Ciencia, práctica y movimientos sociales son pilares de la agroecología, forma de producir que utiliza bioinsumos para mantener la fertilidad de los suelos, promover el crecimiento vegetal y combatir las plagas. En la otra vereda, las empresas del agronegocio intentan apropiarse de los bioinsumos solo para mostrarse «sustentables» y consolidar el capitalismo verde.
La agroecología surge actualmente como una propuesta de cambio de paradigma en la producción agrícola con características de ciencia, práctica y movimiento social. Como ciencia propone lidiar con la complejidad y la incertidumbre de los agroecosistemas en forma integrada, holística y multidisciplinaria; como práctica utiliza diversas herramientas (como los bioinsumos) para cumplir con principios generales que abarcan desde el diseño del agroecosistema hasta el enfoque de género y la construcción conjunta del conocimiento; como movimiento social plantea una alternativa al sistema agroalimentario predominante.
Este modelo agroalimentario global —basado en commodities exportables, gran uso de petróleo e insumos químicos de síntesis generalmente importados— se asienta sobre una base capitalista donde la producción primaria considera los alimentos más bien una mercancía con valor financiero que una forma de asegurar la soberanía alimentaria.
Qué son los bioinsumos
Los bioinsumos son una de las tantas herramientas prácticas que utiliza la agroecología para mantener la fertilidad de los suelos, promover el crecimiento vegetal y combatir las plagas que acompañan otras prácticas mucho más abarcadoras que tienen que ver con el rediseño del paisaje y del agroecosistema.
La agroecología parte de la base de que los sistemas más equilibrados, resilientes y biodiversos son aquellos sistemas productivos que se asemejan al entorno natural y con ese enfoque se busca generar diversidad horizontal (espacial), vertical y temporal para promover así la diversidad funcional, es decir la presencia de especies que cumplan diferentes funciones ecosistémicas y sostengan procesos como el control biológico de plagas a través de la generación del hábitat para la presencia de predatores (insectos considerados benéficos porque se alimentan de otros insectos plaga) o la fijación biológica de nitrógeno a través de especies vegetales que se asocian con bacterias fijadoras.
Se utilizan bioinsumos como método de control en caso de que aparezca alguna plaga, pero siempre teniendo como objetivo principal que el sistema encuentre un equilibrio donde no se den las condiciones para que domine una especie plaga sino que se mantengan las mismas por debajo de sus umbrales de daño.
Por otra parte, se utilizan materiales locales o fácilmente disponibles para su obtención como forma de fomentar la soberanía y la independencia de insumos externos o que tengan que recorrer muchos kilómetros y por lo tanto utilizar combustibles fósiles. Entre los elementos más utilizados se encuentran el mantillo de monte, la harina de huesos, ortiga, ajo y alcohol, fermentados a partir de leche, cerveza y cascarilla de cereales o carbón molido.
Foto: Greenpeace
¿Utilizar bioinsumos no es bueno?
El uso de los bioinsumos puede ser una más de las alternativas para no utilizar productos químicos que han demostrado en múltiples territorios y sistemas productivos generar todo tipo de problemas: contaminación de cursos de agua, suelos, alimentos con residuos cancerígenos, resistencia a antibióticos, malezas y organismos resistentes, dependencia económica de insumos a precio dólar y endeudamiento de agricultores y agricultoras.
Ante la enorme dependencia actual de herbicidas, insecticidas y fungicidas que tiene la producción agrícola y ganadera —cuyos datos oficiales actualizados ni siquiera están disponibles—, pero sí ya se ha demostrado su efecto negativo en el ambiente y la salud humana, se puede considerar una mejor alternativa al uso de un biopreparado y si es logrado con materiales locales: mejor.
Pero eso no quita que deba darse la discusión más profunda sobre quién lo produce, para quién y en qué contexto se lo utiliza.
Miguel Altieri y Peter Rosset ya lo dijeron, en 1997 ante el proceso de sustitución de insumos que comenzaba a tener lugar en Estados Unidos: “La prevalencia de la sustitución de insumos en la denominada agricultura sustentable disminuye en gran medida su potencial para afrontar las causas fundamentales de la crisis socioeconómica y ecológica que enfrenta la agricultura moderna”. Se refieren principalmente a que se “sustituyen” productos químicos de alta o mediana toxicidad o otros permitidos por alguna normativa o considerados inocuos.
El agronegocio ya se ha apropiado del término sustentabilidad en múltiples formas, el cual de todos modos es bastante vago y que ha sido excesivamente utilizado, y ahora podría también (como en su momento se habló de “soja sustentable”) apropiarse del término bioinsumos.
Pero vale bien cuestionar el lugar del uso de bioinsumos en el caso de monocultivos, producción agrícola o ganadera en áreas deforestadas, cultivos de exportación o bioinsumos de alto costo producidos por las mismas empresas que comercializan agroquímicos.
Foto: Télam
Agrotóxicos, impactos y responsables
Los impactos de los agroquímicos en la salud humana están fuera de toda duda. La evidencia científica al respecto es numerosa. Recientemente se halló glifosato en la orina del 40 por ciento de la población de alumnos, alumnas y docentes de una escuela rural de Baradero (Buenos Aires) y ya se ha determinado residualidad de pesticidas en cursos de agua, frutas, verduras y hasta en agua de lluvia.
Vicent Yusá estudió la exposición a 26 metabolitos de insecticidas (organofosforados y piretroides) y herbicidas en orina de una muestra de 615 niños y niñas de entre 6-11 años de la comunidad de Valencia (España). Se detectó la presencia de DEP (metabolito de distintos organofosforados) en el 87 por ciento de los individuos, de PBA (metabolito de distintos piretroides) en el 81 por ciento y el TCPY (metabolito del clorpirifos) en el 80 por ciento. No obstante España es el país de la Unión Europea con mayor consumo de plaguicidas, con aproximadamente 77.000 toneladas en 2016 (según datos de Eurostat —Oficina Europea de Estadística—). Aproximadamente la mitad de los alimentos en Europa presentan niveles cuantificables de uno o más plaguicidas. El porcentaje es mayor en las frutas, con un 64 por ciento (datos de EFSA de 2018 —Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria—).
Pero los efectos perniciosos no se dan sólo en la población humana a través de la contaminación de alimentos, agua y aire. Existe un grave problema con mortalidad masiva de abejas y otros polinizadores debido a la utilización generalizada de algunos de los plaguicidas anteriormente mencionados. Esto supone una gran amenaza a la propia producción de alimentos.
Detrás de estas consecuencias se encuentra un puñado de gigantes industriales agroquímicos. Principalmente Syngenta, Basf y Bayer-Monsanto.
En Argentina el líder en venta de agroquímicos es Syngenta, firma de origen suizo recientemente adquirida por el grupo chino ChemChina. Su facturación en 2016 alcanzó los 329,7 millones de dólares sólo en Argentina. Las compras de pesticidas en el país ascendieron hasta los 229 millones de dólares ocupando el segundo lugar en el ranking latinoamericano. Sobresale Brasil con 3300 millones millones de dólares en 2018. Tras Brasil y Argentina se encuentra México con una facturación de 115 millones de dólares.
Foto: UTT
Sustitución de insumos como nicho de mercado
Argentina es el segundo país en superficie bajo producción orgánica con 3,7 millones de hectáreas, después de Australia (35,7 millones) y seguida de España (2,4 millones de hectáreas). Eso no se ve reflejado ni en los supermercados ni en la vida cotidiana de los argentinos debido a que esos volúmenes de producción orgánica no se destinan al consumo local, como sí propone hacer la agroecología.
La producción orgánica está orientada a un mercado internacional, muchas veces de productos que son muy demandados en países con alto poder adquisitivo y que en Argentina resultan ser muy costosos, como por ejemplo el arroz orgánico certificado.
Son pocas las empresas que se dedican a producir en forma orgánica y que pueden pagar la certificación orgánica (que en general se realiza por medio de certificadoras privadas).
En este caso se utilizan otros productos permitidos por la normativa como el sulfato de cobre, la tierra de diatomeas o microorganismos no transgénicos como el bacillus thurigensis, como agentes de control biológico de plagas. La agricultura orgánica no permite Organismos Genéticamente Modificados (OGM), más conocidos como transgénicos, lo cual es un punto a favor para el ambiente y la conservación de las variedades locales de especies. De todos modos, el uso de bioinsumos en procesos de sustitución de insumos nada dice ni plantea como un eje la soberanía alimentaria y el acceso a la tierra que son parte del corazón de la agroecología.
A pesar de los datos apabulladores del consumo y el comercio que representan los pesticidas y fertilizantes en el mundo, la realidad es que la agricultura orgánica sigue creciendo a paso firme. La conciencia sobre el cultivo de alimentos que favorezca la salud de las personas y de la tierra sigue en aumento. El precio que están alcanzando los fertilizantes de origen químico debido a su progresiva escasez, así como los combustibles fósiles necesarios para su síntesis, también están contribuyendo a dar el paso a la tan necesaria transición agroecológica.
Bioinsumos y disfrazarse de verde
Según el último informe del Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica (FIBL) sobre agricultura ecológica en todo el mundo que recoge datos de 187 países (de finales de 2019), las tierras agrícolas ecológicas aumentaron en 1,1 millón de hectáreas y las ventas minoristas ecológicas continuaron creciendo. Una continua tendencia positiva del sector en los últimos años.
Estos datos son vigilados de cerca por la agroindustria, hasta el punto de que —mientras contaminan alimentos, tierra, agua y aire en todo el mundo— se suben al tren del mercado de la agricultura orgánica. Porque eso es para ellos, un nicho de mercado, una forma de ganar dinero, capitalismo verde.
Si entramos en la página web de algunos de estos gigantes industriales vemos cómo la oferta de productos certificados para agricultura orgánica va en aumento.
Su cinismo es increíble. Al mismo tiempo que venden millones de litros de glifosato en todo el mundo, se suman al suministro de insumos certificados para agricultura ecológica. Mientras contribuyen a la muerte masiva de polinizadores nos quieren hacer creer que les interesa la biodiversidad y la conservación de la naturaleza.
Da vergüenza ingresar al sitio web de Syngenta y encontrarse con su «Operación Polinizador«, para —según ellos— impulsar la poblaciones de insectos polinizadores en el sector agrario. Es para sonrojarse la falta de ética de estas empresas. Es la misma estrategia de las invasiones militares. Se destruye un país para que las empresas armamentísticas hagan negocio a costa de millones de vidas humanas y, al mismo tiempo, ofrecer sus empresas de construcción y maquinaria pesada para “reconstruir” lo destruido.
El dinero por encima de la vida. Lo acaba de decir Vandana Shiva en una entrevista: “La comida es muy importante para dejarla en manos de millonarios para que sigan obteniendo sus propios beneficios (…) La ciencia puede ayudar a la agricultura siendo ciencia, sabiendo que si tienes una semilla debes saber exactamente cómo se relaciona con el suelo, las abejas y los polinizadores”.
Foto: UTT
Tecnología de insumos versus tecnología de procesos
La agroecología se basa en una visión integral que tiene en cuenta tanto la salud de la tierra como de las personas y de todo lo que le rodea, tanto animales y plantas, como el agua o el aire. De esta forma obtiene alimentos con una mayor calidad nutricional como muestran estudios como el de la Sociedad Española de Agroecología y FIBL, entre otros. La rentabilidad económica es sólo una de las múltiples caras de esta visión.
Precisamente por ello es necesario trata de cerrar círculos y autoabastecerse con lo que se tiene a su alrededor para así reducir la dependencia del exterior. Es lo que se ha llamado «tecnología de procesos», es decir conocer los procesos ecológicos que aseguran la estabilidad, la resiliencia y las sinergias dentro del agroecosistema, entre otros principios. Muy lejos de lo que es basarse en una tecnología de insumos, como es el caso de pesticidas y fertilizantes de origen químico.
Conocimientos ancestrales para alimentar a la población
La (re)combinación de agricultura y ganadería tiene beneficios muy importantes en cuanto al suministro de abono orgánico, tracción animal, desyerbe gratuito y reducción del uso de combustibles fósiles. La elaboración in situ con recursos locales de fungicidas, insecticidas y abonos está muy desarrollada. Los bioles, biopreparados o purines están muy expandidos por todo el mundo.
Los beneficios del purín de ortiga («Urtica sp.«), de cola de caballo («Equisetum sp.«), el vermicompost o humus de lombriz roja californiana, té de humus, compostaje de residuos orgánicos, entre otros, están más que demostrados y fortalecen la viabilidad económica y productiva de las iniciativas agroecológicas.
La información al respecto es muy abundante en blogs especializados, canales de Youtube y webs diversas. En Argentina, el MTE Rural ha elaborado una extensa y bien detallada “Cartilla de Agroecología y Biopreparados”, una gran herramienta para la elaboración de biopreparados para el control de hongos, insectos, abonos y fertilizantes e incluso proveen herramientas para analizar la microbiología del suelo, reforzando con este manual y acompañando procesos de transición agroecológica desde la experiencia de campesinas y campesinos.
La agricultura industrial está en serias dificultades y le será cada vez más difícil. La escasez de combustibles fósiles está aumentando el precio del gas, imprescindible para la síntesis de abonos químicos, lo que está llevando al cierre a empresas fabricantes de fertilizantes en diversos lugares del mundo, como sucedió en Reino Unido y Brasil.
La producción de alimentos no puede ni va a estar en manos de estos gigantes industriales. Los conocimientos ancestrales transmitidos de generación en generación son los que alimentan y van a alimentar a la población mundial.
Es fundamental apoyar y fortalecer esos proyectos y a esas comunidades. Y también es importante poner muy en duda el abuso de la palabra «sustentable» cuando viene de grandes empresas, es un término que ha sido exhaustivamente utilizado para justificar cualquier cosa.
Nos va la vida en ello.
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva