B. Traven, el mexicano que vino de Alemania

Rafael López

B. Traven fue un escritor mexicano que vino de Alemania.

Según Rosa Elena Montes de Oca Luján, su padrastro hubiera preferido esa presentación a insinuar que era un escritor alemán que vivió en México. Nació, probablemente, en Estados Unidos, el 3 de mayo de 1890. Su madre era Dorothy Croves, una actriz alemana, y su padre Burton Torsvan. En lo que no hay duda es que sus datos de identidad él mismo los alteraba pues era una forma de ocultarse.

Durante su vida, envuelta en el misterio, B. Traven escribió cerca de 20 novelas y más de 150 cuentos. La mayoría de sus narraciones están situadas en comunidades indígenas de México. Asimismo, en escenarios urbanos que describen situaciones concretas, preferentemente de trabajadores, por lo que se ha dicho que es otro de los grandes escritores que también ha captado el alma de los mexicanos.

B. Traven empezó su vida artística como actor aficionado, después vuelca su talento en la escena teatral para un sindicato minero. En algún momento su madre viaja de regreso a Alemania y el novelista se integra a actividades culturales y sindicales en Colonia y Dusseldorf.

Baviera

En 1919 se funda la República Soviética de Baviera, episodio en el que anarquistas y comunistas se disputan la conducción de ese proyecto revolucionario, ahogado en sangre por el káiser Guillermo II. Participa en esa revolución con el nombre de Ret Marut –Marut el Rojo–, quien contaba con una sólida experiencia como como activista, al tiempo que escribía, publicaba y distribuía Der Ziegelbrenner, un periódico de propaganda anarquista. “Él era el editor del periódico y se integró al grupo que encabezó la República de Weimar como encargado de la propaganda”.

La República Soviética de Baviera duró unos cuantos meses, y todo aquel que no murió fue a dar a la cárcel, continuó Montes de Oca Luján, académica jubilada de la Facultad de Economía. “Conforme llegan a la cárcel, los mandan fusilar. Ret Marut logra escapar. Regresa al taller donde tenía la imprenta y su oficina, arregla su huida con mucha calma y se va del país”.

La salida de Münich y su llegada a América, es la trama de El barco de los muertos (abril de 1926). Venía con la idea de llegar a Estados Unidos y establecer contacto con The International Industrial Workers of the World, la organización de trabajadores anarquistas, conocidos como wobblies.

Conoce Veracruz y Tamaulipas y se entusiasma con la actividad política de México. Por fin hace contacto con los wobblies en Texas y lo invitan a trabajar en la organización de sindicatos y dando apoyo a trabajadores.

Esas vivencias las narran en Los pizcadores de algodón, publicado primero en Alemania como Der Wobbly. “Son narraciones que suceden en aquella región de México. Es el caso de que en una panadería organiza a los panaderos que trabajan en pésimas condiciones. Relata la organización de la huelga y el personaje principal, un wobbly, se traslada a un campo algodonero.

El siguiente cuento ocurre en un campo algodonero donde describe el proceso de organización de los trabajadores y después se encamina a un campo petrolero. En esas narraciones están sus andanzas como organizador político. Después se instala en la ciudad de México.

Su inicio en la UNAM

Allí, entre otras actividades, se inscribe en la Escuela de Verano de la UNAM para estudiar todo lo de México. Asiste a los cursos de Literatura mexicana, Geografía de México, Arte y literatura, Historia de México, Problemas políticos y sociales de México y una Ojeada histórica al arte mexicano, como consta en la boleta de estudios, fechada el 17 de agosto de 1928, a nombre de Traven Torsvan, “nombre que él decidió darse aquí”.

“Hay que aclarar, de una vez por todas, que por razones obvias se siente perseguido. Primero por la forma en que bañaron en sangre la República de Baviera, luego el ascenso del nazismo, de modo que por salud emocional hay que mantenerse en el anonimato”, aclaró la economista.

