Bi Nandxó’ Viento sagrado

Griselda Sánchez Miguel

¡Aquí se rompió el silencio!, le digo entre afirmación y pregunta a Edgar Martín Regalado, quien hace dos meses fue víctima de un atentado con arma de fuego cuando se dirigía a su casa. Él me contesta: es que siempre hay viento, del sur, del norte, del este, del oeste, siempre hay ruido para nosotros, para ellos siempre hay dinero. Edgar pertenece al Colectivo en Defensa de los Derechos Humanos y de los Bienes Comunales de Unión Hidalgo, su lucha es contra la instalación del parque eólico Gunaa Sicarú, de la empresa Électricité de France (EDF), el cual ocupará 4 mil 708 hectáreas de tierras comunales pertenecientes a Unión Hidalgo, con la instalación de 115 aerogeneradores con una capacidad total de 300 MW, una subestación, una línea de transmisión de 230 kV y vialidades internas, proyectándose, de esta manera, como uno de las más grandes en América Latina.

Nos encontramos en el Istmo de Tehuantepec, donde se han instalado, desde 1994 hasta la fecha, 25 parques eólicos en cinco municipios de la zona, para generar energía eléctrica mediante la fuerza del viento. Las 11 empresas que operan los parques bajo el esquema de autoabastecimiento son: Iberdrola, Grupo México, EDF, Naturgy Fenosa, Acciona, Eólica del Sur, Peñoles, Enel, Demex, Suma Energía y ACD Dragados. La cantidad de parques eólicos junto a la falta de transparencia en la información sobre lo que significaba rentar sus tierras a esas compañías, y los efectos ecológicos, ha desatado una fuerte conflictividad socio ambiental.

Un aspecto poco tomado en cuenta es el ruido producido por los aerogeneradores y su impacto en los animales y humanos. En ese sentido, siguiendo la línea de investigación del Doctorado en Desarrollo Rural, de la UAM-Xochimilco, con mi tesis:Canto a la lluvia: Construcción de territorios sonoros, alteraciones y mega proyectos, considero necesario referirme al sonido no solo en su aspecto físico, es decir, desde sus cualidades: intensidad, tono, timbre y duración, vibración, frecuencia, onda, amplitud, longitud; sino también desde términos políticos, y en ese sentido, quiero argumentar la falsa percepción de su inocencia, y retomar su sentido epistémico crítico, es decir, desde el conocimiento que se genera de él, para la investigación y para la creación.

Haciendo una revisión de diversos estudios de impacto ambiental con relación a megaproyectos, en muchos de ellos se priorizan los números, sin poner atención a la correspondencia que existe en el proceso comunicativo que se da entre las biofonías—sonido producido por la naturaleza— y los habitantes de una comunidad. Los opositores a los parques eólicos le han llamado una nueva colonización, donde lo más evidente es el cambio visual del paisaje y del ambiente sonoro. Por ello me resonó el texto de la investigadora ecuatoriana, Mayra Estévez, Estudios Sonoros en y desde Latinoamérica: del régimen colonial de la sonoridad a las sonoridades de sanación (2016), donde plantea un concepto que me parece clave en esta investigación: El Régimen Colonial de la Sonoridad; la manera en cómo lo sonoro se convierte en un campo de tensiones y de relaciones de poder, que lo estructuran como un régimen históricamente dominante por la lucha de los significados, y puede ser utilizado para el control social y cultural. Si bien Estévez menciona varias de las maneras en que este mecanismo opera, me interesa concentrarme en los Dispositivos Sonoros de Exfoliación: esas tecnologías para la explotación de la naturaleza, que van desde explosivos, hasta maquinaria pesada para perforación de la tierra.

