheiros, jefe del bloque del partido de Temer, el PMDB.
Si una parte del PMDB ya no le responde, que decir de los otros dos partidos que forman la alianza oficialista, el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) y Demócratas (DEM), que ya dejaron de acatar las instrucciones del Palacio del Planalto aunque no hayan roto formalmente.
“No voy a renunciar” habría repetido ayer por la noche Temer durante una reunión de urgencia con sus correligionarios después de la multitudinaria movilización en la que participaron el PT, la Central Unica de los Trabajadores, el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo y la Unión Nacional de Estudiantes.
¿Provocadores?
Los lances de guerra urbana contra los manifestantes en la superavenida brasiliense de 250 metros de ancho se completaban con la desinformación en tiempo real. “La policía está reaccionando ante el ataque de grupos violentos” narraba una radio de la cadena Globo mientras este reportero observaba lo contrario: camionetas policiales camufladas se desplazaban a alta velocidad por el cantero central de la Explanada, dando cobertura a la Tropa de Choque que disparaba a mansalva.
No es posible que un cronista pueda contar todo lo ocurrido durante varias horas en un teatro de operaciones tan amplio. Lo que se vio fueron cargas periódicas, cada vez más violentas contra un público en su mayoría desarmado. Algunos canales de televisión reportaron actos focalizados de supuestos Black-blocs y otros grupos minoritarios. Que puede o no ser verdaderos.
Se recuerda que esas acciones foquistas ya fueron pretexto para represiones desproporcionadas en las movilizaciones de 2013, cuando hubo una sugestiva proliferación de estas células de dudosa autenticidad. En una de aquellas movilizaciones un joven agitador, de buen porte, instó a cientos de militantes a invadir el palacio vidriado de la Cancillería. Finalmente el agitador destrozó una de las vidrieras e ingresó, cuando la custodia de la Cancillería lo rodeó les avisó “soy uno de ustedes”. El extremista era, en realidad, un fusilero naval infiltrado.