Al hablar de autosuficiencia alimentaria, se piensa que debemos de tener grandes extensiones de tierra, como en los monocultivos, para poder sembrar, cultivar y producir nuestros propios alimentos.
El sistema económico capitalista nos ha bombardeado con ideas equívocas, este sistema nos ha ido metiendo en un sistema de consumismo irresponsable, donde tenemos que comprar todos nuestros alimentos, sin pensar en las consecuencias que tendremos más adelante con nuestra salud.
También cuando este sistema económico nos habla de desarrollo, piensa en grandes tecnologías, en que tenemos que tener maquinarias para trabajar la tierra, con todo eso nos venden los agroquímicos y los fertilizantes, que en lugar de que contribuyan al cuidado del medio ambiente y al cuidado de nuestra salud, terminan contaminando nuestros ríos, nuestros suelos.
Este sistema capitalista y de consumo irresponsable, a través de programas sociales para el campo donde nos dan las semillas no nativas y no criollas que compran a las empresas transnacionales, hace que dependamos de ellas y que las semillas nativas se vayan extinguiendo y nuestra alimentación en un tiempo no muy lejano quede en manos de unos cuantos.
Es por eso que la vida en las comunidades es muy distinta a las ideas que nos han vendido, las comunidades entienden como desarrollo sus propias alternativas culturales que dejaron como herencia nuestros ancestros (abuelos /as). Por ejemplo, en las prácticas culturales saben cuándo sembrar una semilla con el ciclo de la luna, recolectar y seleccionar sus semillas de maíz, frijol, chile, jitomate, calabaza y guardarlas bien en un lugar seguro para que no se dañe y estén listas para cuando las necesiten en la próxima siembra.
Nuestros abuelos fueron personas muy sabias, aseguraban su alimentación, ellos no dependían de programas sociales, araban y cultivaban la tierra fértil que con las primeras lluvias sabían que ya estaba lista para depositar la semilla en la tierra. Este conocimiento aún persiste en las comunidades, los campesinos siembran la milpa, algunas familias en sus casas tienen sus huertos de traspatio, los cultivan con abonos orgánicos y usan las plantas aromáticas elaborando extractos para ahuyentar las plagas, tienen sus aves de corral de donde pueden obtener sus huevos y carne de calidad, los excedentes los venden en la misma comunidad, con la comadre, el vecino o un familiar cercano.
Cuando aseguramos nuestras semillas, estamos asegurando nuestros propios alimentos, una vida sana, mejoramos nuestra economía y somos autosuficientes sin depender de los programas sociales.
Eso me motivó a tener un huerto familiar. El huerto familiar es una de las cosas que me apasionan, hasta puedo decir que es el lugar donde paso momentos de relajación, me sirve para quitarme el estrés.
Desde el 2006 comencé a levantar un pequeño huerto familiar a un lado de la casa con la ayuda de mi hijo, hijas y mi esposo que han colaborado cada uno según se requiera su ayuda para tener el huerto, que en algunas ocasiones ha sido visitado por jóvenes voluntarios extranjeros que se emocionan de ver mi pequeño huerto porque pueden observar que en un espacio pequeño puedo cultivar hortalizas orgánicas todo el año para autoconsumo familiar, sin depender de programas sociales.
Desde años anteriores deseaba tener mi huerto pero no sabía cómo iniciarlo y no tenía la asesoría adecuada, temía que mi huerto no me funcionara y fuera un fracaso por las plagas que luego atacan a las plantas.
En el 2006 conocí a la organización CECIPROC y una de sus iniciativas era la nutrición. Estaba conformada por doctores en nutrición y me invitaron a que, con otras mujeres, formáramos un grupo para capacitarnos con asesorías. En casa de unas de las compañeras hicimos el primer huerto demostrativo.
Ya muy emocionada, y con la asesoría recibida, se acabaron mis miedos de poder fracasar y decidida levanté mi primer huerto, donde preparé las camas biointensivas, que consisten en escarbar unos 30 cm de profundidad y rellenarlas de materia orgánica (hojas secas), preparé compostas, le coloqué tierra de campo, la semilla nos la donó la organización, mi huerto se ha ido cambiando de lugar, de acuerdo a la necesidad de la luz solar.
He tenido la satisfacción durante estos años de poder cosechar mis propias verduras: jitomate, cilantro, chile, acelgas, ejotes, chepil, lechuga orejona, plantas condimentarias; orégano, hierba buena, epazote, tomillo, hierba santa, menta y plantas medicinales. En ocasiones, y por el clima caloroso que no favorece mucho a estas verduras y no se desarrollan bien, también he cosechado zanahorias, rábano, cebolla y col.
Tener un huerto familiar me ha ayudado a tener productos libres de químicos, están frescos y a mi alcance. Me ayuda a la economía cuando se disparan los precios. Me da la seguridad en saber que lo que consumo es sano para mi salud y mi familia.
Motivada con lo que produzco en mi pequeño huerto familiar, habilité otro espacio en la casa donde sembré árboles frutales: mango, guanábana y plátanos, frutos que complementan nuestra alimentación en casa.
Sembrar nuestros alimentos nos ayuda mucho en tiempos de desastres naturales, huracanes, sismos y pandemias porque tenemos la seguridad que en esos momentos de crisis e incertidumbre tendremos alimentos sanos, producidos de manera colectiva y familiar que nos ayudarán a salir adelante.
Con la ayuda de mi esposo y de lo que siembra en el campo, maíz y calabaza aseguramos nuestra alimentación, llamándole autosuficiencia alimentaria que tiene la finalidad de proveer de alimentos a mi familia con prácticas tradicionales y alternativas que respetan los bienes naturales y el territorio.
Leonor Díaz Santos
Consejo de Pueblos Unidos por la Defensa del Río Verde – COPUDEVER
Este material se comparte con autorización de La Minuta