Breve referencia histórica del antifascismo anticapitalista*

C.V.

No se trata ni de impartir doctrina ni dar recetas, sino de abrir unas líneas de reflexión que vayan más allá de la dicotomía fascismo/antifascismo que arrastra el movimiento obrero histórico y que en la actualidad es más estéril que nunca. Por eso expondré brevemente algunas sugerencias que permitan desarrollar una comprensión y debate del antifascismo en clave anticapitalista.

Antes que nada, hay que aclarar que el fascismo es una forma política del capital de la fase histórica del estado-nación. Las otras son: la liberal-democrática burguesa y el capitalismo de estado soviético. Todas ellas son formas de acumulación de capital en la escala nacional. La dicotomía fascismo/democracia es una simplificación interesada de clase (burguesa). Incluso un individuo tan poco sospechoso de radicalismo izquierdista como Max Horkheimer reconoce «la tendencia del liberalismo a mutar en fascismo».

La alemania nazi es la imposición del gran capital industrial mediante la instrumentalización de la ideología nacional racista y el antisemitismo con el doble objetivo de liquidar el excedente de fuerza de trabajo (el asesinato en masa de judíos, «rojos», gitanos, homosexuales, enfermos, etc.) y de expropiar a la burguesía judía (grande y pequeña) en favor de la burguesía alemana y el «pueblo ario». Responde, pues, a la dinámica de transformación del capital hacia la fase de dominación real y al movimiento de una facción del capital. El criminal pastiche ideológico del nazismo/fascismo caló entre el proletariado alemán porque iba acompañado de «pan y mantequilla». Hay que decir que el gobierno hitleriano, financiado por el gran capital industrial (industria básica y de producción militar), abordó las necesidades materiales del proletariado que no había resuelto la izquierda durante la república de Weimar.

El nazismo sube por la pasividad de la izquierda y favorecido por las maniobras sectarias y oportunistas de los partidos socialistas y comunistas con una enorme base social, pero acostumbrada a obedecer consignas. Es el fracaso de la izquierda lo que da paso a la ideología y práctica del nazismo. Más recientemente, en los años 1980 se repitió esta dinámica cuando el agotamiento de las políticas socialdemócratas provocó en Francia el trasvase de votos del PCF al Frente Nacional.

El hecho es que, históricamente, el antifascismo ha sido un tipo de chantaje ejercido por la burguesía liberal sobre la izquierda para que apoyara el proyecto hacia nuevas formas de acumulación de capital liberal (formación de los frentes populares). La guerra de España 1936-39 hizo patente la problemática del antifascismo revolucionario. Más tarde, durante la segunda guerra mundial, se prolongó esta situación, una vez desaparecida la perspectiva de cambio revolucionario, en torno a la participación o no en una contienda que enfrentaba intereses imperialistas.

Las posiciones críticas, bastante minoritarias, pero no inexistentes, alcanzaron desde algunos bordiguistas que optaron por la total inhibición, como ya habían hecho durante la guerra española, hasta los «internacionalistas del tercer campo» que, especialmente en Francia, practicaron los sabotajes, los llamamientos a la deserción en ambos bandos, la ayuda a los judíos, etc., y también la resistencia armada.

La tradición del antifascismo revolucionario, arranca con la corriente antiestatal de la 1ª Internacional, sigue con R. Luxemburgo y los espartaquistas, los comunistas de los consejos obreros (la oposición germano-holandesa a la III Internacional, tildada por Lenin de «infantil») y las corrientes autónomas del movimiento obrero de postguerra.

Es decir, el antifascismo revolucionario, radical, anticapitalista, etc. se arraiga dentro de una tradición en la que el combate por la transformación social no radica en el sistema de representación política (parlamento e instituciones), ni en la propuesta de una administración diferente del sistema capitalista cuya radicalidad consiste en una gestión del estado y de la relación de reproducción social que es el capital, más racional y equitativa. El éxito aparente de esta corriente antifascista ha estado ligado a la expansión capitalista de los «treinta gloriosos» y a las políticas keynesianas durante la guerra fría. Es así como la izquierda se convierte en la izquierda del capital, gestora y depositaria de los valores democráticos burgueses. Sin embargo, esta es la realidad actual de la izquierda heredera de la socialdemocracia y del leninismo.

La tradición digamos «autónoma», deliberadamente no institucional, no se enfoca a las instituciones, a la conquista del sistema de representación, porque es eso, una representación del poder real de la clase dominante, sino que opera en el ámbito de la autoconstitución de clase, de la posibilidad de autoconstitución desde sí y por sí misma de la condición/población proletarizada a partir de los conflictos sociales concretos1. Este es el punto de ruptura entre ambas tradiciones de la izquierda que se arrastra desde hace más de un siglo. Y también entre una concepción instrumental de las instituciones y de la lucha de clase y otra concepción que remite a los cimientos estructurales de las relaciones sociales de clase, tendencialmente rompedora con el universo categorial, ideológico y cultural de la burguesía; liberal o totalitaria.