Después, se enrola en la Campaña Nacional contra la Langosta que se dirigía a Chiapas, y de paso a explorar Bonampak pues los arqueólogos ya tienen noticia de esa ciudad. Pasa varios años en Chiapas y se enamora de la selva. De ahí salen las novelas de un periodo conocido como el ciclo de la caoba y muchos cuentos, entre ellas General from the Jungle (1931) o Marcha hacia la tierra de la caoba.

Siguen La carreta y Gobierno cuyo tema es el mismo: las condiciones de trabajo de los indígenas chiapanecos. Traven describe el “enganchamiento” –la vida tremendamente brutal en las monterías– y hasta imagina una protesta en La rebelión de los colgados y Un general en la selva. Otra novela de la misma temática es Puente en la selva. Una más es Tierra de la primavera, una descripción de Chiapas escrita con gran sentido del humor donde se nota su asombro ante la belleza de Chiapas.

Se enamora de Chiapas y de las comunidades indígenas porque se identifica con esta gente sin pretensiones, que no luchando todo el tiempo por tener más dinero sino luchando para vivir bien, pero no por el poder. “Ve y siente a Chiapas como un paraíso anticapitalista; aunque si se leen sus cuentos con cuidado, se advierte que no compra totalmente la inocencia absoluta de la gente. Sabe que son igual que nosotros, que todos los demás, solo que en otras condiciones. Esa es una de las razones por las que se queda en México y se vuelve mexicano, comentó Montes de Oca Luján.

Después de vivir en Chiapas, compra un ranchito cerca de Acapulco, donde se cultivaba el marañón, la fruta de donde se obtienen las nueces de la india. Por ese tiempo lo empieza a seguir la prensa. En ese lugar el reportero Luis Spota, de la revista Mañana, se hizo presente; trata de tomarle fotografías, lo entrevista de manera atropellada y publica un reportaje que causa sensación con lo que crece aún más la leyenda en torno a su identidad.

Consiguieron algunas fotos tomadas de manera clandestina porque si él veía a alguien con cámara desaparecía o se ponía una mano en la cara. Se le fue quitando esa resistencia a medida que superaba sus miedos. Pero después, en los años 60 todo el día periodistas lo andaban cazando por lo que se molestaba.

La incógnita de su nombre

“Traven nunca se llamó ni Bruno ni Berick ni Ben”, aclara Rosa Elena. “Se llamaba Traven Torsvan. Tanto en su pasaporte mexicano, como en el acta de nacionalización y su licencia de manejar, tienen inscrito ese nombre, aunque no sabemos cómo se hicieron”.

Para una de las hijas mexicanas de Traven la evolución de los pseudónimos del escritor va por etapas: “Su primera época es cuando era Ret Marut (época a), cuando es novelista, es B. Traven (la segunda época, b), y cuando escribe los guiones de las novelas y se dice representante de Traven, se vuelve Hal Croves. Aquí la clave es la “c” de Croves (época c)”.

Se han escrito diversas biografías del autor. Algunas con datos más apegados a la realidad que otros, pero como es un personaje famoso por su anonimato, llamó la atención de muchos biógrafos. Una de ellas que a juicio de la familia Luján tiene la mejor información es la de Karl S. Guthke (B. Traven: biografía de un misterio, México, DGP Conaculta, 2001).

“Si algún lector se interesa en ella, se va a divertir porque todo este asunto de cambiarse de personalidad y de dar todo tipo de pistas falsas que Traven lo hizo, primero, por necesidad y después por gusto, está documentado. Ahí se advierte que disfrutaba de ese juego. Le gustaba dar pistas falsas. Recuerdo que una vez, mientras me daba clases de alemán, tuve que salir e interrumpí la sesión: Cuando regresé Traven estaba revisando artículo publicado por alguna de las revistas que buscaban develar su identidad. De pronto empezó a reír, y dijo: ‘Ahora ya no sé ni quién soy’”.

Una de sus identidades del autor comienza cuando necesita un representante ante las editoriales. Primero él mismo realizó esa tarea, como Hal Croves, ante la Asociación de Libreros de Gutemberg, quienes lo representan, traducen y publican sus libros. Pero debido a la amenaza del nazismo, la editorial tiene que desaparecer, y después ya no se recupera del todo en sus finanzas.

Mientras tanto, los libros de Traven adquieren notoriedad sobre todo a partir de El barco de los muertos y El tesoro de la Sierra Madre (1927), probablemente el más famoso y de éxito literario. La historia, centrada en México, captó rápidamente la atención al grado de que John Houston, el agudo director de cine, lo compra para hacer una película con Humphrey Bogart, actor del momento. Traven escribe el guión, otra de sus facetas creativas, sólo que bajo el nombre de Hal Croves.

De modo que necesita un representante y, por si no bastara, también un traductor. Esa Tarea recayó en Esperanza, hermana del presidente Adolfo López Mateos quien posee gran sensibilidad para traducir al español lo que Traven escribe en inglés. Desafortunadamente, Esperanza se suicida, al parecer debido a un padecimiento terminal.

Él había conocido a mi mamá antes, quizá a finales de los años 30 o a principios de los 40, cuando ella –nacida en Coahuila– regresa a la ciudad de México de San Antonio, Texas. La actividad intelectual y política del México de entonces era intensa y mi mamá la relataba con pasión. En alguna reunión se conocen, se encuentran alguna otra vez y hasta ahí. Pero a finales de la década de 1950, cuando Traven busca un asistente, William Miller pone en contacto a Traven con mi mamá. (Miller fue organizador de la Brigada Lincoln, integrada por estadounidenses que en 1937 combatieron a Francisco Franco en defensa de la República española).

Mi mamá, por su parte, buscaba empleo, su matrimonio se había roto; además necesitaba trabajar para mantener a la familia y empieza a colaborar con él como su representante. Se casaron en 1957.

Dos años antes, a mi hermana María Eugenia y a mí nos habían mandado a Porterville, California, a una escuela de monjas para aprender inglés. En Porterville vivía una tía, casada con un estadounidense. Estuvimos tres años, pero antes conocimos al jefe de mi mamá, al señor Croves.

Parte II: Skipper

Mis papás se divorciaron antes de que nosotras nos fuéramos a California, pero no lo supimos sino hasta después, porque les pesaban los prejuicios de la época. En parte, esa fue la razón de enviarnos a Estados Unidos para facilitar la separación física.

En una visita de mi mamá a Porteville nos comentó que se casaba con el señor Croves. Durante el tiempo que estuvimos en Estados Unidos, el señor Croves nos escribió con mucha frecuencia. Por fortuna mi mamá guardó copia de las cartas a máquina. Son sensacionales. Sobre todo las que dirigió a mi hermana Malú se convierten en cuentos infantiles. En una me cuenta una larga historia de cómo mi mamá fue de compras a la dulcería “Celaya” y lo que le pasó ahí. Todo eso, para avisar que nos iban a mandar unos dulces. También nos regalaba libros. Una vez escribí que estaba interesada en astronomía y me compró un atlas, para compensar, a mi hermana libros de literatura, regalos que nos mandó a California.

Las vacaciones del verano de 1957 las pasamos con ellos; vivían en un pequeño departamento en Reforma e Insurgentes, cerca del Parque Pasteur, en espera de que mi mamá pusiera una casa. Ahí nos tocó el temblor. El edificio se deshizo. Salimos corriendo de ahí y nos instalamos en el viejo departamento donde antes vivían.

Traven era un hombre veintitantos años mayor que mi mamá y nunca había tenido hijos, de modo que por el momento no sabía qué hacer con un par de niñas. Con ese ante cedente a mi hermana le gustaba la frase: “el que quiere a la rosa también quiere a las espinas (mi mamá se llamaba Rosa Elena Luján y nosotras éramos las espinas).

