Notas colombianas, luego del Acuerdo de Paz

Oleg Yasinsky

Foto: Oleg Yasinsky / Desinformémonos

En Colombia pasa de todo y no pasa nada”, me dijo una guerrillera, cuando el reciente viaje a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) junto con dos amigos de la TV rusa, fue todavía un proyecto, una posibilidad o un sueño.

Ahora, después de convivir y compartir con ellos más de una semana, me acordé de esta frase en una casa de Medellín, con la familia de una muchacha que conocimos en la selva… fuimos a saludar y entregar regalos a su pequeño hijo que todavía no puede contar la verdad sobre sus padres ni a los compañeros del colegio, ni a lo vecinos, ni a la mayoría de sus familiares.

Esta nuestra visita que más parecía una invasión, coincidió con la declaración oficial del presidente Santos, que anunciaba el acuerdo final con las FARC. Mis compañeros rusos se pusieron a filmar a la familia reunida frente a la tele. Pero unos minutos antes todos los hombres de esta casa se retiraron a otra pieza para ver futbol.

Se anunciaba el histórico acuerdo de paz, después de 54 años de guerra, incluyendo los últimos 4 de la difícil negociación en La Habana. Y parece que en ninguna ciudad colombiana no se dio ninguna expresión de jubilo espontáneo, la solemne voz de presidente en la pantalla no fue interrumpida ni por un solo petardo ni un solo champañazo. Pero el lunes 29 de agosto, el primer día del cese de fuego oficial, solo los escasos y marginales medios de izquierda colombiana acostumbradamente y sin mayor emoción comunicaban la muerte de 5 activistas sociales a manos de paramilitares en diferentes puntos de la geografía nacional. Y una vez más no pasaba nada.

Amigos colombianos me comentaron que las organizaciones paramilitares, eufemísticamente llamadas aquí hoy día bacrim – “bandas criminales” – tienen ordenes de no dejar vivo ni un solo guerrillero desmovilizado, si estos tratarán de volver a la ciudad.

Los funcionarios de los organismos internacionales garantes de la paz no tienen injerencia en actuar de la delincuencia armada. El estado colombiano que da garantías de seguridad brilla por su ausencia por lo menos en la mitad del territorio nacional y no tiene control ninguno en los barrios marginales de las grandes ciudades, espacios que ayer fueron lugar de combate entre las múltiples guerrillas de izquierda y los diversos paramilitarismos ultraderechistas, avalados por el estado y el narcotráfico, y hoy son botín de guerra de las bandas armadas y traficantes de todo tipo, y precisamente los guerrilleros y no el estado son sus enemigos numero uno. Con el estado hay una tregua más parecida a una simbiosis.

La guerra desigual contra la izquierda colombiana, la mediática y la militar fue bestial y exitosa.

En el imaginario colectivo urbano se instaló la estigma de guerrillero como de un narcoterrorista, temido, despiadado e interesado económicamente. La pseudoizquierda renovada no hizo ni el más mínimo esfuerzo para desmentirlo y la otra izquierda, la dogmática y verdadera con su discurso anacrónico y torpe no fue capaz competir con los medios del sistema.

El genocidio sistemático y sistémico de los mejores cuadros políticos de izquierda colombiana hoy multiplicado por la eficiencia de las armas altamente tecnológicas de nueva generación primero convirtió la organización político militar de las FARC en una organización mucho más militar que política, para luego causarle golpes demoledores en el campo netamente militar.

Hace pocos días tuve suerte de conocer esta guerrilla por dentro. Conocí a hombres y mujeres de un gran valor y sacrificio, “muy verracos”, como se diría aquí en Colombia, de mucha sensibilidad y sencillez, dispuestos a dar su vida por sus ideales. También conocí de cerca su relación con la población civil, muy respetuosa, cercana y familiar, o sea todo lo contrario de lo que nos cuentan los medios. Nunca escondí mis discrepancias con el análisis político de las FARC, que me parece atemporal y dogmático, y algunos métodos de su lucha en el pasado reciente, pero en este momento no es lo central ni relevante.

Son producto de una brutal historia impuesta al pueblo colombiano por el poder ni siquiera desde hace 54 años, como se dice normalmente, sino desde siempre. Pero aun así, atrapados por la violencia y la desesperanza, conservan una humanidad y un compañerismo increíbles. Lo que más nos impresionó en el campamento fue la hermosa relación dentro de la familia guerrillera, entre hombres y mujeres, perseguidos, estigmatizados y aislados por la guerra, un amor que no se declara pero se vive, nada de militarismo ni subordinación formal en las relaciones cotidianas… un relación en que se sentían esos pequeños destellos del hombre nuevo, algo tan difícil de encontrar entre los eruditos e intelectuales de la izquierda urbana. Fue algo que me pareció mil veces mas importante que un correcto análisis político.

Ellos conocen bien los riesgos que les esperan. Desde hace tiempo están preparados para morir. Saben que la paz será mas difícil que la guerra. Pero como me dijo la misma guerrillera a quien mencioné al principio, “ahora es mejor morir en este intento de construir la paz que matando o bajo las bombas”.

No quiero que mueran. A la historia colombiana no caben más mártires. También opino que construir un partido para luchar por el poder, como lo plantean algunos y el gobierno, será para ellos un suicidio político. No están preparados para las cochinas movidas y sutilezas de la clase política que disputa los irrisorios poderes socavados por el neoliberalismo dese hace décadas. Deben replantear sus tácticas y empezar a actuar de una manera novedosa e impredecible para el poder político y crimen organizado que son lo mismo y que ya les tienen tendidas todas las trampas. Salir de la lógica del sistema. Construir el poder ciudadano en las zonas apartadas donde tienen la base y el apoyo real. Convertir este archipiélago del poder popular real comunitario en un ejemplo de buen gobierno y sólo después convertirlo en una propuesta nacional. Junto con todas las demás organizaciones y fuerzas anticapitalistas de Colombia. Cambiando las viejas verticales por los nuevos horizontes. De eso hablábamos con un comandante guerrillero las largas noches de mucho café y esperanzas.

Porque tal vez es el momento para que en Colombia donde pasa de todo, por fin pase algo.

Colombia, agosto de 2016.

 

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