Ba’ du’ yu, un proyecto para revalorizar el arte del barro en Juchitán

Diana Manzo

Juchitán, Oaxaca. “Es un orgullo respetar la tierra que es de Juchitán”, dice Keren García, mientras elabora con sus manos unos aretes de barro en su taller y tienda de artesanías llamada “Ba’ du’ yu” (Niños de barro), ubicada en el corazón de la séptima sección de esta ciudad zapoteca.

En Juchitán, Oaxaca, la artesanía de barro ha dejado de elaborarse en un 80 por ciento. Actualmente existen alrededor de veinte artesanas y artesanos, pero en su gran mayoría son adultos mayores. Frente a esto, Keren García y Michel López, su compañero de vida, crearon Ba’ du’ yu, un proyecto de arte cuya intención es revalorizar el barro, que es identidad del pueblo juchiteco, pero que va en decadencia.

“Ba’ du’ yu” nació después del sismo de 2017, cuando en un recorrido entre los escombros observaron varias piezas de barro que se habían destruido. Entonces pensaron en las y los artesanos de Juchitán y les hicieron una visita.

Michel, arquitecto de profesión, piensa que él trae en la sangre este arte, pues su abuelo materno elaboró piezas de barro hace muchos años y le heredó el gusto por hacerlo.

La sorpresa de Keren y Michel fue encontrar a pocos artesanos, y en su mayoría eran adultos mayores, y como a los jóvenes ya no les interesaba elaborar estas piezas, decidieron aprender.

En el recorrido por la séptima sección, donde es sabido que viven los artesanos del barro, conocieron a Ta Mecu y Na Inés, un matrimonio que lleva más de medio siglo elaborando estas piezas, pero ninguno de sus hijos o nietos lo aprendió.

“Lo que más nos llamó la atención es la facilidad con la que elaboraban las piezas, pero más aún su disposición de enseñarnos, y eso nos encantó y decidimos quedarnos a aprender”, recuerda Michel.

“Aprendimos viendo”, dice Keren, quien recalca que cada pieza es única y no se hace por hacer, sino tiene que existir la conexión con la madre tierra. Así lo hace Ta Mecu, explica, quien cada vez que extrae la tierra del suelo, le pide permiso.

Los maestros artesanos les heredaron a estos jóvenes su vida, para que ellos en su taller lo repliquen, y lo aprendieron tan bien, que han hecho piezas extraordinarias que van desde una muñeca con tinaja, pichanchas, tanguyú y changuitos, hasta aretes y pulseras de barro sin perder el valor tradicional de cada pieza.

“Nuestros maestros saben elaborar todas las piezas, son personas únicas que aman lo que hacen. Tú llegas a su casa y los ves trabajando, siempre moldeando el barro, siempre haciendo arte”, narraron.

La pichancha, el tanguyú y el changuito

Sus manos son su principal herramienta de trabajo, y de ahí el torno, las cucharas, tenedores, estacas y utensilios únicos que ellos mismos han elaborado para crear las piezas en su taller.

Con sus pies machacan el barro que adquieren en la zona y lo pulverizan para que con sus manos lo amasen y vayan moldeando cada una de las piezas.

Las pichanchas, el tanguyú y el changuito son tres artesanías de mayor tradición en Juchitán, y que los jóvenes decidieron elaborar para seguir conservando esta tradición.

La pichancha es un utensilio que ha sido desplazado por el plástico, y que anteriormente las mujeres que elaboran totopos –tortillas de maíz cocidas en hornos de comixcal– lo usaban para lavar el maíz cocido antes de llevarlo al molino.

El Tanguyú o muñeca de barro era el juguete tradicional de las niñas, y también se había dejado de hacer, pero ahora lo elaboran añadiéndole aspectos de la comunidad. Por ejemplo, un tanguyú con un gato, un tanguyú con flores, un tanguyú simulando ser una mamá que carga a su hijo, y así diversos diseños que han sido adquiridos especialmente por jóvenes que recuerdan haberlos visto en la casa de sus abuelos.

El changuito es otra de las piezas tradicionales favoritas que ya no se apreciaba en el entorno, pero que ahora Keren y Michell presentan dentro de sus piezas más importantes.

“Hemos descubierto que el barro es un todo, que a través de las piezas podemos llevar la tierra de Juchitán a diversas partes del mundo, además es terapéutico y hay una conexión directa con la madre tierra, por eso seguimos elaborando nuestras piezas, porque creemos que el barro nos conecta con nuestros ancestros, con los binnigulaza”, cuenta Keren.

Keren y Michell trabajan todos los días alrededor de 12 horas. Desde las 6 de la mañana se prepara el barro y comienzan a elaborar piezas, y también están atentos a sus clientes a través de sus redes sociales y participan en exposiciones o venta de arte, todo con la intención de revalorizar el barro, que no se pierda, que siga conservándose como la identidad de todo un pueblo, el zapoteca, que resiste.

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