Como mi padre estaba vivo, mi madre prefería que no le llamáramos papá, pues hubiera sido irrespetuoso para todos, de manera que Traven resolvió que le llamáramos Skipper (El capitán) lo que indica que se sentía marinero, cosa que mostró hasta el final de su vida. Así, mi mamá era la primera oficial, yo la segunda y mi hermana la tercera oficial, aunque no sé bien si en la jerarquía haya un tercero.

Recuerdo que si estaba con él en el tercer piso y le decía voy a bajar, I’m going down, él me corregía: I’m going below, porque down en un barco es hundirse. Otra cosa es below, cuando alguien se dirige al piso de más abajo. La casa también era un barco. El tercer piso, era exclusivamente de él, ahí estaba su recámara, su baño y su oficina. Nadie debía de entrar ahí, excepto la familia y la única que ponía orden ahí era mi mamá.

Cuando regresamos definitivamente de Estados Unidos nos dijeron que no podíamos decir que se trataba de Traven. Para nosotros era el señor Croves, pero siempre le dijimos Skipper. Debo confesar que fue difícil guarda el secreto.

Por una parte no podíamos invitar a amigos a la casa porque no queríamos indiscreciones. Por otra, Skipper tenían problemas auditivos muy severos, usaba un aparato unido a unos lentes enormes con pilas. Vivía con el aparato. Si estaba presente en una conversación con su aparato apagado, unas veces decía que sí y otras que no y asunto arreglado. Pero si de pronto oía que alguien decía alguna cosa brutalmente tonta, como suele suceder con los parientes con otra formación y otra cultura, él no tenía ningún filtro y ¡zaz! soltaba su opinión y ya no les hacía caso, apagaba su aparato.

Tuvimos en la casa un par de perritas: Tabasco, una criolla, y Gigi, una french poodle con pedigree, que nos regaló Skipper. Las perras conocían su rutina. A cierta hora bajaban o subían, marcando su horario de trabajo, completamente distinto al de la casa. Empezaba a trabajar avanzada la mañana, a la una bajaba a comer. Empezaba con una copita de comiteco –si conseguía– o tequila y luego comía abundantemente. Volvía a subir al tercer piso hasta la noche cuando bajaba a cenar. Después, seguía trabajando hasta tarde. Ahí se guardaba la quinina con la que luchaba contra el paludismo, adquirido en la selva, pero le fue afectando el oído,

Skipper caminaba la ciudad; pocas veces usaba taxi, sobre todo cuando no conocía la dirección de donde iba. Con frecuencia rutina iba al Correo Central a revisar su apartado postal cuyo número era 2701; luego pasaba a una tienda de abarrotes de la calle 16 de septiembre y compraba arenque y pumpernickel cuando había.

Como se menciona en sus biografías, sus amigos eran Siqueiros y Diego Rivera; Gabriel Figueroa era su gran cuate porque era primo de Esperanza, gente famosa. De hecho, a la fiesta del 25 de diciembre íbamos a casa de los Figueroa. También tenía otros amigos por los que se preocupaba, como una señora que vendía verduras a la casa o un barrendero con quien se sentaba en las bancas de Reforma a platicar tranquilamente. Esas amistades no aparecen en ninguna biografía pero eran sus amigos.

Cuando regresamos a México, a mi hermana y a mí nos inscribieron en la Gardside School para prepararnos como secretarias ejecutivas. Los domingos íbamos a la iglesia porque veníamos de una escuela de monjas. De inmediato Skipper nos compró libros, recuerdo uno que me impresionó –creo que sigue siendo un libro valioso– El hombre y sus dioses. Una historia de las religiones, un poco antropológico, después dejé las cosas religiosas.

Al tiempo que asistía a los cursos, leía los libros de Skipper y me fui interesando en la vida de las comunidades indígenas y en los campesinos. Además, en la casa había objetos que remitían a la cultura de los pueblos indígenas, como los vocabularios tzotzil y tzeltal traducidos al español y aumentó mi interés. También leía otros títulos como el Manifiesto del partido comunista, aunque a Skipper no le encantaba mucho encontrarlo entre mis libros. Lo criticaba, pero no imponía nada. Él era anarquista y se había bronqueado con los comunistas.