Una grave confusión conceptual

El problema del antifascismo es que ha desarmado intelectualmente a la izquierda hasta perder la perspectiva del carácter capitalista del fascismo induciendo una ideología y unas prácticas antifascistas y frentepopulistas e interclasista dentro del horizonte del orden democrático burgués. Al dar prevalencia a la ideología burguesa democrática, la relación de clase que es el capital queda desvanecida por la relación formal de la política como representación meramente ideológica: antifascismo, democracia

Una eventual recomposición del antifascismo radical, revolucionario, requiere no olvidar la transformación del capital, de las relaciones sociales de reproducción social sometidas al capital de las décadas recientes y nuestra misma experiencia de los conflictos. Lo que resumiendo podemos denominar la transformación de la dominación formal a la dominación real y -tendencialmente- total del capital. Es esta una vía si queremos captar la realidad que vivimos y no perdernos con los virajes de la ideología democrática en quiebra. La crisis del capital -estructural y rampante- es también la crisis de su forma política: la democracia liberal.

El descalabro cultural de la izquierda, atenazada en un antifascismo anacrónico, tiene que ver con la falta de comprensiónde la realidad de la crisis de acumulación de capital -precisamente la que induce la sobreexplotación de recursos naturales en todas partes y la precarización y los recortes en los países capitalistas- que nace de la identificación del dinero con el capital, de ahí la confusión bien radical que consiste en considerar el capital financiero, que es la forma y expresión aparente del capital, como realidad única del mismo, lo que deja de lado el análisis de la realidad de la valorización y acumulación de capital como proceso de reproducción social (Marx).

Esta confusión del capital financiero con capital (relación social) es la que hace que el antifascismo de carácter frentepopulista se limite al rechazo del fascismo en la esfera de la representación -ideológica y política-, por eso es meramente táctico y no comporta ningún principio estratégico más allá de las consignas discursivas, ni aún menos apunta ninguna posibilidad estratégica de superación de las condiciones sociales que nutren el fascismo estructural en el sistema capitalista.

El antifascismo es eficiente, por supuesto, pero sólo en el nivel de la representación donde agota todas sus posibilidades como izquierda ideológica del capital y da juego dentro de la política como espectáculo mediático-electoral que mantener la ficción democrática como coartada legitimadora del totalitarismo democrático que sufrimos porque es en lo que se convierte la democracia cuando el capital entra en crisis.

El antifascismo revolucionario, anticapitalista, supone pues una perspectiva de análisis y una toma de posición práctica en y desde la conflictividad social que no se traduce en rentabilidad política dentro del sistema de representación, sino que incide en la tendencia indicadora de una posible ruptura de la relación social que sostiene la ideología y movimiento fascista como forma política del capital. Y esto corresponde a otra concepción de la lucha de clases bien distinta del tactismo pragmático de la política de resultados en el sistema de representación (votos, escaños, etc.).

En la fase actual de dominación del capital, recesiva y no expansiva, la democracia deja de ser funcional al proceso de reproducción social lo que implica la creciente deriva autoritaria de los estados democráticos; es precisamente en nombre de la democracia que se suprimen y recortan las libertades.

El fascismo de la parafernalia militarista es cosa del pasado; los gangs criminales disfrazados con los siniestros aderezos militaristas son simples agentes provocadores instrumentalizados por las nuevas corrientes políticas reaccionarias. El verdadero peligro radica en la fascistización de la vida cotidiana y de los aparatos de re-presentación. La victoria antifascista de la segunda guerra mundial supuso en realidad sólo la derrota formal del fascismo, de las formas llamativas y de su parafernalia kitsch, pero no de los valores burgueses inherentes al fascismo.

Valores como el culto al cuerpo y a la fuerza/potencia, a la velocidad/movilidad, el progresismo tecno-científico, la eficiencia, el narcisismo exhibicionista, la objetualización de la mujer, la competencia y el triunfo, etc., son componentes tradicionales de la cultura fascista que, como expresión ideológica del capital, tienen una presencia abrumadora en nuestra sociedad. Es necesario, pues, la crítica sistemática del fascismo cotidiano, de la mentalidad fascista que acompaña al capitalismo. La ideología del progreso que rezuma el transhumanismo (producción y consumo del ser humano), el pragmatismo y el amoralismo que traducen la razón instrumental capitalista, el hedonismo de superhombre publicitario, los rituales de masas y el gregarismo de mercado que sustituye a los rituales militaristas del fascismo del pasado, etc., son valores del fascismo mutado en totalitarismo democrático.

La actualidad del fascismo anticapitalista y el antifascismo

Hay que poner en su lugar a la ultraderecha actual y su papel táctico dentro de la estrategia del capital transnacional: estadio histórico superador del estado-nación heredado de la 2ª guerra mundial. Hay que distinguir y poner en su lugar las formas provocadoras, groseras, del fascismo, retomado como pompa tardía y agresiva de la chusma de taberna futbolera, de la fascistización sutil de la sociedad capitalista democrática, es decir, de la penetración insidiosa de los valores fascistas dentro de las prácticas cotidianas que contribuyen a la formación de la mentalidad democrática del capital en crisis.

Dicho de otro modo, las manifestaciones formales y explícitamente xenófobas, populistas, paranoicas (Frente Nacional, AfD, Lega Norte, nacionalistas flamencos, el húngaro Orban, etc.) e incluso criminales (VOX defendiendo los derechos de criminales/maltratadores, por ejemplo) tienen una función táctica como cebo y espantajo desviador/desactivador de la crítica anticapitalista dentro de la estrategia de la clase dominante gestora del capital transnacional, cuyo programa político lo ejecutan los partidos «centristas» de las reformas laborales, de las privatizaciones y de la represión sistemática de la disidencia.

El reto que enfrentamos es que no basta sacar del cajón de la historia las fórmulas del antifascismo ideológico y, entre otros, hay que abordar el componente de un cierto anticapitalismo demagógico y desviado, pero movilizador, del antifascismo. Un anticapitalismo discursivo y propagandístico, pero funcional a determinadas facciones del capital.

Históricamente ha sido así y, a estas alturas, retoma el aliento dentro de los movimientos populistas mediante la afirmación de un capitalismo nacional con la coartada de la defensa de los puestos de trabajo nacionales… contra el capitalismo neoliberal globalizador, etc., como se ha sentido en algunas «rotondas» francesas. De forma similar aparece en la palabrería de VOX.

Esta reproducción del anticapitalismo fascista en los nuevos movimientos populistas de los países desarrollados actuales tiene que ver con la regresión y depravación ideológica que acompaña al estado-nación (el sistema de representación de la democracia de la posguerra mundial) actual de crisis, pero sobre todo con la incapacidad de la izquierda gestionaria de satisfacer las mínimas demandas sociales en materia laboral, de vivienda, asistencia social, etc.

El encogimiento reformista de la socialdemocracia deja paso a las promesas populistas y a la acción de determinados grupos empresariales que, financiando grupos políticos de agitación del sistema de representación (Vox) e incluso algunas demandas sociales en lo que debe entenderse como una maniobra de inversión de capital; como un gasto necesario para la desactivación social. Así fue en la alemana nazi y así funciona también hoy en día, de acuerdo con el modelo clientelar del sistema de representación democrática llevado a cabo por Convergència, PSOE, PP o cualquier otra instancia de gestión de la administración pública.

Vox es un producto funcional dentro del sistema de representación con el fin de legitimar el centrismo político de Ciudadanos y PP, que son los herederos históricos del fascismo en la medida en que asumen los principios esenciales de la ideología autoritaria del capital en crisis. Vox es, como casi todo en la política espectáculo, una maniobra mediática con un valor instrumental también en la medida en que sirve para desviar la atención de los problemas reales hacia el espantajo de un neofascismo exacerbado (racista, xenófobo, reaccionario y provocador), mientras el totalitarismo democrático va imponiéndose como forma política del capital en crisis de la mano de los partidos democráticos.

Hay que tener el coraje de ser autocríticos, que es lo que le falta a las propuestas institucionalistas del antifascismo, que para conseguir el voto de las masas populares deja de lado la crítica del envilecimiento de buena parte de la población proletarizada y su connivencia con la corrupción y los mensajes xenófobos, nacionalistas proteccionistas, etc. Poner en el primer plano del debate político la producción del embrutecimiento de masas y la tolerancia con el asesinato de mujeres, propio de una sociedad enfermiza.

La lucha política contra este detritus ideológico que es el fascismo debe asumirse sin oportunismos electoralistas, como mínimo, para entender porqué se dan alianzas «contra natura» como, por ejemplo, el voto de las periferias desindustrializadas por el enemigo de clase natural más patente (Ciudadanos, PP). Después de un siglo de subterfugios semánticos, ideológicos y lecturas sociológicas cogidas por los pelos, creo que ya sería hora de plantearse sin tapujos esta cuestión.

***

*Lo que sigue es la traducción del catalán de lo que fue un guion para la intervención en un encuentro/debate sobre el antifascismo tenido en Barcelona en marzo 2019. Ha sido ligeramente retocado para esta ocasión, septiembre 2023. C.V.

1Para una aproximación histórica a esta tendencia, ver El socialismo salvaje, Charles Reeve, Virus editorial, octubre 2020.

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta