Atenco: Diez años

Homo vespa por Luis Ramírez Trejo

Se cumplieron 10 años del terrorismo de Estado llevado a cabo en el 2006 en San Salvador Atenco. Yo llegué a Atenco desde Texcoco unas horas después de que había pasado lo más terrible de la represión. Me recuerdo en las aceras con el ceño fruncido, con el cuerpo tenso, con la mirada amarga, con el alma ennegrecida por la tristeza. En ese entonces tenía una novia y muchos amigos que habían sido torturados por judiciales o soldados. Ninguno de nosotros era políticamente ingenuo; ninguno pudo sospechar la infamia desmesurada.

Las chicas violadas, los torturados, los golpeados, la televisión asesina: después de Atenco no fue difícil sospechar la tragedia en que se volvería este país. Carlos Fazio en sus conferencias anunció la telecracia soterrada, la violencia dictatorial intensificada, el ritmo del crimen como forma de gobierno. Desde entonces, todos hemos vivido la realidad de ese Estado criminal; todos sabemos que las de Carlos Fazio y todas las predicciones se quedaron cortas. Hoy México tiene más desaparecidos y asesinados en los últimos diez años que la mayor parte de las dictaduras latinoamericanas de los setenta. Ni siquiera sabemos si en los últimos años han muerto 160, 180 o 220 mil mexicanos a manos de la crueldad y la violencia. Si para Felipe Calderón todos los asesinados eran criminales o daños colaterales, para Enrique Peña Nieto simplemente han dejado de existir. La historia de las masacres humanas tendrá en el futuro una tarea ardua para buscar evidencia concluyente sobre el caso mexicano.

Está decadencia posiblemente se fraguó en ese 2006. La represión en Atenco y Oaxaca, la otra campaña, el López-Obradorismo, todos fueron movimientos aplastados por la represión o la indiferencia del Estado en los tres primeros casos y por la complicidad de sus líderes con el crimen en el último. Atenco simboliza el síntoma definitivo, para quien supo leerlo, que sepulta toda fe en el sistema mexicano de partidos. No hay que olvidar que la represión de Atenco sucede bajo la tutela de gobiernos de los tres partidos principales del país: el PAN en el gobierno federal, el PRI en el Estatal y el PRD en el local. Ese mosaico partidario, instrumento del crimen- Estado, se repitió en distintas combinaciones en Ayotzinapa, Cherán, la Ciudad de México. Tampoco hay que olvidar que Wikileaks rebeló que, de ganar, López Obrador pensaba instalar en el 2006 una estrategia militar en la “lucha contra las drogas” análoga a la seguida por Felipe Calderón. A contrapelo de lo que dicen sus seguidores, si hubiera ganado el peje no hay razones para pensar que las cosas habrían sido radicalmente distintas.

Ayer se cumplieron diez años de la masacre en Atenco. A partir de entonces hablar de México siempre huele a cadáver mal conservado. No nos queda a los mexicanos más que alimentar la memoria para buscar en sus resquicios algún ímpetu que nos permita reinventar el país, la fosa común en la que vivimos.

Les dejo uno de los mejores documentos sobre Atenco que se han hecho: “Atenco: romper el cerco”

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