Gabriel Trujillo era imparable cuando de explorar la naturaleza se trataba. La botánica, su pasión, lo llevó a explorar numerosos territorios para descifrar a las plantas y su comportamiento. En junio de 2023, esa búsqueda científica lo llevó a viajar en su camioneta desde California, Estados Unidos, hasta la zona serrana de Sonora, en el noroeste de México, para localizar ejemplares de Cephalanthus occidentalis, un arbusto crucial para sus investigaciones. Ese viaje científico terminó con su muerte violenta.
El jueves 22 de junio, el cuerpo de Trujillo, con varios impactos de bala, fue encontrado en un barranco del tramo carretero que dirige de la localidad de San Nicolás a Tepoca, en el municipio de Yécora. El científico de 31 años y raíces mexicanas había sido asesinado al menos tres días antes, el 19 de junio, fecha en que su familia lo reportó como desaparecido en esa región que colinda con el estado de Chihuahua.
Desde que sus cercanos perdieron comunicación con el investigador y estudiante de doctorado de la Universidad de Berkeley, los biólogos en Sonora y California comenzaron a buscarlo. Hicieron llamadas, se organizaron vía WhatsApp, viajaron a la zona donde se le vio por última vez, se entrevistaron con gente que sabía de su estancia en Sonora. No se detuvieron hasta encontrarlo. Esta búsqueda les costó amenazas.
Un biólogo mexicano que participó en la búsqueda de Trujillo, y que por seguridad se omite su nombre, narró que después de que hicieron la denuncia por la desaparición de su colega, comenzaron a recibir amenazas de muerte.
Ocho días después del hallazgo de Trujillo, el 30 de junio, la Fiscalía de Sonora informó a través de un comunicado que se encuentra en el proceso de recolectar evidencias y datos de prueba para esclarecer los hechos y autoría del homicidio, en coordinación con instituciones de los tres niveles de gobierno.
El asesinato de Trujillo se sumó a otros ataques que terminaron con la vida de dos investigadores, ocurridos el mismo mes en el centro del país. Además, el 30 de junio ocurrió otro atentado a balazos en contra de un estudiante de biología de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), en Oaxaca.
En busca de un arbusto
Yécora es una región rica en biodiversidad. Ubicado al este de Sonora, este municipio forma parte de la Sierra Madre Occidental. Su flora es dominada por bosques densos de pino y encino. Aquí es donde crece el Cephalanthus occidentalis, el arbusto que fascinó a Gabriel Trujillo.
Esta planta, llamada comúnmente guayabillo o common buttonbush en inglés, tiene muchos hábitats. De acuerdo con el Arizona-Sonora Desert Museum, al arbusto de flores pequeñas y blancas, de racimos esféricos, se le puede encontrar en pantanos, llanuras aluviales, zonas ribereñas y sotobosque húmedo. Está presente en la costa sureste de los Estados Unidos, hasta el medio oeste, con ocurrencias dispersas en Arizona y Sonora.
Los intereses de Trujillo tenían que ver precisamente con la evolución de las plantas leñosas tropicales y su rara transición a las zonas templadas.
“Estoy particularmente interesado en el género Cephalanthus, un grupo de angiospermas leñosas con distribución desde zonas boreales hasta zonas tropicales. Mi investigación se centra en cómo se pierden o ganan rasgos funcionales de las plantas asociados con la tolerancia a las heladas, y cómo estos rasgos facilitan la expansión del rango de especies desde su origen tropical hacia las zonas templadas”, escribió el propio Gabriel Trujillo en The Fine Lab, el sitio web del equipo de ecólogos de campo en Berkeley del que formaba parte, para generar conocimiento sobre patrones evolutivos de plantas y estructuras forestales en el continente americano.
En la región sonorense en donde el biólogo realizaba sus trabajos ya se habían registrado hechos violentos en tiempos recientes.
En noviembre de 2019, criminales acribillaron y calcinaron a tres mujeres estadounidenses y a seis de sus hijos en la zona fronteriza entre Sonora y Chihuahua; el asesinato de la familia LeBaron, avecindada en esa zona, fue un escándalo internacional que aún no se termina de esclarecer. Casi tres años más tarde, en septiembre de 2022, cuatro trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) fueron atacados a balazos desde lo alto de un cerro en la carretera estatal de Yécora a Hermosillo. Dos de ellos murieron acribillados y calcinados en el vehículo oficial en el que se trasladaban, mientras otros dos lograron sobrevivir escondidos en el monte.
Gabriel Trujillo no tenía planeado ir a donde lo encontraron. De acuerdo con sus colegas, el biólogo salió de Tónichi —el pueblo en donde estaba hospedado en una habitación alquilada—, y fue a trabajar a San Javier, a 25 kilómetros al oeste. Sin embargo, su cuerpo fue localizado a más de 80 kilómetros de esa comunidad. “Los otros dos registros que él tenía de la planta que buscaba estaban en Ónavas, que casualmente es donde mataron a los trabajadores de la CFE el año pasado”, explica el biólogo mexicano consultado por Mongabay Latam sobre esta comunidad localizada en una desviación a la mitad del camino entre San Javier y Tepoca.
Sitios en donde se exilia a la ciencia
Para los investigadores, desarrollar su trabajo es una tarea cada vez más complicada y riesgosa en México. En la geografía sonorense, son varios los territorios que se consideran impenetrables. “Son muchos los sitios donde no se puede trabajar bien y evitamos trabajar en ellos. Hay muchas zonas a donde no puedes entrar: Caborca, Sásabe, la parte alta de Nácori Chico, Yécora, Rosario de Tesopaco, la costa. Hay riesgo porque son rutas de tráfico de drogas, armas y personas”, explica el biólogo que buscó a Trujillo.
Distintas organizaciones ambientalistas con las que Trujillo colaboró, así como personas cercanas a él dijeron sentirse consternadas. Algunas publicaron sus condolencias y comunicados lamentando los hechos, pero prefirieron no dar declaraciones a Mongabay Latam. Otros, que viven o realizan su trabajo en Sonora, no lo hicieron por temor a represalias.
Jamie Tijerina, científica y presidenta de Highland Park Heritage Trust, publicó un comunicado de la organización en Twitter y señaló que es necesario “que el gobierno mexicano investigue a fondo y obtenga justicia para Gabriel y su familia, y para todos los investigadores afectados mientras realizan trabajo de campo. (…) Honrar la vida de Gabriel es proteger la tierra y a quienes son víctimas de violencia”.
Violencia contra los científicos
En 2009, los biólogos Arturo Caso y Sasha Carvajal-Villarreal tuvieron que abandonar Tamaulipas, estado al noreste de México donde vivían y se dedicaban a estudiar al ocelote (Leopardus pardalis). La investigación se suspendió porque la violencia del crimen organizado se instaló en la zona.
“Nos han tocado balaceras y robos de cámaras trampa por gente de los cárteles. Nuestro trabajo de campo en Tamaulipas y Nuevo León, debido a la inseguridad, lo tuvimos que suspender. A nosotros se nos acabó el trabajo de campo, no pudimos seguir. Éramos representantes del noreste de México para la conservación del jaguar, el oso negro y otros felinos menores como el ocelote y el jaguarundi, pero dejamos de participar por la inseguridad”, narra Arturo Caso a Mongabay Latam.
Caso recuerda el 2009, año en que dejaron de hacer trabajo de campo en esa región de México, como un tiempo de mucha incertidumbre y silencio. No se leía en los medios de comunicación, pero la violencia iba en una crecida imparable. “Si me preguntas cómo ha cambiado de 2009 para acá, si realmente la violencia nos ha afectado, puedo decir que todo ha cambiado muchísimo y para mal”, asevera el presidente de la organización Predator Conservation A.C., ahora radicado en Ciudad de México.
“Algunos compañeros han hecho un poco de trabajo de campo en Tamaulipas, en la misma zona donde antes yo podía andar en mi camioneta a las cuatro de la mañana sin ningún problema, para entrar a la Reserva de la Biósfera El Cielo. Ahora me dicen que no saben si van a llegar”, afirma Caso.
Ahora los científicos han tenido que redoblar sus precauciones cuando van a trabajar en campo. No solo eso. Caso narra que ha habido investigadores, en estados como Sinaloa, que han tenido que apersonarse con narcotraficantes para explicarles lo que están haciendo y pedir permiso para entrar a algunas zonas.
“Nosotros no nos metemos con nadie, lo que queremos es entender lo que está pasando en la naturaleza para poder conservar a las especies. Ese es nuestro único objetivo: poder saber más, poder enriquecer el conocimiento científico para poder hacer una conservación de plantas y animales en peligro”, dice el científico.
La inseguridad también tiene otros impactos en el trabajo de los científicos y, como consecuencia, en el detrimento del conocimiento y conservación de la flora y fauna. Cano menciona que muy pocas financiadoras interesadas en la conservación de las especies quieren aportar recursos a proyectos que podrían quedar inconclusos. Y menciona un ejemplo: “Cuando hicimos un estudio para la Comisión de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), colocamos 30 cámaras en un predio de Tamaulipas que la propia institución conocía. Ya no pudimos ingresar. Las perdimos todas”.
Al mismo tiempo, existe una paradoja. Igual que los investigadores evitan entrar a zonas específicas, los cazadores furtivos también se apartaron de los sitios a los que recurrían. Esto ha tenido un impacto benéfico indirecto, por ejemplo, para las poblaciones de osos, jaguares y otros felinos. “Están apareciendo reportes de jaguares en donde antes no había, también osos que bajan a zonas urbanas. Ningún cazador furtivo se va arriesgar a tirar un balazo y que un narco lo confunda”, sostiene Caso.
Los riesgos continúan
A principios del mes de julio, con la llegada de los restos de Gabriel Trujillo a California, su familia y amistades realizaron distintas ceremonias para despedirlo. Una de ellas, fue una danza azteca de un grupo en el que participaba Trujillo. Además de su amor por la naturaleza, siempre estuvo interesado en reconectar con sus raíces ancestrales, afianzadas al pueblo indígena ópata.
También se ofreció una ceremonia católica donde su urna fue acompañada de decenas de flores amarillas. Sus amistades, además, donaron al menos cinco decenas de árboles para sembrar en el bosque, en honor a su memoria.
“Sentimos mucho lo que le pasó a Gabe. La comunidad científica de Sonora lo sentimos mucho y no deseamos que le pase nada a nadie”, concluye el biólogo mexicano que participó en la búsqueda de Trujillo. “Es muy triste. Ahora todos los investigadores tenemos que ser más precavidos, tener más cuidado con lo que hacemos cuando estamos trabajando en campo. Tenemos que hacernos notar y que el crimen organizado sepa que no causamos daño. Lo único que hacemos es generar información para el manejo de los recursos naturales de nuestro país”.
* Imagen principal: Gabriel Trujillo, científico asesinado en Sonora, México. Foto: Internet.
Publicado originalmente en Mongabay Latam