En un reportaje realizado por el equipo periodístico de Avispa Midia, titulado: Rastros obscuros de la energía limpia en Oaxaca, exponen, lo que me llamó la atención dado que es el tema que nos ocupa, un testimonio del campesino Celestino Bartolo Terán, indígena zapoteco, de 60 años de edad, que les dice:

“Antes yo podía escuchar a todos los animales que habitaban en este lugar. Por medio de sus cantos o sonidos, yo sabía cuándo iba a llover o cuándo era el mejor tiempo para sembrar. Creo que los animales se fueron después de que instalaron esos aerogeneradores”, comparte con cierta mezcla de tristeza y rabia el indígena zapoteco.

Ellos, que son los habitantes históricos de esta tierra, notan la ausencia de las aves:

El pescador Roberto Martínez relata que, en las Ciénegas, donde había agua en abundancia, llegaban las aves migratorias para tomar agua. “Creo que las aves están desviando su ruta migratoria porque ya no llegan como antes”. El propio estudio de impacto ambiental había previsto la afectación hacia las aves. “La fauna directamente afectada durante la etapa de operación del proyecto son las aves y los murciélagos, por la mortandad causada por las colisiones con los aerogeneradores, por la fragmentación del hábitat y por el ruido”, consta el estudio.

Ante esto, me parece importante retomar dos preguntas del texto de Estévez: ¿A qué podría sonar hoy por hoy el capitalismo en nuestros territorios? y ¿Cuál es el rol del sonido en los discursos del poder?

Un estudio de ruido ambiental previo a la construcción del proyecto Eólica del Sur, realizado en agosto del 2014, para registrar el ruido ambiental de un parque eólico y analizar su posible afectación a comunidades de avifauna y murciélagos, sin contemplar a la población humana cercana, señala que:

“Las mediciones de los niveles sonoros en varios parques eólicos en la zona del Istmo de Tehuantepec, demuestran que el ruido no es elevado y, por tanto, no es un problema” (P:11)

Cabe mencionar que, el estudio fue realizado por un Ingeniero Agrónomo, tres Biólogos, un Veterinario, un Médico Cirujano, y dos licenciados en Ciencias de la Comunicación y Ciencias Ambientales, contratados por Eólica del Sur. El área de estudio correspondió a la superficie donde se debía llevar a cabo la construcción y operación del parque en los municipios de Juchitán de Zaragoza y El Espinal, al noroeste de la Laguna Superior. Para ello se realizaron 65 mediciones de ruido de un minuto cada una, 36 en el polígono de Juchitán y 28 en el polígono del espinal. Los rangos de ruido ambiental registrados fueron de 42.6 dB a 94.2 dB, mientras que los más altos se registraron en zonas donde las ráfagas de aire incrementan el nivel del ruido.

En sus conclusiones enumeran que: Como se mencionó́ anteriormente, el ruido de los aerogeneradores se confunde con el ruido de fondo del viento, por esta causa no hay una afectación a la avifauna ya que no diferencian el ruido de fondo con el de los aerogeneradores. (P:37) Y llegan al límite con esta afirmación: El débil sonido que producen, aunque bajo, sí es repetitivo, se podría comparar al de las olas del mar.

¡¡¿Olas del Mar?!!… En un reportaje de Diana Manzo, que obtuvo el Premio Estatal de Periodismo, narra los motivos de las mujeres en la defensa territorial contra los parques eólicos, y nos cuenta la historia de Gabina:

Es comerciante, por las mañanas vende antojitos en el mercado de la estación 7 de Noviembre y por la tarde acude a las reuniones, se unió́ a este grupo porque se opone a que exista más ruido de las turbinas; extraña desde el patio de su casa la paz y tranquilidad que antes disfrutaba por las mañanas y ahora se ha perdido: “Se han ido los cantos de los pájaros, se ha ido la paz que teníamos al amanecer, nosotros no queremos escuchar zumbidos de los aceros cada vez que giran, nosotros queremos paz en nuestra mente y hogar, por eso queremos detener esta nueva ola de turbinas que instalaran, pedimos que nuestra voz se escuche realmente”, resaltó.

El caso de los parques eólicos es particular, porque no solo provoca un cambio en el paisaje visual con la implementación de las torres, también lo hace en el paisaje sonoro con la integración del sonido de las turbinas, un sonido que los más viejos no recuerdan. Me tomaré la libertad de citar un párrafo más de este reportaje para dimensionar la importancia sonora:

En el 2014, el ingeniero eléctrico Jesús Aquino Toledo, originario de Unión Hidalgo, realizó un estudio con un equipo especializado, utilizó un sonómetro tipo II de la marca Quest, para estudiar la velocidad del viento en los terrenos de la zona oriente y norte de la periferia. En el reporte el especialista informó que, el sonido generado por los aerogeneradores instalados por Demex en esta zona, que son un total de 65 turbinas, rebasa los 65 decibeles, cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud es de 50 db: “Los aerogeneradores instalados en Unión Hidalgo violentan la norma oficial de salud y nadie dice nada, nosotros nos hemos opuesto a que Demex siga colocando más aerogeneradores, pero las autoridades poco hacen, y ahora se avecina otro más y la consulta realmente se ha violentado, porque ya no es previa”.

Según el estudio de Eólica del Sur, la operación de los aerogeneradores de un parque eólico, no produce emisiones de ruidos que causen molestia a los pobladores de la comunidad, ni a las personas que transitan en vehículos por carretera, y, probablemente tampoco, a la fauna de la zona, ya que es común ver aves paradas en la cerca perimetral de las máquinas y alimentándose debajo de ellas, además de ganado pastando debajo de los aerogeneradores en funcionamiento ( P:33)

Lo más sorprendente de este estudio, es que nunca hicieron las entrevistas correspondientes a los habitantes de las poblaciones más cercanas que, durante años, han tenido que soportar el sonido que los aerogeneradores producen; y si integramos el factor de duración de la exposición al ruido, la expresión “nunca para” cobra sentido: lo constante del sonido hace que sea molesto y perjudicial. Recordemos también que la propagación del sonido depende del espacio y la topografía, y que una de las maneras como viaja el sonido, es a través del aire, por ello, cuando más sopla es cuando puede llegar hasta el centro de la comunidad, como es el caso de Unión Hidalgo.

De esta manera, el discurso de las empresas nos lleva a considerar normal el ruido y nos hacen naturalizarlo, imponiendo una sonoridad dominante de lo que suponen que no es molesto, según su concepción de mundo, donde las antropofonías son caracterizadas por los sonidos industriales que se contraponen al sonido del campo y el silencio, y sobre todo, a las cosmo audiovisiones que esos pueblos mantienen, por siglos, sobre el aire.

Mayra Estévez lo expone así: La dimensión sonora del antropocentrismo, tiene que ver con una serie de prácticas que a todo nivel resultan invasivas, precisamente porque se convierte en propagadoras de densidad e intensidad de energía sonora –llámese ruido- que afectan la inteligibilidad satisfactoria de las escuchas. Y que, promueven la extinción de las múltiples sonoridades, que diariamente desaparecen cada vez que las actividades antrópicas tienen como tarea llevar a cabo el falso episteme de “progreso”. (P:190)

Para la realización de la pieza Bi Nandxó’ viento sagrado, el trabajo de campo consistió en recorridos por uno de los parques eólicos cercanos a la Comunidad de Unión Hidalgo, donde hicimos varias tomas de sonido a diferentes distancias de las torres, y entrevistas a pobladores para conocer cuál es su opinión sobre el dispositivo sonoro de exfoliación, que en este caso son las torres de generación de energía eólica con el ruido del rotor de las turbinas, la góndola, la pala cerca de la torre, sus aspas, sus silbidos rompiendo el viento, el motor, y sobre todo un zumbido que a metros se puede escuchar y que nunca, nunca se detiene. Un sonido que los más viejos no recuerdan y que se integró cuando llegaron los parques eólicos.

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