Brasil: ¿Qué nos dice Junio de 2013?

Jean Tible

Una forma frecuente de abordar y analizar las protestas es establecer una especie de tribunal, desde arriba, de sus resultados inmediatos. Esto significa, en el contexto brasileño (pero también podríamos decir en el chileno, egipcio, sirio o muchos otros), decretar el fracaso o la derrota de las manifestaciones, o incluso el haber favorecido a la extrema derecha. Percibo esta posición de juicio como equivocada y, además, conservadora y mala para pensar-luchar.

Larga duración

Es conocido el episodio de Mao Zedong respondiendo que aún es pronto para hablar de los efectos de la Revolución Francesa. Hay otra versión de este episodio, que menciona un problema de traducción/comprensión: la pregunta sería sobre 1968 y no sobre 1789. Tal divergencia, sin embargo, no influye en mi propósito, que es resaltar la larga duración de ciertas interrupciones.

A principios de 1848, cuando los jóvenes militantes Marx y Engels lanzaron al mundo el Manifiesto Comunista, el despotismo dominaba Europa. No sabemos si lo profetizaron, pero en las siguientes semanas flaquearon todas las tiranías del continente. Unos meses después, la situación fue de restauración general. Pero, ¿qué prevaleció a la larga, la legitimidad dinástica, la soberanía popular o la autodeterminación de los pueblos? Estos enfrentamientos aún continúan, pero los acontecimientos indican una situación mucho más compleja que las evaluaciones apresuradas poco después del evento.

Si la comprensión clásica de revolución rimaba, durante mucho tiempo, con la toma del poder por una fuerza de transformación, dialogando con Immanuel Wallerstein, el antropólogo David Graeber (2015 [2013]) lo entiende como cambios a los supuestos básicos acerca de la política. Lo que se entiende por política cambia, globalmente, en estos procesos y, así, perspectivas que eran extremadamente minoritarias rápidamente se convirtieron en sentido común: participación popular, políticas de igualdad, nuevos sujetos colectivos.

Los vientos comunes de la revolución haitiana (Scott, 2018 [1986]), pero también de tantas otras (estadounidense, rusa, mexicana o cubana), soplaron (y aún soplan) por todo el globo. Estas revoluciones se dieron en estos países, pero también en el planeta en su conjunto, influyendo e inspirando, con distintas intensidades, otros lugares. Otros, como los de 1848 o 1968, ocurrieren casi simultáneamente en decenas de países. También se produce un desplazamiento del imaginarlo tras los pasos del feminismo o del abolicionismo como movimientos que provocan profundas mutaciones éticas, lentas, actuando mayoritariamente fuera del sistema político formal, con acciones directas y espesando un caldo político-cultural, pero cuyos efectos son duraderos.

Dirección

El ciclo de protestas que se inició en Sidi Bouzid, Túnez a fines de 2010, en medio de la crisis financiera de 2008, trae un mensaje contundente: “La estabilidad está muerta” (Comité Invisible, 2016 [2014]). Es en este contexto un terremoto político sacude Brasil en junio de 2013. Millones de personas -salen a las calles sin ninguna coordinación centralizada. Un hecho sin precedentes sacude y transforma al país.

La década anterior está marcada por el surgimiento de miles de debates sobre sus interpretaciones. Casi en todas partes, las disputas ocurrieron en las calles y no sólo en las instituciones, siendo Brasil una excepción. Además de conectarlo al ciclo de las revueltas globales, las Jornadas de Junio abren un paralelo con el 68 (Ciudad de México, Dakar, Berkeley, Nanterre, Córdoba, Tokio, Río y São Paulo) si pensamos en el papel de los nuevos universitarios: en Brasil su número se disparó en años anteriores, constituyendo un fermento de revuelta, nuevas posibilidades existenciales para estos jóvenes trabajadores enfrentados a un muro de oportunidades menguantes.

Estas peleas, por supuesto, no son un rayo en cielo sereno; tienen una historia y una memoria. Una de las chispas es la lucha por el transporte, con las tradicionales apedreas a los transportes en las ciudades brasileñas debido al aumento de los precios de los billetes. En la primera mitad de la década de 2000 estallaron las revueltas de Buzu en Salvador y las dos revueltas de Catraca en Florianópolis. Así nació el Movimiento Passe Libre (MPL), influido por la experiencia zapatista y el movimiento antiglobalización. En 2011 y 2012, otras movilizaciones precedieron a la explosión, como las huelgas salvajes de los trabajadores de las represas de Jirau y Santo Antônio y la amplia solidaridad con los guaraníes y kaiowá. A pocas semanas de que estallen a nivel nacional, ocurre la ocupación indígena del pleno del Congreso, el Bloco de Lutas en Porto Alegre y las luchas por el transporte en Goiânia y Natal, además de la organización de los Comités Populares para la Copa del Mundo. Había, por lo tanto, un caldo mucho más subterráneo, en muchos sentidos no visible para las lentes convencionales, que se estaba desarrollando en ese período.

El miedo, generalmente sentido por la gente común (por su permanente vulnerabilidad, en varios sentidos), sufre una mutación con el acontecimiento: los poderes empiezan a sentirlo. Los dueños del poder y del dinero tenían miedo en esos días y esto revela una verdad de la democracia: el poder es de los de abajo que se lo ceden al Estado, constituyendo un contrato social. Estos momentos de erupción muestran de quién es la potencia que no se ejerce, y en ese momento pasa a ejercerlo. De ahí la gran riqueza de estos eventos, y no podemos olvidar los locos días de junio (entre el 13 y el 20,entre la erupción y la bajada de tarifas), en los que todo parecía escapar -y así fue- de cualquier control, como, por ejemplo, el día 17, en la toma del techo del Congreso en Brasilia y en la Batalla de la Asamblea Legislativa de Rio de Janeiro (Jourdan, 2018).

La detonación abre un nuevo ciclo político y, a partir de entonces, todos los actores y sectores de la sociedad brasileña se ven obligados a reposicionarse; esto se aplica a la derecha, la izquierda y el centro, las empresas, los bancos y el agronegocio, los movimientos indígenas y negros; todos están cuestionados por el evento de 2013. Para bien o para mal, es el fin del momento que vivía el país. Se acabó la estabilidad, dicen las protestas, y este fin significa la agudización del conflicto distributivo, por la dificultad de continuar el proceso de reducción de las desigualdades sin tocar arriba ciertos intereses materiales. La magia del lulismo (repartir a los pobres sin quitar a los ricos) encuentra allí su límite. Una paradoja de esto en su moderación y en ausencia de “reformas estructurales” radica en que constituye una especie de vuelco simbólico y concreto. Una ampliación de las perspectivas de lucha por la vida, con una serie de políticas sociales (Bolsa Familia, cuotas y ampliación de la universidad pública, universalización de la electricidad), económicas (aumento del salario mínimo, créditos rurales y populares), culturales (desde la “do-in antropológico” de Gil), mecanismos de participación y nuevos vínculos con el mundo. Estas políticas catalizan e incluso cambian el electorado del PT hasta el día de hoy, con realineamiento electoral y ganando el apoyo de los más pobres, especialmente en el Nordeste.

En las calles brasileñas de 2013, se observaron claras demandas desde abajo: contra la mafia de las empresas de autobuses (malos servicios y precios elevados, falta de transparencia sobre costos y ganancias), violencia policial y por mejoras profundas en la educación y la salud pública. Estas agendas se fortalecen luego de las grandes manifestaciones. Sin embargo, habían sido dejadas de lado por la izquierda en el gobierno (pese a que la propuesta de tarifa cero en el transporte sea, por ejemplo, una formulación originaria del PT, en la gestión de Luiza Erundina en la alcaldía de São Paulo). Esto también se aplica a temas que son muy importantes para los movimientos negros, indígenas y transfeministas, generalmente ignorados por la sociedad en su conjunto y en gran medida por la izquierda, como la guerra contra las drogas y ciertas personas y colectividades. Las revueltas, permanentes e ininterrumpidas, ganan mayor visibilidad: así como se revocaron los aumentos de transporte en más de cien ciudades, se pudo reclamar y ganar en otros campos.

Las compuertas se abren. El número de huelgas se dispara: de menos de mil en 2012 a más de dos mil en 2013 (el número más alto desde el inicio del conteo en la década de 1980), abarcando sectores generalmente menos proclives a las huelgas, como el alimentario industrial, seguridad o limpieza urbana (SAG-DIEESE, 2015). Guilherme Boulos cuenta que el MTST no percibía el anhelo de ocupación que se apoderó de la periferia de São Paulo en aquellas semanas. En Río, que permanecerá movilizada durante meses (durante la Jornada Mundial de la Juventud, Ocupa Cabral y la huelga de maestros), tras un ataque a un edificio de la estación, el periódico O Globo publica una autocrítica sobre el apoyo de Organizações Globo al golpe cívico-militar de 1964. Aldeia Maracaná no se convierte en un estacionamiento y continúa en resistencia.

Junio 2013 muestra una serie de caminos y da cabida a nuevas prácticas y alianzas políticas: huelgas de barrenderos en Río y una presencia guaraní mbya mucho más contundente en São Paulo, en una multiplicación de actos de repercusión e inspiración desde entonces. Pintar de rojo el Monumento a las Banderas, bloquear la Carretera Bandeirantes, ocupar la Presidencia durante 24 horas o, en particular, volver a la antigua aldea Kalipety, en esa tekoa donde hoy la ciudad vive uno de sus más bellos experimentos cosmopolíticos, de agricultura, de cultivos y políticos (Keese dos Santos, 2021).

Reacción

Vivíamos entonces un récord de elecciones presidenciales consecutivas y un cierto crecimiento económico con distribución del ingreso. Para los miembros del gobierno del PT, todo marchaba bien en términos de indicadores (con desempleo bajo y aumento de salarios), sin embargo, como en otros momentos históricos y contra ciertas expectativas conservadoras, mejores condiciones de vida generan más luchas y no acomodaciones. Lo que sería una especie de coronación (pensando en la Copa del Mundo y las Olimpiadas) de un proyecto, queda al desnudo en las protestas haciendo explícitas las fuertes debilidades de este proceso de cambios: una democracia de baja intensidad (violencia, participación limitada, represión de manifestaciones, genocidio de la juventud negra, etnocidio de los pueblos indígenas) con sus alianzas contradictorias y el poder antidemocrático de las grandes empresas y bancos.

La apuesta por un Brasil poderoso conecta con el apoyo a los llamados “campeones nacionales” (grandes empresas internacionalizadas) y la realización de estos grandes eventos. Se impulsan megaempresas con dinero de la banca pública y se les da proyección internacional y, por otro lado, financian la celebración de competiciones empresarial-deportivas, con desalojo de comunidades, gentrificación de ciudades y deportes e inversiones dudosas. Y, también, los fiascos, ya sean en telecomunicaciones (recuperación judicial de la empresa Oi), en la concentración en el mercado cárnico (JBS Friboi y su primer lugar en el mundo como procesadora de alimentos), o en la quiebra del Grupo de Eike Batista.

¿Por qué este caldo ha concluido, por ahora, en más oportunidades perdidas? En primer lugar, el polo de izquierda, que terminó siendo decisivo, liderado por el PT, pero que incluye a otras organizaciones como la CUT, el MST, y los movimientos feministas y negros más vinculados al ciclo de luchas que se iniciaron en el período final de la dictadura.

El partido controla, en 2013, los gobiernos de los estados con dos de los presupuestos públicos más importantes (de la Unión y de la ciudad más grande del país). Sus cuadros al frente de estas administraciones, sin embargo, se sumaron a perspectivas tecnocráticas. El alcalde Fernando Haddad se opuso a Junio, lo cual es curioso, ya que su campaña por la alcaldía del año anterior hablaba de un nuevo tiempo y esto podría conectar con lo que surgía con más fuerza, pero el espíritu no reconoció el cuerpo encarnado en las calles y lo rechazó. Dilma Rousseff, como presidenta, propuso cinco pactos (uno de ellos el importante programa Más Médicos y el otro “responsabilidad fiscal”) y realizó un gesto interesante recibiendo a algunos manifestantes en Palacio. Sin embargo, como dijeron militantes del MPL al final de la reunión, no hubo un discurso real ni una intención de tomar en cuenta lo que se había propuesto en las calles. A pesar de la creciente insatisfacción, Dilma será incluso reelegida al año siguiente, ya que la oposición, representada en la segunda vuelta por Aécio Neves, presentó un viejo proyecto anterior a junio e incluso anterior al lulismo.

En el fondo, una vez pasada la tormenta, el mundo del PT “tocó vida”. Las consecuencias fueron trágicas para el movimiento, para el partido y para el país. El PT no supo ganar; no logró despojarse de la perspectiva estatal y profundizar las conquistas aún cuando las calles lo señalaron y cambiaron la correlación de fuerzas. Es más: tal vez provocó un cortocircuito al promover nuevas subjetividades y no profundizarlas, abriendo un flanco a la reacción.

El otro polo, una izquierda autonomista, incluyendo a decenas de organizaciones y sensibilidades, lamentablemente tampoco dio abasto con las aperturas de junio. El MPL, una de sus expresiones, incendió Brasil, fijó un tema fundamental para la clase obrera como el transporte, logró incluirlo como un derecho social en la Constitución y, sobre todo, coadyuvó al surgimiento de un nuevo imaginario político radical, pero no supo articular la lucha contra el torniquete del transporte por los demás cercos que asolan a la sociedad. Tampoco supo aprovechar ese momento para dialogar con la población de manera más continua, en el sentido de construir nuevas conexiones y fomentar organizaciones cotidianas.

Mucha gente, sobre todo a partir del 13 de junio, participó por primera vez en manifestaciones y movilizó argumentos no politizados sobre la corrupción, moralismos sobre la “violencia” y símbolos verdes y amarillos. El documental Com vandalismo, del Colectivo Nigeria, retrata este proceso en Fortaleza, pero ¿no es precisamente el papel de quienes quieren transformar, convencer y conquistar a más personas? De alguna manera, las izquierdas son sorprendidas por el 2013 y estos huecos perdidos son espacios trágicos y abiertos para la extrema derecha (recordemos a Walter Benjamin hablando del fascismo como resultado de una revolución fallida).

Cinco años después, es elegido un candidato que celebra la máquina de la muerte (repudiada en las manifestaciones de ese año), en un proceso plagado de ilegalidades (golpe de Estado, detención de Lula) y colocándose demagógicamente como ajeno a un sistema político con poca legitimidad. Como la política institucional no toma en cuenta el evento de 2013, su crisis se profundiza y nos acercamos al escenario siniestro. Junio, en su cuestionamiento a los diputados, abrió un nuevo ciclo político y la izquierda (más afín a los mensajes plurales de la calle) no supo aprovechar las nuevas fisuras: la estrategia abierta por la disrupción no se encontró con la virtud táctica de las organizaciones. La fundación oportunista del Movimento Brasil Livre (MBL) copia el sonido del MPL, robándose de alguna manera una sigla y un símbolo, como Vem pra Rua. Ambos, en el ámbito de la (extrema) derecha, intentan corresponder a este anhelo.

El año 2013 se convierte –curiosamente, tanto para la extrema derecha como para buena parte de la izquierda, aunque con señales invertidas– en el punto de partida de una ola conservadora. De nada sirve, sin embargo, culpar a Globo y a los conservadores (o sectores estadounidenses) que disputaron el rumbo de las protestas, después de haber apoyado su represión. Las manifestaciones posteriores contra Dilma comenzaron poco después de la impugnación del resultado de 2014 por parte del candidato derrotada y se fortalecieron en los dos años siguientes, dando lugar a un juicio político. Cualquiera puede ver, sin embargo, que se trata de un público diferente, mucho más rico, mayor y más blanco que el de 2013. Sorprendentemente, una derecha que llevaba décadas sin salir a la calle supo posicionarse mejor tras la explosión, mientras que para las izquierdas o, al menos para algunas de ellas, el 2013 puede haber quedado como una especie de trauma.

Represión

Junio 2013 pone en jaque al despiadado aparato estatal y policial. La desaparición y asesinato de Amarildo Dias de Souza, albañil y vecino de Rocinha, tiene un impacto muy fuerte. Las luchas indígenas, como hemos visto, anuncian la rebelión, incluida la batalla contra la hidroeléctrica de Belo Monte. La represión habitual es, en este momento, contestada con vehemencia: los gritos por el fin de la Policía Militar resuenan por todas partes.

El asesinato de Marielle Franco, en el marco de la intervención militar en Río, el 14 de marzo de 2018, puede leerse como un intento de cerrar lo que se había abierto, al quitarle la vida a un símbolo de las nuevas subjetividades emergentes. Al no tratar con más contundencia nuestras heridas coloniales (genocidio de jóvenes negros, etnocidio de pueblos amerindios y desigualdades inmorales), estos pendientes de la justicia que permean todas las generaciones desde el inicio de lo que llamamos Brasil, va en contra de la política-creativa que estaba en curso.

Al considerar este aspecto decisivo, el desencuentro entre el PT y las protestas se agudiza aún más (lo cual está claramente expresado en la ley antiterrorista, aprobada en el último momento del gobierno de Dilma). Se articula una amplia reacción y el Estado brasileño fortalece “todos sus instrumentos para reprimir y silenciar las voces disidentes” (artículo 19, 2018). Se perfeccionan los mecanismos a partir de la irrupción y los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial convergen y colaboran en la agenda estatal coercitiva, en el contexto de grandes acontecimientos, ocupaciones secundarias y crisis políticas y económicas. Nuevas armas (más sofisticadas y variadas) y tácticas (como el cerco de las protestas), filmaciones y vigilancia, infiltración y articulación federal.

Este conjunto evidencia acciones concertadas para restringir el derecho fundacional a la protesta. El Gobierno Federal no detuvo este proceso, al contrario. No frenar esta máquina fue un tremendo error. Brasil figura en los primeros puestos en datos sobre fusilamientos de militantes (junto a México, Colombia y Filipinas), en una política público-privada de asesinatos selectivos (sobre todo en temas relacionados con la tierra) de personas clave para tener un país (y un planeta) con dignidad para todos. Desmantelar este aparato represivo debe ser una tarea fundamental para cualquier gobierno que busque el cambio. Pero cuando el MPL discutió, en la reunión en el Palacio del Planalto con la presidenta al calor de las manifestaciones, la cuestión de la regulación de las armas menos letales, hubo silencio.

Alegría

Escuchemos las voces, gritos y susurros de los manifestantes. “¡Por fin respiro! Huelga de trabajadores metalúrgicos” (Weil, 1996 [1936], p. 119). Así comienza Simone Weil su relato de la experiencia de una ola de ocupaciones, durante el gobierno francés del Frente Popular en 1936.

La huelga es una alegría. La escritora, que fue trabajadora de Renault, insiste en esa palabra, que se repite una decena de veces en una sola página. Alegría nada más entrar a la fábrica, emitida por un trabajador sonriente; estar con todos, comer, hablar, cuando antes era la soledad de cada uno metido en su máquina. Alegría de escuchar música, cantos y risas en lugar del estruendo despiadado de los equipos; ahora laten al ritmo humano (respiración, latidos del corazón) y no a la cadencia del cronómetro. Alegría de pasar frente a los jefes con la frente en alto, recordando a Spinoza-Deleuze, para quien “la tristeza sirve a la tiranía y la opresión” y genera impotencia, a diferencia de la alegría, que activa (Deleuze, 1981, p. 76).

Tal afecto es omnipresente en los relatos de personas en movimiento. Eso es lo que pasó en Egipto en el primer mes de 2011. Todo se invierte en la plaza Tahrir (y en el país): allí se garantizan los servicios que antes había, supuestamente, en los edificios que la rodean; el mundo al revés, en el que, “en lugar de ser vigilados, los ciudadanos escudriñan el régimen” (Weizman, Fischer y Moafi, 2015, p. 44), resistiendo ataques en camello de mubarakistas y mercenarios y bombas de gas y tiros de las fuerzas represivas. Una alegría de estar juntos, cultivando y creando – un participante dirá que nunca en su vida sintió tanto amor como en la plaza, siendo los momentos más felices de su vida (Ghonim, 2012, p. 264 y 290). Nuevas realidades emergen estos días, lideradas por jóvenes, con gente de todas las condiciones, religiones y edades; un millón viviendo otras existencias, dice otro testigo (El Aswany, 2011, p. 17-19).

No son pocas las limitaciones de estas explosiones (efímeras, inconstantes, ineficaces) y las dificultades de inventar, concretamente, nuevas comunidades políticas, infraestructuras afectivas y reglas comunes, en la contracorriente total de la máquina estatal-capital-colonial y sus valores individualistas. Además, en muchos lugares donde ha habido una erupción, la contrarrevolución está ganando terreno. En el emblemático caso egipcio, dos presidentes son derrocados, pero llega un tercero, de las mismas Fuerzas Armadas que el primero, también principal fuerza política y económica del país. Las masacres continúan ocurriendo. La inercia, sin embargo, se rompió y “cuando decimos ‘la revolución fracasó’ estamos dejando de lado algo fundamental” (El-Tamami, 2016), aunque insuficiente, como la explosión de humor e imaginación de los carteles hechos a mano, de los murales y, sobre todo, las relaciones que allí se construyen y las posibilidades, apostando por un cambio de personas-colectividades que dará sus frutos.

¿Qué reclama 2013 una década después? Que las demandas imposibles no lo son, porque los movimientos pueden detener y tomar la ciudad, cuestionando a la sociedad y arrebatando conquistas al poder. Se discutió la utopía de la tarifa cero, concretada en algunas ciudades, además de haber sido jaqueada la policía durante algunos días. Y esta apertura es fundamental para enfrentar los apremiantes desafíos de tener una democracia real: la energía de esos días es inspiradora para enfrentar nuestras urgencias absolutas: la obscena desigualdad social y racial, los asesinatos recurrentes, el encarcelamiento masivo, la mala alimentación y la crisis ecológica.

Y aquí es donde aparece otra paradoja de 2013. Si bien predomina en la izquierda una valoración negativa de las protestas, sería inimaginable sin ellas la presencia de figuras en el ministerio del tercer gobierno de Lula, como Sonia Guajajara, Silvio Almeida, Anielle Franco o el regreso de Marina Silva. ¿La nueva hornada de diputadas indígenas, negras y trans o el millón de votos para Boulos? Las delicadezas y las dificultades se acentúan por igual, como me recordaba el otro día un amigo (André Luzzi), si pensamos que dos importantes actores del gobierno de junio de 2013 en São Paulo ahora son vicepresidentes y ministros de finanzas de ese mismo gobierno.

Junio 2013 mereció y merece florecer, para “no pisotear el tiempo propio de la imaginación creadora, para evitar el riesgo de interrumpir la germinación de un mundo”. James Baldwin, en otro contexto, habla del peligro de no contaminarnos con el evento, porque “cada intento que haríamos para oponernos a estas explosiones de energía llevaría a firmar nuestra sentencia de muerte” (Baldwin, 1963, p. 99). ¿Podría estar hablando del Brasil reciente? ¿Del derroche de un poder colectivo de estas revueltas que “dedican el poder a la impotencia” (Comitê Invisível, 2016 [2014], p. 89)? El decreto de derrota, arriba mencionado al principio, es algo impotente y, además, pierde un aspecto épico de la lucha. Esto, desde una perspectiva reivindicativa, no es una opción, sino el núcleo de la dignidad frente a una guerra ininterrumpida o, según un largo linaje, como formulan los zapatistas, al anunciar su reciente viaje a Europa: “iremos a decir al pueblo de España […] que no nos conquistaron” (CCRI-EZLN, 2021, p. 282).

La revuelta, concibe Camus, es “una de las dimensiones esenciales” de la existencia, “nuestra realidad histórica”. Cumple, en nuestro “calvario cotidiano”, el mismo “papel del ‘cogito’ en el ámbito del pensamiento: es su primera evidencia […]. Me rebelo, luego existimos”. La historia es así aprehendida como “la suma de sus sucesivas revueltas”. Política e invención: su “lógica profunda no es la de la destrucción”, sino la de la creación. En sus razones de ser, el levantamiento manifiesta una “loca generosidad”, que le da “su fuerza de amor y de rechazo […] a la injusticia. Su señoría no debe calcular nada. Constituye, para el escritor franco-argelino, “el movimiento mismo de la vida y que no podemos negar sin dejar de vivir. Su grito más puro, cada vez, pone en pie a un ser. Es entonces amor y fecundidad o no es nada” (Camus, 1951, p. 37-38; 141; 356; 379-80). La lucha existencial, la vida-lucha.

La protesta es.

Publicado en https://boletimluanova.org/o-que-2013-nos-diz/

Traducción: Raúl Zibechi

Referencias bibliográficas

ARTÍCULO 19 BRASIL. 5 años de junio de 2013: cómo los tres poderes intensificaron su articulación y sofisticados mecanismos para restringir el derecho a la protesta en los últimos 5 años. (2018).

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CCRI-EZLN. «Una montaña en alta mar». En: Mariana Lacerda y Peter Pál Pelbart (Org.). Una ballena en la montaña . São Paulo, ediciones n-1, 2021.

COMITÉ INVISIBLE. A nuestros amigos . São Paulo, ediciones n-1, 2016 [2014].

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Fuente de la imagen: Wikimedia Commons. Protestas brasileñas de 2013. 16 de junio 2013. Fotografía de Tânia Rêgo/Agência Brasil. Disponible en: < https://commons.wikimedia.org/wiki/File:2013_Brazilian_protests.jpg >. Consultado el: 9 de junio. 2023

Traducido del portugués publicado originalmente en Lua Nova

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