Bogotá I: El Trébol, espacio de resistencia en la mega ciudad

Raúl Zibechi

Fotos: Arquitectura Expandida y Raúl Zibechi

Papa con Yuca ocupa el centro del encuentro en la Casa Cultural El Trébol de Todos y Todas, un espacio de jóvenes en el borde occidental de Bogotá, a casi una hora del centro. Ángela y Tatiana se encargan de presentar a la escuela de músicos tradicionales que nació durante el estallido social, ante un círculo de unas 50 personas, casi todas debajo de los 30 años

El de hoy es uno de los encuentros dominicales de músicas tradicionales, protagonizado por grupos de chirimías procedentes de Popayán, en el Cauca. Niños y niñas hacen sonar flautas y bombos. Luego dan paso a músicos mayores que explican el arte de la chirimía mientras alguien explica en voz baja que existen grupos de chirimías de mujeres en esa región del sur colombiano.

Ángela explica de qué se trata la jornada musical, dando paso a los músicos que se explayan sobre las características y la historia de la chirimía.

Barrio con historia comunitaria

Tatiana comienza a relatar la historia del Trébol, que se abre en 2015 cuando en el barrio no existía ningún espacio cultural. Por barrio se refiere a las 400 viviendas de Ciudad de Cali, formado por migrantes rurales en la década de 1980, que llegaron huyendo del conflicto armado. Las tierras eran ocupadas por familias o por privados que las loteaban y vendía a precios muy bajos. Todo al margen del Estado y de las reglas institucionales.

“Tuvieron que juntarse para gestionar la vida comunitaria, ya que no tenían ni agua, ni luz, ni calles”, explica Tatiana Fernández, profesional en Estudios Literarios, fundadora de El Trébol y militante social que participó activamente en el Portal de la Resistencia, a escasa distancia de su barrio durante el estallido. El agua la consiguieron enterrando mangueras remendadas bajo tierra, pero debían repararlas con frecuencia.

 “Este espacio era el salón comunal del barrio”. Fue también la sede de la Junta de Acción Comunal y luego de ser abandonado se convirtió en depósito de materiales y espacio tomado para la venta de drogas.

El barrio está enclavado en el distrito Kennedy, creado en la década de 1960, que cuenta hoy con 1, 2 millones de habitantes siendo el más poblado de la mega ciudad que ya supera los diez millones. Tatiana muestra cierta sorpresa con la historia de su barrio, ya que “los vecinos hicieron todo con sus propios medios, pero luego le pidieron al distrito que los reconozca”.

Las casas son todas de bloques que ya cuentan con dos y hasta tres plantas, construidas progresivamente por las familias durante cuatro décadas. Las más prósperas tienen su comercio sobre la calle (en general de alimentación y de abarrotes) y las viviendas en los pisos superiores. Las calles son estrechas y los fines de semana las familias comen en los pequeños restaurantes familiares mientras grupos de músicos populares se arremolinan cantando y pidiendo la colaboración.

El barrio suena sereno y tranquilo, aunque aseguran que la existencia de múltiples negocios ilegales genera un clima de violencia. “Kennedy es el distrito con mayor índice de feminicidios y de secuestro de niños”, asegura Tatiana.

En todo caso, puede palparse una autoestima colectica, al haber podido convivir con las economías informales y clandestinas dedicadas al tráfico de armas, de personas, órganos e infancias, a abrir un espacio apreciado por el entorno como El Trébol. “En 2006 mataron a un chico en el espacio comunal y la gente se retira del salón, se llevan todo y sólo queda la estructura que se va deteriorando, mientras esto se convirtió en el basurero del barrio”.

Las cosas comenzaron a cambiar cuando las Madres Comunitarias reclamaron un espacio para sus hijos e hijas, ya que en las inmediaciones no había ni espacios verdes ni plazas, ya que todo lo dominan los coches y el transporte público.

De basurero a espacio cultural en resistencia

La cultura de la autogestión comunitaria empezó a dar sus frutos hace apenas ocho años. “El vecindario quería cerrar el espacio y empezaron a traer bloques y llegó el colectivo Arquitectura Expandida que nos ayudó a construir lo que hoy pueden ver” (arquitecturaexpandida.org)

Ese colectivo construyó la Casa de la Lluvia en Alto Fucha, donde años atrás tuvimos una maravillosa jornada comunitaria, y decenas de otros espacios urbanos en la ciudad (https://goo.su/LUP3Nm).

Decidieron nombrarlo El Trébol porque cuentan con tres espacios: el skate a la entrada, la huerta y el salón. “Pero hay un cuarto que somos las personas”, dicen. El colectivo comenzó armando bicicletas y trabajando con niñas y niños, pero pronto armaron una biblioteca que alcanzó los cinco mil volúmenes, la Biblioteca Popular y Comunitaria el Trébol.

Crearon un pre-universitario donde estudian quienes tienen que dar el exigente examen de ingreso a la universidad, con docentes voluntarios. Ya pasaron once camadas con un total de más de 600 estudiantes, consiguiendo 120 el ingreso a la universidad. Los talleres de formación artística incluyen desde serigrafía hasta hip hop, artes marciales y una diversidad de prácticas que van variando según el interés de las personas.

Recogen agua de lluvia y obtienen la energía eléctrica gracias a una familia vecina. Las fiestas del 31 de octubre, fecha del aniversario de El Trébol, y las novenas de fin de año, se ha vuelto masivas con alta participación del vecindario.

“En 2020 el espacio se volvió femenino, con elingreso de nuevas compañeras, y empezó a florecer la huerta”, asegura Tatiana. En 2021 la casa se volcó en el estallido. “Trasladamos lo que hacíamos aquí, al Portal de la Resistencia”. Y allí se volcaron las músicas de Papa con Yuca, las artes del hip hop, las feministas que montaron cocinas y espacios de salud, los jóvenes y su serigrafía.

Siempre supimos que las pequeñas iniciativas que surgen en la sombra, lejos de los focos mediáticos y de los partidos, son las precursoras de las grandes jornadas de las y los de abajo. Sin embargo, palparlo y sentirlo, en un espacio tan difícil y contaminado por la violencia como el distrito Kennedy, reconforma el espíritu y nos deja un sabor de esperanza.

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