Adiós Venado, padre de uno de los 43 que fallece sin volverlo a ver

Argelia Guerrero Renteria

Don Bernardo Campos Santos falleció el 3 de septiembre. Su cuerpo dio muchas batallas desde hace varios años, y en este contexto de emergencia sanitaria, no resistió más.

La partida física de don Berna, el “tío Venado” como se le conocía cariñosamente, detonó un despliegue de mensajes de condolencias y palabras bellísimas para despedirlo y recordarlo.

“Yo soy Bernardo Campos, soy papá de José ángel Campos Cantor, mijo es de los 43 de Ayotzinapa”, se le escuchaba decir para presentarse. Su sonrisa franca y honesta, además de su modo contundente para hablar, despertaba la inmediata empatía de quien tuvo la fortuna de conocerlo. Acto seguido, el tío desplegaba su conversación amena y muy detallada sobre su vida en Tixtla, sus animales, los trabajos que realizó como albañil, el profundo cariño por sus hijos e hijas, y por supuesto su lucha por la presentación con vida de su hijo José Ángel.

Tío Venado Poseía una memoria privilegiada y guardaba cada detalle de las personas que conoció: recordaba el nombre de las hijitas de la maestra Martha, dónde trabajaba Vale, dónde vivía Paula, que Enrique vivía en Guanajuato o que Diana estudiaba “algo que ver con la historia”. Yo lo llamé papá casi desde el día que nos conocimos, pues se preocupaba mucho por mí y las compañeras que solíamos acompañarlo, junto a las madres y padres de los 43 muchachos: “Ustedes son como mis hijas, y la cuido, las quiero, pues”

Así como abría su plática y su confianza, abría las puertas de su casa en el barrio del Fortín de Tixtla Guerrero. Tenía gusto por la comida y cómo no, pues doña Roma, su compañera de vida cocina al fogón dobladitas, cuche, pozole, asado, elopozole, picaditas, mole, ¡fiambre!

El papá Venado extrañaba mucho a José Ángel y cuando platicaba de él dejaba ir las palabras entusiasmado, una tras otra, lo describía y compartía anécdotas y aceleraba el habla, hasta que de pronto sostenía una larga pausa… bajaba la mirada y chistaba apesadumbrado, una podía sentir ese quiebre en su alma. Con aquella enunciación don Berna lograba evocar a su hijo y nos compartía aquel cariño. Desde hace casi 7 años caminó con el peso de la ausencia.

Nunca supe si siempre fue de sueño ligero o la ansiedad de no saber de su hijo le provocaba insomnio, pero él dormía muy poco, prefería conversar toda una noche y estaba despierto desde muy temprano. Alguna vez, algunos compañeros activistas universitarios visitaron la casa de mi familia y don Berna estaba presente, la plática con ellos se prolongó por más de cuatro horas; “Hija, platicamos lo que un viaje a Tixtla” y se carcajeó. Su sonrisa era luminosa y franca, y siempre llevaba un toque pícaro que fue parte fundamental de su carácter.

El Venado era un hombre de campo y reivindicaba su condición, orgulloso de ser un hombre de trabajo honesto insistía mucho en inculcar valores fundamentales en sus hijas, hijos, nietas y nietos: generosidad, gratitud, honestidad, solidaridad, memoria, hospitalidad y sobre todo… alegre rebeldía. Él siempre tenía una sonrisa generosa y sanadora. Él siempre tenía palabra y pensamiento para las personas que le rodeaban, no olvidaba; y a pesar del profundo dolor por la ausencia de José Ángel, en su corazón siempre había un sitio para todas y todos. Creo que es por eso que su corazón aún late, repartió tantos pedacitos entre muchísima gente y todos juntos latimos para sentirlo vivo. El Venado es un corazón colectivo que seguirá latiendo.

Don Berna usaba la palabra camarada para referirse a los amigos.

Don Berna siempre pensaba en los demás.

Don Berna no estaba tranquilo cuando la fotografía de su hijo faltaba en alguna movilización de las madres y padres y por ello, más de una vez antepuso su lucha y rebeldía a su salud. Que tuviera que enfrentar esa disyuntiva es culpa de un Estado indolente.

Don Berna murió sin volver a ver a José Ángel.

Don Berna no dejó de buscar ni un solo día.

Don Berna merece verdad y justicia…

Papá Venado se fue y nosotros, nosotras aquí nos quedamos.

Deseamos que vayas en paz, papá.

Deseamos que vueles ligero y te hayas sabido querido.

Queremos quedarnos con esta tu rabia, para no olvidar.

Queremos quedarnos con esta tu rabia, para gritar.

Queremos quedarnos con esta tu rabia HASTA ENCONTRARLOS.

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