Bogotá III. Lo que va dejando el estallido

Raúl Zibechi

Fotos: Comisión de la Verdad, Contagio Radio, Colombia Informa y Raúl Zibechi

El impresionante estallido social de 2021 fue la consecuencia de una década de movilizaciones que comenzaron en las periferias y gradualmente fueron ganando el centro, o sea de las áreas rurales a las grandes ciudades. Antes de manifestarse en Bogotá y Cali, la primera y la tercera ciudad más pobladas (con diez y cuatro millones de habitantes), la protesta fue creciendo desde los sectores más afectados por el modelo hasta involucrar al grueso de la población.

La protesta cambió al país, pero fue posible también porque la sociedad venía cambiando, con el telón de fondo de las negociaciones de paz entre el gobierno y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). La lógica polarizadora de la guerra fue cediendo y comenzaron a ganar protagonismo las organizaciones populares; las indígenas y movimientos como el feminista y el cultural-juvenil ocuparon nuevos espacios.

Tatiana nos invita a salir de la Casa Cultural El Trébol para recorrer el barrio y acercarnos hasta lo que fue Portal Resistencia, el epicentro del estallido en Bogotá, donde miles de jóvenes resistieron la represión y pusieron en práctica formas de vida alternas a las hegemónicas. Pero antes de acompañar a nuestra compa, es oportuno repasar brevemente lo sucedido en la década anterior al estallido, porque una movilización tan importante siempre tiene antecedentes.

Una década de luchas

El proceso que desemboca en el estallido de 2021 comienza en 2011 con el paro de los transportadores de carga y con las movilizaciones de estudiantes universitarios en contra de la reforma de la educación superior. En 2013 se produce una importante movilización campesina en la región andina contra el tratado de libre comercio entre Colombia y Estados Unidos (el Paro Nacional Agrario), que abre nuevas confluencias como las “dignidades campesinas” y el Coordinador Nacional Agrario, que construyen lazos de solidaridad con los habitantes de las ciudades, especialmente de Bogotá (Desde Abajo Nº 287).

La confluencia de organizaciones rurales, campesinas, negras, comunales y de mujeres permitió ampliar las luchas para defender el sector agrario, luchar por una reforma agraria integral y rescatar la autonomía alimentaria. En 2013 unos 500 mil campesinos bloquearon carreteras y realizaron marchas con epicentro en Boyacá, Cundinamarca y Nariño, aunque hubo movilizaciones en 30 ciudades.

La agitación se profundiza entre 2018 y 2019 con movilizaciones de estudiantes de universidades públicas a las que se sumaron los de universidades privadas, de manera solidaria y con reclamos propios asociados al endeudamiento que sufren para poder seguir estudiando.

Pero el gran salto se produjo en noviembre de 2019 a raíz de la convocatoria de un paro por las centrales sindicales, por la implementación del acuerdo de paz, el respeto a los derechos, la defensa de líderes sociales y excombatientes, del medio ambiente y los derechos de las mujeres y de las comunidades LGBTI+, entre los más destacados La agenda incorporó, una vez iniciado el paro, la denuncia del asesinato del estudiante Dylan Cruz, por disparos Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía Nacional (ESMAD).

Como señala Carolina Cepeda en Desde Abajo, los centros tradicionales de protesta se desplazaron de los céntricos Parque Nacional y Plaza de Bolívar a lugares como la Plazoleta de los Héroes, el Parque de los Hippies y los portales de Transmilenio de distritos de la zona sur como  Kennedy y Usme. Con ese desplazamiento, “las plazas más pequeñas de los barrios cobraron relevancia al empezar a albergar acciones como las ollas comunitarias, las velatones, asambleas barriales y performances artísticos, principalmente en las localidades de Bosa, Engativá, Kennedy, Suba, y Usme”.

En los barrios aparecieron los cacerolazos, forma de protesta que se estrenó en Colombia en 2019, “jugando un papel central en la construcción primaria de solidaridad entre vecinos”. Un hecho decisivo en la deslegitimación del modelo represivo del ex presidente Álvaro Uribe, fue la “Masacre de Bogotá del 9 y 10 de septiembre”, en la que fueron asesinadas 14 personas, 75 resultaron lesionadas por armas de fuego y 138 fueron detenidas por la represión policial a las masivas protestas por el asesinato de Javier Ordóñez, golpeado hasta la muerte por policías por no respetar el toque de queda.

Portal Resistencia

El estallido colombiano se produjo desde fines da abril de 2021, ante un nuevo paro de las centrales sindicales desbordado por las juventudes que ganaron las calles durante tres meses creando decenas de “puntos de resistencia”, 25 de ellos sólo en Cali, el epicentro de la protesta juvenil. La respuesta del Estado en sus diferentes niveles fue sólo represión. Un Informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, señala que entre el 28 de abril y el 4 de junio de 2021 se produjeron alrededor de 80 asesinatos, más de 1.200 personas lesionadas, unos 130 desaparecidos y por lo menos 103 lesiones oculares, además de una cifra elevada, pero difícil de precisar, de agresiones sexuales.

Aparecieron las “primeras líneas” de autodefensa,  que se multiplicaron en “primeras líneas” jurídica, de salud, de las mamás y, esporádicamente, de militares disidentes. Barras de fútbol que rivalizaban con violencia se unieron para enfrenar al ESMAD. En los barrios populares de Bogotá se crearon dos grandes espacios “liberados”, el Portal Resistencia y el Portal de Usme. Los jóvenes de las periferias urbanas, principales víctimas del control social basado en la represión violenta, perdieron el miedo y le cambiaron la cara al país.

Tatiana nos lleva por los espacios que dieron forma al Portal Resistencia durante casi tres meses. Los manifestantes eran perseguidos por el ESMAD en las calles, pero también por helicópteros artillados y drones que los seguían hasta sus viviendas. En el Portal los varones, y algunas mujeres, se enfrentaban con la policía. En los espacios menos expuestos, las mujeres y algunos varones atendían heridos en espacios de salud, abrieron cocinas pero también tiempos de ocio, deporte y arte.

Dos años después, la enorme explanada comercial del Portal de las Américas aún conserva señales del estallido, aunque la alcaldía neoliberal de Bogotá se empeña en grandes obras para apagar cualquier rescoldo de la protesta. Tatiana nos enseña un huerto que homenajea a las víctimas de la represión, donde destaca un gran mural en homenaje a Duban Barrios, un joven desaparecido por la policía que fue encontrado muerto días después.

El espacio fue nombrado “Patrimonio Cultural de Autogestión y Resistencia Territorial”, presidido por un cartel de madera colocado a un año del asesinato de Duban: “Esta siembra es una acción viva de la memoria para que florezca la verdad y la justicia sobre las violencias ocurridas en el estallido nacional del 28 de abril de 2021. Es un homenaje al coraje de las familias y las colectividades que siguen multiplicándose a pesar de la violencia”.

Después de la tormenta

Las juventudes en las calles cambiaron el mundo o, mejor, movieron su lugar en el mundo. La revuelta ha dejado miles de experiencias organizativas nuevas y más sólidas que las que existían antes de ese fenomenal ciclo de protestas.

Además de espacios como el Centro Cultural Trébol, se crearon ollas comunitarias, redes de comunicación alternativa, grupos de derechos humanos, brigadas de salud y huertas populares. Algunas voces destacan que en el distrito Kennedy existen más de cien huertas comunitarias, uno de los tantos espacios que se mantienen y renuevan cada día.

Alejandra y Andrés participan en el Colectivo Tierra Okupa en Bosa, muy cerca de Kennedy, donde detectaron casi 200 huertas familiares, muchas de ellas nacidas para mitigar el problema de la basura pero que consiguen estrechar lazos con las vecinas (en su inmensa mayoría mujeres). “La huerta es un espacio de emancipación”, explica Andrés en la reunión en El Trébol. “Te permiten comprender la naturaleza y te permiten convertir los espacios públicos, como parques y plazas, en espacios comunitarios”.

Las huertas contribuyen a fortalecer el tejido social barrial que es constantemente desgajado por las lógicas mercantiles y la represión. “La tierra nos da la posibilidad de construirnos de otras formas, nos enseña paciencia y cuidados, nos educa en resolver conflictos de manera diferente”, agrega Andrés. Pero también contribuyen al debate sobre las cuestiones ambientales que, a menudo, son escasamente percibidas en las ciudades. La memoria campesina fue decisiva en estos barrios para crear huertas durante la pandemia, que se volvieron espacios de resistencia al sistema.

Tatiana agrega que en el borde occidental de la ciudad se están consolidando los espacios de autonomía, a los que alude como “lo hacemos nosotras”. En dos aspectos han crecido hacia adentro en los tiempos pos-estallido: “Medir cuándo hay que confrontar, pensar para qué confrontar y no desgastarnos, ser más estratégicos”. La segunda, es que “aprendimos que no todo sale bien, que a veces los procesos se caen”.

Aún es pronto para que los cambios en la cultura política y organizativa que hizo emerger el estallido se decanten y enseñen su potencial transformador. Las principales tendencias apuntan hacia la expansión de los colectivos territoriales de base y la profundización de sus rasgos autónomos. Sin embargo, estas tendencias están enfrentando tensiones notables como consecuencia de la polarización entre el gobierno progresista de Gustavo Petro y la derecha tradicional ahora en la oposición.

Como viene sucediendo en otros países de la región, este escenario puede decantar a los movimientos hacia posiciones muy cercanas al progresismo, hipotecando su independencia. El futuro inmediato dependerá, en gran medida, de la capacidad de las organizaciones populares para fortalecerse en medio del conflicto entre el gobierno y la oposición, ganando autonomía de las agendas instituciones manejadas por el sistema de partidos.

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