De vez en vez nos cuestionaba y decía sus opiniones acerca de la religión o del nacionalismo. Al principio yo me cerraba, quizá porque me sentía agredida pero enseguida reaccioné con dudas. Fue algo aleccionador porque él estaba alimentando mis dudas.

Un buen día le dije a Skipper que iba a estudiar arqueología porque, según yo, con la arqueología me iba a acercar a los indios. Con mucha paciencia me aclaró que tal vez lo que yo deseaba seguir era antropología, una disciplina más social, y de ahí me explicó el objeto de estudio de la arqueología, de la antropología y de la etnología. Acabé en Economía, pero me hubiera encantado arqueología; aun así, me parece que la influencia de Traven tuvo mucho que ver con esta decisión.

La familia se encontraba en la noche para cenar. Por cierto, me parece extraordinario que después de tantos años en México Skipper hubiera conservado sus hábitos de alimentación, cenaba fuerte. Trabajaba todo el día y mi mamá también. En las cartas hay quejas como esta: “tú mamá tiene mucho trabajo” y así era, siempre estaba ocupada con las traducciones, las ediciones y los guiones. Él hizo o revisó los guiones para las películas. Nuestra vida era en la noche cuando platicábamos: “¿cómo te va en la escuela?”. De vez en cuando nos ponía una obra de teatro, empezaba a payasear y actuar.

En 1966, le concedió una entrevista a Luis Suárez para la revista Siempre! Él ya estaba grande, por una parte, y continuaban las historias: que si Luis Spota había hecho, que si el otro había dicho, que si los artículos. La revista alemana Stern mandaba reporteros que espiaban constantemente. De modo que él y mi mamá decidieron que lo mejor era una entrevista. Se presentó Skipper, dijo quién era y dio detalles de su vida, lo que estaba escribiendo, qué hacía, quién era Ret Marut, cuáles eran sus antecedentes. Todas esas cosas salieron a la luz en ese reportaje.

Tengo en mis recuerdos el 19 de octubre, día en que se publicó la entrevista. Llegué a mi clase de 7 a 9 de la mañana en la Escuela Nacional de Economía de la UNAM. Como todos los días, nos saludábamos y veces íbamos a la cafetería de Ciencias Políticas. Ese día varios amigos llegaron a reclamarme:

––¿Por qué porque no nos dijiste que eras hija de Traven?
––Porque nunca me preguntaste.
––No nos habías dicho nada…
––Pues no.

Tres años después su salud se deterioró terriblemente por un problema de cáncer en los riñones. Lo molestaban los dolores por lo que tomaba medicamentos con los que alucinaba. El 26 de marzo de 1969 murió. Este año se cumplieron 50 años de su muerte y 129 probablemente de su nacimiento. Después de su velorio lo cremaron y esparcieron sus cenizas en Ocosingo, el municipio chiapaneco de sus relatos. Esa fue su voluntad, quería regresar ahí.

Aun hoy continúan las especulaciones en torno a su personalidad, se ha escrito que Traven fue hijo del káiser Guillermo II, que era un ferrocarrilero; incluso, que su identidad es la de Otto Feige o que fue minero, pero no fue ninguno de esos personajes. Otra de las teorías es que era Mauricio Rathenau, hijo de Emil Rathenau, un industrial alemán de la electricidad.

Era muy generoso y desprendido, concluye Rosa Elena Montes de Oca Luján; por ejemplo en una ocasión abrió una libreta y apareció un cheque que nunca había cobrado o dejaba de cobrar sus regalías a los editores. Mi mamá también puso en orden eso. En la casa siempre se vestía de pantalón, camisa caquis y botas mineras; para bañar tenía unas sandalia japonesas de madera. Siempre usaba ropa de ese tipo, no le gustaba vestirse de traje. Era muy informal.

Publicado originalmente en Gaceta UNAM

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